El peso de una poética
No me incomoda mi desnudez /bien saben les que me conocen/ que ando desnuda incluso antes de sacarme la ropa/ Sólo a veces y por costumbre/ uso mis máscaras./El resto de la vida/ me la he pasado desnuda/ casi en tripas casi en huesos casi en nada./Casi en nada de cuerpo a pesar de tanto cuerpo/ Porque vean qué sacrilegio el nuestro/Vemos la forma antes que la materia/ “cómo es” antes de “quién es” /Entonces no va a importar si me visto o me desvisto/ Verán lo que piensan y no lo que saben./ Es muy fácil sacarse la ropa/Lo difícil es sacarse los prejuicios. Poesía gorda, (2021. Ediciones del Mañana y Editorial Tierra del Sur).
Así escribe en su libro Marianela Saavedra, nacida en Entre Ríos hace 43 años, quien vivió más de una década en Ushuaia y es residente actual en el límite entre El Bolsón y Lago Puelo, en La Patagonia, donde trabaja como profesora de educación especial. Sus textos son una aventura épica de visibilidad gorda y por la policía de los cuerpos, donde la heroína mítica es cada pieza recuperada de poder, negada por la cultura de la dieta. Lo que Marianela hace es una conjunción entre activismo y arte, un movimiento que data de los años sesenta que se denominó artivismo. Se trata de un trabajo subjetivo de creación con la palabra y contra el mandato de cumplir con un molde corporal, pero sobre todo de hacerle espacio a lo que por ocupar demasiado espacio termina siendo burlado y expulsado. “La sociedad intenta despersonalizar a las personas gordas, como si no pudiéramos expresarnos por nosotres mismes, como si todo el mundo tuviera derecho a definirnos y delimitarnos, negándonos como sujetos políticos y como cuerpos habilitados a la existencia”, dice quien eligió para la tapa de su libro una ilustración de Lulú Pintos donde se ven a una mujer y un hombre de figuras contundentes, sirena/sireno, anfibios entre el agua y el verdor, entre la materialidad y la lírica.
Ella no sabe si su Poesía gorda llegará a formar parte del acervo literario, pero cree que hoy tiene un micropoder transformador: dos pibitas muy chicas, cuenta, vinieron a casa a comprar el libro para su papá, una persona gorda que no se encontraba bien de salud y recibió un momento de felicidad de parte de su progenie al leer: Me dolió de hambre las veces que el hambre me daba vergüenza/las veces que la panza me dolió de miedo/las veces que el miedo me dejó muda/y cada vez que antepuse a cualquier idiota antes que a mí/ y cada vez que intuyo que puede volver a ocurrir.
Saavedra dice que, luego de viajar un tiempo por distintos países de Sudamérica, empezó a trabajar con personas que “por distintas razones no encajan en los cánones de la normalidad ni de la hegemonía, que padecen muchísimo los estándares de la sociedad”. Por otra parte, sus hijxs vivieron “en carne propia el gordo-odio”. Toda esa suma de experiencias la llevaron al artivismo gordo, específicamente a la escritura, como una canal expresivo “de asunción del cuerpo en nuestras identidades. Junto a mi familia aprendemos y nos enseñamos, para superar las situaciones de bulimia y anorexia emocional”.
“No es fácil asumir el cuerpo gordo, pero vamos construyendo de manera conjunta nuestros ideales”, continúa. Cuando dice conjunta se refiere a otras personas que narran, poetizan o ensayan contra el canon de la normalidad corporal y que le interesa destacar: Melina Linares, Jael Caiero, Malu Jimenez, Nicolás Cuello o Magdalena Piñeyro (lamagduchi) que escribe, por ejemplo: El cuerpo gordo no siempre es capaz y no pasa nada/que el árbol de la superación personal no nos tape el bosque de las desigualdades estructurales.
Yo elijo un poema de Flor Monfort, escritora, poeta, periodista y productora teatral que se llama El otro, pertenece a su libro Luna Plutón (Caleta Olivia, 2018) y dice: Su cuerpo es como una manta/ Plateada junco de friza/ Me muevo al viento/ Calma porno de la tardecita/ Los autos con sus rugidos/ Custodian elapareo/ /Acá, en esta casita suiza/ Enfrente los burritos /Las fuentes con venecitas/ El rumor de los alcauciles/ que pelan los novatos /En las cantinas caras/ Falsas voces en ruinas/ Sentirse helada cuando antes era fuego al voleo/el verso correcto, el pino que se planta en el fondo/ La bala que se estaciona en la herida/ Baby empecemos por el norte y bajemos despacio a los géiser de baba/ al cuchicheo de la mente que pide amor, abrazo bobo/ Hay una expulsión donde acelerar/ No enamorarse nunca /Mantra de amanecer forzado/ Luna en el aire/ Ay las porteñas siempre pensando en nosotras/ Amiga vale decir que los hombres gordos/ Valen más.
“¿Mi cuerpo? Un tajo en la silla”, escribió Alejandra Pizarnik, la gran poeta argentina del siglo veinte, que quiso construir “el poema del cuerpo con mi cuerpo” y de quien el próximo 25 de setiembre se cumplen medio siglo de su decisión de morir, de la elección de cancelar su vida. Hija de su época, Pizarnik tomaba anfetaminas para adelgazar mientras asistía al colegio secundario. Eran los tiempos en que el ideal corporal lo encarnaba Twiggy, una modelo que pesaba alrededor de 40 kilos. Una entrada de su diario, de 1959, dice: “Engordé muchísimo. No hay remedio. Es un círculo vicioso. Para no comer necesito estar contenta. No puedo estar contenta si estoy gorda.” También leemos una entrada de 1961 en la que consigna: “Nunca me odio tanto como después de almorzar o cenar. Tener el estómago lleno equivale, en mí, a la caída en una maldición eterna. Si me pudiera coser la boca…” O aquella de un año después que señala: “la única desgracia es haber nacido con este defecto: mirarse mirar, mirarse mirando”.
La autora de Árbol de Diana y Extracción de la piedra de locura no rimaba con lo que la rodeaba. Para su biógrafa Cristina Piña, la gordura era su obsesión. Alejandra usaba ropa muy holgada, varios talles mayores de los que su cuerpo requería. Seguramente todo hubiera sido muy distinto si hubiera vivido en este tiempo de activismo colectivo y de crítica creciente a la imposición de un modelo corporal único. Pero tampoco se puede establecer una relación mecánica, causa y efecto, entre el cuerpo que se habita, su vivencia y la época. De lo que no hay dudas es que, a diferencia de lo que ocurría hace medio siglo, hoy suenan y resuenan cada vez más fuerte frases como las de Beth Ditto, la cantante feminista y LGBT de The Gossip: “No podés odiar a alguien porque hace dieta y no podés culpar a una persona por sentirse una mierda. Tenés que culpar a la máquina que alimenta esto, lo que hace que la gente se sienta mal”. Ditto, la chica de Arkansas, emblema del activismo gordx, lo dijo con absoluta claridad: “prefiero gorda a curvy. Soy una persona, no una carretera”. Y, por prepotencia de arte y justicia, tenemos la poesía.
LH
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