Por qué se preveía un empate técnico pero nadie dudaba del triunfo colorado
Esta semana, el presidente Joe Biden anunció en EEUU que en 2024 se presentará como candidato demócrata y aspirará a un segundo mandato en la Casa Blanca. Lo hizo con un spot de 3' publicado en sus redes. La primera palabra que se leía en pantalla y oía pronunciada por el octogenario político con futuro era 'Libertad'. A partir de entonces, imágenes dramáticas acompañaban el recitado de todos los derechos que el pueblo norteamericano perdería o vería cercenados si no volvía a votarlo como en 2020. Y a los 81 años Joe será un candidato todavía mejor, porque tendrá todavía más experiencia. Es el que sabe: “Yo sé”, informaba. La campaña del centroderechista Partido Colorado para las elecciones presidenciales paraguayas celebradas el último domingo de abril aspiró al triunfo, y Santiago Peña lo obtuvo por amplio margen rotundo, anticipó el mismo de curso propagandístico con el que tienta a la victoria la centroizquierda norteamericana. La Asociación Nacional Republicana (ANR) es la que sabe, es el partido más antiguo, que en los últimos 75 años sólo en un período (el de Fernando Lugo, elegido en 2008) no acumuló experiencia, y aquel que, en momentos de peligro, crisis, interés global por interferir en sus decisiones, sabrá preservar todo cuanto el electorado valora.
La mitad de la población del país con edad de votar está afiliada al partido Colorado. Cinco millones sobre 7, 5 millones. Es un país joven, donde la edad promedio son 27 años. Nadie mejor que un candidato joven como Santiago 'Santi' Peña: no hay mejor conservador, o conservador menos inquietante, que el que promete cambios. Con excepción del período presidencial de 2008 a 2012, los Colorados han estado en el poder desde 1954.
La Concertación para un Nuevo Paraguay, rival y opositora, es una alianza de 14 partidos y organizaciones opositoras. Su candidato Efraín Alegre ya resultaba, a los ojos paraguayos, menos confiable por los fracasos electorales acumulados en las candidaturas presidenciales anteriores. A ojos paraguayos, el Partido Liberal Radical Auténtico, el partido originario de Alegre, es neoliberal. En términos argentinos, el PRO de Javier Milei, y en los mismo términos, el Partido Colorado es el partido de siempre, el justicialismo. Fundado en el siglo XIX, el Partido Colorado es del general Alfredo Stroessner, elegido presidente, que un año después recibiría en el puerto de Asunción, con los brazos, abiertos, al general Juan Domingo Perón, reelegido presidente argentino en 1952, pero derrocado por un golpe militar en 1955, que, embarcado en una cañonera paraguaya, llegó a la orilla de la capital paraguaya. Que en el ejercicio del poder el stronato haya devenido dictadura, hace que cualquier crimen se atribuya al dictador, nunca al Partido, que era anterior a él y fue posterior a él.
Asunción rojo shocking
Santiago “Santi” Peña había sido liberal, pero se desafilió neoliberal para afiliarse conservador. Cambió del color celeste al colorado para retener su cartera de ministro de Hacienda en el gabinete presidencial. Esto ocurrió durante el mandato de Horacio Cartes, que había sido impulsado por el Partido Colorado a purgar a los más altos cargos del gobierno de funcionarios que no fueran también correligionarios. Peña es considerado “cartista”. El expresidente Horacio Cartes es hoy el presidente el Partido Colorado. Y quien, dentro de ese partido, representa a la oposición al movimiento político del actual titular del Ejecutivo, Mario Abdo Benítez. Esta doble posición permitía al candidato Peña, hoy presidente electo, ser a la vez oficialista y prometer cambio, enmienda, mejora y reforma de políticas vigentes, ante los reclamos del electorado. Él pertenece al Partido de gobierno, pero no suscribe a la actual administración del Estado.
Debido a los problemas internos del Partido Colorado, cuyo presidente, Horacio Cartes, está siendo investigado en Estados Unidos por hechos de corrupción, Peña se ha enfocado, convenientemente, sobre todo en una campaña interna. Era dudoso que Peña atrajera el voto indeciso. Más dudoso que la coalición electoral encabezada por Alegre ganara votos drenados del electorado colorado. Las denuncias de corrupción que pesaban sobre el presidente del Partido, las invitaciones de la Secretaría de Estado a que hora de que hubiera alternancia no sólo de caras sino de los dueños del poder paraguayo, y la fatiga de las clases medias urbanas en un país que crece económicamente ante la perpetuación en el Palacio López de una formación política decimonónica a la que ven como antiprogresista sumaron motivos, para la opinión experta, de que había un giro en marcha. Para el electorado paraguayo, ya de por sí reticente, y renuente a expresar puntos de vista que advierte contrarios a los de interlocutores que desconoce, ese consorcio de circunstancias sumó motivos para comportarse con mayo discreción ante preguntas o inquisiciones precisas como las de las encuestadoras.
Encuestas reñidas, campañas desteñidas
Los dos candidatos que en verdad disputaban, en primera vuelta sin segunda, y por cinco años, como prescriben ley y constitución paraguayas, tenían en común los retos: se enfrentaban a un panorama político complicado y a un descontento general en la población. Ninguno de los dos se abstuvo de poner el tema del “cambio” en el centro de sus campañas electorales. Efraín Alegre había optado por el lema “Dale una oportunidad al cambio”, mientras Santi Peña promovió: “Vamos a estar mejor”. Ni contundentes en la forma, ni sustantivos en el contenido.
Las dos campañas buscaron el voto indeciso. Por eso fueron frías, sin énfasis, sin salidas de tono. Por sobre todo, el énfasis evitado con mayor cuidado fue aquel que revelaría las características de cada partido. Además de eludir contrariedades suficientes para perder algún voto, también eludían así poner de manifiesto otra realidad, la de que es muy difícil asegurar que los partidos en Paraguay estén fundados en orientaciones programáticas contundentes o serias. Mucho menos difícil era advertir que esa grisalla electoral sólo podía favorecer al oficialismo y al único partido que era percibido como partido de gobierno.
Ambos candidatos fueron calibrados también, por el electorado, sobre el fondo de un panorama sumamente complicado para la toma de decisiones políticas. Está el reto económico y social. A pesar del crecimiento, hay un Estado endeudado y cifras preocupantes de desocupación y pobreza. Si algo sabe el electorado, es que gobernar resultaría gravoso para cualquier gobierno que no sea colorado. El cromatismo gris e incoloro de las campañas no ayudó ni un poco a Alegre. Aunque la coalición opositora hubiera impuesto a su candidato por el voto en estas presidenciales, el Partido Colorado seguirá colocando gobernadores en la provincias, intendentes y concejales en los municipios, diputados y senadores en el Congreso de Asunción.
Una geopolítica de la ironía
El Palacio Legislativo paraguayo es una de las obras maestras de la arquitectura taiwanesa. Fue diseñado y regalado por el gobierno de Taipei. El Paraguay es el país más grande del mundo entre esa docena, cada vez más reducida, que reconoce como Estado chino a la isla nacionalista de Taiwan y no a la continental República Popular China comunista. El gobierno y la embajada de EEUU denunciaron a Cartes. E insistieron en la alternancia en el gobierno. Sin exageración. Porque Alegre quería abrir una embajada paraguaya en Pekín. En el actual conflicto de Washington con China por Taiwan, el gobierno de Joe Biden, con una derrota colorada, le habría ganado un socio y aliado a Xi Jinping: tanta ironía geopolítica cruzaba el umbral de lo tolerable.
AGB
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