Cómo no terminar en el sálvese quien pueda
Si Alberto Fernández no enciende rápido su GPS, va a ser difícil que encuentre ubicación en un año en el que la campaña y la pandemia van a convivir por más tiempo del que se suponía. Ante la segunda ola y el nuevo récord de contagios en una Argentina que ya cuenta más de 57 mil muertos, el Presidente combinó el anuncio de nuevas restricciones con el intercambio de acusaciones con la oposición más dura. Tal vez le sirva de desahogo o para saldar alguna cuenta menor, pero resulta un servicio inestimable para el macrismo rabioso que se agranda gracias a un dirigente que se rebaja en la discusión con actores de reparto. No es lo único. Fernández vuelve a ingresar en la conversación interminable con periodistas amigos y habla tanto como para que lo central se pierda y lo anecdótico sea utilizado en su contra.
Ante el cansancio de una sociedad castigada como pocas en los últimos años, el Presidente no puede pretender que se interprete bien cada cosa que dice. Le convendría en cambio bajar un mensaje claro -sencillo, inequívoco- si lo que quiere es que su palabra genere efecto en una población aturdida. Ya de por sí, la confusión es gigantesca: la salud que ayer era prioridad absoluta hoy se ve desplazada por la necesidad de que la economía afiance su recuperación, las escuelas que en 2020 podían esperar cerradas hoy tienen que estar abiertas y los lugares que antes eran considerados focos de contagio ahora, se supone, no representan ningún riesgo.
El fuerte ascenso de la curva, la positividad y el número de víctimas fatales obliga al Presidente a recuperar la centralidad y le devuelve parte de ese papel de autoridad que perdió a una velocidad que era inconcebible cuando se inició en la pandemia. Pero la palabra de Fernández ya no pesa como antes en un cuerpo social que se hartó de la crisis, las promesas y las malas noticias. Si el gobierno se vio obligado a volver con las restricciones, fue porque la campaña de vacunación demoró más de lo previsto, no porque tenga resto para cerrar una vez más la economía o piense compensar ingresos que se verán afectados por segundo año consecutivo.
Fernández tiene la difícil misión de lograr que las vacunas lleguen al fin del mundo en medio de la carrera que ya ganaron las grandes potencias y laboratorios. En un contexto en que la política del oficialismo parece prescindir de su rol y pasar por la sociedad de subsistencia que amaron Cristina Fernández y Sergio Massa, cumplir de la mejor manera posible aquella función de comandante ayudaría a orientar a la mayoría social que vive lejos de la polarización y le haría, a él mismo, un favor no menor. No parece, porque Alberto no puede parar de hablar como si todavía fuera operador o jefe de gabinete y, a esta altura, ya nadie cree que sea capaz de hacer un cambio que lo preserve de golpes innecesarios.
La urgencia y el dramatismo que regresan con los números que aumentan se sobreimprimen sobre un escenario favorable para el oficialismo, hasta hace unos meses impensado. Todavía algunos lo piensan: termine como termine, este va a ser el mejor año de Alberto Fernández en el gobierno. No porque el panorama social ofrezca un mínimo margen para la euforia o porque en la residencia de Olivos la realidad paralela ignore por completo el afuera, sino porque el año que se fue y los que vienen van a ser peores para el Presidente.
Los que ayer anunciaban el cataclismo a la vuelta de la esquina ahora ven que al peronismo se le alinearon los planetas. La soja está por las nubes -la liquidación de divisas de marzo escaló a US$ 2.773 millones, récord absoluto para ese mes en los últimos 18 años-, la economía continúa su rebote y recibirá el giro de los Derechos Especiales de Giro que el Fondo enviará justo a tiempo (para pagarle al Fondo).
Después de haber caído casi un 10% en 2020, las proyecciones de crecimiento para 2021 reconciliaron al ministerio de Economía con las consultoras del mercado. Se habla de una reactivación de 7, 8, y hasta 9%, con sectores como el comercio, la industria y la construcción que ya están trabajando por encima de los niveles -recesivos- de la prepandemia. La recaudación acumula siete meses por encima de la inflación, aunque lo que menos crece son los impuestos que provienen del consumo y de los aportes a la seguridad social. Ahí es donde empieza a asomar la crisis que persiste en la base de la pirámide social, donde también se encadenan siete meses de alta inflación y la promesa de salarios que le van a ganar al IPC empieza a parecerse a un chiste de mal gusto.
Arriba, tanto la clase política como el mercado, están atentos al ritmo de vacunación, las reservas del Banco Central y el acuerdo por el Fondo. Pero especular con el resultado de las elecciones en este marco es jugar con fuego. Si algo hermana a la pandemia y el precio de la soja es que demuestran que todas las proyecciones pueden fracasar. Para la mayor parte de los argentinos, la fecha de las PASO es un problema lejano, casi inexistente, que le compete solo a la dirigencia partidaria. Abajo, el resto pelea por la supervivencia y tiene que resolver su día a día, como puede.
Por eso, la suerte de Fernández en el que supone es su mejor año no depende solo del COVID 19 o de la desigual negociación con el Fondo, sino a la capacidad de sobrevivir de los 19 millones de personas que viven bajo el umbral de la pobreza porque la recuperación tarda en llegar a lo más bajo. Justificadas, imprescindibles o insuficientes, las restricciones que el Presidente anunció impactan en una serie de actividades que vienen muy golpeadas y en las decenas de miles de pasajeros que, aún sin ser esenciales, viajan todos los días apretados desde el conurbano bonaerense a la Ciudad de Buenos Aires en busca de garantizar su ingreso diario. En ese universo de pura informalidad están los que primero perdieron su trabajo en el inicio de la pandemia y también los que más rápido lo recuperaron cuando comenzó a relajarse la cuarentena. En Casa Rosada afirman que el centro de las nuevas medidas no apunta a ese sector sino a reducir la sociabilidad sin controles de reuniones de todo tipo. Además, aseguran que las fuerzas de seguridad no van a bajar a ningún trabajador precario de un tren o de un colectivo. Minimizada en la agenda pública, es una cuestión central, que demanda también un cuidado especial para el peronismo de gobierno, cuando no se prevé compensación alguna para ese continente en el que viven los que se inventan changas y empleos de subsistencia.
El último informe del Centro de Estudios del Trabajo y el Desarrollo de la UNSAM da cuenta de la fractura profunda en el mercado laboral argentino en el que coexisten ocupados y desocupados, con trabajadores informales, asalariados registrados y cuentapropistas. El trabajo coordinado por el investigador Matías Maito muestra hasta qué punto la crisis golpeó más en la mayoría precarizada y hace una comparación a escala global: mientras el sector informal tiene una dinámica que presenta similitudes con el mercado de trabajo de Estados Unidos y ajustó por empleo, el sector formal tiene semejanzas con Europa, ajustó por horas de trabajo y preservó la ocupación (aunque con suspensiones que incluyeron recortes de sueldo).
Así como el número de asalariados formales cayó apenas un 3% al inicio de la crisis y se mantuvo en esos valores todo el año, el 45% de los asalariados informales y el 27% de los trabajadores por cuenta propia perdieron su empleo en el primer trimestre de cuarentena. A la inversa, durante la segunda parte del año, el rebote se sintió fuerte entre el continente de precarios: a fines de 2020, los informales terminaron siendo un 15% menos en relación a fines de 2019 y los cuentapropistas un 11% más. Aunque todavía no hay información disponible, el estudio supone que parte de los asalariados formales que perdieron su empleo se reinsertaron en ocupaciones más precarias, como trabajadores por cuenta propia.
La realidad de esos millones de personas que viajan todos los días en tren y colectivo desde el Gran Buenos Aires se cruza con el astillado mosaico laboral y el nivel altísimo de pobreza. Los asalariados formales bajo la línea de pobreza oscilan entre el 11% y el 15%, pero los valores casi se triplican entre cuentapropistas y asalariados informales (41% y 43%) y se cuadruplican entre los desocupados (61%). Que el gobierno impida la circulación de esos sectores sin ningún tipo de paliativo sería un ejercicio temerario.
De acuerdo al último informe de la consultora Eco Go, que dirige Marina Dal Poggetto, el peronismo pone a prueba su capacidad para manejar la prudencia fiscal en una economía sin crédito sin que se prenda fuego la calle. El mismo dilema advierte Emmanuel Álvarez Agis: la necesaria recuperación de un salario ultracomprimido y la escasez que domina al gobierno. El ex viceministro de Axel Kicillof dice que la situación es delicada para el Frente de Todos porque no puede acelerar con la recuperación en un marco en el que a la gente le está faltando para comer y no para poner el segundo plasma en el living. “Cuando arrancó el Covid hubo mucho teórico deseoso de anunciar el fin del capitalismo. Para mí es exactamente al revés, esto es una exacerbación del capitalismo. Si tenés plata, tenés vacunas y te podés quedar en tu casa mirando el techo o consumiendo por Amazon. Si no tenés plata, tenés que salir y arriesgarte a, literalmente, morirte. Es la que toca, lo que sí creo es que si la situación se desborda, el gobierno va a tener que hacer lo que hay que hacer, que es dar paliativos para que la gente se quede en su casa”, dice Álvarez Agis y la escena que describe se parece a un gran salvese quien pueda.
De acuerdo a los números de Dal Poggetto, el gobierno destinó en 2020 sólo a través del IFE más de 262 mil millones de pesos para esos 9 millones de personas que cobraron 10 mil pesos cada dos meses. Junto con el ATP y la Tarjeta Alimentaria, la cifra rondó lo que recaudaría el impuesto a la riqueza multiplicado por 2. Si el año pasado se volcó el 3,5% del PBI a modo de compensación frente al cierre de la economía, en el año electoral Martín Guzmán busca ajustar el gasto Covid a 1,3% del PBI.
Aún en plena crisis, entre los críticos que hablan en voz baja y los marginados del peronismo de Cristina advierten que las clases dirigentes no se mueven de su zona de confort. Pese a sus diferencias, las dos coaliciones mayoritarias permanecen unidas en el espanto. En la oposición, Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli siguen concentrados en la gestión y apuestan a que la pandemia nacionalice el proyecto que los une, sin disputar el liderazgo que Macri ejerce como antítesis de Cristina. La cúpula de la CGT parece haberse ido de vacaciones a Cancún con algún viaje de egresados y los empresarios que se quejan por lo bajo o se dedican a firmar comunicados de pura indignación buscan obtener beneficios sectoriales, mientras aprovechan para reducir costos gracias al ajuste violento sobre los salarios. Otra escena que sugiere un sálvese quien pueda. Justo el escenario que hace falta evitar.
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