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En el Gobierno traducen la salida de Highton como una señal de malestar por la “degradación” de la Corte

El Presidente, en el encuentro de la Cámara de la Construcción. Highton lo llamó para anticiparle su salida de la Corte.

Pablo Ibáñez

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Elena Highton de Nolasco era la principal y más frecuente interlocución entre Alberto Fernández y la Corte Suprema. Sin la jueza, que presentó su renuncia, el teléfono rojo entre el Presidente y el tribunal se reducirá a la fluctuante, y minada de recelos, con Ricardo Lorenzetti, que con otro libreto pero la misma coreografía se movió junto a Highton en el polémico trámite de elección de Horacio Rosatti como presidente de los cortesanos.

Hay, según entienden en la cima del Gobierno, un hilo que enlaza todo el proceso: la auto votación de Rosatti y Carlos Rosenkrantz, la abstención de dos miembros y la carta pública de Lorenzetti. La renuncia de Highton se traduce en el oficialismo como una señal de malestar frente a la degradación del tribunal, deterioro que en Casa Rosada fechan en el inicio de la presidencia de Mauricio Macri, con el DNU que designó a los cortesanos que, desde octubre, son el presidente y el vice del tribunal.

Alberto Fernández, según trascendió en Gobierno, se enteró este martes por un llamado de la jueza, un rato antes de difundir la carta de renuncia. Casi de inmediato, el presidente transmitió lo que tenía en agenda desde hacía tiempo: que frente a la eventual salida de Highton, la jueza de más edad del tribunal, propondría a una mujer, como parte de un plan que en su momento conversó con Cristina Kirchner orientado a buscar paridad en el máximo tribunal.

Claro que en la hoja de ruta K, ese mecanismo suponía la ampliación de la Corte, posibilidad que Fernández nunca explicitó pero que dirigentes del kirchnerismo plantearon abiertamente y que la oposición rechazó antes de que haya una posición pública al respecto.

La renuncia de Highton se traduce en el corazón del Gobierno como otro reflejo de que la Corte “no está funcionando bien”. En el oficialismo, con una tensión explícita con el tribunal, se tientan con comparar la “actuación complicada” de la Corte con los tiempos de Julio Nazareno, emblema de la Corte de los '90. Fue Néstor Kirchner, tras asumir en 2003, quien encabezó una demanda de “depuración” que derivó, luego, en el nombramiento de nuevos cortesanos, entre ellos Highton de Nolasco.

Aparece en esa analogía un punto de sintonía entre el Gobierno y Lorenzetti, quien usó la misma referencia -a Nazarenno- para cuestionar el proceso de elección de Rosatti y Rosenkrantz. En ese episodio se produjo un hecho que, en algún punto, pudo anticipar la dimisión de Highton: hasta unos minutos antes del acuerdo con el que se elegirían a las nuevas autoridades de la Corte, la jueza tenía previsto participar pero se “bajó” de la votación sobre la hora con lo que debilitó la posición de los electos porque en el proceso participaron 3 de los 5 integrantes, y dos de los que lo hicieron se votaron a sí mismos. Que Highton no haya votado terminó por debilitar a los electos y, en un ajedrez lineal, pareció validar la queja de Lorezetti.

Sin plazos para tener que enviar un nombre, Fernández administrará nombres y tiempo. No hay certezas pero un colaborador deslizó que difícilmente haya una propuesta antes de la elección del 14 de noviembre para evitar que la designación aparezca cruzada por la tensión electoral.

Queda, hacia adelante, un ejercicio difícil de costura política porque la designación de un cortesano requiere del voto de los dos tercios del Senado, número para el cual es necesario un acuerdo entre el Frente de Todos (FdT) y Juntos por el Cambio (JxC).

PI

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