Cynthia Rimsky: “Me interesa pensar por qué al arte se le exigen cada vez más explicaciones sobre el mundo”
“Al menos yo me aferro a una pregunta, si ella me quiere: en cambio, los plomeros, ¿a qué se aferran?”. En esos dos terrenos –el de la duda que viene siempre adherida al amor y el de un trabajo que recién empieza a conocer– se mueve el protagonista de Clara y confusa (Anagrama, 2024), la nueva novela de la escritora Cynthia Rimsky. Una obra plagada de peripecias, de zonas diáfanas, de enredos, de inquietudes vitales y sobre todo de preguntas.
Es que el protagonista de la historia, flamante incorporación al sindicato de plomeros de un pequeño pueblo, conoce a Clara, una artista plástica que lo deslumbra y que lo hace cuestionarse todo. Desde el vínculo que los une, a los manejos de su gremio. De los circuitos del arte y sus códigos misteriosos, al amor y sus zonas difusas. En su mirada de enamorado y de errante, todo entra en el péndulo que va de la claridad a la confusión, todo es tembladeral, todo es querer entender y al mismo tiempo saber que no hay amor sin incertidumbre.
Narrado con vértigo y con humor, el libro acaba de ser distinguido con el Premio Herralde de Novela. Nacida en Chile y residente en la Argentina desde hace más de una década, Cynthia Rimsky se convirtió en una de las voces más delicadas y singulares de la literatura latinoamericana contemporánea.
– ¿Tenés claro el germen, el origen de la historia que cuenta esta novela?
– Creo que algo empezó a pasar a partir de que un par de editores me dijeron que mi libro anterior era confuso. Confuso y algo moroso en la parte del medio. Entonces me puse a pensar en eso, en qué era la confusión y qué era claridad. Ya me habían dicho algunas veces que costaba entender algún libro que escribí o que tenía que tener un tipo lector que hiciera un esfuerzo para leerlos. Hay un ensayo de Alan Pauls que se llama Fallar otra vez, publicado por Gris Tormenta. Ahí él dice que hay ciertos escritores y escritoras que tienen como una falla y convierten esa falla en una marca de su escritura. Así que me pregunté qué podría pasar si a la confusión o a la idea de la incomprensión la convertía en un signo de mi escritura, pero de manera irónica, riéndome de eso. A partir de ahí, lo único que tenía la novela era el título, Clara y confusa, y ciertas imágenes dispersas que todavía no armaban nada. Hasta que tiré una pregunta, porque siempre en mis libros parto de una pregunta que me interesa que haga un trayecto. Antes escribía más de viajes, pero ahora sigo el camino de una pregunta, la voy poniendo en distintos lugares y es como un viaje también, pero a través de una pregunta. Esta vez la pregunta era cómo saber si alguien te ama o no te ama. Con el tiempo fue surgiendo el plomero, que era un personaje que está en un pueblo vecino al lugar en el que vivo. Yo lo llamaba y él nunca venía a arreglarme el techo. Ya lo había puesto en un libro anterior, La vuelta al perro, y esta vez le dije bueno, “si no venís acá a arreglarme el techo te pongo en una novela”. Él se rió, pero no vino. Entonces dije “lo voy a poner en la novela” (risas). Una pequeña venganza literaria.
– La novela se torna muy graciosa por momentos. De hecho, Marta Sanz, una de las integrantes del jurado del Premio Herralde, destacó justamente su tono humorístico. ¿Fuiste consciente de ese registro mientras escribías, lo buscaste o apareció en la escritura?
– Yo venía trabajando con la ironía ya desde El futuro es un lugar extraño. Creo que eso se profundizó después con Yomurí. Aquí me gustó mucho reírme mientras lo escribía y también reírme porque fue justo cuando salió (Javier) Milei y a mi alrededor estaba todo el mundo triste, muy deprimido y con mucha angustia. Entonces me dije “no voy a pasar cuatro años en este estado de ánimo porque me voy a enfermar, me tengo que reír con algo”. Con esta novela percibí que el humor puede llegar a ayudar a tomar una distancia, a mirar mejor. Cuando un lector o una lectora se ríe me da la impresión de que se sacude y también de que se pone en una disposición de mayor apertura a leer. La risa es un sacudón, algo que te saca de tu esquema y te prepara para leer de otra manera. Entonces creo que busqué eso y que acá está marcado no solo desde algún absurdo, sino también desde las peripecias que va atravesando el personaje.
– Esas peripecias del protagonista tienen que ver con el trabajo que realiza como plomero, pero también porque se mete en los vericuetos de lo sindical: él forma parte del gremio y ahí va a ir investigando algunas cosas que suceden allí. ¿Qué te interesaba de todo ese mundo? ¿Estabas pensando alrededor del poder?
– Creo que estaba un poco cansada de escuchar hablar de la corrupción. Mejor dicho, me cansaba oír la palabra corrupción porque es como una palabra que se tira para culpabilizar todo sin precisiones. Entonces no hay una reflexión o una mirada sobre la corrupción. Tal vez por eso lo que quería era poner esa palabra, que es tremenda, en un lugar muy pequeño en un pueblo con plomeros que se juntan en un café y ver qué pasa desde ahí con el poder. Esto me llevó a entender que el poder es una cosa mucho más compleja y mucho más fantasmal, que está arraigada en hábitos, en miradas que tenemos medio anquilosadas. Es eso: un fenómeno donde se mezclan lo real, lo fantasmático, la tradición. Que no es no es llegar y decirle a todo “corrupción”. Esto me llevó a trabajarlo, pero en un ambiente pequeño en el que todos podríamos sentirnos interpelados y no que la corrupción fuera algo que le pasa a otro. de hecho ese ejemplo ese señor no del del de uno de los plomeros que va con el carrito y termina tomándose.
Cuando un lector o una lectora se ríe me da la impresión de que se sacude y también de que se pone en una disposición de mayor apertura a leer. La risa es un sacudón, algo que te saca de tu esquema y te prepara para leer de otra manera.
– El poder de verdad en la novela no tiene cara, es un poder esquivo.
– Es que así es como funciona el poder. De hecho ahí se ve que el símbolo del poder es tener un Porsche. El poder hoy día es puro símbolo, nunca se sabe exactamente dónde está.
– Clara es artista plástica y en la novela también aparecen preguntas alrededor del arte. Sobre qué es el arte, cómo circula, quién lo valida. ¿Por qué elegiste este universo?
– Creo que partí de la idea de la incomprensión, por preguntarme por qué hay algunos y algunas artistas que la logran y otros que no, por fuera de las reglas del arte de hoy que pueden llegar a ser demasiado esquemáticas. A veces esto pasa mucho más por coincidencias, por azares, por esto de haberse ganado un premio (risas). Por otro lado, me interesa pensar por qué al arte se le exigen cada vez más explicaciones sobre el mundo. Entonces, ¿qué pasa con los artistas o las artistas que tienen un tipo de obra que no está hecha para explicar? ¿Qué pasa con ese arte que es un arte al que no se entra por la comprensión intelectual? ¿Y con ese que no viene a darnos respuestas, sino más bien, a movernos la cabeza o llegarnos a través de los sentidos? Esto también pasa con la literatura: se le exige hoy en día que dé explicaciones sobre el mundo. Entonces la literatura se reduce a temas, a la literatura del tema. La literatura de la ecología, del femicidio, de la violencia, del narco. ¿Pero qué pasa con una literatura que no busca explicaciones?
– El mismo protagonista, casi al final, dice que saber o entender se está convirtiendo en algo que va más allá de sus posibilidades.
– Exacto. Clara le enseña por una parte a mirar arte sin tratar de entender y a la vez él mismo no deja de pensar que tal vez si ella, en lo que hace, armara un pequeño relato tal vez le iría mejor. Me parecía interesante echar a rodar esa pregunta, para ver qué qué ocurría, sin tratar de encontrar una respuesta. Porque también aparece la idea del éxito: hay artistas que lo tienen y otros que no. Entonces quise ver cuáles son los factores que se van conjugando. Porque a veces el poder se ejerce con ciertos proyectos artísticos de maneras poco claras. A veces es simplemente una crítica de arte que le tira el pulgar para arriba a una y le pone el pulgar para abajo a otro.
El poder hoy día es puro símbolo, nunca se sabe exactamente dónde está.
– Clara se llama así y es la menos clara de todas. Es un personaje un poco misterioso. ¿Te servía para hablar de los vaivenes, del amor como un lugar siempre difuso?
– Creo que venía bien para pensar que no existe el lugar de la claridad y el lugar de la confusión, sino que es una tensión que está siempre presente y que nunca se soluciona. Pero también es importante pensar que Clara es poco clara porque está vista siempre desde él, que está muy confundido también. Hay un juego con eso. ¿Quién es Clara, no? ¿Existe así como él la ve? No sé si te ha pasado, pero cuando uno rompe con alguien o está en conflicto con una relación uno empieza a repasar lo que se dijo. Esas elucubraciones “pero me dijo tal cosa y yo respondí tal otra”. Se empiezan a armar como millones de variaciones. Está la pregunta por el amor y también por el lugar del amor dentro de la creación artística, es decir, qué pasa con las parejas cuando hay alguien que está tan obsesionado con crear. ¿Qué lugar tiene el amor ahí? ¿Qué pasa con el o la que no se dedica al arte? ¿Puede entender esa dedicación total y absoluta que tienen los artistas?
– ¿En tu caso cómo vivís esto?
– Vivir conmigo debe ser muy difícil, no lo sé (risas). Yo estoy a las 9 de la mañana en mi taller y no salgo hasta las 7 de la tarde y los fines de semana también porque lo que más me gusta hacer en el mundo es escribir y leer. Por lo tanto no debe ser fácil para la otra persona que eso que hacemos es realmente es lo que está primero. Yo en algún momento me dije “bueno, esto es lo que me gusta hacer y más que nada en el mundo”. Y a partir de ahí he ido creando las posibilidades para ir comprando tiempo para dedicarle a eso. De hecho vivo en el campo, porque ahí se gasta menos plata y esa vida más austera te permite, no tener que trabajar tanto para poder dedicarte a esto. Que, por otro lado, es un trabajo por el cual uno casi no percibe dinero. Así que toda mi vida, en vez de comprarme alguna cosa material, he comprado tiempo.
– ¿Qué implica para vos un reconocimiento como el Premio Herralde?
– Es algo que me llega cuando ya tengo libros publicados por lo tanto de algún modo lo siento como un cierto espaldarazo a un proyecto de escritura. Y eso me gusta, entiendo que me van a leer más personas porque en general a las personas les importan los premios (risas). Yo iba a seguir escribiendo igual, pero bueno, esto le da más espacio a este proyecto de escritura y llega también a un público mayor. A su vez, ese público que decía que quizás mis libros eran más difíciles o eran para un grupo pequeño de gente tal vez cambie de idea. Está bueno que un premio corra y barra esas etiquetas que a veces nos cuelgan.
– Llevás más de una década viviendo en Argentina y estamos transitando momentos difíciles. En el caso de tus actividades, como docente en la Universidad de las Artes y también como escritora, el panorama no es muy alentador. ¿Qué te hace seguir eligiendo este país para vivir?
– Argentina sigue teniendo algo que me gusta mucho a mí y que tiene que ver con un tipo de informalidad, con cierto caos por donde se desarma el convencionalismo. Tengo la sensación de que todavía aquí hay una amplitud que, por ejemplo en países más formales como Chile, no existe. Allá la mercancía, el concepto de mercancía, está en todo. Mientras que siento que acá todavía hay lugares donde uno se puede escapar. Está todo agujereado y por eso agujeros aparecen espacios de amplitud, de diferencia, de tolerancia a la diferencia. Aunque todo eso esté puesto en cuestión en estos momentos, tengo fe y esperanza de que esto no va a cambiar.
– Es un partido difícil, se habla incluso de una “batalla cultural” desde el gobierno.
– Sí, en ese sentido tengo momentos contradictorios. Porque por una parte tengo la sensación de que uno no puede contestarle a todo lo que ellos te tiran, porque si no te tienen bailando a su ritmo. Y me parece que lo hacen para distraernos de otras cosas, que son como bombas de humo y que uno no tiene que caer. Por otro lado, creo que lo importante es seguir haciendo lo que uno hace y que esa es la verdadera y gran batalla cultural: seguir haciendo lo que uno hace con más alegría y convocando más gente. Quizá muchos y muchas estábamos muy cómodos como militantes. Y caímos como en una comodidad y en un cierto individualismo. Quizá esta situación actual nos compele a volver a trabajar a nivel de base, a conversar con tu vecino o con tu vecina, al trabajo de hormiga de volver a conversar y no estar encerrados disputando los pequeños triunfos de nuestro pequeño bienestar. Son situaciones que nos obligan a movernos de ese espacio de comodidad pequeño y precario que creíamos haber conseguido, pero que era un espacio al fin.
AL/MG
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