Odebrecht: así llegó el expresidente Toledo a Lima donde enfrentará el juicio por corrupción
El expresidente de Perú Alejandro Toledo, quien encarnó en 2001 la esperanza del país por el retorno a la democracia, llegó este domingo a Lima extraditado desde Estados Unidos, para afrontar un juicio por corrupción que podría terminar en una condena de hasta 20 años de cárcel.
Toledo, de 77 años, arribó escoltado por alguaciles estadounidenses en un vuelo comercial procedente de Los Ángeles. Lucía demacrado, aunque sin la silla de ruedas con que se le vio en el aeropuerto de partida, y ocultaba bajo una manta las manos presumiblemente esposadas.
En una primera diligencia, el exmandatario fue llevado a una instalación policial del aeropuerto Jorge Chávez, donde fue notificó que queda privado de la libertad, pues está vigente una orden de prisión preventiva en su contra por 18 meses.
Toledo enfrentará un proceso por presuntos lavado de activos, colusión ilegal y tráfico de influencias, derivados de la supuesta recepción de un soborno por unos 35 millones de dólares pagado por la constructora brasileña Odebrecht por la adjudicación de un tramo de la carretera Interoceánica, que conecta al Pacífico de Perú con el Atlántico de Brasil.
El fiscal del caso, José Domingo Pérez, pide 20 años de cárcel para el expresidente, quien durante seis años logró dilatar el proceso de extradición por parte de Estados Unidos, país en el que vivió buena parte de su vida y en el que se formó profesionalmente.
Finalmente fue derrotado en todos los recursos que presentó y se entregó el viernes a las autoridades norteamericanas. “Solo pido que no me maten en la cárcel”, afirmó tras admitir que la extradición era un hecho y asegurar que sufre complicaciones graves de salud, incluido un supuesto cáncer.
En Lima, Toledo irá a la cárcel Barbadillo, en la que solo hay otros dos internos: los expresidentes Alberto Fujimori, que paga 25 años de cárcel desde 2007 por 25 asesinatos; y Pedro Castillo, que espera un proceso por supuesta sedición, derivada del intento de cierre del Congreso por el que fue destituido en diciembre pasado.
Su gobierno
“(Toledo) generó esperanza y terminó siendo un penoso personaje. No se puede decir que gobernó mal, que maltrató a la economía o que fue insensible con la pobreza. Tampoco que fue un gran represor. Pero había algo en él que lo hacía poco creíble, borroso, ridículo incluso”, comentó el analista Ramiro Escobar.
Y continuó: “Recuerdo adjetivos contra él que claramente rezumaban un racismo torvo. Espero que ahora, cuando finalmente va a caer en desgracia y nos va a ofrecer el triste espectáculo de sus enredadas palabras y sus medias verdades, sepamos distinguir el origen social del personaje de sus actos”.
Con una procedencia indígena que se refleja en su rostro, Toledo apareció en el panorama político peruano en la década de 1990, como un egresado y profesor visitante de la universidad estadounidense de Stanford que solía comentar temas económicos.
Poco a poco, Perú se acostumbró a sus formas pomposas, a su español rebuscado y varias veces mal articulado, a relatos personales que en ocasiones sonaban inverosímiles y a sus tendencias sibaritas, pero también a su fortaleza en la capacidad de sintonizar con sectores populares.
Toledo enfrentó en la última parte al Gobierno autoritario de Fujimori (1990-2000) y terminó convertido en la alternativa con un discurso de centroderecha que prometía “construir el segundo piso”, con las bases económicas liberales sembradas por el fujimorismo, pero con un proceder democrático.
Derrotado supuestamente por Fujimori en las elecciones de 2000, cuya legalidad y legitimidad no fueron reconocidas por la comunidad internacional ni gran parte del país, Toledo, caído el régimen autoritario, llegó un año después a la Casa de Pizarro con el partido Perú Posible, ahora desaparecido.
Así, se convirtió en lo que él denomina “un error de la estadística”. Hijo de un albañil y de una lavandera de ropas, nació en el pequeño poblado quechuahablante de Cabana, en los Andes norteños, y creció en la ciudad de Chimbote, donde sobrevivió como lustrabotas o vendedor ambulante de pescado.
Su vida, que parecía destinada a ser una más entre las de los millones de peruanos en pobreza extrema, dio un giro en 1980, cuando obtuvo una beca para Estados Unidos. “Cholo de Harvard”, lo apodaron sus adversarios en referencia al origen étnico y social que despreciaban.
Toledo terminó su período con bajo respaldo popular y con fama de aficionado al alcohol y a los lujos, pero siguió siendo un referente político importante, al punto que en las elecciones de 2011 punteó en las encuestas durante casi todo el proceso, pero se derrumbó en la parte definitiva.
Los adversarios le atribuían a Toledo todo tipo de defectos, pero la corrupción no estaba entre ellos. La percepción empezó cambiar cuando, hacia 2016, no logró explicar los más de cuatro millones de dólares que aparecieron en las cuentas de Ecoteva, una organización suya.
Su situación se complicó gravemente desde 2017, cuando el exrepresentante de Odebrecht en Perú Jorge Barata afirmó, en el marco de las confesiones de esa empresa, el pago del soborno, del que en principio se dijo que fue de 20 millones de dólares, pero cuyo supuesto monto creció en testimonios posteriores.
“Nunca recibí un centavo mal habido”, insiste Toledo, para quien todo es un complot político. Entre quienes han declarado en su contra están su otrora íntimo amigo Josep Maiman, un acaudalado empresario israelí -fallecido en 2021- que afirmó que usó sus cuentas para recibir el dinero del entonces gobernante.
La defensa de Toledo anticipó que pedirá que la prisión sea domiciliaria, pero la Fiscalía ya dijo que no lo aceptará y los expertos consideran remoto que lo consiga.
El ex mandatario habla ahora de cáncer, pero no se lo cree quien fue su vicepresidente, David Waisman, que considera la única enfermedad real del acusado es el alcoholismo.
Ahora son tres los tres expresidentes peruanos presos. Y Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski también enfrentan procesos y han estado privados temporalmente de la libertad. También hay cargos contra Martín Vizcarra y, si Alan García no corrió igual suerte, fue porque se suicidó en 2019, cuando la Justicia lo tenía acorralado.
MB con información de agencia de noticias Télam
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