La opción de noviembre: ciudadanía o decadencia
Cada mujer u hombre, en nuestra sociedad y en la Ciudad, tiene su interpretación acerca de lo que se decide en estas elecciones. Algunos piensan que son un escenario límite (antes del estallido), otros la oportunidad de avalar o cuestionar la gestión del gobierno o de la oposición y finalmente otros, dolorosamente muchos, creen que la vida seguirá más o menos igual, más o menos mal. El masomenismo que nos destroza.
Desde nuestra perspectiva lo que se discute es, si ante el fracaso de las elites políticas, empresariales, sindicales y culturales, la decisión popular permite abrir una ventana que meta aire limpio en un ambiente intoxicado de faccionalismos, ventajas y privilegios o si, agobiada por el maltrato y el desprecio, aterrorizada por la vulnerabilidad y los peligros de caída, se rinde a lo mejor de lo peor.
Nuestra crisis es hija y madre de las desigualdades. Y las elites eligieron pactar y gestionar las desigualdades para no perder sus poderes relativos. El país del sueño de la clase media no se desploma por excesos desde abajo, no se desintegra por ser igualitario y democrático, se hace hostil a la gente y se repite en decadencia porque sus ricos y sus elites le salen demasiado caros y son fracasados y defraudadores seriales.
Por eso cuando discuten elecciones y debaten la justicia buscan certificados de impunidad electoral y judicial para sus errores e incompetencias.
Nadie puede decir, en consecuencia, que una sociedad en retroceso desde hace décadas, estancada hace diez años, es el lugar amable donde desplegar el proyecto de vida. Nuestra imaginación se asocia a la supervivencia, el mediano plazo es el fin de semana.
Empezamos la democracia en 1983 diciendo “se come , se cura y se educa”. En 2001 con el país en llamas decíamos “la mayoría de los chicos son pobres y la mayoría de los pobres son chicos”. Hoy aquellos chicos son padres de nuevos chicos pobres y aquellos padres son abuelos arrojados a la penuria. Para el 2023 tendremos menor ingreso que en el 2006.
La cuestión es preguntarnos ¿les faltó poder a estas elites para llevar adelante el bienestar colectivo? ¿Revalidarlas acerca o aleja las soluciones?
Humildemente creo que la oportunidad de estas elecciones es sumar nuevos interlocutores, nuevas voces, nuevos afectos ciudadanos y no guiños e intercambios entre los de siempre.
Un nuevo compromiso para una nueva comunidad que deje atrás la decadencia social, el desprecio humano y la depredación ambiental.
Hay que instalar una planificación democrática, que nos dé certezas, que nos devuelva el manejo del tiempo de nuestra vida, que nos permita medir el esfuerzo y redistribuir los beneficios.
Algunos dicen que no se puede planificar. Ocultan que si los comunes no planificamos marcharemos al ritmo de lo que sí planifican empresas y burocracias. Nuestras capacidades de empleo, ingreso, salud, vivienda, previsión, transporte, seguridad y ambiente serán decisiones de otros.
Otros que un plan es ponerle números y compromisos garantizados a los mercados porque hay que pagar el costo “de haber vivido por sobre nuestras posibilidades”, el plan es un castigo, no el dibujo común de un futuro que merezca vivirse.
Creo que la oportunidad de estas elecciones es sumar nuevos interlocutores, nuevas voces, nuevos afectos ciudadanos y no guiños e intercambios entre los de siempre.
Un Plan Democrático implica cuatro puntos:
Una democracia con poder.
Una Nueva Prosperidad.
Una Sociedad de Derechos.
Un pacto socio ambiental.
Esto es, como recuperar poder de decisión, crear riqueza sin destruir nuestra humanidad, ampliar derechos efectivos, cuidar lo común y cuidarnos en común. Discutir el trabajo y los ingresos de las mayorías, el Estado necesario, los impuestos justos, la transición ambiental y el reconocimiento de la riqueza y diversidad de una sociedad conflictiva que requiere más derechos.
Nosotros pensamos en el 2040 y queremos legislar para el 2022. Nuestro presente es el futuro.
El Gobierno nacional recubre con una épica ajada sus fracasos presentes en el tratamiento de la crisis socioeconómica invocando la “vuelta milagrosa” al 2007. El populismo, si alguna vez tuvo sentido trasformador, lo agotó en los 70. Luego fue neoliberal 10 años y neo desarrollista despreocupado otros 12 años. Ahora “va viendo” que será, mientras desperdicia tiempo y realiza un ajuste brutal y sigiloso.
La derecha, sin sonrojarse y sin memoria, nos pretende llevar a los 90 entre ajuste explícito, falsete republicano y acuerdo con parte del poder económico concentrado. Repiten candidatos y gestos de los 2000 para dejar en claro su rumbo.
Ni el gobierno de los CEOS, ni el de los científicos balbucearon algo parecido a un plan integral, debatido, conflictivo, parido en común. Unos se lo pidieron a las empresas y los otros a la melancolía.
Se han puesto de acuerdo como todo sistema elitista de construir su propia oposición.
Allí anda entonces una patrulla perdida del menemismo (que reclama abolir el Estado, mercantilizar todos los derechos, privatizar y hacer guiños a los terroristas de Estado) parada en el hartazgo de gente que quiere respuestas y no excusas. Juegan el peligroso juego del espantapájaros
En todas esas vías no hay lugar para cada uno de nosotros, ni mundo para la Argentina.
En estos tiempos de dolor y vulnerabilidad, donde la pandemia y la crisis nos acorralan, se trata de retomar el control de nuestras vidas.
Si la sociedad porteña compone con su voluntad un escenario parlamentario con la derecha, el gobierno y los liberticidas, los riesgos de profundizar la decadencia son muy grandes.
Si por el contrario, recuperando lo mejor de la diversidad de su cultura, la riqueza de su historia, el potencial de su pueblo recurre a los valores de igualdad, libertad y justicia a la hora de votar, puede, que la ciudadanía se haga oír. Recuperar la voz y la identidad no es poco para empezar.
MH
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