Flor Bobadilla Oliva y su música con raíces de agua
Flor Bobadilla Oliva es tantas cosas que una nota no alcanza para abarcarlas. Esta cantante, pianista, compositora y actriz misionera lleva adelante un montón de proyectos pero además no le escapa a ningún “convite” de músicos amigos.
Presentó hacia fines del año pasado su primer disco solista, el exquisito Solita mi alma, (Yunta Records), un álbum de “músicas folklóricas de selva y puerto”, como lo define ella, que se hilvanan en la voz de esta artista, plena de texturas y matices.
Pero, además, Bobadilla Oliva integra el grupo Flamamé (con Noelia Sinkunas, Milagros Caliva y Belén López), nuevísimo y especialísimo, el Dúo Bote, junto a Abel Tesoriere, y otro dúo con Nacho Amil. Por si esto fuera poco, también conduce un programa en Nacional Folklórica, Paisaje Interior, que se emite los domingos a las 22.
Nacida en 1987 en Posadas, lleva radicada en Buenos Aires desde 2010 y, por suerte, no perdió la elle al hablar. Le gusta la charla larga y distendida y se toma el tiempo para encontrar profundidad en sus respuestas. En esta conversación con elDiarioAR repasamos un poquito su quehacer musical (de la actuación nos ocuparemos otro día).
-¿Cuándo supiste que querías dedicarte a la música?
-Me cayó la ficha estando en Córdoba. Terminé el secundario y me fui a estudiar fonoaudiología a Córdoba. Me estaba yendo de mi ciudad, en realidad. Empecé un taller de actuación y nos preguntaron algo así como: ¿a qué se dedican y para qué lo hacen? Yo decía: 'estoy haciendo fonoaudiología para trabajar con las voces de actores, cantantes, gente que se dedique a la voz'. Y cuando terminé de formular eso dije: 'ah, pero yo quiero...' De chica, mi papá tenía un grupo vocal, En Armonía, que todavía existe. Mi viejo es el que hace los arreglos. Y se encerraba en su habitación a armar los arreglos y yo por ahí le pedía para entrar y me quedaba en silencio escuchando. A la noche cuando venían los tíos a ensayar me mandaban a dormir con mi hermano y yo escuchaba... O sea, hay algo desde chica. De acompañar esos grupos también a festivales o toques, dormir en sillitas de plástico. Hay algo que ya venía pasando en la música. Después empecé a cantar en el coro de la UNAM y ahí empezó toda una movida. Los fines de semana nos íbamos al interior. Ahí estaba el vínculo de la música al movimiento. La música en gira y la música compartiendo con otras personas. Me subía chiquitita, me colgaban las patas, en los bondis esos todos destartalados, con esos ventanales gigantes, y me despertaba en otro paisaje. Para mí la música tiene eso: llegar a un lugar, a otro paisaje y encontrarte con otras personas, con otra formas. El deseo se fue gestando, fue pulsando y dándose lugar a tiempo real creo que con la pregunta en Córdoba. Y cuando aparece, corrompe todo. Dejo fonoaudiología, empiezo composición, tampoco me gusta la institución, decido venirme a Buenos Aires y estudiar actuación y música.
-Vamos con la música. ¿Cómo te formaste?
-Tenía mi formación coral y empecé a buscar profesoras. Sentía que mi volumen era chiquito y que necesitaba abrir un poco. Probé con varias maestras. Quería estudiar con alguien que tenga la visión del jazz porque el jazz como lenguaje es una de las cosas más habilitantes, de algún modo. Mi primera maestra de canto fue Grace Cosceri, que era la coach de (Luis Alberto) Spinetta. Tomé un tiempo con ella. Después probé con otra profesora de jazz, Eleonora Eubel. Con todas iba de a poco o poquito. Me había venido para Buenos Aires. Estaba muy en esta cosa de no terminar de hacer pie. Y en algún momento llego a Roxama Amed. Y Roxana fue mi maestra. Nunca termino de entender qué fue lo que pasó en nuestras clases. Sí sé que fue un lugar que fue como un abrazo y que eso es lo que busco cada vez que doy clase o comparto un taller: que sea un techito, un descanso, un reparo, un lugar donde animarse a probar. Y ahí se abrió algo. Después seguí probando cositas. Yo soy observadora. Ese es mi trabajo. Diría que soy más observadora que otra cosa. Como había estudiado fonoaudiología, también fui a una fonoaudióloga que me dio algunas herramientas. Y hace algunos años, preguntándome cómo seguir entrenando, me encontré con una técnica que estoy estudiando hace dos años y medio, que es la antigua técnica italiana, que es más intuitiva en algún aspecto pero muchísimo más efectiva que todas las cosas que probé.
-¿Y el piano?
-En Misiones no había música popular en el momento en que yo estudiaba. Era música académica. Tenía una profesora exigentísima pero muy buena. Estudiaba de memoria las obras. Mi profesora me odiaba y se mataba de risa a la vez. Me aprendía las sinfonías, todo el repertorio me aprendía, y la iba llevando así para después rendir los exámenes. Y retomé el piano de una forma muy bizarra. Estaba trabajando en la Villa 31 y no encontraba la forma de dar clases de música. Se me estaba cayendo de las manos la forma de maestra-alumnos, que fue como yo me críe, y acá había otra necesidad, a la que yo no sabía cómo responder porque no tenía herramientas. Entonces, dije: yo sé cantar. ¿Cómo tengo que hacer? Saqué una canción muy sencilla que tenía dos acordes. Y, como pude, mi estrategia fue, con muchísimo miedo, que los alumnos entren a la sala de música, ponerlos en ronda y empezar a tocar esos acordes y a cantar esa canción. Y ahí se armó la escucha. Entonces dije: ok, va por acá. Y les enseñé esa canción y me puse a sacar otras para acompañarles. Después hice mi primer viaje a Europa y sentí la necesidad de aprender a acompañarme. Empecé a jugar, a armar cositas, con otras pausas, con otro diálogo del que tengo con artistas con los que trabajo y con los que comparto. La persona que más me ha ayudado a bordear estos lugares fue y es Ana Rosenberg. Cada tanto la llamo, somos amigas, es una artista que admiro muchísimo y que tiene una paciencia abismal. Y ahí se fue gestando esta cosa de aprender a acompañarme, aprender a pausar y ver por dónde empezar, por dónde seguir, cómo sostener.
-Fuiste cantando con diferentes músicos, grabaste discos y llegó tu primer disco solista, en el que cantás vos acompañándote al piano. Primero lo tocaste mucho tiempo, tenías un repertorio más amplio. ¿Cómo fue el proceso?
-Fue una construcción. Cuando fui para Europa no podía acompañarme y quería compartir cosas. Tenía una canción de Ramón Ayala, que era una de las que le enseñé a los chicos de la 31, “Antiguo Barracón”, y te diría dos canciones más. Hice un taller, compartí esas canciones y dije: necesito aprender a acompañarme, porque quiero compartir un montón de cosas. Cuando vuelvo, Natalia Sordi, que es una psicoanalista, música, poeta y en ese momento estaba produciendo eventos, me convoca a un ciclo de mujeres, Ellas en la voz, y nos pusimos a charlar. ¿Qué querés hacer?, me dice. Otra vez la pregunta. Y le digo: tengo ganas de viajar y de tocar música, cantar, eso es todo lo que quiero hacer. Y dice: vamos a hacer una gira, empezamos por Córdoba. Y armamos la gira a Córdoba y así empezó. ¿Y qué vas a hacer? ¿Cómo se llama? Se llama Solita mi alma, le digo. Y se mató de risa y empezamos a laburar sobre eso. Lo que está grabado es lo que se terminó gestando para el disco, pero alrededor hay muchísimas canciones más. Cuando toco sola no siempre toco lo que está grabado en el disco. Está hilado entre relatos, anécdotas y un poco de humor. Necesitaba darle lugar a la actriz. También porque no terminaba de entender por dónde venía pero necesitaba hablar de las soledades, de las formas de soledad detrás de las transiciones, de aprender a acompañarse, del cuerpo como mujer, del cuerpo como un territorio o no territorio... Hay un repertorio muy amplio en el Solita, hay diálogo en el Solita. A veces vamos para un lado y a veces completamente a otro. Para la presentación oficial, que ojalá se pueda para julio, sí va ser el disco con les invitades y alguna otra cosita que quedó fuera de la grabación. El Solita creo que es un concepto con el que voy a poder trabajar bastante tiempo.
-¿Cómo elegís las canciones, con qué criterios, y cómo hacés después para apropiártelas y hacer tu versión?
-Por lo general me encuentro con las canciones. A veces trato de ir a los clásicos que son lugares que necesitamos para descansar también. Los clásicos tienen esa cosa de reparo. Me gusta el juego de armar un álbum de fotos donde todas las fotos pueden ser más o menos nuevas o viejas pero siempre son clásicas las emociones que nos encuentran. Siento que también está bueno tomar canciones que tengan letras bastante complejas, que tal vez no queremos escuchar tanto, porque en realidad son parte de nuestra historia. Y si sacamos esa parte del álbum, nos falta algo de la construcción de los lugares de donde venimos, de los dolores que atravesamos, de las heridas que tenemos. Me voy encontrando con las canciones. Hay cosas que me gustan y las voy buscando. Trato de que mi trabajo sea una composición alrededor de eso. Plantear un paisaje que va a ser una foto. La foto siempre toma un pedacito y alrededor hay toda una otra cosa que es parte de ese paisaje. Para mí son postales. Y que van formando parte sin querer de una cosa que tiene que ver con esto de las soledades, con los puertos también. Hablamos del folklore, hablamos de raíz, y la raíz por lo general se piensa como algo a la tierra, algo rígido, y yo pienso en una raíz de agua, en un camalote. Me crié al lado del río y de repente estoy acá y lo siento a este lugar como mío también, por más que le demos la espalda al río. Hay algo que llega a los bordes y que golpea los bordes. Y hablo de los bordes como todo lo que para nosotros está en los bordes. Siempre hay un agua que nos empuja, que está y que pulsa. Aunque liviana, cuando el agua entra, entra. Siento que eso es el deseo también. Que a veces no hay un lugar para escucharlo, a veces hay espalda al río, y a veces indefectiblemente entra. Entonces la raíz de agua va a estar un rato en el borde y después va a seguir su camino.
-En tu disco hay muchos ritmos diferentes, pero también lenguas diferentes. ¿Por qué elegiste cantar en otros idiomas?
-Cuando hacía los viajes con el coro, de chica, tuve la oportunidad de conocer a la comunidad mbya-guaraní. Y creo que eso me rascó un lugar que desconocía porque tenía muchas ganas de comunicarme y no podía. No había un lenguaje común, pero sí había y era la música. Ese es un disparador para mí. Tuve también la oportunidad de ir a una escuela donde se estudiaban varios idiomas. Estudiábamos desde el quinto grado latín y griego. Después era francés e inglés. Por supuesto, de todo sé nada. Pero me queda la musicalidad de cada uno. Además iba a la escuela de música y cantaba en un coro. Después del de niñes me pasé al universitario. Cantaba en latín, en francés, en alemán, un montón de idiomas. Y el tejido de las voces, el trabajo ese, me fascinaba. Había algunos idiomas que me fascinaban y el encontrar lo que estaba alrededor de la palabra que no se termina de traducir al habla. El guaraní también aparece en algún momento. En mi casa no se hablaba guaraní, pero mi abuela habla guaraní y hay parte de mi familia que sí entiende. Había una pregunta también ahí de por qué esto no se sabe, qué es lo que tanto duele que no se puede hablar de esto. Por supuesto esa pregunta no se respondió. Pero busco en esos ecos traducir lo que no se pudo escuchar, lo que no se pudo decir. Y mi trabajo frente a las canciones es un poco, o así lo siento, ir buscando lo que está alrededor de la palabra. Porque te digo mesa y capaz que vos pensás en esta o en esa o en la de tu abuela los domingos y va a depender de cómo yo trate de pronunciar esa mesa hacia dónde vamos a ir o hacia dónde te quiero compartir mi historia.
-Hablame de los invitados en tu disco.
-El Tiki Cantero, que es un artista que admiro muchísimo, es una persona extremadamente generosa, fue el primer invitado pensado y delineado. Después están María Fernanda Peralta que nos conocimos cuando cada una estaba haciendo sus cosas en Buenos Aires y retomamos vínculo para grabar esta música paraguaya, Christian Covre, que es un percusionista que sumó algunos detalles en una cumbia, y Víctor Carrión, que es un vientista que lo conozco desde que soy chica y terminé llamándolo para que haga una magia también para la cumbia. Juan Fermín (Ferraris), que es uno de los chicos del sello, se sumó también a tocar un tango. Y Belén López que es contrabajista y que es una grande y tengo la suerte de compartir Flamamé con ella.
-¿Ser mujer es complicado en este medio? ¿Cómo lo fuiste viviendo a lo largo de los años?
-Sí es difícil. Es complicado y a tiempo real y cada vez es distinto. Sobre todo para quienes nos hemos criado en ciudades chicas donde hay muchas cosas supuestas y sobreentendidas. Volver al diálogo, volver al no suponer, es un trabajo constante. Al día de hoy siguen sucediendo cosas donde sé que ciertas respuestas de personas con más o menos poder son distintas para un varón que para una mujer. Voy intentando cosas distintas. Y es cada vez, la verdad, porque es con cada persona, es con cada personalidad y es tratar de estar donde se puede y correrse de dónde no. Y, por supuesto, compartir. Lo que pasa que yo no tengo por qué formar. No sé si estoy en lo cierto. En principio nada más quiero que se escuche como si fuera todo un diálogo. Se supone que es un diálogo. La música y un montón de otras cosas. Entonces apelo a eso, apelo no a la guerra, sino a este río que en algún momento entra y cuando entra creéme que levanta todo. Apelo a una forma amorosa de la palabra y, por supuesto, a no dejar de equivocarme también, porque nada está muy claro. Todos tenemos reacciones y necesitamos vivir y es un momento muy reaccionario, muy hacia la reacción, muy hacia el no lugar del diálogo. Yo siento que es desde la comunicación y desde alojar el diálogo.
-Además de tu proyecto solista, estás en el Dúo Bote, en Flamamé y con Nacho Amil. ¿Cómo siguen esos proyectos?
-En abril grabamos con Flamamé, en mayo terminamos de grabar disco con Dúo Bote. Estimo que en julio terminamos de grabar disco con Nacho Amil también. En 2015 hice los dos primeros discos, lo que fue una locura para mí: dos con menos de tres meses de diferencia. Ahora, por suerte, con más maduración con la música a la hora de grabar. O más o menos, porque con Flamamé siempre aparecen cosas nuevas. Está prendida la caldera, ¿viste? Entonces vamos cocinando las cosas que van apareciendo. Hay muchos otros proyectos que van también a la par o convites que voy recibiendo y que tomo cuando puedo.
-¿Cómo es la experiencia del programa de radio?
-Es especial porque estoy muy afuera de la forma. A mí me gusta escuchar. Me gusta que me hagan notas y poder explayarme y hablar de las cosas que necesitamos hablar y construir respuesta a tiempo real. Entonces me gusta que les artistas que se puedan acercar tengan ese espacio también. El espacio de duda, el espacio de construcción de algo de lo que estamos hablando, más allá de: 'el miércoles presento disco a las 21:30 en tal lugar...' Porque necesitamos humanizarnos para definir la escucha de nuevo, que es lo que necesitamos hoy.
-Hace poco participaste en una residencia artística muy interesante.
-Lucy Patané y Andrés Mayo nos convocaron a una serie de artistas a compartir una semana en Sonorámica. Cada artista tenía que llevar una canción y ahí se iba a armar. Al rato se sumó gente a filmar, entonces viró el proyecto, que en realidad tenía el foco puesto en el proceso. Se filmó un documental que no sé cuándo va a salir y se grabaron las músicas de cada une. Lo que hacíamos era proponer una canción y trabajarla entre todos. Fue maravilloso. Si las cámaras no hubieran estado, hubiéramos grabado un disco doble. Por día grabábamos una o dos canciones. Y de a ratos levantaba la mirada y decía: 'eh, son mujeres y disidencias, qué increíble'. Noelia Sinkunas, Milagros Caliva, Lucy Patané, que tocó y produjo, el Mocchi, Manu Sija, Nadia Larcher, Tomi Llancafil, ¿qué puede salir mal?
“Raíces” fue un programa radial dedicado a la música de raíz de Argentina y Latinoamérica que la periodista entrerriana Blanca Rébori condujo durante más de 30 años en diferentes emisoras. Titulamos esta columna con ese nombre en homenaje a su labor.
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