¿Quién soltó a los perros?
¿Quién soltó a los perros? fue una canción muy exitosa de Anslem Douglas. Cuando comenzó a sonar fuerte, muchos se preguntaron quiénes eran los perros sueltos. El tiempo se ocupó de aclarar que se trataba de los hombres negros que vituperaban a la mujer con infundios. Pasaron los años, el término se extendió, perdió el peso inicial que pudo haber tenido y hoy resulta frecuente en la cultura hip-pop tratarse de perro (dog) entre los varones, en lugar de hombre (man), como hasta no hace mucho tiempo. ¿Entendés, perro? Lo que me pregunto, aunque parezca un poco tirado de los pelos, es cómo como se llaman entre sí los hombres blancos que hace unas horas irrumpieron en el Senado de los Estados Unidos. Entre esos “perros” no había negros, tampoco un numero considerable de mujeres. aunque la única víctima, herida de bala, haya sido precisamente una mujer. Por ahora es todo lo que sabemos de ella.
Las imágenes recorrieron el mundo, y muchos se dejaron llevar por la imaginación. El retrato del energúmeno disfrazado de chamán-guerrero despertó gran interés en la prensa. Por aquí no le dieron mucha importancia al asunto del disfraz, porque la gente está acostumbrada a ese despliegue espectacular de falsas identidades, identidades mitológicas, heroicas.
El payaso de turno de llama Jake Angeli, figurita repetida en casi todas las manifestaciones de apoyo a Donald Trump. Su historia está entrañablemente vinculada al movimiento QAnon, tendencia que proclama teorías conspirativas que alientan el temor entre la población más desprevenida. No son pocos, tampoco todos los republicanos. Son aquellos a los que, con frecuencia, la prensa designa como “la base”.
Son los militantes llamados a perpetuar una America ideal, una América que nunca existió. Usan sombreros rojos con la sigla MAGA (Make América Great Again). Los más devotos creen que la dirigencia demócrata es pedófila, que Trump es el Mesías, que Hilary Clinton se desayuna con sangre de recién nacidos y que Obama nació en Nigeria. También caen en la volteada los negros y los judíos, pero, por sobre todas las cosas, los mexicanos, definición que incluye a todos los que tengan la piel un poco más oscura y el inglés prendido con alfileres.
Para ellos, Trump es un enviado de dios. Ahí es donde los Estados Unidos empiezan a parecerse a cualquier otra sociedad teocrática en la tierra. Hay mucho más en común entre un talibán pastún y un militante del inframundo trumpista de lo que a simple vista parece. En ambos casos, creen que las libertades que vienen de la mano del progreso liberal atientan contra su modo de vida. Tienen miedo y viven pendientes de la idea de disolución de los Estados Unidos detrás de la cual marchan los herejes ateos y anarquistas subvencionados, entre otros, por el nonagenario de George Soros.
El nivel de locura es extraordinario. El que me asegura que el New York Times responde a los designios del billonario mexicano Carlos Slim Helú es el mismo que quiere sacarse una foto con el descerebrado de Jake Angeli disfrazado de chamán Siux.
Los militantes más intrépidos, esos que avanzaron sobre el Capitolio hace algunas horas, son, a la vez, los más débiles. No son perros, son gente común alentada por el desaliento, por el terror de quedarse sin país, sin el país que compraron en la escuela y en las superproducciones de Hollywood. Se sienten despojados, y entienden que la única manera de entrar al escenario es por la ventana, que fue lo que hicieron.
Sabemos quiénes no son. No son negros, tampoco hay suficientes mujeres como para llamarle un asalto respetable, el Parlamento de los Estados Unidos no es el Moncada, ni el Palacio de Invierno. Es gente común, ¿embrutecida?, pero no menos común que nosotros.
Los humanos tenemos muchos de los rasgos de nuestros primos más cercanos el chimpancé y el bonobo, que, aunque parecidos, no son lo mismo. El bonobo es un simio plácido, al que no le gustan las refriegas, es lo que los republicanos llaman un bando, un perdedor. El chimpancé es agresivo, primero pega, después pregunta, es lo que los demócratas entienden por republicano. En las sociedades bonobo es la mujer quien rige los destinos del grupo. Entre los chimpancés prevalece la verticalidad del macho. Los chimpancés son chauvinistas, los bonobos reciben con beneplácito a los que vienes de fuera. Lo que llamamos grieta bien podría encontrarse revisando el código genético.
Mientras tanto, seguimos pegados a la pantalla, como lo estuvimos cuando Neil Armstrong pisó la luna o durante los funerales de Michael Jackson. Chimpancés y bonobos prendidos al pezón de las noticias. Las últimas parecieran indicar que, a pesar de todo, la transición de mando tendrá lugar indefectiblemente el próximo 20 de enero, aunque, tal vez, mi conclusión no sea más que el resultado de vivir en mi propia burbuja de bonobo. El tiempo dirá.
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