Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
COLUMNA NÓMADE

El niño que le tenía miedo a Los Redondos

Martín Caamaño tiene escritas dos novelas: Pálido reflejo y Oslo. Es traductor del portugués y acaba de publicar en el sello Metamúsica su primer disco: Sonámbulo.

0

Uno nunca termina de conocer a la gente. En la terraza, con mi amigo Caaman, nos ponemos a hablar sobre los arreglos musicales. Me cuenta de ciertos tipos de arreglos famosos y me explica detalladamente qué es un arreglo musical. Me dice que uno puede componer una canción en la guitarra o en el piano y que esa canción está desnuda, que después se le empiezan a introducir arreglos para “vestir” a la canción. Por ejemplo, dice, en la canción Rezo por vos, ¿viste el comienzo? –hace con la voz el comienzo y mueve sus manos como si tocara una guitarra invisible– esa parte es el arreglo que es de Charly, todo lo demás es de Spinetta.  

Nos ponemos a pensar cómo serían los arreglos en literatura. Un arreglo, por ejemplo, sería la forma circular que toma la narración en El limonero real en Saer, empezando siempre con esa frase mantra: Amanece y está con los ojos abiertos. El tema es la historia de unos habitantes de una zona fluvial, que están atravesando la pérdida de un hijo y el duelo lento en el que está atrapada la madre. Esa es la historia. Cómo la cuento: ese es el arreglo.  

En Los detectives salvajes un grupo de poetas sale a la búsqueda de una poeta de culto que está escondida a la manera de Salinger. Esa es la historia. ¿Cómo la cuento? Bolaño lo hace con estos arreglos: primero empieza con el diario de uno de los poetas, después pasa a un relato coral y para terminar retoma el diario del poeta con el que había empezado el libro.  

Un tema lleva a otro y de golpe Caaman me habla del disco Oktubre, de Los Redondos, me dice que ahí estuvo como productor Daniel Melero. ¿Melero?, le digo. Sí, me dice. No sabía. Para mí es el gran disco de Los Redondos, me dice. Y entonces me cuenta algo que me deja pasmado: Los Redondos es la banda de rock nacional que a mi más me gusta. ¿En serio?, le digo. Nunca me lo dijiste. No sé qué me había imaginado yo, pero me costaba pensar a Caaman cantando “Vamos los Redondos, te sigo a todas partes, vamos a llegar a Obras todos juntos”. Caaman es, físicamente, como un modelo que podría ser usado para erigir la estatua del joven que va al Bafici: pantalones negros que se terminan antes de los tobillos, anteojos delicados, remeras a rayas o negras, cierta sofisticación descuidada. Y además lo sabe todo: películas, libros, quién dirigió tal o cual toma, incluso entiende la película El Topo, basada en un relato de John le Carré. La vio siete veces y le encanta deconstruir la semiótica que tiene el film.  

Me doy cuenta de que me gusta estar en las terrazas con amigos. Estar por encima de la polis, mirando la calle, en terrazas altas o bajas. Me encanta hablar con Caaman.  

Fijate que Melero, me dice, tocó en Oktubre con los Redondos y también tocó con Cerati. Es decir, que estuvo con las dos bandas que en un momento fueron antagónicas. Caaman se refiere a esa parte horrible de la historia del rock nacional cuando la escena se futbolizó. Y la gente iba a escuchar a sus bandas con banderas y pirotecnia y lo que pasaba abajo del escenario era más importante que lo que sucedía arriba, todo eso confluyó en una tragedia.  

¿Cual es el “arreglo” de Caaman? Le pregunto por qué nunca fue a ver a Los Redondos en vivo. Porque me daba miedo, me dice. Pensá que yo los empecé a escuchar siendo muy chico pero ellos estaban ya por La mosca y la sopa. Me acuerdo que una vecina de mi mamá tenía un hijo que era más grande que yo y él los iba a ver cuando empezaron a tocar en estadios. Y que la vecina le tocaba el timbre a mi vieja y las dos se ponían a fumar en casa esperando que el hijo volviera sano de los conciertos. Yo era chico y escuchaba lo que decían: “Bulacio”, “noche”, “gentío”, “policías”, “gases”. Todos estábamos nerviosos. Mi vieja y la vecina llenaban la casa de humo. Hasta que se escuchaba la puerta de abajo y era el hijo que estaba de regreso. Por eso, a pesar de que me gustaban mucho, nunca los fui a ver, me daba miedo.  

Caaman se llama Martín Caamaño y tiene escritas dos novelas hermosas, Pálido reflejo y Oslo. Es traductor del portugués y acaba de publicar en el sello Metamúsica su primer disco: Sonámbulos. Juega al fútbol cinco cada vez que puede, pero se lesiona demasiado. No tiene arreglo.  

FC/DTC

Etiquetas
stats