Guillermo Lasso presidente: “Ecuador, es exportar o morir”
Desde este lunes Guillermo Lasso está al frente del gobierno de Ecuador, al que había aspirado en tres elecciones consecutivas. En la segunda vuelta de las presidenciales del 11 de abril, su alianza CREO derrotó por un 5% al frente UNES del candidato correísta, el economista treintañero y doctorando Andrés Arauz. Desde su silla de ruedas, le transfiere el gobierno y sus símbolos el candidato correísta que lo había derrotado el 2 de abril de 2017 por poco más del 2% en la segunda vuelta de las presidenciales. Ya hacen casi cuatro años que el licenciado administrador Lenín Moreno recibe el infatigable repudio del doctor Rafael Correa, perseguido por la Justicia morenista y desde entonces exiliado en Bélgica, patria de su esposa, con quien estudió economía en la Universidad Católica. La asunción de Lasso en el Ejecutivo, también católico en su moral social pero más liberal en política, fue precedida la semana anterior en la Asamblea Nacional, el poder Legislativo ecuatoriano, por la votación de sus autoridades. Por primera vez, la Presidencia está en manos indígenas y son las manos de una mujer, Guadalupe Lori, elegida con los votos de su partido Pachakutik (MUPP-18), Movimiento de Unidad Plurinacional de izquierda ecologista, y los de CREO. Si dura, el entendimiento auxiliará a Lasso en el Congreso unicameral de 137 bancas, donde 12 son de su frente y 48 del correísmo, que buscó esa presidencia que perdió para la arquitecta Pierina Correa, hermana del ex presidente.
El expresidente Correa, que considera que de haber estado él en Ecuador, Arauz habría ganado, reveló que había conversado con diversos líderes partidarios para asegurarle a UNES esa presidencia legislativa que no le aseguró. Comentó por zoom desde Bélgica a Jimmy Jairala que Lasso, con ese acuerdo, “se puso la espada al cuello”, porque “Guadalupe Llori es una mujer bastante elemental, extremadamente violenta”. En abril, después del balotaje, había comentado al mismo programa radial porteño que “la gente no nos perdonó que hayamos elegido como candidato a Lenín Moreno” en la elección presidencial de 2017 que ganaron, sin formular ni mencionar reproche en la elección que perdieron por haber elegido a Arauz. Durante la campaña, hasta que se lo prohibieron con razones cuya legalidad es escurridiza, Arauz recorría el país con una fotografía de Correa ampliada a tamaño natural, y pegada y silueteada sobre cartón. Ni culto de la personalidad ni fascinación falocrática por el caudillo, sino crasa funcionalidad: nadie conocía a Arauz, nadie ignoraba a Correa. Proscrito de presentarse en las presidenciales brasileñas de 2018 por la celeridad de la Cámara federal de Paraná para ratificar las condenas de Sérgio Moro en el juzgado federal de Curitiba, la tardanza de Lula antes de aprobar como reemplazante a Fernando Haddad se cuenta entre los factores que no obstaculizaron el triunfo de Bolsonaro: entre el electorado del Partido de los Trabajadores (PT), sobre todo en el empobrecido y arcaico Nordeste, la tasa de memoria o reconocimiento del nombre del candidato fue tan baja como prolongada y letal.
La insufrible desprolijidad de las imágenes que se salen de cuadro
El administrador licenciado Lenín Boltaire Moreno fue demasiado pronto repudiado por el correísmo, o el correísmo se descubrió demasiado pronto dejado a la deriva por un presidente de Alianza País que antes había sido el vicepresidente del propio Rafael Correa en los dos mandatos quinquenales precedentes. No sólo abandonado, sino traicionado en sus principios de acción política. En vez de clarificar las posiciones agudizando los enfrentamientos, las desdibujó por una proliferación de acuerdos, con el opositor derrotado, con el FMI, con EEUU en desmedro de China. Dio marcha atrás con la legislación de medios, y sus tribunales avanzaron, desdibujando la legislación o dotándose de instancias especiales, en el lawfare contra el presidente. Exiliado Correa en Bélgica perseguido por la nueva Justicia oficialista, en 2019 Moreno decepcionó a las clases medias y a los movimientos indígenas que se rebelaron en su contra por la quita de los subsidios a los combustibles, y en 2020 decepcionó a todos los sectores por su errática o nula gestión sanitaria en tiempos de pandemia.
Un nítido concepto había guiado la campaña del nuevo candidato correísta, Andrés Arauz, la reivindicación del Estado presente y de la bonanza correísta ante la privatización y el neoliberalismo. Que podía identificar tanto con el oficialismo abrumadoramente desaprobado como con su rival. Guillermo Lasso se desempeñó muy imperfectamente en ese papel de oligarca. Las amenazas de convertirse con Lasso en la Colombia de Álvaro Uribe o Iván Duque, en el Brasil de Jair Bolsonaro, en el Chile de Sebastián Piñera, en la Argentina de Mauricio Macri buscaban sin encontrarlo tanto el eco contrario de que votar a Arauz era la utopía de la pesadilla, Ecuador en banquete infernal con el venezolano Maduro y la guerrilla marxista de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Un confuso episodio en la campaña, que la periodista ecuatoriana Sol Borja refiere a Radio Ambulante, muestra como acaso ningún otro la impaciencia por definir en estos términos antitéticos la campaña ante un electorado invitado a dirimirla como esa opción. A familias venezolanas en situación de calle o precariedad se les había dado carteles y pancartas que invitaba a Ecuador a votar bien, porque si no acabarían en la miseria y la expulsión debida a que su país había votado mal. UNES denunció la manipulación de personas desposeídas, pero CREO denunció una maniobra de UNES para escarnecer su insensibilidad social haciendo propaganda con quienes nunca la harían y con un argumento que CREO esperaba que usaran con más frecuencia.
La teoría del único demonio, que en la postrera década y media del siglo XX prestó su pugnacidad al antagonismo de dictaduras versus democracia, fue aggiornada pero ni reemplazada ni sustancialmente modificada en el alba del XXI en una versión donde las fuerzas angélicas regionales libraban su batalla contra el imperio global del neoliberalismo. Había sustitución en las señas pero no en las identidades. El nuevo relato era eficaz, porque era el de un triunfo calcado sobre el de una victoria. La confianza en que esa eficacia era imbatible no fue ajena a la insuficiente capacidad de victoria de la Revolución Ciudadana de Rafael Correa, que junto al Proceso de Cambio del boliviano Evo Morales, cuentan en su haber con las décadas mejor ganadas del socialismo sudamericano del siglo XXI: la de los dos solos países que volcaron los superávits de la exportación de commodities a obras de infraestructura en vez de a nuevos gastos de cuenta corriente inaugurados precisamente por la existencia de esos superávits.
La biografía de Lasso es la de un self-made man, aunque ha evitado rotundamente explotar esta vía de argumentación en su biografía de campaña, “La historia de Guillermo”. Sexagenario de orígenes modestos, sin fortuna familiar, sin estudios ni diplomas, que había empezado a trabajar a los quince años, que nunca desfalleció en la estricta observancia sin desvío alguno permitido de las convenciones del mercado laboral, la conducta profesional, la economía doméstica y la realización personal en la vida familiar, social y deportiva de la bulliciosa, tropical y distractiva costa ecuatoriana, ascendió de cadete a director y socio del Banco de Guayaquil y a ministro de Gobierno en Ecuador. Genética y temperamentalmente, no es un Macri, un Uribe, un Santos, un Lacalle Pou, un Piñera, un Sánchez de Lozada, un Cartes, un Kuczynski, una Fujimori.
Antes bien, en “Nuestro plan para la economía y el empleo”, los ítems conspicuos marcan la distancia con esos líderes de la derecha regional. El primero, aumento del salario mínimo. Después, “fomentar la inclusión”, juvenil, de género. Baja de tarifas, “establecer una tarifa eléctrica más económica”. Más adelante, “economía popular”. En ningún momento, subsidiariedad del Estado, o siquiera rozar la noción de que el país es una empresa, o de que el éxito en los negocios privados es la credencial insustituible de excelencia para gobernar mejor que nadie en el ámbito público. En todas partes, el indicar que los recursos para los programas sociales y el desarrollo provendrán de un balance positivo del comercio exterior, y que esas divisas se lograrán con la motivación y focalización de sectores competitivos de la economía orientados a la exportación, actividad para la cual hay que allanar los caminos. La dolarización quita argumentos a los daños que el libre comercio, que ha de favorecerse con quienes consumen bienes ecuatorianos, produciría a una moneda nacional ya extinta desde el año 2000. En su primer discurso, con la banda presidencial colocada, recapituló estos principios, llamó a la unidad nacional, vivó a la democracia (con más razón, porque acertaba en sus elecciones), recordó que no era ni un caudillo ni la sombra de un caudillo, separó la recesión del mal mayor y más urgente de la pandemia, que requiere atención preliminar, y anunció nueve millones de vacunas en los primeros cien días de gobierno, no sin al mismo tiempo, sin embargo, “saciar el hambre”, por lo que su revolución productiva buscará mercados y los hallará en el comercio para lo que buscará integrar a Ecuador cuanto antes en la Alianza del Pacífico.
Los desafíos son mayores: en 2020, según el Panorama Social de la CEPAL publicado en abril de 2021, la economía se contrajo un 7,8%, la deuda nacional es de 70 mil millones de dólares, el desempleo formal es del 7%, un tercio de la población es pobre y entre quienes trabajan, la mayoría es en actividades discontinuas e informales. Antes de probar su idoneidad económica o social, cada iniciativa debe lograr la imperatividad, insuficiente pero necesaria, de la sanción legal en la Asamblea, donde ya se consumó el divorcio con el Partido Social Cristiano (PSC), que lidera Jaime Nebot, el sempiterno alcalde de Guayaquil, y aliado centro-izquierdista en las elecciones presidenciales, Uno de sus objetivos es el incremento de la explotación petrolera, ¿chocará en esto con Pachakutik?
Dolarización, fábula de origen y árbol del Bien y del Mal
Se asocia a Lasso con el ‘Feriado Bancario Ecuatoriano’ de marzo de 1999, y a este se lo explica, fuera de Ecuador, comparándolo con el más y mejor conocido, y más prolongado, ‘corralito’ argentino de 2001-2002. En una común consecuencia deplorable confluyen los efectos de la semana ecuatoriana y del año argentino: en la licuefacción de los ahorros bancarios congelados, al cambiar la tasa de cambio entre la moneda nacional y el dólar estadounidense. En la Argentina, se abandonó la convertibilidad 1 a 1 del peso con el dólar de los años del menemismo, cuando depósitos en dólares o pesos fueron accesibles para sus titulares en pesos argentinos, los dólares valían tres veces más o los pesos tres veces menos.
En Ecuador, ante la catástrofe natural de El Niño y las catástrofes económicas de la caída de los precios de los hidrocarburos y el impacto de la crisis financiera del sudeste asiático el presidente centro-izquierdista Jamil Mahuad, de la Democracia Popular-Unión Demócrata Cristiana (DP-UDC), había adoptado como de suyo la solución del expandir la base monetaria, y la emisión de más billetes de sucres por el Banco Central, además de devaluar la moneda, en nada desaceleraba la inflación en un contexto de baja de la producción y la actividad económica y consiguiente desempleo. Mahuad creó el cargo de Superministro de Economía, para el que convocó a Lasso, que era gobernador del estado de Guayas, del que es capital y puerto Guayaquil. Lasso estuvo un mes en este cargo. El 9 de enero de 2000, Mahuad declaró la dolarización. El sucre desaparecía. Pero si en marzo de 1999 1 dólar costaba 5 mil sucres, a principios de 2000 valía cinco veces más, 25 mil sucres. Al fin del corralito, vía una pesificación asimétrica, la Argentina pasó de una moneda convertible a un peso desanudado del dólar y a una política monetaria libre de ataduras para el Banco Central; también, de la deflación a una inflación que empezaría a crecer, y sobre todo, a poder crecer. Al final del proceso iniciado por el feriado bancario, vía una dolarización asimétrica, Ecuador pasó de una moneda permanentemente devaluada por el recurso cada vez más regular a la expansión de la base monetaria (emisión de billetes) a la renuncia al sucre y a la adopción del dólar como moneda de curso legal; también, de una inflación del 96% en 2000 a estabilizarse en una inflación de menos del 10% a partir de 2002.
A Mahuad, la dolarización le costó la presidencia, a la que se vio forzado a renunciar el 20 de enero, después de un levantamiento de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), del cual se desprendió como instrumento político el partido Pachakutik al cual pertenece la actual presidenta de la Asamblea aliada de Lasso. Salarios, ahorros, jubilaciones y pensiones se desplomaron. Lasso había sido elegido en 1989 presidente de la Banca de Guayaquil. El gobierno de Mahuad había sido llamado a doble justo título gobierno de la banca, tanto por la predilección por esa proveniencia para adjudicar funciones de primer rango en su administración, como por el financiamiento, denunciado después, que el Banco del Progreso habría facilitado a su campaña presidencial. Sin embargo, no fue la banca la principal beneficiaria de la dolarización, que perdió como acreedora de grandes deudores, empresarios y exportadores, grandes capitalistas merecedores de grandes préstamos de los que ahora se veían liberados de honrar, y que podían cancelar con desembolsos para ellos en suma insignificantes. La masa asalariada, en relación de dependencia con patrones privados o beneficiara de jubilaciones y pensiones, el funcionariado de la administración, los servicios o las empresas públicas, de sistema de salud, educación, militar, penitenciario o de seguridad, sufrió el desplomarse de sus ingresos.
La dolarización llegó a ser popular. Una encuesta de 2015 arrojaba que el 85% de la población la aprobaba. Más que Lasso, fue Arauz el que insistió en campaña que la dolarización era un dato de la realidad ecuatoriana que su gobierno iba a aceptar como invariante. El centroizquierdista era sospechado de esconder un plan secreto para destruir esa renuncia neoliberal al poder del Estado de disponer de una política monetaria propia. Todavía ejerce su arrastre una inercia social que hace que no haya disminuido, en el electorado, el número de quienes conserven tolerancia a pagar precios o padecer penurias si con esto se evita el mal mayor de la inflación. Para la inversión extranjera, cuyo cuestionamiento sobre la utilidad de sus propios automatismos prejuiciosos varía en el rango que va del rubor ante la fantasía de la pregunta y el despiste de no formularla nunca, la preferencia por un país donde la moneda es la del mundo y no la del país es irreflexiva pero jamás será titubeante.
Según el informe de CEPAL 2019, antes de que todo debiera calibrarse operando con el coeficiente distorsivo y corrosivo de la pandemia, Ecuador era el tercer país de América Latina y el Caribe que más había atraído la inversión extranjera directa. Y conduce a la atribución de estabilidad, previsibilidad y transparencia –y para esos ojos, no necesariamente a los anteojos de Transparency, cuando miran desde otro ángulo, la dolarización es también castración química de los corruptos.
Estas ventajas para la economía, dinámicas, rápidas para disminuir y prudentes antes de crecer, coexisten con una estable desventaja para los gobiernos que, si desfinanciados, deben endeudarse. Aunque la dolarización también haga que les resulte menos difícil colocar deuda que a otros países, y esa es una bendición sólo a medias, aunque después sea más fácil el desahogo con el artificio de la refinanciación. Moreno logró en tiempo récord acordar un nuevo plan con el FMI, que Lasso busca honrar, aunque desde un principio, y a diferencia del exvice de Correa, descartó de plano una de las exigencias del Fondo, el aumento del IVA en combustibles y artículos de primera necesidad y alimentos. Este rechazo frontal podría haber alertado a su vecino y hoy colega Iván Duque, cuya codicia tributaria lo llevó a legislar esa disposición que rebanaría filosa los ingresos de los sectores medios y medios bajos, cuya protesta social está en las calles colombianas que no abandonan desde el 30 de abril.
La desocupación, la pobreza y la emigración son el horizonte del año 2000, una referencia que por dolorosa parece mitigarse menos en la memoria del electorado que el buen éxito de políticas y planes de la década de Correa, esa década cuyo mayor lujo fue el levantamiento de las demandas sociales hasta niveles tan elevados de calidad como nunca antes había vivido Ecuador: la firmeza en la exigencia de lo imposible como si fuera natural y realista es uno de los signos más seguros de una prosperidad que descree de que puedan acecharla peligros.
AGB
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