“La ballena franca es embajadora del ecosistema marino y nuestra misión es cuidar el océano”
A 500 kilómetros al este de Pensínsula Valdés, ya en aguas internacionales, Carina Marón atesora en pequeños recipientes muestras de lo que cree estar segura de haber obtenido: milimétricos seres denominados copépodos y krill. La bióloga, oriunda de Cordoba, utilizó una red especialmente diseñada en 330 micrones que simula la barba de una ballena franca, utilizada por el mamífero marino para capturar su alimento, esos pequeños invertebrados y placton.
Marón se encuentra a bordo del velero Witness, de Greenpeace, en una de las zonas donde la ballena franca y otras especies vienen a alimentarse y que coincide con las áreas donde la industria petrolera busca expandirse en busca de gas y petróleo debajo del mar. Este es un primer viaje de la organización ambientalista y el Instituto de Conservación de Ballenas (ICB) para reconocer las zonas de alimentación y tránsito de la fauna marina.
-¿Cómo empezó a trabajar con las ballenas?
-Cuando era chica salíamos con mi familia a recorrer la naturaleza. En la primaria, Ciencias Naturales era mi materia favorita porque me permitía preguntar y preguntar, ir de los temas más generales a los más específicos, alimentando mi curiosidad. Y cuando estaba en el secundario, hicimos un viaje de estudio a Península Valdés y vi una ballena por primera vez. No podía creer verlas tan de cerca, su tamaño y lo delicado que era el contacto entre la madre y la cría, la manera en que la madre apoyaba la aleta pectoral sobre la cabeza del ballenato. Fue muy bonito. Cuando volví a mi casa dije: “Yo quiero estudiar ballenas. Ya está”.
Luego de estudiar Ciencias Biológicas y profesorado en Ciencias Biológicas en la Universidad Nacional de Córdoba, se doctoró en la misma especialidad en la Universidad de Utah, Estados Unidos. Marón participa en la fotoidentificación de las ballenas francas australes en Península Valdés, Chubut, donde el ICB ya ha registrado más de 4.100 individuos desde la década de 1970. Marón investiga a su favorita, la ballena franca, y cómo su alimentación influye en su estado nutricional y en su éxito reproductivo.
-Desde hace unos 15 años realizan monitoreos sobre cómo las gaviotas cocineras pican a las ballenas. ¿Qué resultados han obtenido?
-En Península Valdés, las gaviotas cocineras, que son una especie nativa, pican sacando piel y grasa de las ballenas vivas. Estudios previos han demostrado que eso les causa dolor a las ballenas, uno ve que se arquean, les cambia el comportamiento, les aumentan los niveles de hormonas de estrés. También hay un estudio reciente que hemos dirigido con mi colega Mariano Sironi que realizó la bióloga María Piotto, que muestra que los ataques afectan la mortalidad de las crías. No todas las crías muertas tienen lesiones de gaviotas pero tenemos evidencia de que las estimaciones de mortalidad pueden aumentar en años donde hay mayor cantidad de ataques a las crías.
-¿Por qué las gaviotas cocineras atacan a las ballenas?
-Algunas aves marinas pueden aprovechar la piel muerta que una ballena va desprendiendo porque como otros mamíferos, como nosotros, mudan la piel continuamente. Creemos que en la década del ´70 algunas gaviotas cocineras pueden haber aprendido que si picoteaban directamente la piel de las ballenas vivas cuando éstas salían a respirar o estaban descansando también podían alimentarse. La gaviota nace sin saber este comportamiento, pero lo aprende, lo imita de otras gaviotas. Este monitoreo es muy importante porque permite estudiar y saber qué está pasando en esta interacción entre gaviotas y ballenas. Hay años de alta mortalidad de crías de ballenas francas, y el ataque de las gaviotas es una de las hipótesis o causas potenciales de muerte de al menos algunas crías de la población.
-¿Cómo afecta a las ballenas esta forma de comer de las gaviotas?
-Hay cambios de comportamiento. La gaviota persigue a la ballena y eso ya genera un estrés y si las ballenas están descansando, empiezan a nadar más rápido, para evitar ser atacadas. En otros casos, se interrumpe el juego. Las crías juegan como parte de su crecimiento, para desarrollar por ejemplo habilidades motoras. En Península Valdés están en un área protegida, en un área costera, donde las aguas son poco profundas. Luego, migran con sus madres a mar abierto, nadando en zonas mucho más desafiantes. Si las gaviotas interrumpen ese juego, también están interrumpiendo un poco el crecimiento y el desarrollo de la cría. Por otro lado, si estaban descansando y tienen que alejarse de los ataques, aumenta el gasto de energía de la madre y la cría.
-¿Los humanos deberían intervenir para modificar esta situación?
-La gaviota cocinera es una especie nativa y la ballena franca también. Aquí no se trata de una especie invasora que afecta a las especies nativas. Es algo natural. El gobierno de la provincia de Chubut implementó un control sanitario para intentar reducir el número de gaviotas en algunas de las zonas puntuales, como en Golfo Nuevo, pero el ICB no ha participado en esa medida de control. Sí nos parece muy importante nuestro monitoreo. Cuando empezaron a atacar, las gaviotas atacaban a los adultos, sean machos o hembras. Después se enfocaron más en las madres, luego en las crías. Nuestro rol es seguir monitoreando para generar información científica sobre esta interacción.
Una interacción problemática
“Las ballenas también están reaccionando a las gaviotas. Antes, las madres se quedaban en superficie, dejando sus lomos expuestos, y tan quietas que parecían rocas secas. Así se las veía en los años ‘70 y ‘80, cuando ya hacíamos la fotoidentificación. Estaban dormitando, tomándose una siestita, mientras el ballenato jugaba o daba vueltas a su alrededor. Ese comportamiento desapareció, las madres aprendieron a defenderse y ahora descansan en la postura que se llama ”galeón“, dejan sólo la cabeza, la cola o la aleta caudal afuera del agua y toda su espalda está debajo del agua. Entonces las gaviotas cambiaron su blanco preferido, de la madre a la cría”.
-Para este registro de ballenas francas que comenzó en los ‘70. ¿Cómo se las identifica?
-Las ballenas tienen en la cabeza callos o parches de piel engrosada como los que podemos tener nosotros en nuestras manos o pies. La diferencia es que a ellas no se les marcan por el uso o desgaste de la piel sino que nacen ya con ellos. Se ubican en zonas del rostro muy parecidas a las áreas donde nosotros tenemos vello, como las cejas, la barbilla. La piel de la ballena es oscura, pero los callos se ven blanquecinos porque sobre ellos hay unos crustáceos que se llaman ciámidos, los piojos de la ballena, parásitos que se comen su piel. El tamaño o la forma de cada callosidad es única para cada ballena. Es como si fueran una huella dactilar que no cambia con el tiempo. Así podemos identificarlas.
-¿Cómo analizan las callosidades?
-Nosotros trabajamos con fotos aéreas. Eso también es maravilloso porque es una técnica cero invasiva. Todos los años, volamos bordeando la península, sacamos fotos aéreas y después con esas fotos usamos un software para compararlas con las fotos de nuestro catálogo y ver de qué ballenas se trata o si hay nuevas. Como si fuera un álbum, cada vez que las encontramos, le agregamos una foto más e información a la historia de esa ballena.
-Es como una especie de “registro civil” de ballenas francas. ¿Qué les ha permitido conocer?
-El relevamiento nos permite conocer cuándo adquieren la madurez sexual, cuándo tienen cría, cuántos nacimiento hubo en la temporada, cómo es la mortalidad. Es más que un “un registro civil”, como el que tenemos de las personas. Cada una de las ballenas que identificamos tiene un número identificatorio, tiene una historia, tiene fotos asociadas, ya que hacemos fotoidentificación, una técnica que me enseñó Victoria Rowntree, que hace la fotoidentificación desde la década del ‘70.
-¿Qué contaban esas primera fotos de hace 50 años?
-Se descubrió que las hembras venían a Península Valdés en promedio cada tres años para tener cría, es decir que tienen cría cada tres años; y que maduran sexualmente a los nueve años de edad, promedio. Más tarde, en años fuertes del fenómeno de El Niño, cuando hay poca abundancia de krill, descubrimos que algunas ballenas, en vez de tener cría cada tres años, tenían casi cinco. Todo eso, lo supimos con el análisis de fotos.
-Pareciera que queda mucho por conocer de las ballenas…
-Exactamente, es un estudio muy a largo plazo y por eso también la necesidad de apoyo económico. El análisis de las fotos lleva muchísimo tiempo, pero la información es muy valiosa. Hace unos años, empezamos a tomar las fotos con dron, que permite ver mucho más en detalle el cuerpo de las ballenas, y nos llamó la atención la presencia de heridas de origen antrópico, probablemente causadas por sogas de los barcos o por colisiones con algún objeto en el cuerpo de las ballenas. Entonces, empezamos a analizar las fotos por década desde los ´70 hasta la actualidad, y evidentemente han aumentado las heridas de este tipo.
-¿Por qué le interesó tanto el tema de la alimentación de las ballenas francas?
-Para ser sumamente sincera, me atraen todos los temas de ballenas. No podía creer cómo un animal tan grande que alcanza los 15 metros de longitud comía algo tan pequeño, invertebrados que entran en un frasco y son microscópicos.
-¿Cómo logran acumular tanta grasa para estar meses sin comer y poder dar leche a la cría?
-Porque se alimentan de una gran cantidad de invertebrados que están repletos de lípidos o grasa. Estos invertebrados forman agrupaciones de gran tamaño que representa un banquete para las ballenas. En los sitios de alimentación, los adultos, y en especial las madres, acumulan debajo de su piel una extensa capa de grasa lo cual les permite migrar hacia sus sitios de cría y pasar meses sin alimentarse o alimentádose muy poco. Las hembras prácticamente producen leche para su ballenato a partir de la grasa acumulada.
-¿Qué espera de este viaje a la zona de alimentación que se ubica cerca del Talud continental?
-Las expectativas que yo tenía ya han sido superadas. Primero, por lograr hacer un viaje tan costoso y díficil de organizar hacia la áreas de alimentación. También es importante que distintas organizaciones ambientalistas se conozcan y trabajen en conjunto para el bienestar del ecosistema. La ballena franca es embajadora del ecosistema marino y nuestra misión es cuidar el océano. Es representante de todo el entramado y la complejidad del ecosistema marino del que forma parte. La ballena es como la superficie del iceberg de ese entramado, y los cambios que vemos en su población también pueden reflejar cambios en el ecosistema que representa.
-¿Teme que estén en peligro o puedan afectarse las zonas en las que ellas y otros miembros de ese ecosistema van a alimentarse?
-Sí. Las zonas de alimentación son sobre todo en la zona de la plataforma continental del Mar Argentino, son zonas muy ricas porque se combinan corrientes de agua fría con corrientes cálidas, que provocan una combinación muy rica de nutrientes de la que también se alimentan otros mamíferos, aves, peces. Si toda esa diversidad impresionante se ve amenazada, especialmente por causas antrópicas, nos preocupa y nos activa a buscar alternativas para cuidar el ecosistema marino.
ED
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