James Bond toca timbre
La única expresión pública de la voz biológica de Santiago Caputo ocurrió el 20 de noviembre de 2023, al día siguiente del balotaje que encumbró al presidente Javier Milei, en una entrevista de tres minutos que le concedió a Eduardo Feinmann entre suspiros, repeticiones tácticas de algunas palabras para darle a sus respuestas evasivas un aire reflexivo y un cuidado comprensible por no pisar el palito.
Dijo: “Yo soy un amigo de Javier que trabaja en política y lo vengo ayudando hace un tiempo a ver cómo podíamos cumplir el objetivo que se cumplió ayer”, “El arquitecto es él y Karina”, “Yo tengo una relación, tanto con Javier como con Karina, personal, muy estrecha. La verdad es que han sido muy generosos conmigo y me han extendido mucha confianza”, “Indefectiblemente, la verdad, como Javier dice, la Argentina tiene algunos problemas críticos, de corto plazo, que hay que resolver. Pero también es cierto que nosotros estamos convencidos que, abrazando las ideas de la libertad y el modelo que hizo que la Argentina fuera potencia mundial, también hay un futuro de prosperidad”, “¿Qué lugar voy a ocupar en el gobierno? Probablemente, ninguno. Yo no tengo… Nunca he tenido ambición de integrar un gobierno o algo por el estilo. Lo que trataré de hacer es seguir ayudando a Javier y a Karina a que las cosas prosperen de la mejor manera”, “Yo me metí en el mundito de la política de la mano de Jaime Durán Barba. Le tengo un enorme respeto y admiración y básicamente aprendí lo que aprendí de la mano de Jaime y otra gente que integraba el grupo de Jaime”.
Preocupadísimo por “colocar” la voz, y tal como podemos comprobar, el fraseo de Santiago “Capito” Caputo no es muy inspirado, ni amistoso con la sintaxis. Los hermanos Milei le “extendieron” confianza en el sentido en que se extiende un cheque; abraza las ideas de la libertad, que rima con prosperidad; nunca tuvo ambición de integrar un gobierno, aunque quizás, sí, “esto”; y entró al “mundito” de la política de la mano de su respetado y admirado Durán Barba, maestro cuyos manuales de cinismo instruyen sobre cómo echar leña al sentido común de la nación.
Esa irrupción accidental, derivado sorpresivo de una entrevista de Feinmann a otra persona, nos hizo creer por un momento que Caputo apostaría a todo o nada en favor de la reserva de su persona. Que no se supiera nada de él, en todo caso nunca de boca de él, para que fuera engordando el ganado en pie de su Misterio. Pero, ¿qué sucedió? La incontinencia, un tipo de incontinencia de pequeñas filtraciones operadas en nombre de un objetivo altísimo: callar, cerrar el pico a cal y canto, pero a cambio concederle unas fichas a la distribución de una imagen.
De golpe, proliferaron los cuadros: Caputo con un tatuaje en ruso, con vagas reminiscencias del Viggo Mortensen de Promesas del Este, de David Cronemberg. Caputo compartiendo un cigarrillo a los postres de algo con la ministra Sandra Pettovello, otro ejemplar del funcionariado de los sueños, en un balcón de la Casa Rosada. Caputo fumando en seco mientras mantiene las cámaras a distancia para que el zoom retroalimente el enigma de su existencia imprescindible. Caputo, apoyado en un caño de alumbrado público, hablando por teléfono. Comparativos de Caputo con o sin biaba nasal; Caputo tirando pasos faciales en el Congreso de la Nación. Caputo de caminata casual, trendy, hípster, tincha con zapatillas Gola, enemigas públicas de los pies humanos y hermana de los traumatólogos de miembros inferiores. Caputo agitando en la noche desde cuentas de X con nombre falso y alardeos mafiosos. ¿Cómo puede ser que “Capito” Caputo se regale de este modo, y tan rápidamente? ¿Cuál es el negocio de sembrar Misterio si lo que se va a cosechar es Presencia?
Algo falló en el horno en el que se estaba cocinando la figura máxima del libertarismo de galería, y el resultado fue incomprensible: en la medida en que Caputo se hundía cada vez más en la sordidez de las cajas estatales sin rendición, el espionaje y el compost de los trolls sin vitamina D, más nos daba una imagen. La contradicción (a la que tiene derecho, como todo el mundo) es galopante, y consiste en sustraer la voz mientras da un espectáculo “a distancia” para ser admirado.
Este producto conflictivo es extraño, y no parece estar catalogado, por lo que vamos a ponerle el nombre provisorio de James Bond que Toca Timbre. Su drama consiste en empezar a fantasear como si fuera Ian Fleming, de los escritores espías el considerado injustamente el más espía por sus servicios prestados en el MI6, y el menos escritor, para terminar creyéndose James Bond, su máximo personaje. Es decir, como si se partiera del secretismo estatal y los juramentos de silencio para llegar al… cine, más que a la literatura. Porque, ¿qué es lo que está ofreciendo Caputo sino un uso reservado del poder agregándole la imagen que lo vuelve un entretenimiento para nosotros, sus espectadores, un poco embolados por no verlo todavía con licencia para matar, cruzando los mares en lancha y descolgándose de helicópteros para ser un James Bond de verdad? El casting está hecho. ¿Para cuándo la acción?
Tal vez la acción se presente pronto. Debería inspirarse en Operación Trueno, la novela en la que James Bond, que fuma sesenta cigarrillos por día, trata sus achaques pulmonares en una clínica, de la que regresa para luchar contra SPECTRE, una runfla que, desglosada, significa Sección de Poder Ejecutivo para la Contrainteligencia, el Terrorismo, la Revancha y la Extorsión. Como siempre en la “civilización”, primero el arte y después la vida.
Pero hay algo de Santiago “Capito” Caputo (puesto el apodo cariñosamente, en el sentido en el que se le dice “Capito” a aquel que de un modo infructuoso se hace el Capo), pese a que es el Bond prendido al timbre yendo a retirar los fondos reservados de la AFI, la AFA, la FIFA o como se llame ese antro ahora, que sí reporta al espíritu original de Bond, o más bien de su mentor, Ian Fleming. No es la boquilla ni el moño sino cierta promesa de sentido que no se concreta.
Roland Barthes da el ejemplo recordando una escena de la saga en la que James Bond pide un whisky mientras espera un avión. Ese whisky, dice Barthes, es un “nudo simbólico”. Es modernidad, riqueza, ocio; y yo agregaría: pero, en el fondo, no se sabe lo que es. La clave es distorsionar, vamos a decir la “realidad”, para insertar allí “expansiones imprevisibles”, que es más o menos lo que ocurre al nivel de la nada cuando Caputo fuma, el equivalente seco a tomar whisky.
Caputo es una víctima de su fisic du rol de dos cabezas. Queriendo para sí la placa de jefe de espías, lo que exige una voluntad de ostracismo, desprendimiento de la fase teatral del narcisismo y cuidados a la hora de hacerse notar, también quiere ya no ser James Bond sino todas sus encarnaciones. Quiere ser Sean Connery, David Niven, Rooger More, Daniel Craig; y manejar Aston Martins y pistolas de oro y el cigarette mini-rocket; y tener a mano la Maleta Especial. El resultado, silencioso bajo el estruendo del ridículo, está a la vista.
JJB/MF
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