El maltrato constante al servidor público
Antonio Gasalla, uno de nuestros más grandes comediantes, compuso un personaje muy recordado: Flora, la empleada pública. Se la pasaba comiendo bizcochitos y tomando mate con su amiga La González. Las dos eran bastante haraganas y muy incapaces. Flora, siempre al borde de un ataque de nervios, maltrataba a la gente a la que se suponía que debía atender y se apresuraba a despacharlos para seguir conversando con su amiga. No sé si Gasalla se lo propuso, pero en la década de los noventa su parodia colaboró bastante en generar el clima que justificó los despidos masivos de Menem. Si los empleados públicos eran como Flora, bien echados estaban.
Las parodias que funcionan, funcionan porque en alguna medida reflejan la realidad. Dios sabe que existen empleados de ese estilo; todos hemos tenido que padecerlos alguna vez. Quienes conocemos un poco los vericuetos del Estado nos hacemos alguna idea acerca de cómo llegaron a sus puestos, por acomodos varios y falta de mecanismos de selección, y cómo consiguen permanecer allí a pesar de su mal desempeño, aprovechando las garantías de estabilidad del empleo público. Pretender que gente inútil o intratable no llegue al Estado ni permanezca allí es perfectamente legítimo.
Al mismo tiempo, hay que decir que la gran mayoría de quienes trabajan para el Estado no son como Flora. Al contrario, son eficientes, amables, serviciales y comprometidos con su labor. El empleo público es muy variado. Para ingresar en muchas reparticiones es preciso tener una formación específica y atravesar concursos o exámenes. De hecho, en el Estado trabajan proporcionalmente muchas más personas diplomadas –es decir, que estudiaron y se formaron para hacer lo que hacen– que en el sector privado.
El truco de la derecha, en esto como en todo, es construir estereotipos y utilizarlos como armas. Tomar un caso, hipervisibilizarlo y convertirlo en norma. Poner el foco en Flora para opacar todo lo demás. No importa su desempeño, sus credenciales, sus méritos, el amor que pongan en su trabajo: son todos “ñoquis” o “munipas” inútiles. A ese estereotipo, los años de Macri sumaron otro: son todos “grasa militante”, personas que ocupan cargos para hacer política, no para desempeñar una labor útil. Los mileístas reforzaron ese mensaje y lo dirigieron también a los docentes y científicos: son “adoctrinadores”. Todos basura, ratas, casta privilegiada. Y si son funcionarios, por supuesto, todos chorros.
Mientras estos discursos estigmatizadores avanzaron, el empleo público sufrió transformaciones dramáticas. Además de los despidos masivos que periódicamente lo afectan, desde los años noventa se precarizó notablemente, con el crecimiento de la porción que permanecen como eternos “contratados”, sin estabilidad ni derechos laborales o facturando como monotributistas. Los salarios del sector vienen en caída libre desde 2016. Y además, deben soportar la creciente estigmatización que promueve la derecha. Para quienes hacen su trabajo bien, para los que no son como Flora, conservar la motivación se vuelve muy difícil.
En estos días el gobierno de Milei avanza en un nuevo maltrato. Por resolución del ministro Federico Sturzenegger, todos los empleados del Estado nacional, incluyendo los de contratos precarios, de todas las funciones, desde los de alto rango hasta los de maestranza, deberán someterse a un examen que evalúe sus “conocimientos y competencias”. No se trata de un examen de admisión: se va a realizar sobre quienes ya son empleados. La normativa no aclara qué contenidos se tomarán, ni qué sucederá con quienes no aprueben. ¿Serán despedidos? Nadie lo sabe.
Entre los empleados hay una comprensible inquietud. A falta de precisiones, algunos de los sindicatos están haciendo circular unos “Simulacros de Evaluación” para ayudar a los trabajadores a prepararse. Las preguntas que incluyen son de todo tipo, desde conocimiento de la Constitución, de varias leyes y de las normativas de la función pública, hasta comprensión de textos, cuadros y gráficos, pasando por lógica y matemática. Algunas son bastante complejas.
Ponete por un momento en la situación de un empleado cualquiera. Hacé el esfuerzo. Imaginá que trabajás hace 15 años en un puesto de maestranza, limpiando pisos en un Ministerio. Viajás todos los días dos horas en tren, apretado como una sardina. No importa: vas sin falta y hacés tu trabajo bien. Hoy estás ganando un salario de hambre, poco más de $400.000, y te bancaste una caída del poder adquisitivo muy dura durante el último año, a la que se sumó la decisión del gobierno de quitarte la posibilidad de sumar unos pesos más haciendo horas extras. Porque quieren que no puedas ganarte un mango más trabajando. No señor. Porque especulan con que renuncies, como ya lo hicieron varios compañeros. Un alquiler cuesta más que lo que ganás. Si tu pareja gana lo mismo que vos, tu hogar todavía está debajo de la línea de pobreza. Trabajar para ser pobre. Así está tu vida hoy.
Y justo en este momento a Milei se le ocurre que, además, hagas un examen en el que demuestres que sabés resolver ecuaciones y podés interpretar un gráfico X Y. ¿Para qué? ¿Para ascenderte y mejorarte el sueldo, para pasarte a planta? ¿O sólo para acceder a la posibilidad de seguir limpiando pisos mientras seguís viendo cómo caen tus ingresos y escuchando día y noche que sos un “munipa” inservible, una carga para ese bendito sector privado que hoy, te dicen, monopoliza la virtud moral? La violencia que eso significa solo se entiende poniéndose en los zapatos de los miles de personas que hoy están en este entuerto.
El final de esta historia es previsible: se realizarán las pruebas y el gobierno podrá mostrar el “dato” de que un alto porcentaje de los empleados públicos reprobó y que no manejan conocimientos necesarios para sus cargos. Y otra vez, el caso particular se hará pesar sobre todo el conjunto: no importa si el que no supo resolver una ecuación es el que limpia pisos o el doctor en física que supervisa una central atómica: todos ignorantes, todos Floras, todos “munipas”. ¿Qué harán luego? ¿Despedir a los reprobados y aprovechar para meter gente propia? ¿O se contentarán solo con la humillación y el rédito político que eso genera hoy, que la crueldad está de moda?
La etapa destructiva e idiota en la que estamos sumidos va a terminar. Mientras tanto, si sos un empleado del Estado y no sos como Flora, si cumplís bien con tu función, sea cual sea, tratá de no perder de vista que tu trabajo es valioso y que merece que lo respeten. Tratá de no olvidar que, aunque los brutos que hoy se dicen liberales lo ignoren, las múltiples labores que realiza el Estado son absolutamente indispensables. No solo para que funcione la sociedad, sino incluso el propio mercado, que ni siquiera existiría ni podría operar sin todo lo que el sector público aporta. Sabé que la riqueza la genera el trabajo, el tuyo incluido.
Aunque luego se la queden otros, que trabajan mucho menos, o que no trabajan en absoluto.
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