Trump y el asalto al Capitolio: todas las pruebas que incriminan al expresidente de EEUU
Donald Trump anunció que lo van a detener y a juzgar por el asalto al Capitolio. La Fiscalía aún no reveló de qué se lo acusa, pero la comisión de investigación del 6 de enero de 2021 ya recomendó procesarlo por varios delitos que incluían incitación y apoyo a una insurrección, conspiración contra Estados Unidos, obstrucción y falsedad.
El mayor problema para el expresidente es que las pruebas contra él son abrumadoras. Trump empujó a sus partidarios a ir al Congreso aquel día con un objetivo clarísimo: impedir que se certificara su derrota electoral y poder así perpetuarse ilegalmente en el poder.
Después, mientras veía por televisión la invasión en toda su violencia, se negó a enviar ayuda y también a pedir a sus partidarios que abandonaran el asalto. Para terminar, defendió a los culpables y bombardeó la investigación. Todo está ampliamente documentado.
Un acto premeditado
A Trump el asalto no pudo tomarlo por sorpresa. Él mismo convocó a sus seguidores en Washington el día 6 (“Ven, ¡va a ser salvaje!”) y él mismo les dijo específicamente esa mañana que se dirigieran hacia el Capitolio: “Si no luchan como el demonio, no tendrán país. Vamos a bajar por la avenida Pennsylvania y vamos a ir al Capitolio”.
Ni por un momento ocultó que el objetivo era intimidar a los legisladores. Sus últimas palabras ante la multitud fueron: “Vamos a darle el orgullo y la valentía necesaria para recuperar nuestro país. Bajemos por la avenida Pennsylvania”.
Es importante saber además que no fue un arrebato, sino un acto premeditado: desde su derrota en las urnas, el jefe del Estado Mayor temía que Trump intentara dar un golpe de estado y sus principales consejeros sabían que el 6 de enero quería ir personalmente al Congreso con los suyos.
Por supuesto, también sabían lo que estaba en juego: antes de que Trump saliera de la Casa Blanca, sus asesores se lamentaban de que “les iban a imputar por todos los delitos imaginables” y el entonces presidente se planteó incluir en su discurso una promesa de indulto para los seguidores que se metieran en problemas por ir al Capitolio.
De hecho, según confirmó el propio Trump, el único motivo por el cual él mismo no fue personalmente al Capitolio aquel día fue porque sus guardaespaldas del Servicio Secreto no se lo permitieron. Una de sus antiguas asesoras en la Casa Blanca declaró que casi llegó a las manos con el jefe de su servicio de seguridad cuando le dijo que no podían llevarlo allí porque era imposible garantizar su protección.
El testimonio de esa asesora también es clave en cuanto a que indica que Trump estaba perfectamente al corriente del riesgo que aquella multitud suponía. El expresidente sabía antes de su discurso que muchos de sus seguidores iban armados hasta los dientes: habían preferido no entrar al área vallada donde iba a hablar para no pasar por los detectores de metales del Servicio Secreto y que les requisaran las armas.
“Me importa una mierda si llevan armas”, dijo Trump, según su asesora, “no están aquí para hacerme daño a mí, que quiten los p***s detectores”.
Según la declaración de muchos de los asaltantes, el discurso de Trump esa mañana fue para ellos una orden directa de tomar el Capitolio. Les explicó que el entonces vicepresidente, Mike Pence, tenía en su mano “parar el robo” anulando el resultado electoral, gracias a que presidía el pleno del Congreso que debía certificar el ganador.
Al mismo tiempo, la multitud empezó a recibir la noticia de que Pence había decidido mantenerse dentro de la ley y no hacer tal cosa. Era el fin, la derrota. Biden iba a ser presidente, a no ser que “bajaran por la Avenida Pennsylvania” para impedirlo, como les había pedido su líder.
Trump lo vio todo por televisión
En ese momento, Trump ya estaba en una situación que se aproximaba mucho al delito de “obstrucción de un procedimiento oficial” y al de “conspiración para defraudar a EEUU”.
También quizás al de “incitación a una insurrección”, aunque la peor parte del delito de “ayudar a una insurrección” estaba por llegar y comenzó pasadas las 13.00 hora local del 6 de enero, cuando un malhumorado Trump regresó a la Casa Blanca. Según cruzaba la puerta, uno de sus ayudantes le comunicó que había manifestantes saltándose los controles de seguridad y tratando de entrar por la fuerza al Congreso, que estaba en sesión certificando el resultado electoral.
Durante las siguientes tres horas, el exmandatario asistió al asalto al parlamento democrático del país que presidía sin tomar medida alguna: lo vio todo por televisión, pero se negó a pedir a sus partidarios que abandonaran el Capitolio y tampoco encabezó la respuesta del Gobierno ante una insurrección armada.
Por motivos no muy claros, durante esas horas no se conservan los registros de llamadas de la Casa Blanca y tampoco hay fotos del expresidente, ya que se prohibió acercarse al fotógrafo oficial que debe seguir todos sus movimientos. Lo que sabemos de lo que hizo y no hizo Trump durante la crisis es gracias a los testigos que hablaron con la comisión de investigación, a los mensajes de algunos altos cargos y a la incesante actividad en redes sociales que mantuvo.
Sabemos que estaba “de buen humor” mientras sus partidarios peleaban con la policía que protegía el edificio y que los gritos de “ahorquemos a Mike Pence” le gustaron especialmente. Sabemos que diferentes asesores, además de sus hijos, trataron durante más de tres horas de convencerle una y otra vez de que pidiera públicamente a los suyos que se fueran del Capitolio. Sabemos también que en ningún momento se puso en contacto con el director del FBI o con sus Ministros de Seguridad o de Defensa para trazar un plan para defender la legalidad.
A las 14:00 hora local, con la multitud ya dentro del edificio y los senadores y congresistas de ambos partidos corriendo para salvar sus vidas, Trump estaba tuiteando un fragmento de su discurso de esa mañana. Poco antes de las 14:30, cuando su vicepresidente ya había tenido que ser evacuado junto a su familia, con los violentos pisándole los talones, Trump volvió a tuitear poniéndole aún más leña al fuego: “Mike Pence no ha tenido el valor de hacer lo que había que hacer para proteger a nuestro país”.
Trump veía la televisión, pero además contaba con testimonios directos. Habló por teléfono con algunos legisladores de su partido que estaban viviéndolo todo desde dentro, pero él seguía pendiente sobre todo de su conspiración electoral.
En una conversación particularmente tensa con el líder republicano en la Cámara de Representantes, Trump intentó decirle que los violentos eran extremistas de izquierdas infiltrados, primero, y luego, tomó claramente partido por los asaltantes: “¿Sabes lo que veo, Kevin? Veo personas que están más enfadadas que vos por las elecciones, personas que quieren a Trump más que vos”.
Las llamadas y mensajes se acumulaban en el teléfono de su jefe de gabinete, provenientes sobre todo de personas horrorizadas con lo que estaban viendo: “Tiene que pararlo”, “va a morir gente”, “tiene que hacer algo ya”... pero Trump solo accedió durante las primeras horas a tuitear una petición a los suyos de “permanecer pacíficos” y reclamó “respeto” para la policía.
Mensajes de amor
A las 15:00 hora local, ya medio mundo estaba viendo a los trumpistas más extremos entrar en el Senado, haciéndose selfies, destrozando despachos y robando mobiliario. La policía del Capitolio había tenido además que disparar contra una manifestante cuando trataba de traspasar una puerta para acercarse a los congresistas.
El Ejecutivo había ordenado por fin el despliegue de la Guardia Nacional en Washington, pero Trump no participó en la decisión. Por fin, el expresidente dejó de ver la tele y salió al jardín de la Casa Blanca para grabar un video para su fieles. Sus consejeros le habían advertido de que si no lo hacía, su propio Gobierno podría activar el procedimiento legal para inhabilitarlo.
Le hicieron falta tres intentos y no dudó en incluir una declaración de amor: “Esta elección fue un fraude, pero no podemos hacerle el juego a esta gente. Necesitamos paz, así que vayan a casa. Los queremos, son muy especiales”.
Desde que pidió con desgana a los suyos que se marcharan a casa, Trump los defendió. Incluso la misma tarde del 6 de enero, mientras centenares de policías y militares de la Guardia Nacional peleaban por recuperar el control del Capitolio, el expresidente tuiteó (a través de su cuenta suspendida posteriormente): “Estas son las cosas que pasan cuando le arrancan sin miramientos una victoria sagrada y abultada a unos grandes patriotas que fueron injustamente maltratados durante tanto tiempo. Vayan a casa con amor y paz. ¡Recuerden este día para siempre!”.
Trump ni siquiera detuvo del todo su intento de golpe. Incluso con los legisladores habiendo vivido en carne propia el asalto, su equipo siguió llamándolos para intentar que votaran en contra de la certificación de la victoria de Biden. No lo logró, pasadas las 03:00 de la madrugada hora local, el Congreso dio luz verde a los resultados y puso la fecha de caducidad definitiva a su mandato.
Desde entonces, de tanto en tanto, Trump intenta hacernos creer que la violencia fue cosa de “infiltrados” de extrema izquierda, pero fue progresivamente avanzando hacia la glorificación de los asaltantes: les promete indultos, recauda dinero para sus gastos legales y los menciona en sus mítines. Según él, incluso los condenados por graves actos de violencia contra la policía son unos perseguidos políticos heroicos.
También, discretamente, intentó esquivar sus propias responsabilidades. Cuando su exasesora Cassy Hutchinson fue a declarar ante la comisión de investigación del 6 de enero, recibió un mensaje que decía: “Él sabe que eres leal y que vas a hacer lo correcto cuando vayas”. Su testimonio, sin embargo, fue tan perjudicial para Trump que, rápidamente, este pasó a desacreditarla llamándola “ridícula” y “bocona”.
Su versión puede ser clave para condenar al expresidente por algunos de los delitos que probablemente cometió y por los que ahora va a ser juzgado. También para imputarle nuevos cargos que puedan incluirse en la acusación, como “intimidar o asaltar a miembros del Congreso”, algo que, a la luz de los hechos, parece evidente que Trump hizo sí o sí.
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