Giancarlo Summa: “Los medios tienen que minimizar el riesgo antidemocrático y acaban multiplicándolo”
El ítalo-brasileño Giancarlo Summa vivió la política partidista desde dentro, como miembro del equipo de comunicación de las dos primeras campañas presidenciales de Luiz Inácio Lula da Silva, en 2002 y 2006, y más tarde desde el mundo académico.
Con plaza de investigador en la Ecole de Hautes Etudes en Sciences Sociales de París, se dedica al estudio del resurgimiento de la extrema derecha en el mundo. Summa también es cofundador del proyecto Multilateralismo y Derecha Radical en América Latina (MUDRAL), con sede en Río de Janeiro.
Junto a otros docentes universitarios brasileños visitó Buenos Aires en junio y participó en un congreso de la Asociación Internacional de Ciencias Políticas, invitado por el Centro de Estudios Legales y Sociales.
En entrevista con elDiarioAR, Summa analiza el fenómeno de las extremas derechas y la particularidad en Argentina.
–El resurgir de las derechas extremas en Europa y América Latina tiene similitudes, pero hay singularidades muy marcadas. No son exactamente iguales Santiago Abascal, Donald Trump, Jair Bolsonaro o Javier Milei. ¿Qué rasgos unen a esta nueva derecha?
–La unidad fundamental está dada por la idealización de la llamada comunidad homogénea. Todos esos movimientos se refieren a algún tipo de comunidad nacional, basada sobre valores tradicionales y una jerarquía social muy definida, en los cuales es fundamental identificar a los ciudadanos “del bien” y los que representan una amenaza contra esta comunidad homogénea. En Europa predomina la fobia y el rechazo contra los migrantes y los musulmanes. Eso no lo identificamos tanto en América Latina. En Estados Unidos, el trumpismo explicita su rechazo a los latinos, además del racismo contra indígenas y afrodescendientes. En todo aquello identificado como lo “no bueno” se ubica la izquierda, lo progresista, el mundo LGTBI, el feminismo y lo que en inglés se denomina othering, los otros. Se recupera un discurso de guerra fría contra los comunistas, como se ve en España, y se retoman jerarquías patriarcales en la idealización de la familia: padre, madre, esposa e hijos.
–¿Qué particularidades observa en Milei?
–En Argentina está creciendo un fuerte discurso antipobres y antiprogramas sociales. La culpabilización del pobre proviene del protestantismo de Estados Unidos. Milei expresa esencialmente la bronca contra las elites con un discurso muy agresivo, plagado de palabras como “pelotudo”, “libertad, carajo” y “políticos de mierda”. Sus frases de mayor éxito en redes están vinculadas al odio a los políticos, la “casta”, y a favor de la dolarización, la eliminación del Banco Central y del Estado en general. Kast en Chile, por el contrario, encuentra su mayor éxito en su reivindicación de Pinochet.
Sin embargo, la mirada más agresiva hacia los “planeros” (familias humildes que cobran ayudas a quienes se tacha de “vagos”) parece haber cundido más en Juntos por el Cambio que en el partido de Milei...
Es cierto. Una consecuencia es que a partir del surgimiento de un líder de extrema derecha, todo el discurso se corre. El hiperliberalismo de Milei ayudó a correr a la derecha macrista a posturas extremas. Permitió el surgimiento de una candidata presidencial muy dura como Patricia Bullrich, que en el pasado no habría sido exitosa.
En España, la derecha tradicional pudo capturar en las últimas elecciones votos que iban para la derecha radical, pero Vox logró que muchas de sus posiciones más extremas se volvieran mainstream.
No creo que Milei tenga chances electorales reales en Argentina, pero su presencia derechizó toda la escena política. El macrismo no toma la parte del discurso sobre la casta, porque sus dos candidatos presidenciales, Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, son políticos tradicionales de toda la vida, pero sí la cuestión de reducir el Estado para que se encargue de hacer respetar contratos y mantener el orden social con las fuerzas de seguridad.
No creo que Milei tenga chances electorales reales en Argentina, pero su presencia derechizó toda la escena política
–¿Puede ser contraproducente comparar a las ultraderechas con regímenes totalitarios? Tienen un discurso antiderechos, pero no están planteando secuestrar gente de noche o perseguir a los homosexuales con la Policía...
–Por eso en ningún momento hablé de neofascismo, porque sería un error conectar lo que ocurre hoy con un episodio histórico muy real. Argentina tiene una posición privilegiada en cuanto a memoria histórica porque es el único país de América Latina donde de hecho hubo una verdadera rendición de cuentas con la dictadura. No hay militares que reivindiquen a la dictadura, no es tema. Sí lo es en Brasil. Katz reivindica a Pinochet. En ese punto, Milei no es lo mismo que Bolsonaro y Katz.
–¿A la derecha tradicional le conviene tratar de parecerse a la ultraderecha o trazar una raya para no desdibujar su propio perfil?
–No hay una receta. En Brasil, Bolsonaro eliminó la derecha tradicional, se la comió, directamente. Hay una fase de recomposición, pero no está claro qué sucederá.
En Argentina, la derecha macrista se va a mantener hegemónica. En Chile, Kast se comió a la derecha tradicional y la derecha en general se volvió mucho más pinochetista que hace unos años. En Colombia, la derecha uribista fue dejada de lado en las últimas elecciones.
Francia es un caso diferente, porque la vieja derecha desapareció y surgió un candidato que pasó la raya de lo imaginable, Éric Zemour, quien llegó a reivindicar algo del régimen colaboracionista de Vichy. Emmanuel Macron, que formó una mayoría con la izquierda para bloquear a Marine Le Pen en segunda vuelta, lepenizó sus posturas contra la migración.
–Tiene algún asidero el argumento de la derecha de que, al final, los trabajadores no querían cambiar el mundo ni las relaciones de producción sino crear su propio negocio y vivir tranquilos?
–Después de 40 años de bombardeo diario de los medios y las instituciones, el sentido común se volvió neoliberal. El Estado, para ese sentido común, se volvió un problema. El cobro de impuestos es una “carga fiscal”, la evasión impositiva es una huida a “paraísos fiscales”. “Carga” versus “paraíso”. Hay gente que no está bien y sabe que el neoliberalismo desde los ochenta no mejoró la vida de las personas, y los progresistas tampoco, más allá de programas sociales para los más pobres.
–¿No sería más correcto asociar a estas derechas a experiencias como la de Margaret Thatcher o Ronald Reagan?
–Thatcher es la abuela política del Gobierno conservador que está hoy en el Reino Unido. Era, en efecto, de extrema derecha. Erosionó todos los derechos menos el de la propiedad. Algunos gobernantes son elegidos mediante vías democráticas y utilizan las instituciones para destrozarlas. Su objetivo es la destrucción del enemigo, ya no mediante la eliminación física, sino política.
–¿En qué medida las elites económicas utilizan a las extremas derechas y hasta qué punto éstas se sienten amenazadas?
–Es particular, porque el discurso contra las elites es otro aspecto que une a las extremas derechas, pero al mismo tiempo sus intereses económicos están claros. Todas o casi todas defienden políticas económicas que no tengan ningún impuesto, porque el Estado es el enemigo y tiene que ser mínimo. Debe ejercer el poder de policía y poco más, para aplicar la mano dura, que es otro factor común. Y hablan como representantes del pueblo contra las elites, que serían las principales beneficiadas del no cobro de impuestos.
–¿Qué papel, para el surgimiento de estos liderazgos, jugó la corrupción, presente tanto en gobiernos de derecha tradicional como de izquierda en América Latina?
–La corrupción siempre ha existido, y con un sistema de privatizaciones y concesiones, más. Existe la percepción de que las elites siempre han utilizado todas las herramientas para proteger sus intereses, y que los progresistas querían combatir eso. La corrupción del de arriba se transmite en cadena hasta el guardia de tránsito.
También es cierto que los medios acaban siendo muy agresivos para tratar temas de corrupción de Gobiernos progresistas y son silenciosos, tímidos y prudentes cuando está la derecha. Desde el punto de vista de la sociedad que quiere un cambio, el hecho de que la derecha siga robando no es una sorpresa. Cuando lo hace alguien que era percibido como quien iba a combatir eso, provoca enojo y frustración.
Los medios tienen la responsabilidad de minimizar el riesgo antidemocrático y acaban multiplicándolo
–Los medios tradicionales se ven tentados por el discurso antiizquierda pero hay antecedentes en algunos países de que terminan enfrentando a la ultraderecha cuando asume posiciones de Gobierno.
–Los medios están ligados a las elites tradicionales. Con casi ninguna excepción, en América Latina tienen intereses económicos muy claros, incluso cuando actúan con un paraguas “profesional”. Al final, acaban impulsando una agenda de defensa intransigente de las elites económicas y son contrarios a cualquier hipótesis de Gobierno progresista o de izquierda real. Al principio, tratan a los líderes de extrema derecha como personajes folclóricos. Son una novedad.
Una vez que políticos como Bolsonaro asumen el Gobierno y tratan de llevar a cabo las promesas, algunos medios menos derechizados se asustan. Pero más allá del conflicto, el resultado es que hay una normalización de cosas inaceptables y los medios no fueron ajenos a esa construcción. Es un contrapunto fáctico. Los medios tienen la responsabilidad de minimizar el riesgo antidemocrático y acaban multiplicándolo.
–¿Existe una coordinación entre las ultraderechas del mundo?
–Todos ellos defienden el concepto de la patria, la familia tradicional, la autoridad y la exaltación del militarismo; varían en la intensidad.
No hay una concertación de acción a nivel global, pero sí una convergencia. Muchos líderes de extrema derecha se conocen personalmente. La Conferencia Política de Acción Conservadora de la derecha del Partido Republicano, hoy dominada por el trumpismo, el Atlas Network y el Foro de Madrid, convocado por Vox para ejercer influencia en Hispanoamérica, son instancias de coordinación.
–¿Cree que la derechización en Argentina llegó para quedarse?
–Hasta ahora, no se vio que las ultraderechas recientes retrocedieran ellas mismas o en los partidos tradicionales que las adoptaron. Las instituciones democráticas marcan un límite, pero está probado que resisten un mandato. Luego, si la derecha autoritaria continúa en el poder, como en Hungría y en Turquía, allí los resguardos institucionales ceden.
Si arriesgamos un ejercicio de futurología y Milei accediera a la presidencia, sin una base parlamentaria sólida, debería apelar a un pasaje inmediato de dirigentes desde la estructura del macrismo. Va a necesitar a la casta. Bullrich y Larreta podrían decir “no estamos de acuerdo con algunas cosas, pero hacemos el sacrificio de ir al Gobierno por el bien del país”.
–Uno de los aspectos que explica el crecimiento de Milei y la radicalización de Juntos por el Cambio es un sentimiento de profundo rechazo al peronismo y a la izquierda en una parte de la sociedad. ¿Percibe que perdurará?
–Es probable, pero no se puede terminar con el peronismo en Argentina. Intentaron hacerlo con la dictadura que desapareció a 30.000 personas y no pudieron. ¿Cómo se termina con el peronismo? En otro país, el peronismo sería la expresión de una fuerza socialdemócrata con fuerte arraigo popular, pero esa categoría no sería suficiente para identificarlo.
En el pasado tuvo la capacidad transformadora, con (Carlos) Menem, y después siguió su camino. Podrá haber persecución judicial, pero surgirán otros líderes. Esa rabia antiperonista es la negación del hecho de que hay una parte del país que se identifica con él.
–¿Qué respuestas no están dando la izquierda y el peronismo que posibilitan el crecimiento de las derechas?
–La extrema derecha no surge en el vacío. En el planeta entero estamos pagando el precio de más de 40 años de neoliberalismo y reducción del papel del Estado. Eso tuvo tres efectos: aumento de la desigualdad, de la pobreza —atenuado a través de programas sociales, como pasó en gobiernos peronistas en Argentina o de Lula y el Partido de los Trabajadores en Brasil—, y una clase media cada vez más comprimida. Los pobres pagan el IVA, los ricos tienen muchas formas de evadir y la clase media es la que termina pagando impuestos, y a su vez tiene que poner cada vez más dinero en pagar la escuela y la salud privadas para los hijos. Allí nace la bronca contra la casta.
Los Gobiernos progresistas no hicieron nada para cambiar el modelo económico neoliberal. Hubo exceso de retórica. Toda crisis económica termina creando una incertidumbre de miedo a la criminalidad. En Argentina ese problema es menor que en otros países de América Latina, pero existe en la preocupación social. La extrema derecha ofrece una respuesta para el miedo existencial y para el miedo ante la criminalidad, y surge un intento de apoyar a quienes aún no fueron Gobierno.
La extrema derecha ofrece una respuesta para el miedo existencial y para el miedo ante la criminalidad
–El lema del Frente de Izquierda y los Trabajadores de Argentina es “la salida es por izquierda”, pero las encuestas prevén un retroceso respecto a años anteriores. La izquierda trotskista no es la casta pero, sin embargo, no cosecha el gran descontento.
–Cada país tiene su historia. La izquierda-izquierda a la izquierda del peronismo nunca fue realmente competitiva. Las aspiraciones populares, por varias razones históricas, confluyeron en el peronismo, que no es un movimiento exactamente de izquierda, como tampoco lo es hoy el PT de Brasil, tras el viraje pragmático de Lula en su primer mandato (2003-2006).
El peronismo y el PT tienen izquierda, pero no son izquierda. Ahora, una vez que hay un canal de expresión principal de los intereses populares, es muy difícil crear otra expresión. El trasvase ocurre cuando una gran crisis hace implosionar el arco político.
En Francia, el Partido Socialista desapareció como actor relevante y se creó Francia Insumisa. En España, el PSOE tuvo un giro a la izquierda en la cuestión fiscal y logró una ratificación como canal de expresión un poco mayor que en las elecciones anteriores. Es muy difícil imaginar en el corto plazo una sustitución del peronismo por el Frente de Izquierda. Es una pregunta que sus dirigentes deberían formularse.
SL
Entrevista publicidada originalmente en elDiario.ES
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