Si nos salvamos de un atentado será por irrelevantes
Allí fue el gobierno nacional, con sus mínimos planisferios bajo las axilas, la brújula desmagnetizada, el Manual Multilingüe de los Grandes Ultrajes (siempre hay alguien a quien maltratar, sin olvidar las serenatas para la tierra de uno), rumbo al mar y a las arenas del Oriente Próximo, con el propósito inmobiliario de mudar la sede de la embajada argentina en Israel de Tel Aviv a Jerusalén. En lugar de oro, mirra e incienso, llevó la ofrenda de sumarse religiosamente al grupo conformado por Estados Unidos, Guatemala, Papua Nueva Guinea, Honduras (Rishon LeZion, ciudad del Distrito Central) y Malawi (en el mismo barrio).
Parece que uno que sabe le contó a otro, que le pasó el dato al gobierno que, si hay nuevo emplazamiento diplomático, entra en funcionamiento el poderoso lobby judío norteamericano en favor de Argentina, como quien da cuerda a un reloj. Es conocida desde antaño la clemencia con sus deudores de –por ejemplo– Paul Singer (Elliott Investment Management), Larry Fink (Black Rock), y Stephen Schwarzman (Blackstone Group). Como todos recordamos, Paul Singer –en el año 2014– fue Cinta Azul de la Popularidad en Argentina por su juego limpio y empatía.
Montado en el último rocín de la Armada, un escudero cuida de que las latas que arrastra el raído caballo no se enganchen con los cardos de la cuneta. Diría Raúl González Tuñón: “Prosigamos, si Dios quiere, nuestro camino sin Dios, que siempre se dice adiós y una sola vez se muere”.
¿Habrán leído nuestros argonautas aborígenes el trabajo publicado en Haaretz del día del Año Nuevo Judío de septiembre de 1973, apenas antes de que se desencadenara la guerra del Kipur? ¿A Robert Malley, Hussein Hagga, o Charles Enderlin sobre el fracaso del proceso de paz del Oriente Próximo? ¿El reciente y estremecedor artículo sobre la guerra contra Hamas de David Grossman en el Financial Times? “Difícil que al chancho le salgan plumas”. De allí los exiguos planisferios. Empero, alentado por deidades mitológicas, astrológicas, zoológicas e ilógicas, el gobierno sigue adelante. The beat goes on –“Y sigue la música”–, como la canción de Sonny and Cher. Si esta vez nos salvamos del tercer atentado, no será por importantes sino por irrelevantes.
El grupo Hamas, en guerra por tiempo indeterminado con Israel (entre otras cosas, como ha escrito Grossman, porque la coalición al comando “está dispuesta a poner a Israel en peligro existencial para mantener a Netanyahu fuera de prisión”), tomó nota. Mudar la capital es “una violación de los derechos del pueblo palestino a su tierra, y una vulneración de las normas del derecho internacional”. Exhortó al gobierno argentino “a que revierta una decisión injusta y equivocada que coloca a Argentina como socio del ocupante sionista”. El Departamento de Legales de Gaza tiene un punto: la posición histórica de Argentina en la materia ha sido favorecer una solución de dos Estados conviviendo pacíficamente, en forma respetuosa, reconociendo las fronteras de 1967 y el estatus especial de Jerusalén de acuerdo con sucesivas resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Por colmo, la visita (que carga con una lesión previa en la espina ilíaca) se da en medio de la mencionada guerra con Hamas y una fenomenal crisis de política interior en el país anfitrión, que piensa que las Malvinas no son argentinas. Netanyahu, ante el jefe de nuestra representación, no le ahorró decir: “Sabemos que el mayor desafío para la paz en nuestra región, pero también en la suya, es Irán”. Nuestro compatriota lo miraba desorbitado, como si no lo entendiera, o lo entendiera demasiado. Si el sentido de la oportunidad es remunerativo, el gobierno terminará pidiendo limosna en las escalinatas de la Catedral Metropolitana de calle San Martín.
De regreso en la Patria, lo espera un Congreso ansioso por retribuirle gentilezas como declarar que prescindirá de él durante 2024, por empobrecedor y acaudalado. Al parecer, la ley que instituye la legación de la República Argentina en el Estado de Israel, la N° 14.025, fija la sede en Tel Aviv, por lo que tal vez deba reformarla para perfeccionar la operación de bienes raíces. ¿Quedará para el 2025?
Terminada la faena en Israel, el cortejo puso proa a la Santa Sede, donde lo esperaban refuerzos estatales y privados. Tal vez alguien sepa que el sucesor de Pedro piensa viajar este año a Papua Nueva Guinea –uno de los países que tienen embajada en Jerusalén–, lo que sería un buen tema para romper el hielo. Al menos, mucho mejor que hablar de los conflictos bélicos.
El Santo Padre le confió recientemente al corresponsal vaticano de La Stampa, Domenico Agasso, que era partidario de la solución de dos Estados. “Hasta que no se aplique ese acuerdo (se refiere al de Oslo), la paz verdadera seguirá estando lejos”. Diariamente hace una videollamada a una parroquia de Gaza y habla con el cardenal Pierbattista Pizzaballa (quien se ofreció como prenda, a cambio de niños que Hamas mantiene de rehenes), invita a rezar por la paz, señala el diálogo como único camino y pide “detener inmediatamente las bombas y los misiles, y poner fin a las actitudes hostiles”. “Estamos al borde del abismo”. La batalladora delegación compatriota, ¿compartirá esta mirada del mundo? ¿Deberá consultar si la comparte o no?
El lunes 12 por la mañana tendrá lugar, si Dios quiere (¿cómo no habría de querer en El Vaticano?), la audiencia con el papa Francisco; un almuerzo con el presidente de Italia, Sergio Mattarella en el Palacio del Quirinal, y luego una audiencia con la primera ministra, Giorgia Meloni, en Palacio Chigi, algo que el celoso protocolo vaticano detesta. Si se va a San Pedro no se visita el Estado italiano, y viceversa. Si tiene tiempo, el grupo caminará por la plaza de Campo de' Fiori, enfundado en sus camperas negras cilíndricas polilobuladas.
Y luego volverá a nuestra Patria, donde lo esperan problemas más a su hechura que el conflicto de Oriente Próximo, la influencia de Irán o la Declaración Fiducia Supplicans, que tanto dio que hablar en el clero africano, pues “para ellos la homosexualidad es algo ‘malo’ desde el punto de vista cultural” (declaró Francisco). Lo espera, por ejemplo, cosechar su siembra de ausencia.
RB /DTC
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