Alto rendimiento
Hace unos cuantos años llevé a mi hijo a un entrenamiento de fútbol en un club de barrio. Fue llegar, permanecer unos minutos y salir disparada para no regresar jamás. Mientras chicos de 8 a 10 años se divertían jugando, algunos padres y madres los insultaban cuando se les escapaba una pelota, metían un gol en contra o erraban un penal. Otros adultos discutían en las tribunas, a matar o morir. Parecía que se les iba la vida en cada movimiento de su progenie, acaso la ilusión de ser millonarios explotando a esas niñeces. El entrenador les chistaba y se agarraba la cabeza. La presión era insoportable. ¿Qué efecto provocaría la actitud de los grandes en las emociones infantiles? Estaba claro que esa atmósfera estaba reñida con lo lúdico, como lo propio de la infancia, el modo ameno de aprender las reglas de la convivencia grupal.
Recordé esa experiencia materna cuando asistí a la función de Consagrada, el unipersonal tragicómico donde la ex gimnasta de elite Gabriela Parigi, de 39 años, representa parte de su biografía deportiva, con la dirección de Flor Micha, en el teatro Metropolitan y que a partir de marzo se mudará a Timbre 4.
la curiosidad sobre cómo esta mujer cocinó a fuego lento el espectáculo en el que despliega sus habilidades corporales para dar cuenta de sus alegrías y dolores dio motivo a una charla en la que me contó que “Consagrada es una condensación de las temáticas que fueron norte en mi vida, con realismo, con caricaturas, con elementos grotescos. Hablo de la lógica de la competencia, la meritocracia, el individualismo, el sacrificio y la exigencia. Durante 16 años, entre mis 4 y mis 19, hice gimnasia artística y luego me dediqué a las artes escénicas, a la docencia y a ser madre. Tengo mucha reflexión con respecto a lo pedagógico”.
“Por los mismos valores que evoco en Consagrada, valores humanos, estudié y soy entrenadora deportiva, para tratar de cambiar desde lo educativo esas lógicas propias del alto rendimiento, que incitan a competir, que lo único que buscan es el éxito, el triunfo, la consagración y la eliminación del otro. Pero, claro, en un momento me di cuenta de que no podía cambiar del todo esa trama, que está muy arraigada y es la médula espinal del deporte, y me mudé de ecosistema, migré al arte escénico. Me formé en circo en La Arena, dirigida por Gerardo Hochman. Después, me fui a Francia, aprendí el teatro físico y circo contemporáneo en el Centre des Arts du Cirque Le Lido, en Toulouse, y así continué conociendo otras posibilidades de ejercer la docencia para encontrar mi espacio y hacer las cosas de una manera diferente, sin repetir lo traumático”.
“Las temáticas de la obra”, cuenta Parigi, “vienen resonando en mí desde el día en que pisé por primera vez un gimnasio y son el motor de la acción y creación de otros proyectos, desde la forma en que ejerzo la maternidad, hasta la construcción de colectivos, como la cooperativa cultural Proyecto Migra, desde la que hackeamos las lógicas productivistas y abusivas”.
De sus inicios, cuando vivía con su familia de origen en Villa Devoto, cuenta que comenzó porque “mis viejos, que siempre me apoyaron, advirtieron que era muy muy inquieta en casa, me mandaron a danza clásica a los 4 años, pensando en darme una buena herramienta para controlar un poco el cuerpo. Me pasaba todo el tiempo probando hacer cosas, tenía una actitud explosiva y la profesora recomendó que me llevaran a hacer gimnasia artística. Mis entrenamientos fueron en el gimnasio del Ateneo Bernasconi donde dos entrenadores vieron que tenía talento y sugirieron que fuera a su propio espacio, desde donde hice carrera e ingresé como por un tubo a la selección nacional.”
De ese largo período, evoca “el disfrutar bastante el día a día de los entrenamientos y las exhibiciones, y padecer mucho las competencias. Cuando me iba bien, me gustaba, tenía incorporado el relato social, lo simbólico de ganar, pero internamente no estaba contenta, lo sufría. Además, tanto yo como mis compañeras empezamos a padecer lesiones”.
“Hoy puedo ver que no se sale indiferente de esa exigencia, sino herida o herido, porque además existe mucho terrorismo psicológico, dado por la comparación, la dinámica de la competencia con tus pares, la construcción de roles de poder de los entrenadores y los dirigentes, esas voces que les imponen reglas y valores a las chicos y a los chicos”.
Justamente con Micha, buscaron un lenguaje común durante intensos ensayos con improvisaciones en las que se manifestó con fuerza el universo deportivo a través de textos en los que se mezclaban ficción e información verídica, que habían surgido en un taller de dramaturgia con Ariel Barchilón. “Lo parimos juntas, somos grandes amigas y contamos con un equipo mágico, espectacular. Imaginaba la potencia de los trofeos, las medallas e incluso la estatua de la libertad envuelta en trapos como parte de la escenografía. Incorporé corsets y el bastón que había sido de mi abuela, que ella usaba para sus dolores de espaldas, la metáfora de las radiografías y los elementos ortopédicos para representar las lesiones”.
La belleza y el estilo refinado del deporte conviven en el espectáculo con lo monstruoso, las fallas y los límites que imponen las roturas. “Pero no quisimos que el personaje se instaurara en el dolor o en el sufrimiento. Pensamos en alejarnos de lo dramático para que aparezca algo amplio, más monocromático, que incluyera la risa como vehículo que abre a distintas emociones y habilita la sensibilidad”.
"De lunes a viernes me moría de hambre. Después me daba atracones e intentaba vomitar. Sentía culpa de comer. Comían pensando en sumas de calorías".
Ella y sus compañeras se prepararon para competir y tener un alto rendimiento físico durante un trayecto vital en el que es habitual la vulnerabilidad. “Tuvimos que elaborar el maltrato durante nuestra vida adulta para no repetirlo y poder construir de otra manera: nos decían mogólicas, cagonas, gorda como insulto, que se nos salían la panza y el pecho como a Maradona”.
"Ciento ocho torneos, treinta y siete exhibiciones, cuarenta y tres aeropuertos, seis entrenadores, triple fractura de tobillo, tres amigas, cuatro lesiones de columna, dos de rodilla, un novio", dice en la obra mientras se mueve con precisión arriba y abajo de un banco de madera y se cuelga una sonrisa forzada en el rostro.
Si hubo marcas que lastimaron, tristeza, dolor y frustración, asegura que pudo convertirlos en material para la creación. “Siempre supe que había una vida fuera del deporte, que la gimnasia no era todo, que los deportistas somos seres humanos y que es importante, hablar, escucharnos, reflexionar”.
Parigi se siente muy agradecida con su proyecto teatral, porque “me estoy revinculando con deportistas con otra cabeza y con otras acciones, gente maravillosa con la que reescribo mi biodrama. Estos temas dejaron de estar tapados, se ocultarse en pos del discurso del éxito, de subirse al podio porque ganaste una medalla y te salvaste. Ahora hablamos, aunque nos quieran hacer sentir que somos pocos o que estamos alienados o desorganizados. Somos un montón de personas dándole respuesta a los discursos de odio, nos posicionamos más que nunca en la construcción de verdades coherentes, en dejar que emerjan la pulsión de vida, la ternura, la suavidad, el amor, el futuro”.
LH/MF
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