Los “Santiago Boys” y el gurú inglés de Allende que llevó la revolución tecnológica a Chile
En el otoño de 1971, un joven y ambicioso ingeniero chileno llegó al Athenaeum, un exclusivo club en el centro de Londres, para encontrarse con el excéntrico Stafford Beer, un experto al que admiraba desde hacía tiempo.
Criado en Talca, en el centro de Chile, Fernando Flores había sido nombrado con solo 26 años director de la Corporación de Fomento de la Producción de Chile por Salvador Allende. Lleno de entusiasmo por los proyectos del presidente socialista, quería presentarle a Beer, que vivía en Surrey, en Inglaterra, sus planes para un modelo económico dirigido por el Estado y sostenido por la tecnología.
Beer era un pionero en los “principios de gestión cibernética”, la ciencia de la organización eficaz que había inspirado a Flores. Frustrado por el escaso interés que sus ideas estaban generando en Reino Unido, no tardó en aceptar su propuesta.
El encuentro dio lugar a una trepidante etapa de colaboración y experimentación en el Chile de Allende, donde América Latina libró una de las batallas más cruentas de la guerra fría. Fruto de esa colaboración nació el Proyecto Cybersyn, un plan futurista para una economía socialista moderna basado en una red de máquinas de télex que conectaban a las más de 80 fábricas de la corporación pública con una sala de operaciones en Santiago, la capital del país.
La sala estaba revestida con paneles de madera y tenía siete asientos dispuestos en círculo. Allí los responsables de la toma de decisiones en el Gobierno de Allende podrían supervisar la producción en tiempo real. En los reposabrazos de los asientos había botones de diseño futurista, un cenicero para puros y un espacio para el vaso de whisky.
Los Santiago Boys
A punto de cumplirse el 50 aniversario del sangriento golpe de Estado que en 1973 lideró el general Augusto Pinochet para derrocar a Allende, esta historia es la protagonista de The Santiago Boys, un nuevo podcast documental compuesto por nueve capítulos presentados, escritos y producidos por el escritor especializado en tecnología Evgeny Morozov.
“En el Chile de los 60 había un programa verdaderamente innovador en materia de industrialización y de tecnología, y una ideología coherente que estaba empezando a aplicarse”, dice Morozov. Tras el golpe de Pinochet, los llamados Chicago Boys llevaron rápidamente a Chile los ideales neoliberales de Milton Friedman, el mentor bajo el que se habían formado en la escuela de economía de la Universidad de Chicago.
“La figura de esta camarilla de economistas ha ocupado un lugar predominante en la historiografía y suelen ser considerados como los 'verdaderos' innovadores”, dice Morozov. “Pero en mi versión de la historia, son los Santiago Boys los que aparecen primero, y los Chicago Boys son la reacción violenta, sangrienta y no tan creativa que vino después”.
En su podcast, Morozov llama “tecnología oscura” a la que se usa “para cumplir con una agenda política: hacer propaganda, vigilar y perseguir a tus enemigos”. También repasa la turbulenta relación que en medio de la guerra fría tuvo América Latina con el polémico grupo empresarial estadounidense ITT.
Después de que Allende nacionalizara su holding Chiltelco al asumir la presidencia, ITT se dedicó a fomentar el sentimiento anti-Allende. Según comunicaciones diplomáticas que han dejado de ser confidenciales, en los meses previos al golpe de Estado ITT también financió a opositores del Gobierno de Allende en Chile.
La serie también habla de otros usos siniestros que en ese período se hicieron de la tecnología como parte de la Operación Cóndor, una red de regímenes latinoamericanos de derechas que contaban con el respaldo de Estados Unidos para compartir información de inteligencia y perseguir a los disidentes de izquierda.
Entre los años 1975 y 1989, la Operación Cóndor terminó con la vida de 60.000 personas. Algunas estimaciones cifran el número de presos políticos en 400.000. En parte, la operación fue orquestada desde un centro de operaciones situado en el barrio de la Recoleta de Buenos Aires, y para compartir la información de inteligencia se usaba la misma tecnología de télex que había sido empleada por el Proyecto Cybersyn de Flores y Beer.
“Sus ideas todavía se discuten”
Beer, un hombre carismático y a veces irascible, había sido educado en colegios privados de élite y conducía un Rolls-Royce. Cuando vivía en Surrey estuvo en contacto con Robert Maxwell, magnate de los medios que luego caería en desgracia.
Tras el derrocamiento de Allende, el inglés nunca regresó a Chile. Se dejó crecer la barba, se puso a dar clases de yoga tántrico, escribir poesía y pintar en Gales y en Canadá, donde vivía con unas pocas posesiones materiales. Como dijo el filósofo Humberto Maturana, Beer había llegado a Chile como un hombre de negocios y se había ido como un hippy.
Beer, que vio su carrera universitaria interrumpida por el servicio militar, murió en 2002. Tras dos años investigando su obra y legado, Morozov cree que no ha tenido credibilidad dentro de los círculos intelectuales por su falta de educación académica formal, por los vínculos explícitos con Allende, y por una excentricidad que “no era del tipo apropiado”. “Se convirtió en un tipo de la contracultura antes que en un pensador serio”, dice Morozov.
Fernando Flores estuvo encarcelado en un campo de prisioneros del sur de Chile hasta su liberación en 1976. Se mudó después a Silicon Valley, donde desarrolló una exitosa carrera como empresario, y regresó a Chile para ser elegido senador.
El general Pinochet fue arrestado en 1998 en Londres por una orden internacional de detención de Baltasar Garzón. Antes de su arresto, el antiguo dictador se alojaba en el Athenaeum, el mismo club en el que Beer y Flores se habían conocido.
En la década de los 70, la cibernética a la que Beer estaba tan estrechamente vinculado pasó en gran medida a un segundo plano, relegada por el entusiasmo en torno a la inteligencia artificial.
“Las ideas de Beer todavía se discuten porque él quería que la fuerza coordinadora fuera la tecnología de la información, y no el mercado”, dice Morozov. “Por eso creo que el legado de Stafford Beer y del Proyecto Cybersyn es un camino muy prometedor para reinventar lo que debería ser el socialismo del siglo XXI”.
Traducción de Francisco de Zárate.
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