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Sobre este blog

A veces es más interesante lo que sucede en la previa de una entrevista que la entrevista que se publica. A veces, también, las bambalinas de un reportaje merecen “una nota aparte”. ¿Cómo se preparó Esmeralda Mitre para recibir a elDiarioAR? ¿Qué era eso que tenía sobre su escritorio el empresario Claudio Belocopitt? ¿Y el momento exacto en el que Alberto Samid se enfureció delante del grabador encendido? Hay datos de archivo, referencias, climas, declaraciones o rodeos del personaje que no llegan a un texto. Y no hay entrevistado sin entrevistador así que este boletín también indaga en los fracasos y los aciertos a la hora de entrevistar, de la escucha y lo imprevisible. Gracias por venir será una ventana para que corra aire y también para conocernos.

Autora: Victoria De Masi

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La voz interior

Cesare Pavese.

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Miro esta pila de libros que va creciendo sobre el escritorio y me rodea y crece como si la regaran y ya ni me acuerdo por qué están acá estos libros, cómo llegaron, cuándo volverán a su estante. Tomo uno al azar, lo abro y leo esto: “Una cosa es hacer crónica y otra es hacer novela”. Son las once de la noche del lunes, el primer día de julio. 

La cita - “Una cosa es hacer crónica y otra es hacer novela”- es de Cesare Pavese, un poeta italiano que escribió durante el fascismo, en contra del fascismo. Se crió en el campo. A su primer libro de poemas, publicado en 1936, lo tituló “Trabajar cansa” y nadie hasta ahora ha resumido mejor la poesía o el trabajo. Lo último que escribió Pavese en su diario fue esto: “Palabras no. Un gesto. No escribiré más”. Una habitación de hotel en Turín, los somníferos y el suicidio. Tenía 41 años.

Pero antes de todo eso, en un breve ensayo publicado Il sentiero dell´arte, año 1948, Pavese se ocupó de esta distinción entre crónica y novela, es decir, entre periodista y escritor. Dirá Pavese que, a su entender, no hay ficción posible sin realidad, que el trabajo periodístico es semilla de la ficción. Que la fantasía no improvisa sino que se inspira en un estado de las cosas y del espíritu que la precedieron.

No, Pavese no se pone de nuestro lado, del lado de los periodistas. Hace algo mucho mejor: nos invita a observar nuestra “vida interior”, a revisar “el monótono y punzante recuerdo”. Nos dice que ante ficción o no ficción lo que manda es “la claridad de la mirada”. Escribe el poeta: “Cuando se toma la pluma para narrar todo ha sucedido ya, se cierran los ojos y se escucha una voz que está fuera de tiempo”.

Esa voz, la voz interior. 

Doy mucha vuelta antes de sentarme a escribir. Voy, vengo; voy, vuelvo. Pongo la pava. Acomodo una planta. Limpio lo que ya limpié. Respondo un mensaje. Cuelgo ropa, doblo ropa, ordeno. Y desordeno para volver a ordenar. Mientras tanto miro de reojo la computadora, su ojo titilante, la pantalla en espera. No le temo al teclado, solo me demoro. No es el “miedo a la página en blanco”. Es que defiendo una previa que para mí es valiosa.

Todo ese tiempo que antecede al acto de escritura es escribir sin estar escribiendo. Lavar los platos, por ejemplo, es mi forma de meditación activa. No veo la esponja, la espuma o el agua. Asisto al acto mecánico de frotar la vajilla como si lo hiciera otra persona. Me desdoblo. Lo que me pasa en ese momento es que estoy en otro lado, estoy “en” la nota

Lavo y digo “esto sirve”, pienso “arranco por acá”, especulo “este podría ser un buen cierre”, recuerdo “a este no lo llamé”, enlisto “mañana voy a buscar el dato que me falta”. Es mi tiempo de tomar decisiones. Y se parece más a la técnica que a la inspiración. Es la procrastinación que me gusta.

Hasta que tengo el cierre encima, un editor que espera mi nota tal día a tal hora. En ese momento aparece la voz que “está fuera del tiempo” a la que se refiere Pavese en su ensayito. Es una voz que me dicta, una voz indicativa. Me va diciendo “ahora el texto te pide esto”. La voz interna tiene forma de cartel de ruta. No es un faro, no te marca adonde llegar. Solo acompaña el viaje.

Aunque tiene mi tono y mi ritmo, la voz interior que me dicta me resulta ajena. Es una voz compuesta por mi experiencia, mis valores y dudas, por mis padres, por el lugar en el que me crié, ahí al fondo del Sur. Es una voz interferida por mis circunstancias. Es la memoria que habla. La voz interna es una radio que sintoniza mal hasta que aparece su sonido dorado, ese que escuchan todos pero sólo yo oigo. En su nitidez me siento a salvo. 

 “Una armadura de hábitos mentales y de sensaciones directas, que coincide con el trabajo de su adolescencia”, piensa Pavese sobre quien escribe, cronista o novelista no importa. Suma: “La vena auténtica”. Insiste: “El estado de las cosas y del espíritu”. Solo si nos apropiamos de esa voz interior podemos convertirla en una voz propia. Hacerse cargo de la voz propia es reconocer una identidad. Y por identidad digo una marca, un estilo, un sello personal.

Pavese remata así un capítulo de El Camarada, nouvelle publicada en 1947: “Con aquellos romanos me parecía estar solo y acompañado. Una raza distinta: podía acalorarme con ellos y podía quedarme aparte viéndolos comer. Nos dejaron la salita donde nadie entraba nunca. Con una guitarra pronto uno se pone de acuerdo. Era ya de día y aún tocaba”.

Pensar cómo escribir es aislarse en compañía. Escribir es oír una melodía interna, estar en comunión con el texto. Y haber escrito se parece a rasgar una guitarra que disfrutarán otros. El poeta antifascista no quiso escribir más. Mi gesto, en cambio, son más palabras.

VDM

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A veces es más interesante lo que sucede en la previa de una entrevista que la entrevista que se publica. A veces, también, las bambalinas de un reportaje merecen “una nota aparte”. ¿Cómo se preparó Esmeralda Mitre para recibir a elDiarioAR? ¿Qué era eso que tenía sobre su escritorio el empresario Claudio Belocopitt? ¿Y el momento exacto en el que Alberto Samid se enfureció delante del grabador encendido? Hay datos de archivo, referencias, climas, declaraciones o rodeos del personaje que no llegan a un texto. Y no hay entrevistado sin entrevistador así que este boletín también indaga en los fracasos y los aciertos a la hora de entrevistar, de la escucha y lo imprevisible. Gracias por venir será una ventana para que corra aire y también para conocernos.

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