La música de la máquina de coser
Siempre en movimiento, a pie, en barco, en carro o en aviones, en bicicleta o en buses, en camiones o automóviles. Con alegría o tristeza, llevando ataditos, el pécale, la valija, la bolsita elemental de los recuerdos. Apretando los dientes y las lágrimas, las mujeres, los hombres, todes les congéneres, desde tiempos remotos y hoy todavía, les habitantes de este mundo no han podido quedarse en un sólo lugar y han migrado voluntaria o forzadamente por mejores condiciones de vida.
Lo han hecho en grupo o solos. Sin nada o con cajas, cajas y cajas. Cajas que guardan, que contienen, que se pueden abrir o cerrar hasta donde aguanten el ánimo y el cuerpo. Cajas que se clausuran por un tiempo y se vuelven a abrir cuando la hora llega, que están, pero se las toca poco o que se evitan por siempre jamás. Cajas que viajaron y viajan, que guardan objetos, cartas, casetes, voces, las músicas de los afectos.
Podrían ser bolsos, mochilas, bolsillos. Van y vienen, se sostienen, se vacían, explotan. Las de la escena de Aquella máquina de coser revelan los hallazgos materiales e intangibles de Mirta Mato, la autora y protagonista de la obra que dirige Ana María Bovo, quien se detuvo a bucear con paciencia e intensidad para ofrendarnos partes de su autobiografía, armarlas, surfilarlas, coserlas y conformar ese género único que es la obra teatral.
Aquella máquina de coser es una historia de exilios, tristezas y esperanzas que cruzó el oceáno escapando de la hostilidad de la guerra y con artesanía y arte arrojó esta pieza peculiar sobre las vidas de una modista, un taxista y sus dos hijas. De la Guerra Civil Española a la democracia argentina, pasando por el peronismo, la dictadura y la apuesta por lo que vendrá. También es la narración de unas músicas, unos sabores, distintas emociones.
Las cajas atesoraron una memoria personal que se multiplica cada vez que alguien la goza en su butaca. La obra es un bordado de pequeños relatos que llegan con fuerza al presente desde la España de la República, la de la Guerra Civil y la de los nacionales. Los cuentos se los contaron sus padres mientras tejían una familia posible en la capital argentina.
Aquella máquina de coser se dice en español y en gallego, con humor y nostalgia, arraigada en aquel tiempo en que las derrotas no se experimentaban como un para siempre, sino que daban impulso para un venceremos.
Con montaje y dirección de Bovo, la obra celebra a los poetas Antonio Machado, Miguel Hernández, al Federico García Lorca asesinado en Granada y al oficio de modista, gracias al cual mujeres de diversas colectividades han alimentado a su gente. El texto original fue seleccionado como obra inédita en el 17° Ciclo Teatro por la Justicia 2023 y nos advierte con suavidad que hay hechos que se repiten, pero nunca son iguales, que siempre algo se puede transformar y que la conciencia y el amor son los combustibles que pueden salvarnos, mientras no esperemos a un Mesías que nos paralice porque suponemos que nos resolverá todo.
Por momentos, la obra tiene reminiscencias de algunos Episodios de una guerra interminable (como Inés y la alegría o El lector de Julio Verne), de Almudena Grandes. Hay un personaje único que evoca a otros y cada eslabón va completando la cadena de vivencias y personajes de la familia, entre Buenos Aires y Galicia.
La máquina de coser, como la de escribir, la de cortar, tantas otras de los oficios que permitieron la sobrevivencia, tienen sus sonidos peculiares, sus agudos y sus graves, sus músicas, sus emociones.
No muy lejos, en otro lugar de Europa, María camina por sobre los muertos sin ver la senda que nunca se ha de volver a pisar. Porque, aunque regrese, será otra. La muchacha se va de un pequeño pueblo de Italia, Castropignano, con destino a la Argentina en un periplo sin fin que se llama destierro, durante los días de la Segunda Guerra Mundial. “Con la guerra sufrimos mucho, mamá, porque cuando se cayó la casa de nosotras en el pueblo, menos mal que no estábamos ahí. Hubo otra gente, también, que le tiraron la casa abajo y se murió una familia completa adentro.”
Ese viaje y el duro amanecer en la tierra de América es lo que cuenta Música materna, la novela de Graciela Batticuore, recreando el idioma de sus ancestras, aventurándose en los recuerdos que le contaron y en la ficción verosímil que supo construir al investigar los secretos de esa lengua de sus orígenes, acariciando su poesía. “La palabra tiene que ver con lo que somos, tal como los huesos, como la sangre, como los músculos, como los nervios. Palabras. Somos palabra, por eso somos seres humanos”, decía Liliana Bodoc y lo evoca su pequeño y reciente libro de Letra Sudaca La literatura en los tiempos del oprobio.
Sin embargo, a veces el calor de la voz está ausente, no hay palabra. Tienen que pasar varias generaciones en una familia para que emerja, para que alguien diga basta al silencio impuesto, al tabú, al trauma, algo que ocurrió luego de que algune de sus integrantes fuera violentado y asumiera la mudez como condición vital porque el miedo y el instinto de preservación lo terminan gobernando todo.
Hoy, miles de jóvenes migran a diversas partes del planeta en busca de mejores oportunidades. El país que les prometió inclusión a sus bisabueles, a sus bis omas, nonas, bobes, zeides, ahora los expulsa a elles, aunque no parece haber sitio seguro en la Tierra, en esta etapa de la historia del mundo. Tal vez siempre haya sido así, sólo que no se sabía. Gente que lleva y trae sus comidas, sus aromas, sus rituales, sus costumbres, gente que enriquece y que hace a la humanidad mejor,
Mientras haya deseo y empecinamiento por vivir, mientras las personas se unan y reúnan cerca de un escenario o un fogón y hagan tribu en torno a un fueguito, habrá horizonte, comunidad, futuro, experiencia, existencia.
LH/MF
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