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PURA ESPUMA
Opinión

Un país volando por el aire (de la TV)

Juan José Becerra Pura espuma rojo
7 de agosto de 2022 00:01 h

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No relacionarse en tiempo real con fósiles de la modernidad como radios de AM y señales de televisión es bueno y es malo. Es bueno porque los basureros nucleares que producen, quedan; y es malo, porque no se van. Su existencia es flotante, y llena el espacio de acidez, y en algún momento, que no es cualquier momento sino el momento inesperado, la basura nuclear ataca por canales inesperados. Nunca mejor puesto el nombre de “virus”, en el sentido de infección, que aquel fenómeno que vive a costa de nuestra sangre.

Supongamos que estamos disfrutando de un descanso, alejados del griterío ordinario de las discusiones públicas. Estamos lejos, muy lejos, de la literatura trillada de los “especialistas”: del sabio de la seguridad que dice que hay que matar a todos, de Juan Carlos De Pablo y sus metáforas inspiradas en organismos humanos, casas de familia y sistemas eléctricos (“vo’ tené ocho portalámpara’ y do’ foco’”), de la cosa llamada El Dipy, del pase demoníaco entre Silvestre-Duggan en el que le dan muerte a cuatro manos al idioma español.   

O sea, estamos como queremos, despreocupados, sin la agenda mental intervenida por la oscuridad y de golpe nos llegan las noticias que nunca hubiéramos querido ver o escuchar. Pero están ahí, entrando por instilación a los campos en los que habíamos logrado obtener un segundo de paz. En este caso fatídico, se trató de una entrevista en su clásico formato bullying de Eduardo Feinmann a Mirta Tundis; y de la entrevista en formato de correspondencia amorosa (imaginen el número 69 y tendrán una ilustración de su simetría) de Jonatan Viale al nuevo héroe de las calles, el ciudadano Gastón Guerra.

Yo estaba “en otra”, y de golpe sentí la invasión. Fue una experiencia de debilidad que me recordó cuando vi por goteo Hooligans: Stand your Ground (2005), la peliculeja de Lexi Alexander protagonizada por Elijah Wood. Una noche la pesqué in media res como a las tres de la mañana. Vi diez minutos, no entendí nada y me dormí. Otro día vi el final; otro, los créditos; otro, escenas que ya había visto. Un mediodía, mientras almorzaba, vi el principio. En una de estas contemplaciones fragmentadas, apareció Claire Forlani y me rendí a su poder de imantación. Y así continuó mi vida, hasta que, al cabo de un par de años, quizás tres, me di cuenta de que mordiéndola un poco acá y otro poco allá, había terminado de verla completa. Entonces, supe dos cosas. Primero: que se trataba de una historia de un expulsado de Harvard que se hace barrabrava del West Ham y que, luego de matarse a trompadas en previas de la Premier League, regresa a la prestigiosa universidad que tanto bien la ha hecho a la Argentina, y en la que alguna vez dio una conferencia magistral Ricardo Arjona. Segundo: que la voluntad de ver o no ver algo es un hecho secundario respecto del hecho de ver o no ver. 

La manera en que me llegaron las noticias de estos dos periodistas chiquititos fue similar al modo en que Hooligans: Stand your Ground se fue almacenando en mi cabeza. El goteo comenzó cuando vi que Feinmann le decía a Mirta Tundis exactamente lo mismo que le habían dicho en la calle unas señoras en situación de acaloramiento: que durante el gobierno de Macri, Tundis lloraba por la mala situación de los jubilados, pero ahora no lo hacía. El argumento era tan volátil por parte del chiquitito que podría haber sido utilizado por Tundis contra él, ya que, como todo el mundo sabe, Feinmann no lloró por los jubilados en la próspera era de Macri, pero sí lo hace ahora. ¿Por qué el miniperiodista maltrató a Tundis por lo mismo que él fue capaz de hacer? Si hay algo que un moralista debe prever es el efecto rebote de sus indignaciones. 

Por su parte, Viale empleó toda la sapiencia y ecuanimidad que lo han convertido en un ídolo de los barrios altos. Entrevistó en Radio Rivadavia a Gastón Guerra. ¿Yo?: ni idea de quién era ni de qué había pasado. Pero como hablaban de que le había abollado la camioneta a Massa el día que asumió como en Economía, lo reastree y lo vi justificar la agresión fingiendo infructuosamente un llanto y colocando, de ese modo, la piedra basal del “anarco-emo-fascismo”. Es decir, postulación, sino supuración, de desorden, emociones fuertes y mano dura para la Argentina que nos merecemos la gente de bien y de trabajo.

Las preguntas de Viale eran remilgadas y pegajosas, mediocres y amicales, comprensivas y apologéticas de la violencia que había ejercido el entrevistado, a quien no osó contrariarlo nunca. “Yo no soy quien para retarte”, le dijo, en alusión a Daniel Malnatti, que la noche anterior le dijo a Guerra que patear camionetas es algo que no se hace.  

El afecto artificioso, el nivel cansador de quejidos y los elogios de Guerra a un país “hermoso” que “podría ser la primera potencia del mundo” pero está arruinado por los políticos y los sindicalistas, sonaron como adentro de un simulador de sentimientos. Entretanto, Viale se reía cuando le recordó el ataque: “Estabas recaliente, ja, ja ja…”.  

Más que un entrevistador de Guerra, Viale es su instigador y guionista. Los minutos pasaban lentos, dolorosos, pesados como un cargamento de plomo tirado por bueyes. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Cuál era el verdadero interés periodístico que podría despertar Guerra? No tiene nada. Su relato es limitadísimo (por eso apuesta todo al fingimiento del llanto: para levantar), no encarna debidamente la rebeldía o la pobreza, y es él mismo el que le dice a Viale, aunque se lo diga como si recitara “Los zapatitos me aprietan/ las medias me dan calor…”, que su situación no es tan apremiante. 

Entonces, ¿qué pasa que lo buscan? Pasa que lo está haciendo Vialecito en modo vileza, trabajando mal, pésimo, sin el más mínimo amor al arte de la ficción, es algo muy calculado. Está creando un personaje. Lo ha subido a Guerra a un escenario y lo mantiene ahí, avivándolo como a un fuego, para ver si cuaja. Está subiendo al ring a un outsider pescado ¡en Plaza de Mayo!, que podría andar bien como representante de la Argentina sufrida porque ¿qué no come su público? 

Pero, si por un lado el pobre Guerra no tiene nada para dar, es una figura sin contenido; por el otro, tiene algo para ver: el look. Es un piquetero de diseño. Desde un sistema de la moda social perecido a quienes cortan calles, se deshace en criticar los planes sociales, a los que ve como “pactos con el diablo”, y cuando le preguntan qué político le gusta, dice: “Javier Milei”.

Los chiquis Viale y Feinman, sin advertir que juegan con el mismo fuego en el que podría arder su empleador candidato, han estado “coincidiendo” plenamente con las hordas que interceptan políticos en bares y patean camionetas de funcionarios, más no de todos pues, como en todo plan de purificación moralista, prima el principio de selección. A tal punto se da la coincidencia, que no se sabe de quién es el huevo y de quién la gallina del lenguaje. Miniperiodistas magnates y hordas de diseño, hablan el mismo idioma, por así decir; y esperar alcanzar el mismo Paraíso: un país volando por el aire.

Hecha la primera etapa del trabajo sucio para incorporar un nuevo producto al star system de alienígenas ideológicos, Viviana Canosa, la princesa hardcore del fascismo televisivo, se relame para darnos el “material” que tanto esperamos: un informe sobre ¿quién otro que no sea Gastón Guerra? No importa, si como publicó Perfil, Guerra es uno de los integrantes de un grupito de escrachadores nómades que desde hace varias semanas salan a cazar políticos. 

Pero el informe fue censurado por América TV. ¿Está mal? ¿Fue una censura política? ¿Canosa representa una ideología o la mera bajeza formal? ¿En nombre de qué tipo de libertad se podría no intentar controlar su manera violenta de pronunciar cada letra que pronuncia? Adicta al desprecio y la intolerancia alambicados como materia prima de su espectáculo en el que se nos ofrece como un matón, ¿no la tienen demasiado… fácil? ¿No debería esforzarse un poco para describirnos sus impulsos salvajes con un mínimo de refinamiento? El mundo podría funcionar mejor sin su adicción a la ofensa.

CC         

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