Un resumen semanal de política internacional a cargo de nuestro responsable del área de Mundo, Alfredo Grieco y Bavio. Serán diez puntos geográficos para pensar nuestro presente cada vez. Vías de acceso a una realidad que excede por mucho las fronteras de la Argentina.
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Luis, Bolivia, Ecuador, Turquía y otras taquicardias
La muerte del escritor y editor argentino Luis Chitarroni, suscrito a la Newsletter de Política Internacional de elDiarioAR, domina esta entrega de El mundo es azul como una naranja, en un giro con paradas en los Andes, México, Turquía, Japón y otras islas.
Luis Chitarroni estaba suscrito a El mundo es azul como una naranja. A veces le respondía, espontáneo, epistolar, al epistológrafo más bien impersonal, público, en tercera persona, de esta Newsletter plural de Política Internacional de elDiarioAR, que recibía así un correo más bien personal, privado, en singular primera persona.
Desde el comienzo había advertido Chitarroni de qué alusión alardea una Newsletter que se llame “El mundo es azul como una naranja”. A la hora de dar nombre a este boletín, el finalista preferido resultó este verso del poeta comunista francés Paul Éluard, muerto en 1952, un año antes que Stalin, cinco años antes de la puesta en órbita del satélite soviético Sputnik que vio un azulado globo terráqueo desde el espacio exterior. Opción rival desestimada para el bautizo fue La semana de colores, un título de Elena Garro: en su novela El carapálida, Chitarroni (aka Luis, Luigi, Ludwig, ldwg) citaba, con épica sordina de barrio gris, este libro de cuentos de la narradora mexicana ex filocomunista.
Chitarroni rehuía de las pompas pero no de Edward Elgar, del himeneo, del tálamo, de la salacidad ni de las circunstancias agravantes. Sin dedicatoria o ex voto, el recuerdo de un one and only único,de un anglófilo nac&pop argentino, preside y precede esta entrega de El mundo es azul como una naranja, correspondiente a la tercera semana de mayo AD MMXXIII, que hoy les llega aquí y así.
Habla, Oblivia
Luis Chitarroni y su amigo y parceiro C.E. Feiling representaron a la Argentina en la 1ª Feria del Libro celebrada en La Paz. Eran los 90 menemistas, una década cuya atmósfera neoliberal era el aire que Bolivia ya respiraba desde 1985. El presidente emenerrista Víctor Paz Estenssoro había probado ser tan revolucionario como en 1952, pero la segunda vez trágica el nacionalizador de las minas fue el privatizador del Estado. De la ciudad sede de gobierno del país en sus últimos días de onomástica republicana, los escritores 'gauchos' recordaban interiores y singanis y la sociabilidad poscolonial de una civilizada y discreta sociedad. Era la primera presidencia de Gonzalo Sánchez de Lozada, epítome del neoliberalismo gringo aclimatado.
Aquel momento en que Chitarroni y Feiling visitaron la República boliviana que en 2009 cambiaría de Constitución para tornarse Estado Plurinacional fue el de mayor estabilidad esperanzada tras el shock de devaluaciones y privatizaciones que decretó el Dr Paz como cura a la hiperinflación del Alfonsín boliviano, el presidente Hernán Siles Suazo. Una estabilidad esperanzada que después se volvería la rutina de los largos años del presidente Evo Morales y/o del MAS en el gobierno, desde 2005 hasta 2023, con el interludio del Golpe de Estado de noviembre de 2019 y de la apestada presidencia que durante el año de la pandemia ocupó el Palacio Quemado.
Si los gauchos retornaran en este mayo a la ínclita ciudad de los 3600 msnm, donde el agua encuentra ágil su punto de ebullición a los 88° centígrados, se encontrarían respirando los aires de otra atmósfera en la convivencia política. No menos reciente, quizás no menos fugaz, pero donde no reconocerían a una sociedad de violencias desencubiertas y trasmutados protagonismos. En el siglo XX las transiciones prósperas eran efímeras, una cuña entre dos calamidades bolivianas. En el siglo XXI, las calamidades han sido hasta ahora tránsitos tormentosos y atormentados, tempestades sin naufragios últimos en el país privado por Chile de su pulmón marítimo en la Guerra del Pacífico. Memorias cortas en una más larga memoria de crecimiento, progreso, libertad e igualdad sin, ay, tanta fraternidad. Esperemos que la actual encrucijada desemboque del mismo modo. (“Confiamos / en que no será verdad / nada de lo que pensamos”, Chitarroni habría citado a Juan de Mairena).
Los metales del diablo, el embrujo del oro
De la ciudad de La Paz, Chitarroni exaltaba la abrumadora, indefectible hospitalidad de una señora de familia Ballivián. De la familia del general José Ballivián, cuyo triunfo en Ingavi frenó al ejército invasor del Perú. Esta batalla de 1841, en la que murió el presidente peruano Agustín Gamarra, es la única victoria militar de la historia boliviana. Ballivián asumió la presidencia después de derrocar a Mariano Calvo, primer presidente civil de Bolivia.
La brevedad, frustración o inconclusión de los períodos presidenciales, por golpes de palacio o de cuartel, fue una constante que sin distracción verificaron los siglos XIX, XX y aun XXI hasta la elección de Evo Morales en 2005. Durante los gobiernos del Movimiento al Socialismo (MAS), la nueva constante, en Bolivia, fue el crecimiento y desarrollo económico. La interrupción que el golpe de Estado de 2019 significó para la conducción política, la crisis sanitaria de la pandemia, no revirtieron la tendencia.
El cambio para el Proceso de Cambio llegó en 2023, con la actual presidencia de Luis Arce, antiguo funcionario del Banco Central, ex ministro ocupado de la economía en los gabinetes de Morales, ideólogo o cabeza visible del ‘milagro boliviano’. En los últimos meses, las reservas del Banco Central se han casi acabado. El país que vivió de la minería de la plata y del estaño, votó, para mejorar la liquidez, la Ley del Oro. Fue aprobada en la Asamblea Plurinacional con el voto tránsfuga de diputados de Conciencia Ciudadana (el partido de Carlos Mesa, mayor rival de Arce en las elecciones de 2020) y de Creemos (el partido cruceño de Luis Fernando Camacho, tercer rival también la última presidencial). Esta ley áurea autoriza la venta y negociación de los lingotes de oro del Tesoro. Ante la noticia, los bonos soberanos de Bolivia comenzaron a recuperar valor en las Bolsas internacionales.
Las x distantes
La verdad, se insinuaba Ernest Renan, filósofo nacionalista francés, biógrafo decimonónico de Jesús, es un matiz entre mil errores. En el actual paisaje boliviano, político, económico, social, restallan los colores plenos, primarios o secundarios. Si nada es blanco o negro, tampoco gris –gris, en 'boliviano', se dice plomo. A Bolivia, decía una vez el historiador boliviano Pablo Quisbert, le faltó una buena guerra civil. La de 1899, diferendo por la capitalía republicana, no cuenta. Porque concluyó con un entendimiento, peculiar. El que hace que la capital de Bolivia sea la ciudad de Sucre (ex Charcas, ex La Plata, ex Chuquisaca) y que la sede de gobierno sea la ciudad de La Paz.
En La Paz no se libran hoy batallas, pero vive una guerra enconada de facciones en el interior del partido de gobierno. Algunos préstamos están detenidos en la Asamblea Plurinacional por el enfrentamiento de arcistas con evistas. Sin embargo, las distancias entre las posiciones emergentes del Movimiento al Socialismo (MAS) saben cómo y cuándo acortarse. Los subsidios (a la gasolina; al diésel; a la harina de trigo) siguen incólumes, intactos. Tocarlos supondría que suceda lo que ya ha sucedido: un inmediato 'malestar general' de los movimientos sociales, en las calles.
“Ni mujer chilena, ni amigo peruano, ni ley boliviana”
Es en Bolivia, última aludida en la fórmula triple, donde se oía musitar tal prejuiciosa precaución estereotípica. La ley boliviana no refiere, o no se refiere tanto, a los articulados productos de la actividad legiferante de los Congresos, sino a la ley de sus monedas, la que fija la razón entre metal noble y espurio, entre plata y aleación. Cuando Chitarroni y Feiling visitaron La Paz, los gobiernos boliviano, brasileño, argentino, ya se jactaban en sus países de volver realidad primermundista (o al menos, chileno simulacro) aquellas políticas que le configuran una faz visible, presentable, querible, al neoliberalismo: compromiso incondicional con la estabilidad de la moneda, austeridad fiscal, sumisión a las reglas de la competitividad regional y global, ausencia de todo tipo de discriminación contra el capital global.
Si hubieran regresado en el segundo lustro del segundo milenio (aun como contrafáctico, un viaje boliviano imposible para Feiling, que murió de leucemia en 1997), por más prevenidos que aterrizaran en El Alto, no les habría sido ajeno, apenas una década más tarde, el vértigo secular del americano Rip Van Winkle, que despierta de una siesta de cien años para ver liberadas del Rey a 13 colonias británicas que cada cuatro años votan un nuevo presidente para una república federal. El MAS en el gobierno había hecho suyas la políticas desarrollistas: compromiso con el crecimiento económico, industrialización, financiación y licitación de infraestructura en las comunicaciones, el transporte, la red vial, la ingeniería civil y la explotación energética en general y de los hidrocarburos en especial, papel regulador del Estado, ‘sensibilidad’ y promoción social.
La mayor extrañeza que podrían causar las jactancias del Proceso de Cambio boliviano (como en buena medida también las de la Revolución Ciudadana ecuatoriana) era que la legitimidad que se atribuía, y que rehusaba con intransigencia sin desfallecimientos al neoliberalismo, no había cancelado los motivos de aquellas jactancias macroeconómicas, sino que había retenido uno a uno los objetivos, y había solidificado los logros.
Desde 2006, sin llamarla con este nombre, rigió en Bolivia una convertibilidad entre el peso boliviano y el dólar. Sólo en 2023 vio la población boliviana pruebas irrefutables de que esa paridad no era un dato de la realidad observable que pudiera darse por sentado, sino que se les reveló como lo que había sido, una construcción económica más.
Antes de ayer y pasado mañana
De inclinaciones plebeyas, populares, peronistas, Luis Chitarroni era poco propenso a distraerse de que Bolivia es un país unitario, como Chile o el Uruguay. En la Argentina, donde no faltó el polvo y espanto de guerras civiles dignas de tablas de sangre, solemos presuponer que la conformación del Estado nacional trae de suyo y de por sí el federalismo. Pero en la nación que adoptó para su gobierno la forma representativa, republicana, federal, la convertibilidad fue sinónimo de uno a uno. Menos simétrica, la convertibilidad boliviana no fue ecuación unitaria, sino la certeza de que 6,9 pesos bolivianos compraban 1 dólar estadounidense. En 2011, esta convertibilidad se volvió ley, con la adopción de una flotación sucia, como la peruana. Un esquema según el cual el Estado comprometía estratégicas, o tácticas, intervenciones futuras en el mercado, de modo que turbulencias o corridas coyunturales no estropearan el fiel de la balanza.
En 2023, la paridad boliviana se estropeó. El déficit fiscal se ha vuelto agudo, y a veces luce casi insostenible. Hoy, conseguir dólares es engorroso por debajo de 1000 dólares y difícil por encima de esa suma. Por su escasez, en la cotización libre el dólar ha subido hasta en un 10% (de 6,94 hasta 7,50 pesos bolivianos), y si se detiene, después sigue.
No ha ayudado tampoco la quiebra de algún banco, el Fassil, especie de extraña máquina insostenible y cruceña (los ejecutivos ya están en la cárcel). Con todo esto, en busca de fondos, el Estado ha acelerado el paso de las administradoras privadas de jubilaciones y pensiones a la administradora estatal. La nacionalización gradual pero cada vez más veloz de las AFJP ha demostrado, al menos, su idoneidad como fuente de empleos y canonjías.
La marcha turca
Matías Serra Bradford asegura que el argentino Luis Chitarroni, lector, crítico, editor, prosista sui generis, no habría sido quien fue, o tal como fue, sin el mexicano Gerardo Deniz, ídem. A Chitarroni debe este epistológrafo la información de que Deniz es uno de los más comunes apellidos turcos. Lo reencontró en la lista de candidaturas legislativas, locales, partidarias, de las elecciones generales turcas del domingo 14, las más importantes del mundo en este año.
En la votación presidencial de Turquía, contra las expectativas occidentales e intelectuales, salió ganador de la primera vuelta, aunque no en primera vuelta, el candidato más plebeyo y popular, el actual presidente Recep Tayyip Erdogan, que buscaba un nuevo mandato. El menos fantástico de los presuntos borgesianos, el más craso de los empiristas lógicos, Chitarroni también le había hecho saber al epistológrafo qué poco confiables resultan los radicales que subestiman la popularidad del populismo.
Los cóndores y las vacas
“Nos paseamos por Ecuador, y no entendemos nada, salvo que esto no es el paraíso”, apuntaba el poeta belga Henri Michaux en su diario de viaje Ecuador (1929). Pocos entendían qué era la 'muerte cruzada', la institución constitucional a la que apeló el miércoles 17 de mayo el presidente ecuatoriano Guillermo Lasso para salvarse in extremis del proceso de un juicio político que, iniciado, todo anunciaba que culminaría en una sentencia condenatoria, y en su destitución. En un mismo decreto, disolvió la Asamblea Nacional y convocó nuevas elecciones. Un suicidio del Ejecutivo y un homicidio del Legislativo.
Desde las elecciones presidenciales en las que se impuso en balotaje sobre un candidato correísta, ni un día estuvo libre Lasso del examen y la hostilidad de una oposición digna de ese nombre. El sexagenario presidente de centro derecha, nacido en la portuaria ciudad de Guayaquil, la más rica del país, hijo de una familia pobre de 11 hijos que llegó a ser multimillonario millonario, ex banquero, supermercadista, emprendedor e inversor diversificado en decenas de negocios -aun en las islas Galápagos-, ha creado su partido, una plataforma que le permitió ganarse la entrada al Palacio de Carondelet, pero no le dio representantes en la Asamblea Nacional.
Más acá de la validez de los motivos de impeachment, la fábula ecuatoriana es rica en la repetición de moralejas políticas estas sí por demás bien conocidas de antemano.
Acerca de ti cuentan una fábula
Los Congresos unicamerales son instrumentos afilados para cortar de un solo tajo las cabezas del Ejecutivo. Sin una cámara baja que acusa y una cámara alta que juzga, la destitución no resulta de la sentencia que concluye un proceso. No se juzga: se vota. Una vez acusado el Ejecutivo, se cuentan los votos de asambleístas o congresistas a favor y en contra de su destitución.
Si es difícil gobernar a un presidente sin mayoría propia en el Congreso, sea de su partido o coalición, es mucho más difícil si el Congreso es unicameral. El Legislativo puede frustrar todas y cada una de las iniciativas del Ejecutivo. Si considera al Presidente contrario a sus intereses, el Congreso encontrará qué lo vuelve indigno para la investidura presidencial. La discrecionalidad del Legislativo no está sometida a revisión por otros poderes. En el mismo año, un presidente de izquierda en Perú y uno de derecha en Ecuador sucumbieron tras sus fracasos para conciliar o contrarrestar la ofensiva de Congresos unicamerales opositores.
Se ha llamado a este funcionamiento constitucional ‘parlamentarismo de facto’. La vicepresidenta de Pedro Castillo asumió la primera magistratura después de la caída del maestro izquierdista y provinciano incómodo en una Lima a la que incomodaba. Si Dina Boluarte se mantiene firme en el poder, lo debe a que se ha vuelto la representante de la ex oposición de derecha del Congreso. Su mayor compromiso es el de jamás intentar, como Castillo, disolver al Legislativo. Para los congresos unicamerales, no hay ley superior a la pulsión de llegar a completar su mandato. Y en Perú, no hay reelección, ni para el Ejecutivo, ni para el Legislativo.
La Convención Constitucional que en Chile redactó el texto repudiado por el electorado en el plebiscito del 4 de septiembre había discutido con más calor que luz las ventajas de suprimir el aristocrático Senado en el nuevo Chile, Estado social de derecho. Al fin, la asamblea constituyente modificó, pero no canceló, el diseño de la cámara alta que así quedó integrando un Legislativo bicameral.
Una frontera dualista, una cumbre politeísta
Joe Biden preside en Hiroshima una cumbre del G-7. La ciudad japonesa fue elegida para recordar la bomba atómica que en 1945 ordenó arrojar Harry Truman y para comprometerse a que en el futuro ningún otro presidente demócrata acudirá al arsenal nuclear sin antes atravesar un estricto protocolo previo.
Los votos pacifistas del presidente de EEUU conviven sin conflicto con otro propósito, el de coordinar la provisión continua de municiones y la dotación de más y mejores armamentos modernos a Ucrania, para garantizar el buen éxito de su inminente contraofensiva en su guerra contra Rusia. El presidente ucraniano Volodímir Zelenski es un invitado que asistirá en persona a la reunión de las siete mayores potencias industriales de Occidente. También el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, que pocas semanas atrás viajó a China, donde reunido en Pekín con el presidente Xi Jinping dejó ver qué principio guía a su diplomacia: un armisticio ya para la paz sin demora, antes que el arbitraje de medios militares que condicionan la negociación a la derrota de las fuerzas de Moscú por las de Kiev con los esteroides de la OTAN.
Mientras Biden da batalla en Japón por la guerra en Ucrania, en la frontera de EEUU con México crece una emergencia que dejó abierta el viernes 12 con la derogación de las normas de la era Trump que autorizaban la expulsión inmediata de migrantes sin autorización como medida profiláctica nacional durante la pandemia. Declarado por la Casa Blanca el fin de la crisis sanitaria del Covid-19, este final arrastró consigo el de la norma que hallaba su justificación en eludir los contagios de coronavirus. De 6 mil por día, la cantidad cotidiana de migrantes que cruza la frontera sur e ingresa a EEUU creció al número récord de 11 mil. La oposición republicana acusa a la migración de aumentar el delito (no es cierto) y de desangrar el presupuesto del Estado por las demandas de fondos federales de las ciudades fronterizas o receptoras de la ola de migrantes (es innegable).
Se está haciendo tarde (final en laguna)
Cuando C.E. Feiling murió, este epistológrafo estaba en México. Había recibido la noticia por un fax que desde la Galería Klemm llegó hasta la fábrica mexiquense de plásticos Rubbermaid. Al regresar a la Argentina, comentó con Chitarroni que en el DF había visto y oído a José Agustín presentar una edición póstuma de En algún lugar del rock (el callejón del Blues), de Parménides García Saldaña.
A Chitarroni le gustaban aquellos novelistas de la onda mexicana. Le gustaba mucho la novela de Agustín de 1973 que era su adiós al juvenilismo, y a la juventud. Le gustaba muchísimo, decía, que se llamara Se está haciendo tarde (final en laguna). Le recordaba los paréntesis de Spinetta. Que sólo empezaron con Almendra en “Muchacha (ojos de papel)”, para después seguir con Jade en “No te busques ya en el umbral (umbral)”, con Pescado en “El jardinero (temprano amaneció)” y “Serpiente (viaja por la sal)”, o con Invisible en “Perdonado (niño condenado)”, nos recuerda desde Grand Rapids, capital de Michigan (y ciudad de la adolescencia del republicano Gerald Ford, 38° presidente de EEUU), otro suscriptor de El mundo es azul como una naranja, Adrián Fernández Cardiello, que leía a Chitarroni en los tempranos 80, antes de su primer libro publicado.
El lector, el crítico, el editor, el prosista supremo Chitarroni no tenía residencia fija, como la amante en la tapa de un giallo de Fruttero y Lucentini; afincarlo en la literatura resulta eficaz para falsear el contorno de su silueta, si única, no escurridiza. Algunas de las mejores precisiones de una memoria impaciente con la inexactitud estaban asignadas al cine, la música, el pop, el rock, los géneros más plebeyos, la televisión, la radio, el teatro, a sus protagonistas, sus actrices y modelos, sus vedettes y sus chorus lines, sus versiones y diversiones. A una etnografía y taxonomía de sujetos y objetos fenecidos de la cultura material caduca argentina de los años 60, 70, 80.
Entre los géneros que ensaya sin errores El carapálida están la sátira (de mayo del ’68) y el panegírico (de Los Beatles). Chitarroni había sabido todas las respuestas en el concurso del programa “Odol Pregunta” sobre los Fab Four, incluso aquella que hizo perder al concursante, aunque coincidía con el perdedor en que no le habían jugado limpio: no era una pregunta sobre los Beatles, era una pregunta sobre un film sobre los Beatles. En el servicio militar se había contagiado el mal de Chagas, pero no sabíamos esto por él. La producción de un genuino self-respect decentemente ganado era el acicate de los teddy-boys, de los mod, de los punk, de los militantes del National Front cuando las botas Dr Martens eran “Made in England by English Hands”, subculturas británicas que Chitarroni había seguido, como podía, por revistas y publicaciones originales y más por su eco en revistas de rock o alternativas en español. Respeto, es la promesa cumplida de las campañas de Trump, de Bolsonaro, de Kast, de Erdogan, o de Zury Ríos, hija del dictador Efraín Ríos Montt y favorita de los sondeos para vencer en Guatemala las presidenciales del 25 de junio.
El más respetuoso, el más reservado, el menos cínico de los testigos oculistas, ícono del elitismo, Chitarroni había sufrido todas las faltas de respeto infligidas a la infancia, adolescencia y juventud en el hacinado ecosistema porteño o bonaerense de la clase media baja urbana, suburbana, periurbana. La que en octubre votará por Javier Milei en la Argentina.
AGB
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