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OPINIÓN
Carta urgente a Leo Messi: Andate ya, Campeón, París no te merece

Lionel Messi, durante el viaje a Arabia con su familia que motivó la sanción del PSG.

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Cómo no te voy a entender. Supongamos que, por un momento, sos un ser humano, como el resto de los mortales. Ponele que seas un tipo común. Y que nadie te esté mirando las 24 horas. Que salís a la mañana, vas a trabajar. Sí, es cierto, no como todos, con muchos privilegios bien ganados, con todas las comodidades, un lindo auto, una “oficina” cuidada, un sueldo que se corresponde con los que se pagan en tu actividad, que es un poco particular y que te gusta mucho, pero al fin y al cabo vas a ganarte el pan para tu familia, porque querés lo mejor para Anto, Thiago, Mateo y Ciro, y tus padres. Sin embargo, algo no te cierra, no encontrás fácil la alegría como antes, no disfrutás tanto, no sentís esa chispa que ilumina tu mirada. Y tu corazón sabe que, aunque muchos piensen que no tenés derecho a quejarte, que lo tenés todo, hay algo raro, una sensación que no te deja estar en paz, un malestar. Y cómo no te vamos a entender. Si a nadie le gusta estar donde lo maltratan.

Cualquiera que ama el fútbol sabe que sos “el” fútbol. O, al menos, (no los entiendo mucho, pero bueno…) reconoce que sos de lo mejor que dio este deporte. Miles de millones de personas en el mundo darían cualquier cosa por tenerte un instante al lado, tocarte para ver si de verdad sos humano, mirarte a los ojos, verte de cerca, sentir una partícula de tu magia como esa brisa reconfortante que nos hace olvidar por un instante que, aunque la vida es bella, tiene sus cosas. Cualquiera menos ellos, los hinchas y los dirigentes del PSG.

Tu historia en París no nació de la mejor manera, lo sabemos. Te fuiste de tu casa blaugrana por la puerta lateral, con las lágrimas a flor de piel. Te fuiste sin querer irte. Y nadie que se vaya de un lugar sin querer irse arranca con el pie derecho en una casa nueva. Pero la peleaste. Le pusiste garra, aunque costó al principio. Y cuando te acomodabas te sacaron a tus amigos (Di María y Paredes), y tu hermano de la vida (Neymar) no estuvo en su mejor momento físico, y también te fue dejando por largos ratos. Y le pusiste onda para llevarte lo mejor posible con el siempre complicado Mbappé. Y a cada rato volvías a tu casa en Barcelona para respirar aire puro, calmo, y sentirte en casa. Y tuviste la gloria mundialista en el medio, y fuiste el ser más feliz del mundo, y llevaste las lágrimas más lindas que existen a millones de hogares con tu equipo de la vida, la Selección, tu otro lugar en la Tierra.

Pero después de la gloria en Qatar, tuviste que volver con ellos. Y peor, porque ahora no te perdonaban que le arruinaras a Le Bleu el sueño del bicampeonato. Pero le volviste a poner onda. Dejaste todo en un equipo en el que, cuando mirabas al costado, en vez de encontrar a Angelito, a Leo o a Ney, tenías que intentarlo con Soler, Fabián Ruiz o Sarabia. Que son muy españoles, pero no son Xavi, Iniesta o Sergio.

Y el sueño de la Champions (quizás la única y gran motivación para tu desembarco en tierras parisinas) quedó trunco, con un equipo que nunca fue equipo, sino una suma de individualidades, con un Neymar gigante en el primer tramo hasta que las lesiones lo marginaron, y con tu sociedad con Kylian que, por momentos, fue explosiva, y por momentos, se desconectó. Y quedó la Liga, que está cerca, pero aún lejos al mismo tiempo, si se tiene en cuenta que el sprint final de tu equipo no es el mejor. Poco. Encima, como nunca, ni para vos, ni para la gran mayoría de tus colegas, cuando jugás en el Parque de los Príncipes, escuchás silbidos. ¡Silbidos! Y levantás la cabeza y ves que la reprobación viene de tu propia hinchada. Y vos, que sos humilde, no lo decís, pero sabés que eso no es normal. Sabés, con solo mirar de reojo la vitrina de tu casa desbordada de galardones, que eso no está bien. Y, además, los dirigentes, que saben que no pensás quedarte mucho más, te sueltan la mano y te sancionan en lo que más te duele. No, claro que no es que te hayas quedado sin cobrar tu sueldo por dos semanas –algo que a mí me dejaría fuera de la carrera por las necesidades más básicas del ser humano-, te sacaron la pelota. Con lo que te gusta. Con lo que te molesta no tenerla cerca. Sí, le estarás pateando penales a Mateo para que se luzca con voladas inolvidables en tu patio de césped sintético. Y te arrancará muchas sonrisas, pero la pelota de verdad se extraña, ¿no? Y como si eso no fuera suficiente, los ultras del PSG organizan una protesta frente al estadio y algunos ¡te insultan! Nadie en sus cabales puede avalar esto. Nadie que ame el fútbol. Sólo los mercenarios que responden a intereses ajenos al deporte.

Ya está, Leo. Es suficiente. Entiendo tu desilusión hoy, pero sé que no te empaña el corazón lleno de gloria mundial. Armá la mudanza y volvete a tu casa en Barcelona, mientras pensás con calma donde querés pasar tu próxima temporada. Si es ahí, todos felices. Si es en la Premier, hermoso. Si es en Rosario, una locura. En cualquier parte -todavía no Arabia o Miami-, menos en París. Porque queremos verte todos los fines de semana, con tu magia, con la pelota al pie, con tu cabeza girando de hombro a hombro para escanear toda la cancha y estar siempre dos movidas adelante que el resto, con tus pases milimétricos, con tu generosidad, con tus tiros libres, con tus goles de zurda, de derecha, de tiro libre, de afuera del área, llegando como 9, con o sin caños en el camino, con cara interna o cara externa, con la rodilla, con la cabeza o de rebote. Necesitamos disfrutarte un rato más. Vos lo sabés. Andate ya, Leo, París no te merece.

IG

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