El increíble fraude del hombre que quiso ser millonario (y la trampa que casi lo lleva a la cárcel)
Un estudio de televisión en silencio, las luces bajas. En las tribunas apenas iluminadas se adivina un público atento y tenso. En el centro, dos sillas: la del conductor experimentado y la de un participante inquieto, que se llama Charles Ingram y se presenta como un mayor del ejército británico.
Pese a que logró el desafío de responder velozmente una pregunta y por eso obtuvo la posibilidad de participar por el millón de libras, nadie le ve pasta de ganador a este hombre, que se muestra dubitativo, con una chomba de varios colores, algo torpe; una sonrisa que trasluce todo su nerviosismo.
En septiembre de 2001, apenas dos días antes de que el mundo se convulsionara con el avión incrustándose en las Torres Gemelas de Nueva York y los atentados en los Estados Unidos, Ingram sorprendió a todos porque, pese a que se veía cada vez más inseguro a medida que las preguntas del programa avanzaban y a que se iba tomando cada vez más tiempo para responder, se consagró ganador de la versión británica de ¿Quién quiere ser millonario?, por entonces uno de los programas más populares de la televisión.
Mientras los productores se miraban sorprendidos –no podían creer que el vacilante Ingram hubiera sorteado el desafío–, el hombre celebró ante cámaras, abrazó a su esposa Diana –que poco antes también había participado del show, pero apenas logró embolsar 32 mil libras y miraba atenta desde la tribuna–, festejó con el veterano animador Chris Tarrant mientras caía papel picado sobre ellos y finalmente agarró, entre lágrimas, el cheque que indicaba que era millonario.
Pocas horas después comenzó una investigación que derivó en uno de los escándalos más comentados entre los británicos: mediante un método para nada sofisticado y ante los fanáticos que seguían con fervor el programa, las 8 cámaras del estudio y los 21 micrófonos que registraban todo, el mayor había hecho trampa para responder las preguntas.
Fue un sonidista el que detectó el fraude y dio comienzo a una pesquisa que dejó a Ingram, a su esposa y a algunos cómplices al borde de la cárcel.
Plan familiar
Hacia mediados de 2001, Charles Ingram era un militar que se dedicaba a hacer tareas administrativas luego de haber servido para el ejército de su país en distintas misiones de paz en Bosnia. Vivía con su esposa Diana y sus tres hijas en un pequeño pueblo británico, donde todos lo consideraban un vecino respetable.
Fueron Diana y su hermano Adrian Pollock, fanáticos de ¿Quién quiere ser millonario? y en general de los juegos de preguntas y respuestas, los que guiaron al mayor por este increíble mundo de la cultura general, las trivias y la velocidad para contestar mientras corre el reloj.
Tal era el entusiasmo de Diana y de su hermano, que juntos se pusieron a analizar el tipo de preguntas del programa para encontrar un patrón y facilitar el ingreso a quienes tuvieran ganas de ser concursantes. Ese trabajo meticuloso y súper detallista se convirtió en poco tiempo en un libro, a medida que la audiencia del show –toda una novedad para la época desde su puesta en escena llena de tensión– aumentaba.
En paralelo, se pusieron en contacto con otros seguidores de ¿Quién quiere ser millonario? hasta conformar una especie de fandom intenso que por un lado peleaba por descifrar secretos para que todos pudieran entrar al programa y por el otro buscaba desarmar el mecanismo hasta ponerlo patas para arriba (ese te amo, te odio, dame más que define a cualquier fan).
Fue entonces el cuñado de Ingram el primero de la familia en llegar a la pantalla de ITV y, pese a todos sus estudios y a la preparación que recibió, apenas llegó hasta la mitad de las preguntas.
La investigación que derivó en uno de los escándalos más comentados entre los británicos: con un método para nada sofisticado y ante los fanáticos que seguían con fervor el programa, el mayor había hecho trampa
Luego llegó el turno de Diana, quien además de ser convocada por la producción como participante se dedicó a desmenuzar todavía más el juego. Desde adentro, podría tener la información que le faltaba, las piezas restantes para armar el rompecabezas. Llegó a ganar 32 mil libras hasta que quedó afuera.
A partir de ese momento, los hermanos se pusieron firmes: querían entrenar a Charles Ingram para que fuera él quien se llevara de una buena vez el pozo mayor.
Para eso, además de hacerlo parte de un entrenamiento duro (día y noche el militar estudiaba posibles temas de las trivias, miraba episodios viejos, respondía preguntas) diseñaron un plan que incluía a otros fanáticos del programa. Después de conseguir que el militar fuera convocado, también lograron meter entre los futuros concursantes a Tecwen Whittock, un hombre que iba a estar sentado cerca de Ingram cuando finalmente saliera al aire para responder las preguntas del conductor.
El 9 de septiembre de 2001, Ingram consiguió su lugar como participante y empezó tímidamente a responder las trivias de Tarrant. Al principio dudaba, no parecía muy seguro. Apenas un puñado después de las primeras preguntas, el concursante empezó a agotar los comodines que ofrece ¿Quién quiere ser millonario? Nadie apostaba por él, que de todos modos avanzó y continuó con su participación en la grabación del día siguiente.
Alguien tose en el estudio
El 10 de septiembre Ingram siguió respondiendo. Esta vez se tomaba mucho tiempo para repasar cada una de las opciones que le ofrecía el conductor como posibles respuestas. Una a una, las leía, las pronunciaba lentamente, para sorpresa de los presentes.
Llegó a confesar que no conocía a un grupo de músicos que le mencionaban, que no tenía mucha idea sobre una telenovela de moda por aquellos días.
Sin embargo, cuando tenía que dar su “respuesta final” acertaba, para alegría de Diana, que lo miraba con cautela desde la tribuna, mientras una cámara registraba cada uno de sus gestos.
Así fue que llegó hasta el final del concurso y le dieron el famoso cheque por un millón de libras (fue el tercero en la historia del programa).
Pocos días después un sonidista, que junto con algunos miembros de la producción se mantenía en shock por algunas actitudes de Ingram, detectó el truco que lo había llevado a la cima: cada vez que el militar repasaba en voz alta las opciones posibles, se escuchaba una tos particular en el ambiente en el momento exacto en el que mencionaba las respuestas correctas.
Tiempo después, se logró ver que quienes tosían eran la propia Diana o Tecwen Whittock, el participante que aguardaba sentado su turno para ingresar.
La polémica escaló en pocas horas y el cheque que habían recibido los Ingram como premio terminó denegado por la producción.
De inmediato, se abrió una causa judicial contra la pareja, contra el hermano de Diana y contra Whitcock para determinar el grado de responsabilidad de cada uno de ellos en uno de los mayores fraudes de la televisión británica.
Durante los días de grabación los productores vieron al cuñado del militar rondando los estudios y haciendo movimientos extraños mientras hablaba por un teléfono celular, algo que no estaba permitido para que nada interfiriera en el juego.
El juicio duró cuatro semanas, y por allí pasaron desde los productores hasta otros participantes y el conductor de ¿Quién quiere ser millonario?. Fue un proceso judicial de esos que, por la espectacularidad del tema, atrajo a todos los medios.
La producción presentó los videos como prueba, la defensa adujo que se trató de una edición tendiente a confirmar mediante una repetición incesante en la televisión una hipótesis prejuiciosa: que el mayor había hecho trampa.
El propio conductor Tarrant aseguró que durante el programa no llegó a oír ningún sonido particular ni nada que llamara su atención y el cómplice Whittock adujo que tenía una tos crónica.
El juicio duró cuatro semanas, y por allí pasaron desde los productores hasta otros participantes y el conductor de ¿Quién quiere ser millonario?. Fue un proceso judicial de esos que, por la espectacularidad del tema, atrajo a todos los medios.
En paralelo, los Ingram eran víctimas de agravios en su pueblo y todo tipo de persecuciones. Además, a cada paso que daban, alguien tosía cerca para burlarse.
El 7 de abril de 2003 el tribunal determinó que tanto los Ingram como Whittock fueron culpables de “procurar la ejecución de una seguridad valiosa mediante el engaño” y recibieron condenas a prisión por 18 y 12 meses respectivamente. La medida no se hizo efectiva, pero debieron pagar las costas judiciales y multas (cerca de 40 mil libras en el caso del militar, 25 mil para Diana).
El matrimonio, que hasta la actualidad sostiene que es inocente, apeló la medida en distintas instancias y él llegó a pedir una reducción de la multa ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. También pidieron que fuera anulada la condena ante la Comisión de Revisión de Casos Penales (CCRC), algo que no les fue concedido porque los jueces entendieron que no había “perspectivas suficientes” para modificar la decisión inicial.
El caso tuvo tanta repercusión que hubo libros (incluidos un par del propio Ingram y otro de su esposa), grandes columnas en los diarios, y hasta investigaciones paralelas.
En 2017 se estrenó una obra de teatro que recreaba los hechos y hasta invitaba al público a dar su veredicto. Basada en ese texto, en 2020 se estrenó con gran éxito la serie Quiz, dirigida por ese clásico británico inagotable que es Stephen Frears. En tres capítulos cuenta parte de las desventuras de los Ingram (en la Argentina se estrenó por el canal AMC, que suele repetir los episodios con frecuencia).
La recreación de Frears suma un material extra sobre la trampa de la pareja: aquellos movimientos extraños del cuñado de Ingram mientras merodeaba los estudios de grabación tenían que ver con un sofisticado –y fallido– sistema de bípers por el que le querían soplar las respuestas correctas a Ingram.
Con los años, poco se supo del “hombre de la tos”, como lo apodaron en su país. Según publicaron diversos medios británicos, el militar –ahora retirado, debió renunciar a su cargo cuando se desató el escándalo– sigue viviendo en Inglaterra con sus hijas y su mujer, que se dedica a un emprendimiento de venta de joyas artesanales.
Mientras tanto, el concursante tímido y medroso que se había ilusionado con ser millonario repara computadoras para sobrevivir.
AL
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