Cinco veces San Sebastián
Esta semana participé en el foro de coproducción del Festival de San Sebastián para intentar conseguir coproductores y de ese modo fondos para nuestra nueva película. Competimos por algunos premios de dinero también, que no ganamos. En realidad nos invitaron a participar en vivo y en directo pero por distintas razones vinculadas a viajar en pandemia, decidimos quedarnos y participar de modo virtual. Para los que no conocen este tipo de instancias, que era mi caso hasta esta semana, se trata de tener alrededor de doce reuniones de veinte minutos cada una con productores y distribuidores de películas, más que nada españoles y franceses, algún que otro latinoamericano también, exponerles el proyecto; yo hablaba de la película que escribí y quiero hacer y Diego, el productor, hablaba del estado de la producción: con qué fondos contamos ya y cuáles habíamos ido a buscar. La mayoría de la gente del otro lado de la pantalla estaba efectivamente en San Sebastián. Para mi fue la quinta vez San Sebastián, esta vez en modalidad virtual.
La primera fue en 2008. Habíamos estrenado una primera obra con unos amigxs: una actriz, dos actores, el iluminador/ escenógrafo y yo, que la había escrito y dirigido. La obra funcionó, la vio bastante gente en el circuito independiente y en algún momento nos convocó una pareja que tenía alguna suerte de convenio con teatros españoles, para hacer algunas funciones allá. Así llegamos a San Sebastián por primera vez. Era julio o agosto, fue la única vez que estuve en esa ciudad en verano. Recuerdo que estábamos subyugados por lo bonito de esa bahía coronada por cerros sobre el mar, pero sobre todo por la alegría de poder viajar con lo que nos gustaba hacer y que encima nos pagaran por ello. Teníamos vouchers para ir a comer a una cantina que se llamaba Itxaropena en el casco antiguo de la ciudad, y a pesar de ser unos jóvenes teatristas de las colonias, nos daban de comer con dos platos y postre, copa de camarones de inicio, muchos tipos de peces, vegetales, y a veces un vino blanco que se activaba sirviéndolo desde muy arriba, el txakoli. Nos alojábamos en un hotel en la parte alta de la ciudad y bajábamos caminando hacia el mar, la civilización y los pintxos. Hicimos una sola función en el teatro, para eso habían construido una escenografía parecida a la nuestra, esa épica de lo efímero que tiene el teatro. Esa gira siguió con Santander y Segovia, a las que viajamos en una combi conducidos por la novia joven de uno de los actores, que era la única que tenía licencia de conducir. En Santander nos alojamos en un convento, en la casa de unos párrocos, a los que nunca vimos. En Segovia tuvimos que suspender la única función en el teatro barroco de la plaza principal porque aparte de habernos contratado, nadie se había ocupado de difundir el evento y entonces nuestras únicas espectadoras eran dos señoras que habían ganado las entradas en la radio. También en Segovia nos mandaron a comer un cochinillo al restaurante más afamado del lugar y entre nosotros y otro elenco de danza con el que compartimos gira, envalentonados por los mozos diligentes, gastamos el equivalente a un subsidio para la realización de una obra de teatro en una sola noche. Pero con plata de nuestros bolsillos.
La segunda vez en San Sebastián es diez años después. Me invitan con mi primera película como autora y directora a la sección Horizontes Latinos. Todo ya del universo de la alegría y el agradecimiento, haber sido invitada a viajar, a compartir la película, a competir también, por qué no. El festival se hace en el otoño español, a finales de septiembre. Suele llover pero el clima es muy templado y cálido y la ciudad tiene unas dimensiones completamente abarcables, con casi todo a distancia de a pie, y, una vez más, ¡el mar! Viajo con el productor y la distribuidora, presento la película en un cine para algo así como mil personas, es el tamaño de la sala Martín Coronado con algo similar a su arquitectura en términos de madera y en que se ve bien de todos lados, con nada similar en todo lo demás. Es un coloso moderno en medio de la ciudad vieja de Donostia, que se erige sobre el mar. Tienen un protocolo para las películas en competencia que es el de encender un seguidor sobre la cabeza del director cuando termina la proyección. Así que aunque una no se quede en la sala a ver toda la película, entra unos minutos antes de que termine para poder recibir el seguidor y los aplausos. Luego baja a ponerse frente al auditorio y responde las preguntas del público. Recuerdo escabullirme por los pasillos después de funciones para 40 personas en el teatro independiente, o hacer mucho tiempo en el camarín para no tener que recibir los comentarios a la salida inmediatamente después de finalizada la función. Y esto de tener que poner la cara frente a la audiencia, a veces sobre los créditos finales de la película, realmente templa en términos de humildad, de poner y ofrecer el cuerpo ahí frente a los públicos más distintos y decir hola qué tal, yo hice esto, qué me quieren preguntar. Es tan descarnado como empoderador en un punto y no tiene nada de tan terrible, es sólo una película más. Y por el contrario, es más que interesante oír cómo se va construyendo la película en toda esa gente que la ve, que se parece a la que uno cree haber hecho pero es también otra cosa más.
De esa experiencia me voy llena y agotada: conocí gente, pasee por la ciudad preciosa, vi otras películas, hablé mucho, probé todas las cosas ricas que pude probar. El día que me corresponde, un taxi del festival me lleva al aeropuerto y tomo el avión de hélice de regreso a Madrid.
Cuando estoy en Barajas esperando mi equipaje frente a la cinta para emprender la conexión, me llama el productor que ya estaba en Buenos Aires y me dice que ganamos el premio de la competencia y que tengo que volver a San Sebastián. Estoy confundida y lo primero que me sale decirle es que no, que ya me fui, que ya estoy en camino y que quiero volver a mi casa, que mi hijo me está esperando allá. E inmediatamente me pongo a llorar. Me dice que lo procese tranquila, que hable con mi novio, que los del festival se ocupan de todo el tema pasajes, que es importante, que sólo vuelvo dos días después. Salgo del sector de la cinta, hablo con mi novio y con mi mamá por teléfono, les cuento la buena noticia entre lágrimas y nervios, me incitan a volver a San Sebastián. Me voy calmando de a poco, el papeleo de cambio de pasajes y todo demora casi toda la tarde y a la nochecita estoy lista para volar en el avión de hélices, de regreso a San Sebastián. Esta vez me espera un auto de alta gama en el pequeño aeropuerto, conducido por un señor muy amable. Parece que entre que me fui hace un par de horas y esta nochecita, subí de categoría en el escalafón del festival. De hecho, en lugar de llevarme al hotel a 20 cuadras en el que me alojaba, me llevan directo a una suite en el María Cristina, el hotel reservado para las estrellas del festival. Se supone que no puedo decir nada del premio pero hay gente de la que me despedí esta misma mañana o ayer a la noche que me mira chueco cuando me ve. Por suerte aún está Paulina la distribuidora en la ciudad y podemos salir juntas por la noche neblinosa a comer algo y brindar. Al día siguiente hay una premiere de The Joker para gente del festival y llenamos el cine para verla. A la tarde me maquillan unas mujeres de alguna marca de cosméticos en una habitación destinada para eso en el mismo hotel de lujo. Hay categorías de todo en estos sitios: de tipo y calidad de maquillaje, de tiempo de espera, de trato preferencial. Como si fuera un tributo al mérito sólo que no está para nada claro a cuál. Por suerte me había quedado un vestido que me prestaron y que no usé para la entrega de premios, y unos zapatos que una amiga me prestó. Me despachan temprano en un micro comunitario en el que vamos ganadores no famosos. Gracias a eso entramos por la puerta trasera y no por la alfombra roja. Ese trayecto y la espera en los entretelones la hago en compañía de Angela Schanelec a la que no conocía hasta entonces y cuyo cine me encanta. A Angela la hicieron venir de Alemania para esto, va de riguroso negro, remera, pantalón, muy casual. El glamour de Angela no necesita de tacos ni de un caro labial. La madrugada siguiente a la entrega de premios vuelvo a abordar el avión de hélices y la azafata que me acomoda me dice que estuvo en la ceremonia y me felicita por el premio. Así me despido de la tercera falsa vez en la que volví a San Sebastián convertida en efímera celebridad.
La cuarta es medio año más tarde, en marzo del 2020, con la pandemia mordiéndonos los talones. Estamos en Madrid haciendo unas funciones con la misma compañía de aquel primer viaje. Pegado a eso me quedo a hacer algunas entrevistas para el estreno de la película en España y voy a pasar una noche a San Sebastián para presentar una proyección en Tabakalera, un centro de arte y escuela de cine gigante en una ex fábrica tabacalera en la ciudad. Esos dos días de final del invierno sí que llueve casi constantemente y el día que llego en el tren hay tanto viento que una casi que se puede apoyar en él. Veo cómo una ráfaga de viento derriba unas cajas llenas de botellas de gaseosa en la ciudad vieja y el ruido que hace eso al caer. Esos dos días todo es melancólico: estoy sola después de muchos días en el teatro con amigxs y público, la ciudad está con su curso normal, sin festival, ya tengo ganas de volver a mi casa y en todos lados se comenta que en Italia, ahí al lado, está muriendo mucha gente por día por un extraño mal que afecta las vías respiratorias. En el tren de regreso, por más hermoso que sea el paisaje que atravesamos, cada vez que alguien tose desde las entrañas, me hago el favor de dejar de respirar. Faltaban pocos días para el desembarco del barbijo, tapabocas o como se quiera llamar. Llego a Buenos Aires días antes de la cuarentena obligatoria para los viajantes, días antes también de la cuarentena total.
La quinta vez San Sebastián es esta última, en la que nos invitan al foro pero decidimos no viajar, por las consecuencias que dejó todo este universo pandémico entre aquel otoño y esta primavera de acá. La quinta vez en San Sebastián, entonces, no estoy presente y hablo de una película que aún no se hizo, tramitando así mucho del universo de la abstracción, de la posibilidad.
RP
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