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PSICOANÁLISIS

De la amistad en nuestros tiempos

“No hay amistad que sea necesaria, solo contingente", dice Bassols.

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El sujeto posmoderno padece cada vez más las enfermedades del lazo amoroso, amenazado por el temor a la desaparición del Otro.

En los análisis solemos escuchar la nostalgia por la pérdida aquellos vínculos de amistad que surgieron en la infancia o la adolescencia y la dificultad de nombrar como verdadera amistad a otros vínculos que surgen a propósito de roles que se asumen en la vida adulta. “Compañeros, pero no amigos”, suele decirse. Dichos que pueden acompañarse por una sensación existencial de soledad producto de la creencia en que ya nunca se podrá establecer un verdadero lazo de amistad. Están también quienes traen los recuerdos de las dificultades que tuvieron en tiempos de escolaridad para ser incluido en el grupo deseado, o las pérdidas y traiciones de aquellos que consideraban “mi mejor amigx”.

“La verdadera amistad es extraña, menos frecuente de lo creemos y más azarosa de lo que pensamos”, afirma Miquel Bassols, psicoanalista catalán. “Cuando se produce, llevará para siempre la marca de un encuentro imprevisto. Pero una amistad también puede terminar por un desencuentro que nos parecerá después tan previsible como inevitable. (…) Es el encuentro de dos fantasmas que no se saben uno al otro… inconscientes para cada uno. El amor, como la amistad, es suponer en el otro un saber sobre mi propio ser, sobre mi propia manera de gozar la vida… dos saberes inconscientes que se encuentran por azar y sin saberlo”. 

Bassols considera que, aunque a ese flechazo frecuentemente se lo considere obra del destino, “no hay amistad que sea necesaria, solo contingente, y es solo manteniéndose atenta a las contingencias de cada momento como podrá sostenerse y atravesar el tiempo”. 

Parto de estas consideraciones para abordar este modo de lazo que no siempre y no todos cultivan en estos tiempos. 

Encuentro contingente, pero ¿no necesario?

Dos términos de la lógica nodal aristotélica que Lacan extrae y rediseña junto a lo imposible y lo posible. Dicho sea de paso, Aristóteles consideraba tres tipos de amistad: por gusto, relativa a los placeres propios de una edad, por interés –banalización de la amistad–, y por virtud, esa que busca el bien del otro, más allá del narcisismo, de la reciprocidad y del imperativo “de amar al otro como a mí mismo”. 

Sin ahondar demasiado en temas espesos, digamos que: necesario es aquello que no puede ser de otro modo, mientras que lo contingente es un puede ser, aunque todavía no sea, o tal vez no sea nunca, pero como potencia abierta se entrelaza con lo posible. 

Para el psicoanálisis, estas modalidades se asientan sobre el fondo de un imposible, de un No hay relación o proporción entre dos que no sea mediada o suplida por el fantasma de cada uno. Sobre esta base se establecen las condiciones inconscientes de amor, bien ilustradas por el término “flechazo”, que suele dar a ese encuentro contingente, un tinte cuasi divino.

De ahí que muchos sujetos con dificultades en los lazos, por no contar con el auxilio fantasmático, vivan esa verdad -la imposibilidad estructural de relación o proporción- como una impotencia dolorosa que cargan sobre sí, comparándose con la facilidad que tienen otros para establecer lazos perdurables de amistad, hecho que toman como una verdad universal, una normalidad de la que se sienten excluidos. 

Pero más allá del recurso fantasmático con el que se pretenda establecer la relación, está el síntoma de cada uno. Y el síntoma, en tanto anudamiento que sostiene la realidad psíquica, es del orden de lo necesario. 

Permitámonos entonces poner en cuestión esta afirmación de lo necesario-no necesario en el lazo de amistad siguiendo la orientación desde el síntoma. 

Aristóteles planteaba que lo necesario es aquello cuyo valor de verdad no cambia con el tiempo. Y es verdad que no hay sujeto sin síntoma. Pero esta vertiente universal y necesaria del síntoma, sólo se vive como destino de padecimiento si se piensa lo necesario solamente como atemporal o desde una idea del tiempo como presente continuo con la que se mide lo posible y lo imposible. Eso condena al sujeto a la impotencia. 

Cuantas veces nos consultan personas que se auto-diagnostican como fobia social porque no logran hacer amigos y viven su aislamiento solitario con una angustia que temen sea irreparable, porque si viene siendo así, será así para siempre.

El recorrido de un análisis implica un tiempo, que cambia la relación del sujeto a lo necesario y permite una apertura a la contingencia. Entonces, es posible que algo cese de ser imposible. Ese algo bien puede ser la amistad como partener sintomático. 

“Lo más necesario en mi vida son mis amigos”, expresa joven a quien cierto entorno cuestiona por el tiempo que dedica en su vida a cultivar esos vínculos, en desmedro de su rendimiento laboral. Luego de ciertas vueltas en análisis, se puede ubicar ahí el nudo que sostiene al sujeto en su relación con la realidad. Fuera de todo prejuicio, corresponderá no desestabilizar el arreglo logrado y emprender un rodeo que quizás permita ubicar algún fiel en la balanza. 

La ética analítica sabrá ponderar lo que debe respetarse y lo que puede cambiar. 

Por la vía de la contingencia, la amistad puede devenir necesaria, cobrando la dignidad del síntoma singular. 

En nuestro tiempo

Tomando otra perspectiva, estamos bajo el imperativo de discursos provenientes del campo político, que favorecen deslizar la figura del adversario hacia una lógica de amigo/enemigo. 

En el seno de algunas familia y grupo de amigos, aparecen momentos donde esa tensión irrumpe, llegando a amenazar la continuidad de los lazos. 

“Aunque sea evidente señalarlo, nunca se debe confundir un ”conflicto interno“ con la lógica Amigo-Enemigo” –propone Jorge Alemán refiriéndose a las tensiones que aparecían hace un tiempo en el interior de una fuerza política. Reconoce que “la figura del adversario nunca absorbe del todo al enemigo. La sublimación siempre es fallida y en el núcleo del adversario late el corazón del enemigo”.

Aprovecho su mención al “conflicto interno” para proponer la diferencia entre lo que deviene de las pulsiones intrapsíquicas y lo que se juega en lo interpersonal. Si la sublimación es en parte siempre fallida, la solución del silencio, el “de eso no se habla” no resulta un mejor remedio. Es que, en estas ocasiones, se pone en juego la amenaza de ruptura de aquella suposición de saber que cada uno ha otorgado al otro acerca del propio modo de gozar la vida.

La amistad se sostiene en el tiempo, si logra trascender la ilusión de comunión. No hay común-unión posible con el Otro, hay siempre una hiancia y una distancia necesaria. También allí, la posibilidad de tramitar esas tensiones, dependerán de cuan advertido esté cada uno del imposible de fondo que funda todo lazo.

LR

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