El psicoanálisis en la subjetividad de la época
“Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de la época”. Es la advertencia que Jaques Lacan hace en 1953 a los psicoanalistas. Sin duda podría extenderse a tres profesiones que Freud consideraba imposibles –psicoanalizar, gobernar, educar–, dado que es imposible abarcar lo subjetivo en el todo de lo universal.
Leer en los síntomas –tanto singulares como sociales– implica una orientación que tenga en cuenta los cambios que las coordenadas de cada época imprimen a las tipologías con que esos síntomas se manifiestan. Cambios a veces muy veloces, como los que vienen produciendo los avances científico-técnicos, en la relación al saber, en los modos de hacer lazo social, en las configuraciones familiares, en la relación al propio cuerpo, en la asunción de la sexualidad, por nombrar algunos.
Desde que Freud descubriera el inconsciente e inventara el método psicoanalítico, se fueron estableciendo principios doctrinales que nos orientaban para abordar el síntoma y habilitar la palabra de un sujeto en relación a su inconsciente. El inconsciente como suposición de un saber en estado de “no sabido”, pero que puede extraerse a partir de los equívocos que emergen en los dichos, lapsus, actos fallidos, olvidos, sueños.
Hacia fines del siglo pasado, muchas de nuestras certezas se vieron conmovidas ante los cambios en ciertas modalidades de las demandas, vehículo de formas del malestar psíquico cada vez más heterogéneas, que empezaría a nombrarse como “nuevos síntomas”. ¿Nuevos respecto a qué? A ciertas presentaciones típicas que orientaban el diagnóstico a partir del cual se habilitaba la palabra en relación al inconsciente.
Hasta ahí la utilidad de los “tipos clínicos”, pues tanto el sentido como el enigma que habita en el núcleo de su síntoma, son absolutamente singulares para cada sujeto. No hay “sentido común”.
Durante ese período fecundo, que nos llamaba a repensar la clínica, contaba con la práctica en el hospital. Esa práctica tan diversa, veloz, que me brindaba una especie de termómetro para advertir las variaciones en lo que los pacientes presentaban, fue llevando mi interés a investigar una clínica de desborde de las categorías clásicas, de límites imprecisos. Momento que relanzó mi lectura de algunos textos en los que Freud trabajaba casos que presentaban dificultades en la aplicación del método analítico, nombrados por él como Neurosis actuales. Su alegoría de la ostra que construye la perla a partir de la envoltura que va formando alrededor del grano de arena incrustado en su cuerpo me pareció una preciosa herramienta para investigar las variaciones que cada época imprime a esa envoltura, muchas veces insuficiente o inexistente; entonces, el grano de arena erupciona, desborda.
Desbordes
Cada vez con mayor frecuencia, se nos consulta por relaciones “locas” con el propio cuerpo, fenómenos hipocondríacos, conductas compulsivas vinculados a la alimentación, inhibiciones profundas que imposibilitan el lazo social nombradas por algunos como problemas de auto-estima, consumo de sustancias en dosis que superan los límites fisiológicos tolerables, impulsiones y pasajes al acto violento en el ámbito familiar o laboral, melancolizaciones duraderas que deja al sujeto sin horizonte un vital… En fin, una lista en la que esas manifestaciones, además, se mixionan, atravesando las edades biológicas, las clases sociales, las identidades de género. Las presentaciones clásicas son menos frecuentes, casi excepcionales.
Muchas personas llegan a la consulta diciendo que han buscado en internet el significado de su padecer. Incluso creen haber encontrado un nombre: fobia social, TOC, bipolaridad, sueños hiperlúcidos, etcétera. Buscar vía internet una respuesta rápida al enigma inquietante del síntoma, el sueño o la pesadilla, implica un querer saber, pero mal orientado. Pues el desciframiento no responde a la identificación con el padecer de otros, mucho menos filtrada por un algoritmo que puede ir desplazando la búsqueda a sitios donde circulan sentidos francamente delirantes, fantasmas que agregan montos de angustia difíciles de revertir.
Por otro lado, pandemia mediante, han pululado en las redes ofertas de terapias varias, sin respaldo claro en cuanto a la formación de la que provienen. La Argentina, “el país del psicoanálisis”, tiene una tradición de formación no sólo por la obtención de un título habilitante y los suplementos de posgrados y maestrías ofertadas desde las universidades; no sólo por los dispositivos de residencias y concurrencias que imparten formación en servicios de Salud Mental desde el sector público. Tiene una tradición de formación continua en relación a Escuelas de psicoanálisis que controlan y garantizan la práctica de sus miembros.
Aun así, el tema de la garantía es problemático, ya que la garantía de la garantía no existe. En palabras de Lacan, no hay Otro del Otro. No obstante, esa formación continua permite a un analista proponer un abordaje a medida, que implicará, con cada sujeto, un modo particular de situarse en la transferencia y la táctica de la interpretación. Delicadas cuestiones que sólo pueden sostenerse en la política del deseo de cada analista, un deseo que lejos de renunciar, nos lleva unir nuestro horizonte, a la subjetividad de la época.
0