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COLUMNA NÓMADE

Alguien viaja furiosamente hacia vos

Denis Johnson

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Cuando terminé el magnífico Los Monstruos que ríen, empecé a buscar otro libro de Denis Johnson para leer. Así como Johnson fue adicto a la heroína y otras yerbas y terminó en un hospital psiquiátrico a los veintiún años, uno se puede volver adicto a su literatura si da con alguno de sus libros. ¿Cómo era Denis Johnson? No dio muchos reportajes y en la foto que ilustra a uno está con las manos en los bolsillos de un impermeable ochentoso, lo tiene abierto y se ve una camisa blanca. Su cara está lejos de la belleza hegemónica: es como las caras de los actores de The Wire, a medida que los ves en acción empiezan a parecerte singulares y hermosos.

Johnson nació en Munich, Alemania, en 1949. Su padre trabajaba para la USIA (agencia de propaganda americana) y cuando pudo zafar de la casa paterna se metió a estudiar en la Universidad de Iowa literatura creativa con Raymond Carver. A los diecinueve años publicó un libro de poemas que causó lo que los franceses denominan un suceso de estima (le gusto mucho a pocos, pero certeros críticos), el libro se llama The man among the seals y no está traducido al castellano. Yo lo leí cuando estuve en Iowa porque en la biblioteca de la universidad había un ejemplar y es una rara mezcla -lo que recuerdo- de T.S. Eliot y el rock and roll.

Si bien a los diecinueve la estaba rompiendo y sacó rápidamente otro libro de poemas, él también podría escribir, como Paul Nizan en el comienzo de Aden Arabia: “He tenido veinte años, no permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida”. Johnson -que estaba casado y daba clases en la universidad- se engancha con el alcohol (Carver no era una buena influencia) y con drogas duras, como la heroína. Se acaba su primer matrimonio, pierde el trabajo en la universidad y empieza a andar a los tumbos en trabajos pequeños hasta que termina internado con brotes esquizofrénicos. Se recupera. Se hace cristiano, encuentra cierta paz y tomando toda su experiencia en el corredor de la muerte escribe Hijo de Jesús, una colección de cuentos que se pueden leer como novela, un libro inquietante que parece estar desfasado, corrido en la percepción, por donde se pasean drogadictos, ladrones, médicos falsos y un banco de suplentes en peores condiciones. El libro llama la atención de la crítica y Johnson se hace un nombre.

Mientras publica varios libros está escribiendo uno tremendo: Árbol de humo, sobre la guerra de Vietnam. Este libro tiene más de seicientas páginas y una trama con varios personajes pero que a veces se hacen difícil de seguir. Pero no importa, no aspira al realismo de las novelas de Tolstoi; en realidad es un largo poema que trata de entender como pueden existir Dios y ese infierno que es la guerra a la vez. Los libros de Johnson contagian como las esporas de los hongos mientras las mueve el viento del espíritu.

Denis Johnson murió en 2017 a los sesenta y siete años. De cáncer de hígado, como Carlos Castaneda. En sus último días estuvo terminando un libro que se llama El favor de la sirena. Son cinco cuentos, según dicen, extraordinarios y singulares. Y que reflexionan sobre la inminencia del fin de la vida. Se publicó póstumo. Lo empecé a buscar, pero no estaba en el país. Random lo había publicado en España. Llamé a Alejandro Linshespir, un amigo que vive allá y le pedí que me lo comprara y que me lo mandara con algún amigo o amiga que viniera para acá. Lo compró enseguida. Pero cuando fue un amigo que me lo podría traer se le olvidó dárselo.

Una noche me llamó por teléfono y me dijo: Me olvidé de dárselo a X. En cuanto venga alguien de nuevo te lo mando. Otra noche me llamó y me dijo: Lo estoy leyendo, es genial. Hay un relato sobre una mujer cuyo marido se va a la guerra y ella se queda cuidando al hijo. Todas las noches el hijo le dice que extraña al padre y ella, en la choza donde vive en una zona rural, prende la lámpara y en la pared se refleja la sombra del niño. Ella le dice: esa sombra es tu papá. El niño se duerme todas las noches saludando a la sombra: “Buenas noches papá”. ¿Sigo?, me dijo Alejandro. Sí, le dije. Al final el padre vuelve de la guerra, pero el hijo no lo reconoce. Le dice que su padre es la sombra. El padre enloquece y se va de la casa. La mujer se tira al río que corre por detrás de donde viven y se ahoga. Cuando el padre se entera, le agarra un remordimiento terrible y vuelve a la casa para cuidar al hijo. Pero todo sale mal. ¿Sigo?, me dijo mi amigo. No, le dije. Quiero leerlo yo. Voy a hablar con un vendedor que conozco que me consigue libros. Ok, dice mi amigo y antes de cortar, me dice: Mejor si lo conseguís allá porque me gustaría quedármelo.

Llamo al vendedor de libros y le pregunto si me puede conseguir El favor de la sirena, de Denis Johnson. A los tres días me informa que tiene un ejemplar en inglés. Yo le digo que no hablo ningún idioma, que a veces me cuesta el castellano. Que a veces puedo hablar un idioma que engloba a todos los demás, pero que se asustaría si me escuchara. De todas maneras, le digo, ese lenguaje me visita cada vez menos. Entiendo, me dice y corta. Me acuerdo del vendedor de libros, de la vez que fui a buscar una novela a su domicilio y hacía un calor demencial. Vivía en el barrio de Belgrano y tenía un monoambiente repleto de bibliotecas donde habían libros y cds y una mesa donde tenía una computadora. Tenía también un aire acondicionado poderoso y era como entrar a un iglú del ártico entrar a esa habitación. Había en un carrito un bebe muy abrigado que estaba de espaldas a mí, mirando un amplio ventanal y al que el vendedor de libros le acomodaba, mientras buscaba mi encargo, la mamadera.

Me llama Andrés, otro amigo que vive un tiempo en España y otro en Buenos Aires. Me pregunta ciertas cosas y yo le pregunto, que ya que está en España, si me puede comprar El fervor de la sirena, de Denis Johnson. Me dice: Ya, de inmediato. No me sale el Fervor, me sale El favor de la sirena, me dice. Sí, le digo, me equivoqué, es el Favor de la sirena. Listo, dice, me compré también uno para mí. Me dice que me lo va a mandar con Gabriel, un amigo en común que va a España en unos días y vuelve. Genial, le digo. Pero Gaby vuelve con las manos vacías. Andrés se olvidó de dármelo, me dice. Andrés al teléfono: El último cuento del libro de Denis Jonhson es tremendo, me dice. Me imagino, le digo.

Pienso que va a empezar a contármelo, pero me dice: Te lo estoy mandando para allá con una amiga. Gracias, le digo. ¿Cuándo viene? Sale está tarde. Calculo en cuánto tiempo lo podré tener para leer. Pienso en los versos de John Ashbery que tanto me gustan: “Desde alguna parte alguien viaja furiosamente hacia vos/ a una velocidad increíble/ viaja día y noche/ a través de la nieve y el calor del desierto, a través de torrentes/ a través de gargantas/ aunque ¿podrá encontrarte/ reconocerte cuando te vea?/ ¿darte lo que tiene para vos?”. 

FC

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