Si Costa Rica pudo devolver la salud a sus tierras devastadas, los países ricos no tienen excusa para su fracaso rotundo
Uno de los mayores héroes medioambientales del mundo ni siquiera tiene página en Wikipedia. Aunque ha hecho más por proteger el planeta que casi cualquier otra persona viva, su nombre apenas se conoce. En parte porque es callado y modesto, y en parte por la ignorancia general sobre Centroamérica, pocos hemos oído hablar de Álvaro Umaña.
Esto podría estar a punto de cambiar. Protagoniza una película fascinante, que se ha estrenado en los Países Bajos y se está vendiendo en todo el mundo, titulada Paved Paradise (aclaración: el autor de esta nota también fue entrevistado). Es el primer largometraje documental que he visto que aborda con inteligencia la cuestión ambiental más crítica: el uso del suelo. A diferencia de películas populares pero desacertadas como Kiss the Ground o The Biggest Little Farm, reconoce que los usos extractivos de la tierra en expansión son una amenaza letal para el mundo vivo. Y defiende que, a menos que contemos las hectáreas y decidamos juntos la mejor manera de utilizarlas, perderemos la lucha por defender el planeta habitable.
Paved Paradise cuenta la historia del cambio ecológico más notable de la Tierra: la transformación de Costa Rica. De 1986 a 1990, Umaña fue ministro de Medio Ambiente en el gobierno de Óscar Arias. Arias recibió el premio Nobel de la Paz por su diplomacia regional. Pero el asombroso cambio ambiental catalizado por Umaña es menos conocido.
Hasta la llegada al poder del gobierno de Arias, Costa Rica sufría uno de los peores índices de deforestación del mundo: según una evaluación científica, su cubierta forestal sólo ocupaba el 24,4% del país. Hoy, los bosques ocupan el 57%; lo que, me cuenta Umaña, está cerca del valor máximo: algunas partes nunca fueron boscosas, mientras que otras están ahora ocupadas por granjas productivas y ciudades. Aunque continúa una pequeña tala ilegal de madera, Costa Rica es el único país tropical que más o menos ha detenido y luego revertido la deforestación. Ahora tiene uno de los porcentajes más altos del mundo de áreas protegidas. ¿Cómo se consiguió?
Umaña convenció a Arias para que le dejara dirigir un nuevo departamento (Energía y Medio Ambiente) responsable de las áreas protegidas. Vio que la tarea clave era cambiar los incentivos financieros. Aunque la ganadería era improductiva, ya que la tierra sólo podía sustentar una vaca por hectárea, resultaba marginalmente más lucrativa que dejar el bosque en pie.
Su departamento calculó que el costo de oportunidad de renunciar a una vaca era de 64 dólares al año, así que ese era el dinero que ofrecía por proteger o restaurar una hectárea de bosque. Empezó por ponerse en contacto con los pequeños agricultores y sus representantes en las regiones donde la gente simpatizaba más con la idea. A los propietarios más pequeños se les ofrecieron subvenciones; a los un poco más grandes, préstamos blandos, con la promesa de que si su bosque seguía en pie al cabo de cinco años, podría servir como garantía del préstamo. El plan tuvo un éxito asombroso: El 97% de los que recibieron préstamos protegieron o restauraron los árboles de sus tierras. A medida que los terratenientes de todo el mundo veían que el plan tenía sentido desde el punto de vista financiero, se suscribían masivamente.
Necesitado de más dinero, en 1988 Umaña acordó un canje de “deuda por naturaleza” con el gobierno holandés. Éste cancelaría parte de la deuda externa si el dinero que Costa Rica habría gastado en el servicio de la misma se utilizaba en cambio para la conservación de los bosques. Tras un cambio de gobierno, Umaña se convirtió en embajador del clima del país. Ayudó a introducir un impuesto especial del 3,5% sobre los combustibles fósiles para ayudar a financiar la conservación de los bosques.
Pronto los protectores de los árboles empezaron a complementar sus ingresos. Los turistas son ahora la segunda fuente de ingresos del país: las cifras del Gobierno muestran que el 65% de ellos mencionan el ecoturismo como principal motivo de su visita. Vienen a ver tucanes, guacamayos verdes, monos aulladores, jaguares, caimanes, ranas venenosas y otras maravillas naturales resurgentes. Los terratenientes también pueden solicitar una licencia para talar selectivamente un pequeño número de sus árboles, algunos de los cuales son muy valiosos.
Una de las razones del éxito del programa es el reparto de los beneficios económicos, especialmente a través de su plan de acción de género, líder en el mundo. Otra es el cambio cultural. Al crear una nueva identidad en torno a “la pura vida”, el gobierno demostró que, en combinación con incentivos económicos, el orgullo nacional puede ayudar a poner fin a prácticas arraigadas como la tala de bosques para la cría de ganado.
Costa Rica ayudó a inspirar el Desafío de Bonn, un programa mundial para restaurar las tierras degradadas y deforestadas. Lanzó el plan internacional para proteger el 30% del planeta en 2030, y fue uno de los dos miembros fundadores, en 2021, de la Beyond Oil and Gas Alliance [Alianza para ir más allá del Petróleo y el Gas] (aunque desde entonces se ha retirado, tras un cambio de gobierno). Son logros asombrosos para un país tan pequeño.
Compárese este historial con la política del Reino Unido, que, 37 años después de que Umaña se pusiera manos a la obra, sigue alternando soluciones a medias y faltas de solución, atenazado por los ricos y poderosos propietarios y totalmente incapaz de tomar decisiones medioambientales estratégicas, especialmente sobre el uso del suelo. Mientras la fauna de Costa Rica está en auge, la nuestra está en caída libre. El gobierno parece decidido, contra toda recomendación, a permitir que esta desastrosa tendencia continúe durante el resto de la década.
En cuanto a los impuestos sobre el combustible, que podrían haberse utilizado, como en Costa Rica, para financiar la reparación ecológica, el Gobierno británico ha dejado de recaudar 80.000 millones de libras esterlinas al abandonar el impuesto creado por el Partido Laborista sobre el combustible, y conceder a los automovilistas un descuento especial. Como resultado, nuestras emisiones de carbono son hasta un 7% más altas de lo que habrían sido de otro modo.
¿Por qué fracasa una nación rica y poderosa y triunfa otra pequeña y mucho más pobre? Hablar con Umaña e investigar la historia de esta transformación sugiere una respuesta sencilla: la calidad del gobierno. Cuando los gobiernos son comprometidos, decididos y coherentes, las cosas suceden. Cuando están en deuda con los grupos de presión, el amiguismo y la corrupción, y delegan la responsabilidad en una abstracción llamada “mercado”, se pasan décadas agitando las manos mientras reina el caos.
Nuestro Estado que se odia a sí mismo, que exhibe su cultura del “no puedo” como motivo de orgullo, insistiendo en que el gobierno no puede ni debe resolver nuestros problemas, está constitucionalmente destinado al fracaso. ¿Por qué no podemos seguir el ejemplo de Costa Rica? Porque un pequeño pero poderoso contingente insiste en el fracaso.
Traducción de Santiago Armando
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