Por qué fracasaron hasta ahora todos los intentos de negociaciones de paz en Ucrania
Las iniciativas encaminadas a poner fin a la guerra que Rusia desató al invadir Ucrania llevan meses en marcha. El pasado 24 de febrero (un año después de que Rusia iniciara su ofensiva), China presentó una propuesta que comprende 12 principios. En junio, un grupo de líderes africanos se reunió por separado con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, y con el ruso, Vladímir Putin, para presentar un plan de paz de 10 puntos. Más recientemente, Arabia Saudí convocó a principios agosto a más de 40 países, entre ellos Ucrania –pero no Rusia–, para buscar una salida al conflicto.
Con la guerra a punto de cumplir 18 meses, esfuerzos como estos resultan comprensibles. Partes de Ucrania se han convertido en escombros. Los costes de reconstrucción se estiman en cientos de miles de millones de euros. Unos 11 millones de ucranianos, aproximadamente una cuarta parte de la población del país, son refugiados o “desplazados internos”. Más de 9.000 civiles han muerto y más de 16.000 han resultado heridos, según la ONU, pero algunas estimaciones son mucho más altas. Las bajas militares podrían ser cuatro veces mayores.
Cualquiera que haya visitado Ucrania en tiempos de guerra podrá comprobar que el alcance de la devastación roza lo incomprensible.
Otras consideraciones también motivan a los mediadores. La guerra podría convertirse en un enfrentamiento directo entre Rusia y la OTAN que derivase en una guerra nuclear. El bloqueo de las exportaciones de grano ucraniano también podría disparar los precios de los alimentos y agravar el hambre en los países más pobres del mundo.
Aunque la urgencia de los esfuerzos para poner fin a la guerra es innegable, los obstáculos para el éxito siguen siendo insuperables en estos momentos. Empezar guerras puede ser fácil. Terminarlas es extremadamente difícil, más allá de cuál sea la magnitud de la carnicería y de los riesgos.
Poner fin a una guerra
A veces se puede poner fin a una guerra mediante la diplomacia porque al menos una de las partes enfrentadas ha llegado a la conclusión de que es imposible ganar, de que la lucha solo producirá más muerte y destrucción y de que ha llegado el momento de alcanzar un acuerdo, aunque implique hacer concesiones dolorosas.
Pero ni Ucrania ni Rusia han abandonado sus esperanzas de victoria: ambas siguen creyendo que pueden imponerse por la fuerza. Desde fuera se puede argumentar que su optimismo carece de fundamento. Lo que importa, sin embargo, son las creencias de las partes enfrentadas.
A día de hoy, no existe la más mínima evidencia que sugiera que los líderes de Kiev y Moscú estén empezando a darse cuenta de que la victoria será difícil de alcanzar, independientemente del nivel de esfuerzo aplicado.
Los acuerdos de paz también pueden ocurrir cuando un ejército derrota a su adversario o está a punto de hacerlo. No obstante, esa no es la situación en Ucrania. Rusia ocupa hoy parte de las provincias ucranianas de Donetsk, Jersón y Zaporiyia, y casi toda Lugansk. El pasado noviembre Ucrania recuperó zonas del norte, una parte de la provincia de Jersón y toda la provincia de Járkov.
Desde entonces, sin embargo, las líneas del frente no se han movido sustancialmente. Ninguna de las partes tiene los medios para asestar un golpe de gracia, ya sea tomando grandes extensiones de terreno o paralizando la maquinaria militar de la otra. Incluso si, en contra de las estimaciones predominantes, la contraofensiva de Ucrania resultara en un gran avance, no sería suficiente para alcanzar el objetivo declarado por Kiev: recuperar todos los territorios que Rusia ha ocupado desde 2014.
También la magnitud de la muerte y la destrucción puede impulsar a los líderes a avanzar hacia un acuerdo. Aunque la historia demuestra que, en tiempos de guerra, la gente está preparada para soportar terribles penurias y seguir luchando a pesar de todo.
En mis tres visitas a Ucrania desde la invasión rusa, ni una sola persona me dijo que el sufrimiento había llegado a tal punto que era necesario llegar a un acuerdo con Rusia, aunque ello implicara renunciar a las tierras ocupadas.
No lo dijeron ni siquiera en los peores momentos, como durante el invierno pasado, cuando Rusia llevó a cabo numerosos ataques contra la red eléctrica de Ucrania con el objetivo de cortar el suministro de luz, la calefacción y el agua, para quebrar la moral de los ucranianos.
Las privaciones fortalecieron la animadversión de los ciudadanos hacia Rusia y su determinación en expulsar al ocupante (esto no es sorprendente: los estudios demuestran que bombardear a civiles no destruye su espíritu).
Los ucranianos dirán, de una forma u otra, que tienen que seguir resistiendo porque podrían perder su país si perdieran la guerra. Algunos críticos afirman que Occidente está cínicamente “luchando hasta el último ucraniano” para debilitar a Rusia.
Sean cuales sean los motivos de quienes les ayudan, los ucranianos no están siendo obligados a luchar. Tampoco son tontos. Luchan voluntariamente y no se muestran de ningún modo inclinados a dejar de hacerlo.
Reconociendo que un acuerdo global es actualmente imposible, algunos han sugerido un armisticio. Esta idea no tiene atractivo alguno para los ucranianos. Según ellos, un alto el fuego congelaría el conflicto y dejaría grandes zonas de su país en manos de Rusia, quizá de forma permanente, o daría un respiro a Putin para reactivar a sus tropas y volver a atacar.
Todas las guerras terminan, y la de Ucrania también lo hará. Sin embargo, para que un mediador hábil obtenga un acuerdo político, incluso una tregua, las circunstancias en el campo de batalla y los cálculos políticos en Kiev y Moscú tendrán que cambiar radicalmente.
Lamentablemente, estamos lejos de ese punto. Llegar allí puede llevar meses, incluso más.
Rajan Menon es director del programa Gran Estrategia en Defense Priorities, profesor emérito de la Colin Powell School for Civic and Global Leadership del City College de Nueva York y coautor del libro Conflict in Ukraine: The Unwinding of the Post-Cold War Order.
Traducción de Julián Cnochaert.
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