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SOY GORDA (ESEGÉ)

Separaciones, ausencias y exilios

Dana Basso, Cecile Caillon y Mariana Smibiansky, "Ni rotas, ni descosidas".

Laura Haimovichi

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Tres mujeres que alguna vez se separaron se reencuentran para darle tiempo y espacio a un proyecto común que consiste en cantar boleros, en el club del pueblo bonaerense del que son oriundas. Tienen 60 años, experiencias de vida muy diferentes y un afecto común, que las convoca. Hay heridas abiertas entre ellas, pero no están rotas, algo de lo común se ha deshilvanado, aunque no están descosidas.

Ese rescate de antiguos deseos llega en el momento del retiro de las mujeres del sistema productivo, junto con o luego del duelo por el nido vacío, o cuando le decís no va más a una pareja con la que fueron más los momentos de sufrir que los de gozar. Es una nueva ventana que se abre y aparecen cosas inesperadas. Podés abrazar un sueño que quedó pendiente o uno recién descubierto, las ganas crecen, te llenás de vitalidad y el disfrute se abre como un abanico policromático y con bordados y puntillas.

Son los temas en los que te deja pensando Ni rotas, ni descosidas, la obra que dirige Gaby Goldberg en el Teatro Moscú y en la que comparten escenario mi querida Mariana Smibiansky, como Mara, Dana Basso, autora además, como Dalila, y Cecile Caillon, en el papel de Ro. Mujeres de armas tomar, con la energía y los temores que presupone exhibirse en público, reformulan el repertorio del juvenil Trío D´Amor, de sus veintitantos años y se lanzan a una experiencia vertiginosa con sus carteras llenas de cosméticos, dolores, alegrías y experiencias.

Se trata de un drama cómico musical que surgió en un taller de dramaturgia que Basso hizo con Javier Daulte, y cuenta la juntada de estas mujeres para salvar la radio de su pueblo natal y para desplegar entre pares su noción de autonomía y libertad. En un momento en que la generación plateada está cambiando para emerger socialmente, rompen falsos límites, tomando conciencia de las posibilidades. La obra, de una sonoridad exquisita, es un homenaje a la amistad y a la tribu femenina. “...desde el sueño exhalo el silencio/ hace cosquillas la lengua anticipándose al sabor/ y ella porta un manjar para el espíritu/ un tercer aliento/ los pies como golpes de suerte desgranando el apetito”, escribe la poeta y psicoanalista Karina Lerman. En conversación con ella, su colega, Lala Atschuler, reflexiona sobre Perlas, el poemario al que pertenece el fragmento. Señala que al ponerse en marcha ese tramo de tejido febril “sacude lo anestesiado”, pone al receptor en estado de alerta.  

Perlas, escrito mientras la tinta se deshacía en el confinamiento por la pandemia, es un oratorio, una plegaria prolongada, de una respiración por momentos entrecortada, que sostiene cierto vaivén desde la lengua: una intimidad, ciertos silencios o pausas que entrelazan un adentro y un afuera entre los cuerpos. “Entre la voz y el silencio hay un affaire con la lengua ancestral, el idish, que se fue construyendo en mí desde un placer arriesgado; que la lengua aparezca, se expanda y tenga presencia pese a la violencia alrededor de ella, las metamorfosis, los desplazamientos forzados que se vitalizan en una especie de erótica de la dispersión y del cuerpo”, que apuesta su fe en el lazo social que es el acto de la lectura, más allá de todo límite.

El teatro y la poesía como ofrendas de alteridad del otro, donde el “somos desiertos, pero desiertos poblados de tribus”, de Gilles Deleuze, cobra pleno sentido.

 

Eduardo, un poeta de Avellaneda, quiere recordar a Elvira, su amiga bibliotecaria a la que vio por última vez en el verano de 1978. En su memoria habitan seres que ya no están, pero son presencias porque aún duele su forzada ausencia. Para ponerla en palabras, el bardo del conurbano necesita tomar la biblioteca popular de su barrio. Allí dirá y escribirá el nombre de esa mujer que fue secuestrada y permanece desaparecida para reponer de algún modo lo que le falta a la tribu. Para salir de la soledad del desierto. En ese dolor que lo ahoga, cuenta con la compañía de dos personas más jóvenes, Rita y Tito, que lo ayudan a traer a Elvira al presente. Eso cuenta la obra Memoria de un poeta, que dirige Paula Marrón y estrenó en el Teatro del Pueblo hace un par de semanas. Como ocurre con los familiares que seguirán buscando a sus bebés cautivos durante la dictadura, pese a que Milei y el resto del gobierno protege a los diputados que visitaron a los genocidas en la cárcel y dispuso el vaciamiento de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, el organismo que se encarga de localizar a esos niños robados durante el terrorismo de Estado.

La evocación del territorio de origen, el elogio de la lengua materna, el sueño y la frustración de encontrar una tierra prometida o un paraíso en la tierra. De eso tratan los textos heteróclitos que el escritor entrerriano, radicado en Jerusalén, Leo Senkman, presentó días atrás. Se trata de la compilación Ires y venires, donde Luisa Futoransky, Angelina Muñiz-Huberman, Nora Strejilevich, Alicia Dujovne Ortiz, Juan Gelman, David e Ismael Viñas y Alberto Szpunberg, entre otros escritores, cuentan sus experiencias diaspóricas, de migritud, el sentirse fuera de lugar con marcas indelebles de dislocación, al haber tenido que moverse de sus lugares de origen.

Son textos -poemas, narraciones, ensayos, cartas- publicados en la revista Noaj entre 1987 y 2011, escritos desde el exilio forzoso o elegido, entre dos mundos, de gente que se fue para no volver y otros que sí decidieron y concretaron el regreso.

Estamos, como dice el escritor y psicoanalista Arnoldo Liberman, en la era de las migraciones y de la vulnerabilidad física y psíquica. Ser judío es ser en el exilio, había dicho el filósofo alemán Franz Rosenzweig, siempre arrancados del propio mundo y depositados en otro.

Judíos, exiliados de los siglos de la Historia con mayúsculas, sin atadura, con lo que eso conlleva de dolor y libertad, periodistas, narradores y poetas que andan con la memoria de la falta, aunque no se sepa exactamente qué es esa falta. En procura de rellenar agujeros, leer el libro que no se tiene, descargar la irritación y la tristeza por el desorden del mundo, o por miedo a quedar solos con la melancolía, pese a los esfuerzos denodados que hace el mercado de la nostalgia por intentar compensar los vacíos.

LH/MF

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