“La industria petrolera, incluso funcionando en sus mejores condiciones, tiene un alto impacto en el mar”
Mariano Sironi es un cordobés que se enamoró del mar. Cuando tenía seis años, el actual director científico del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB) lo vio por primera vez, cuando su familia lo llevó a acampar al Parque Nacional Santa Teresa, en las costas de Uruguay, cerca del límite con Brasil. Lo recuerda como si fuera hoy y en este momento, a bordo del velero Witness, de Greenpeace, rumbo a la milla 201 para adentrarse en aguas internacionales, cree tener una explicación: “Nací y me crié lejos del mar y me gusta lo que no tengo, quiero lo que no tengo”, dice y se ríe. Tal vez por eso también le fascinan las ballenas. Pero Sironi asegura que su amor por las “ingenieras del océano” tiene muchos otros motivos, que explica en esta entrevista con elDiarioAR.
El velero se dirige ahora a áreas muy poco exploradas pero llenas de vida, donde Sironi afirma que la industria petrolera tendrá impacto muy pronto. La exploración sísmica comenzaría en los próximos meses, como anunció el Gobierno.
-¿Cómo se gestó este viaje entre Greenpeace y el Instituto de Conservación de Ballenas?
-Hace tiempo que cooperamos en distintas campañas y acciones que tienen que ver con la conservación del mar Argentino. Este viaje en cooperación fue por invitación de Greenpeace y para nosotros fue una gran oportunidad y por eso estoy muy agradecido.
-Escribió un artículo y dio una charla TED sobre “la ballenidad”. ¿Podría contar qué es la ballenidad?
-En mi doctorado estudié básicamente el comportamiento de las ballenas adolescentes. Estudié esa etapa de la vida de las ballenas, describiendo cómo es ese proceso, qué diferencias hay entre machos y hembras. Pasé muchas horas observando el comportamiento de las ballenas y me fui dando cuenta de que algunos individuos son más sociales que otros. Veía ballenas a las que podía identificar individualmente y solían estar juntas con otras ballenas. También veía ballenas que, al contrario, se alejaban cuando otras ballenas se les acercaban, y eran más bien solitarias. Algunas pasaban más tiempo cerca de la costa y otras más lejos. En definitiva, lo que veía eran diferencias individuales en el comportamiento, cosa que, por supuesto, se ha descrito en muchas otras especies, como los primates. Las ballenas tienen, igual que nosotros, distintas personalidades, pero no son personas. Entonces, si nosotros tenemos personalidades porque somos personas… pensé que las ballenas tendrán ballenidades.
Cuando vemos un gran grupo de ballenas, no consideramos que todos los animales son iguales o que son números y nada más. Nosotros catalogamos a las ballenas y tenemos a los individuos identificados con un número, sí. Pero si un individuo se pierde de la población porque muere, por ejemplo, en una colisión con un barco, entonces la población no solamente pierde un animal de número tal, sino que pierde un individuo con una historia propia, con una ballenidad propia que lo hace diferente de los demás. Y entonces de esa manera la población se empobrece, pierde diversidad, no solamente la diversidad genética sino que además pierde en la ballenidad, esa riqueza que hace que cada ballena sea especial y única.
El ruido es energía y si esa energía tiene niveles suficientemente altos puede dañar a un ser vivo.
“Lo que hacemos en el ICB es una gotita en el mar, pero esa gotita sirve para algo y me siento comprometido a seguir haciéndolo mientras pueda. Y para seguir haciéndolo, necesitamos ayuda y el compromiso sincero de más personas por el ambiente en el que cada una vive”, afirmó Sironi.
Para ayudar a la conservación, el ICB tiene el Programa de Adopción Ballena Franca Austral, a través del cual las personas pueden elegir a una ballena y adoptarla, como los casos de ballenas con historias conocidas por los investigadores, como Mochita, Hueso y Nube.
-Sus colegas biólogos cuentan que tiene las mejores anécdotas de ballenas. ¿Podría contarnos una de sus favoritas?
-Las que más me han impactado tienen que ver con lo que hablábamos recién, con reencontrarme con animales que conozco o que conocía de hacía un tiempo. Por ejemplo, estar caminando en el acantilado, mirar al mar y de golpe darme cuenta de que la ballena que estoy viendo no es una ballena cualquiera, sino una ballena que a lo mejor conozco desde que nació.
A una ballena franca la nombré Hueso porque en la espalda tiene una mancha blanca en forma de hueso. Tenía unos pocos días cuando la conocí, nació en 1999, en el Golfo San José -al norte de Península Valdés, Chubut-. La vi como cría y la volví a ver al año siguiente, cuando su madre la trajo de nuevo a la península para destetar, en el año 2000. Hueso era muy juguetona cuando era bebé, jugaba mucho alrededor de la madre. Siempre estaba por encima de ella y le saltaba encima, se le subía a la cara, algo que muchas crías hacen por alguna razón, como tapar con las aletas el espiráculo de la madre, a lo mejor para llamar su atención, o para despertarla y jugar con ella. Hueso hacía mucho eso cuando era bebé. En 2006, cuando Hueso tenía siete años, yo estaba en el acantilado, en el Golfo Nuevo -otra zona del norte de Península Valdés-, haciendo monitoreos. Estaba observando a una ballena para registrar la frecuencia de los ataques de gaviotas y cerca de esa ballena había una madre con una cría muy activa, que se movía y saltaba detrás de la que yo estaba observando. “Qué energía tiene esa ballenita”, dije. Y bueno, me llamó la atención y me puse a mirarla. Pegué un grito de alegría cuando me di cuenta de que la madre de ese bebé era Hueso, que había vuelto a la Península ya como hembra adulta, con su primera cría. Esos momentos me llenan de emoción.
-¿Entonces esas características de la ballenidad se heredan?
-Es probable que se herede esa ballenidad. Esa primera cría de Hueso, que sabemos que era la primera por su edad, era como ella. Fue como si hubiera visto una amiga que hacía años que no veía. En cierta forma, siento una especie de amistad. A Hueso la vi por última vez en 2019. Fue antes de la pandemia, desde la estación de investigación en la que trabajamos en el Golfo San José. Hueso tenía entonces 20 años y otra cría. La volví a ver frente a la playa en la que la vi cuando ella era una cría 20 años atrás. Entonces eso es lo que me conecta más profundamente con las ballenas. Y hay algo más que me gusta también en esa relación que uno crea con estos animales salvajes, esa cosa de misterio y sorpresa.
Hoy, no sé dónde está Hueso. Puede estar a 2.000 kilómetros de donde estamos en este momento, o a lo mejor está muy cerca de aquí y no lo sé. También me gusta que en cierta forma ellas ni saben que yo existo. A veces digo que el amor puede ser unidireccional, uno ama a otro ser y ese ser ni sabe que vos existís. Y eso a mí me gusta mucho, al contrario de otras personas que por ahí les gusta pensar que una ballena se acerca al bote porque uno está ahí y ellas vienen a saludarlo. A mí me gusta todo lo contrario, me gusta no influir, no impactar en la vida de esos animales, sino verlos en su mundo natural como son.
-¿Cómo se los estudia sin impactar en sus vidas?
-Eso para nosotros en el Instituto de Conservación de Ballenas es muy importante: hacemos estudios con técnicas benignas que no tengan un impacto negativo en el bienestar de los animales. Muchos de los estudios de comportamiento los hacemos desde la costa observando con telescopios. Por suerte, Península Valdés es un sitio ideal para estudiar ballenas francas porque las ballenas se acercan muchísimo a la costa y porque la península tiene acantilados muy altos al borde del mar. Entonces hay muchos sitios en la península donde uno puede estar a 40 o 50 metros de altura sobre el nivel del mar viendo ballenas que están justo abajo con una vista aérea casi perfecta para hacer observaciones de comportamiento sin impactar ni modificar el comportamiento de los animales de ningún modo. Y también lo mismo cuando hacemos trabajos desde el agua, como ahora, en este velero.
Cuando nosotros trabajamos desde nuestros botes, utilizamos algunas técnicas mínimamente invasivas, como la recolección de una biopsia de piel, que es una muestra de piel como la que puede tomar un médico o una médica, por ejemplo de su paciente, con el material siempre esterilizado. Estoy hablando de una pequeñita muestra de piel de un animal que mide 15 metros de largo y pesa 50.000 kilos. Yo tomo una muestra de un gramo de piel, pero con ese gramo de piel podemos obtener información tan valiosa, tan diversa y tan importante, que a nuestro criterio justifica esa técnica que es mínimamente invasiva. Pero siguen siendo técnicas benignas. Todo lo contrario de lo que hacen algunos investigadores de países como Japón, que durante décadas llevaron adelante estudios científicos letales. Ellos opinan que para “estudiar” ballenas hay que matarlas y aprender de ellas una vez muertas.
Por supuesto que el 99,99% de esos individuos que matan termina vendiéndose en un supermercado, en un restaurante, vendiéndose como carne, como grasa, como aceite. Eso no es ciencia, eso es industria de la cacería de ballenas disfrazada de ciencia. Las ballenas no son como cualquier otra especie por muchos motivos, son animales especiales.
-¿Qué las hace para usted especiales con respecto a otra especie?
-El rol que las ballenas ocupan en el mar: por el tamaño que tienen, por su longevidad, por las grandes áreas que usan durante su vida, porque hacen migraciones inmensas tienen un efecto especial en el mar. Son ingenieras del océano. Hay otras especies que también se pueden llamar ingenieras del océano, como los corales. Como sabemos, los corales pueden hacer arrecifes inmensos y construyen estructuras que le dan hábitat a muchísimas otras especies. En el caso de las ballenas, un ejemplo que puedo mencionarte es el rol que tienen en la distribución de nutrientes. Las ballenas francas están en Península Valdés para tener crías y luego migran a las zonas de alimentación. Las aguas de Península Valdés son relativamente más pobres en cuanto a nutrientes, y las zonas más ricas de nutrientes son las zonas de alimentación, hacia donde nos estamos acercando ahora mientras navegamos, por ejemplo, o las zonas de alimentación de las islas Georgias del Sur y distintos lugares del Mar Argentino, donde hay mucha productividad. Esa productividad se basa en la energía del sol.
En el mar, la luz solar se transforma en biomasa. La energía del sol entra al mar a través del fitoplancton, que son las microalgas que flotan en el agua y que la van a transformar en materia orgánica. De esas algas se alimenta el zooplancton, pequeños animalitos que están también flotando en el mar, como los copépodos y el krill, que son parte de la dieta de las ballenas. Entonces, esa energía pasó del sol al fitoplancton, del fitoplancton pasó al zooplancton y a muchísimos peces, aves y mamíferos marinos, por ejemplo, la ballena. Una ballena hembra que se alimentó cerca de las islas Georgias del Sur y está preñada regresará a Península Valdés, donde tendrá a su cría y pasará los siguientes tres meses después del parto. Esa ballena le transfiere a su cría en forma de leche toda esa energía que ella transformó. Esa cría está en la península tomando leche materna y creciendo entre dos y tres centímetros por día. Toda la caca que hace esa cría es producto de la alimentación que su mamá realizó a 2.000 kilómetros de distancia.
Entonces ambas trajeron estos nutrientes que estaban en las Islas Georgias a la Península Valdés y allí van enriqueciendo este ecosistema que depende en parte de sus nutrientes para su funcionamiento. Luego podés agregar que una ballena puede morir allí, y si es adulta dejará 50.000 kilos de materia orgánica que serán aprovechados por aves marinas y por tiburones. El cuerpo puede quedar en la playa o bajo el agua, y se transforma en arrecifes de huesos sobre los cuales viven un montón de invertebrados y demás organismos. Entonces el cuerpo de las ballenas muertas pasa a tener también un rol de hábitat para muchas otras especies.
-Esa es una de las razones por las que son especiales…
-Sí, y también porque generan en las personas emociones y sentimientos que otras especies no generan. No es que esas otras especies sean menos importantes para el ecosistema, pero desde una concepción antropocéntrica, las ballenas tienen esa capacidad especial de sensibilizarnos, de emocionarnos, de generar cosas positivas en las personas. Entonces, ¿por qué no protegerlas de una manera especial? Ellas tienen esa capacidad de generar una sensación de maravilla en muchas personas. Entonces, creo que hay razones inmateriales por las que también es importante para la vida del ser humano que las ballenas sigan existiendo.
-La ballena parece algo muy lejano para muchos. Desde ese mismo punto de vista, el antropocéntrico, ¿por qué los humanos necesitamos que la ballena siga existiendo?
-Por un lado, por el rol en el ecosistema que describíamos recién. Un ecosistema marino con muchas ballenas es un mar sano. Por eso, cuando trabajamos para proteger las ballenas, indirectamente estamos trabajando para proteger desde el plancton, que es un organismo que puede tener cinco milímetros de largo, hasta una bestia gigante como una ballena azul, que puede tener 30 metros de largo y pesar 150 toneladas. Las personas tenemos necesidades básicas físicas, pero también tenemos necesidades espirituales y las ballenas tienen la capacidad de darnos un poco de ese bienestar espiritual.
Para mí un mar con ballenas, además de ser un mar sano, es un mar más hermoso. Es un mar que llena los espacios de la imaginación, que nos regala recuerdos hermosos para toda la vida, que nos hace sentir bien, y genera un estado de bienestar. Para mí un mar sin ballenas es un mar pobre, aburrido, que no me genera cosas positivas y emotivas. Sin ballenas no habría obras de literatura bellísimas como Moby Dick, no existirían canciones que están basadas en las canciones de las ballenas jorobadas, no habría murales hermosos en muchas ciudades, no habría pinturas hermosas en muchas casas. Sin ballenas nos faltaría música, nos faltaría arte, nos faltaría teatro, cine, literatura. Sin ballenas en el mar perderíamos un montón de cosas, y seríamos todos seres más tristes y espiritualmente más pobres.
-Escribió en un artículo que, en el mar, el ruido mata. ¿Por qué el ruido mata en el mar?
-El ruido es energía y si esa energía tiene niveles suficientemente altos puede dañar a un ser vivo. En el mar, el sonido se transmite de manera más eficiente y a mayores distancias que en el aire. Los ruidos de alta intensidad pueden producir daños físicos. En las ballenas, y también en otros animales como en peces y aves, cuando esos sonidos son muy intensos pueden dañar órganos internos e incluso producir la muerte. Sonidos intensos como los que estoy describiendo los produce el ser humano y, en particular, la industria petrolera cuando hace lo que se llaman exploraciones sísmicas. Cuando se están emitiendo estos ruidos, si hay ballenas cerca, pueden morir. Si no mueren porque no son tan intensos o porque el animal no está cerca, el ruido puede impedir que las ballenas u otras especies se comuniquen entre sí. Puede impedir que un animal se reproduzca, que se alimente, o que descanse. Por eso digo que en el mar el ruido mata.
Me gusta que en cierta forma ellas ni saben que yo existo. A veces digo que el amor puede ser unidireccional.
-¿Entonces le preocupa que se realice exploración sísmica en esta zona del mar Argentino?
-Claramente, sí, nos preocupa la actividad petrolera en el mar. Nosotros no estamos de acuerdo con que se realice la actividad petrolera en el mar. En un balance de cosas positivas y negativas, por lejos encontramos muchísimas más cosas negativas que positivas. No existe una industria del petróleo en el mar que garantice el impacto cero. La industria petrolera, incluso funcionando en sus mejores condiciones, tiene un alto impacto en el mar. Y ni que hablar cuando algo sale mal, porque somos humanos y no somos perfectos, y las máquinas no son perfectas. Cuando en esta industria algo sale mal, sale muy mal. Y uno de los ejemplos más recientes es lo que sucedió con la plataforma petrolera en el Golfo de México. Se incendió, explotó, murieron personas y se generó un impacto en el ambiente por la pérdida de toneladas de petróleo que se quedaron en el Golfo de México, con un impacto que puede tener décadas, por un error de algo que salió mal en una de las tantas plataformas activas. Si algo así sucediera en Argentina sería una catástrofe ambiental grave para el mar Argentino. No queremos que eso suceda.
-El Gobierno y la Justicia ya habilitaron el inicio de la exploración sísmica en la Cuenca Argentina Norte. Ya no es una posibilidad sino una realidad. La industria se instalará en estos mares. ¿Le queda algo de optimismo?
-Hace unos años, conversando con Jane Goodall, cuando trabajamos juntos en un documental dirigido por Boy Olmi, recuerdo una frase de ella al responder qué se puede hacer para revertir la crisis ambiental en la que está el Planeta, y una de las cosas que Jane menciona es que seamos menos personas. Ella lo dice de una manera muy linda: que seamos menos pero sin generar sufrimiento a ninguna persona. Esos 8 mil millones que somos es demasiado. Sobre todo porque algunos son muy ambiciosos. Algunos de esos 8 mil millones tienen el impacto que tienen miles o cientos de miles de personas que no tienen casi ningún recurso. Hay una tremenda desigualdad en el uso de los recursos del Planeta. Hoy, tengo vaivenes entre optimismo y pesimismo. Algo lindo que puedo decir de lo que nos toca a nosotros es que hay cada vez más ballenas en la población de Península Valdés. Desde que comenzamos los estudios en la década del 70, la población siguió creciendo, aunque un poco más lento ahora, pero sigue creciendo y eso es algo que me llena de optimismo. Tengo 53 años y también veo impactos en la tierra y en el mar. Pero trato de buscar el lado positivo y termina ganando el optimismo. Y por eso estoy acá en este momento. Porque creo que todavía estamos a tiempo de hacer cambios positivos, trato de poner un granito de arena o una gotita en el mar.
-¿Cuál es su objetivo en este viaje?
-Hace casi 30 años que estudio las ballenas francas en su área de cría de Península Valdés y nunca había tenido la oportunidad de recorrer su área de alimentación porque llegar hasta acá es difícil, es logísticamente complicado, es caro. Entonces esto es una gran oportunidad para mí y nuestro equipo y por eso estoy muy agradecido con Greenpeace porque podremos ver a las ballenas en su área de alimentación y aprender nuevas cosas de una parte del ciclo de vida de las ballenas que nunca pude ver. Estoy muy esperanzado con que podamos encontrar ballenas y reconocer individuos que conocemos de nuestro catálogo hace 50 años y que eso nos permita poner una piecita más en el rompecabezas de lo que es armar la vida de una ballena que puede vivir a lo mejor 100 años. Esperamos entender un poco más cómo funcionan las áreas de alimentación para, en un futuro cercano, poder volver y llevar adelante proyectos científicos en la zona.
-¿Planean presentar los resultados a las autoridades?
-Toda la información que generamos en nuestros estudios está siempre a disposición de las autoridades y de quien quiera consultarla. Y como decimos, hacemos investigación para conservar. Al principio del Programa Ballena Franca Austral, en la década del 70, se hacía ciencia básica para conocer un poco más de la biología de la ballena franca. Hoy en día hacemos ciencia aplicada. Es decir, hacemos una evaluación del estado en que se encuentra la población, vemos cuáles son los impactos posibles de las actividades humanas, el estado de salud de los animales y demás variables, y diseñamos estudios que nos permitan generar la mejor información para brindarla a las autoridades que tienen la capacidad de tomar decisiones para revertir esa situación que las afecta. Entonces lo que hacemos es incidencia política basada en ciencia con el único objetivo de contribuir a proteger y conservar el patrimonio natural de todos los argentinos.
ED
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