Olvidos y desmemorias
Percibimos cómo los avances de la tecnociencia vienen modificando nuestro modo cotidiano de vivir y, por ende, el uso que hacemos de nuestras “facultades mentales”, entre ellos la memoria.
En un libro publicado con otros colegas (hace ya casi un cuarto de siglo!!!), mencionábamos la reflexión premonitoria que Lacan hacía en su escrito de 1948 acerca del lugar al que sería confinado el sujeto por la aparición de “estas máquinas modernas de pensar”. Notaba que en nuestra modernidad estaba operándose un cambio cualitativo en el lazo social que define el trabajo productivo. La obsolescencia del discurso del amo por la expansión a escala mundial del capitalismo, iba siendo reemplazada por lo que llamó Discurso Universitario, que coloca al estudiante y al trabajador como objeto sometido al imperio del saber. Esa exigencia de saber más y más, que rechaza la incompletud, tiene como efecto que ciertos “errores” ya no se dejan pensar fácilmente como fallidos producto de la represión, es decir, como formaciones del inconsciente.
Lo ilustraba bien el testimonio de un piloto civil que, en ocasión de la evaluación anual para regularizar su habilitación, olvidó bajar el tren de aterrizaje. Sometido a los mensajes que el controlador (que sabía poco experimentado) dictaba desde las pantallas, este piloto pretendió garantizar la rutina leyendo los pasos de la cartilla que llevaba siempre consigo. “Por las dudas, vio?” Pero esta vez no pudo hacerlo por la escasez de luz de ese atardecer. Preso de ansiedad, omitió algo que supo en el momento en que la hélice comenzó a chocar con la pista. Curiosamente, en lugar de inhabilitarlo, el instituto lo envió a una entrevista psicológica, donde el error se transformó en un interrogante sobre la posición del sujeto: ofrecerse como garante de ese Otro maquinal, a costa de “su propio pellejo”.
Transcurrido medio siglo, la frecuencia de los olvidos que atraviesa casi todas las edades, son más renuentes a interrogarse como fallidos o expresiones del inconsciente. Es que los detalles que antes se guardaban en nuestra memoria hoy se delegan al celular o la web, al modo de una memoria externa en cuya certeza se confía casi ciegamente.
Paralelamente, la figura del docente en el aula viene perdiendo prestigio, y se encuentran muchas veces impotentes frente a adolescentes que resisten desprenderse de sus celulares y realizan con ellos actividades simultáneas en línea. Los contenidos impartidos no son escuchados o son registrados parcialmente por la conciencia. Además, llegada la hora de rendir cuentas en las evaluaciones, los docentes detectan que las respuestas responden a ciertos cliches vertidos por la inteligencia artificial. Son formas de un proceso que parece irreversible o al menos imposible de corregir apelando a la autoridad que era propia del discurso del amo.
Signo de este cambio de época, la consulta proviene de los docentes más jóvenes, divididos por la impotencia para situarse como autoridad o de padres que advierten en sus hijos una multiplicidad dispersa de saberes recogidos en la web, que no alcanzan a orientar un deseo particular que los habilite en el mundo laboral.
Estas tecnologías nos van acostumbrando a depender cada vez más de una “memoria externa”, y es probable que afecte el registro en la propia. Por ende, los “olvidos” serían cada vez menos referidos al inconsciente y más del orden de las desmemorias propias de un no registro.
El sujeto del psicoanálisis es el que se produce en el propio campo de la ciencia, que fracasa en su intento de reabsorber la verdad singular mediante una racionalidad basada en la exactitud, y válida para todos. Esta operación deja restos, y el psicoanálisis opera a partir de esa exclusión de lo subjetivo, alojando los síntomas que la misma va produciendo, para encontrar la dignidad de su singular saber hacer en el mundo.
LR/MT
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