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Opinión - Panorama político

Reset peronista y ruido de Fondo

Panorama político
26 de septiembre de 2021 00:04 h

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En las últimas horas, como parte de un intercambio que tercerizan a través de puentes confiables, Cristina Fernández de Kirchner le hizo llegar a Alberto Fernández un video de Lula, en campaña hacia la presidencia de Brasil. “O Brasil não pode ser o maior exportador de carne no mundo se o povo brasileiro não pode comer. Essas coisas tem que mudar! O povo pobre gosta de coisa boa”. Casi como una adaptación de la frase reciente de Daniel Gollán, al otro lado de la frontera, el ex presidente que estuvo preso 19 meses por orden del juez (y luego ministro bolsonarista) Sergio Moro mira a cámara y repite que al pueblo brasileño le gustan las cosas buenas: vestir bien, vivir bien, calzar bien, comer bien. “Eso es lo que el pueblo merece, eso es lo que a la gente tenemos que garantizar”. 

Superada hasta nuevo aviso la crisis institucional que dejó al Frente de Todos en la orilla de la ruptura, la discusión en lo más alto de la alianza de gobierno permanece, aunque en términos no tan ásperos y por carriles bastante más discretos. El desafío para los Fernández es cómo lograr una mejora en las condiciones de vida de una población que asiste al derrumbe sistemático de sus ingresos desde hace por lo menos cuatro años y en un contexto de falta de dólares que no se resuelve con la nostalgia de evocar los años dorados del populismo en la región. 

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Como hace una década pero en un contexto más difícil, le tocará a Julián Domínguez desactivar el frente de tormenta con el agronegocio y aumentar la producción vacuna en un universo donde la frontera agropecuaria se expandió sin límite y redujo la superficie disponible para la ganadería. Son los problemas estructurales y debates de fondo que persistirán después de las elecciones del 14 de noviembre, esa instancia que la vicepresidenta considera decisiva. Hasta ese momento, el gobierno avanzará con la apertura y extenderá su plan de paliativos de emergencia que busca revertir la catástrofe electoral del peronismo unido en todo el país.  

La impaciencia de Cristina ahora es menor porque forzó el nuevo diseño del gabinete y, porque con Juan Manzur al frente, el peronismo no kirchnerista decidió asumir la brasa caliente  de una situación de lo más delicado, en todos los planos. La vicepresidenta llamó al gobernador de Tucumán el lunes siguiente a las PASO con la excusa de felicitarlo y el objetivo de seducirlo para una misión riesgosa. Ambicioso y audaz, el tucumano desoyó a los colaboradores que le habían recomendado preservarse en su provincia y cedió al operativo clamor que volvió a reunir al sindicalismo de Héctor Daer y Carlos West Ocampo con la liga de empresarios que sponsorea el proyecto Manzur y tiene como vértice a Hugo Sigman.  

Unos días después de su asunción, el jefe de gabinete no sólo anunció el sorpresivo fin de las restricciones: además reseteó el ritmo de la Casa Rosada y la fisonomía de la alianza oficialista, que guardó las prendas en desuso del progresismo y decidió ponerse la ropa de fajina del peronismo real. Según quienes están en contacto con ella, CFK afirma que ya no alcanza con el “poroteo de los propios” y reclama “gestión y gestión” para sacar al oficialismo del pozo. Pero es consciente de que la debilidad en que quedó su experimento de gobierno la obligó a ceder la concesión del FDT a Manzur y sus múltiples terminales, una escuadra con intereses específicos que militó hasta hace poco por la quimera de un Alberto que fuera jefe. 

En las horas decisivas previas a su mudanza a Buenos Aires, el ministro no pudo reunirse con dos de sus habituales interlocutores, Adrián Kochen y Gustavo Cinosi, dos de sus socios en la ruta hacia el poder, que estaban de viaje por cuestiones personales. Sin embargo, Manzur sabe que cuenta con esa capacidad de lobby tanto como lo sabe la propia vicepresidenta. Son momentos difíciles para los que como Gustavo Beliz alimentaron por un rato la ilusión de un albertismo de liberación y ahora ven sobrevolar en torno a Manzur la sombra ancha del agente Antonio Stiuso. Habrá que ver si el ex ministro de Salud reedita en Balcarce 50 una de las virtudes que le asignan sus promotores: el “talento” para avanzar detrás de su objetivo sin defraudar a nadie.

Como sea, Fernández ya no tiene a su alter ego como jefe de gabinete; ahora tiene un soporte que apunta a ocupar su lugar en el mediano plazo. En un mar de derrotados internos donde no se salvó nadie, el Presidente se consuela con haber conservado al ala económica de su gobierno en una supuesta muestra de firmeza que coincide con las falta de alternativas cristinistas para reemplazar a Martín Guzmán. 

Según dicen a su alrededor, para Alberto lo peor hubiera sido sumar a Sergio Massa a su elenco y entregarse a las pretensiones del superministerio que promociona el ex intendente de Tigre a través de canales amigos. Las tensiones en el Frente de Todos no se limitan a lo que sucede entre los Fernández. Así como Cristina tuvo que forzar a su protegido Axel Kicillof a asumir su propia derrota en provincia con el ingreso de Martin Insaurralde, Alberto hoy desconfía de aquel Massa al que convocó con insistencia en 2019 con la convicción de que era el único que sumaba votos. Dos años después, debilitado y acosado por la alianza Máximo-Massa, el Presidente volvió a ver al titular de la Cámara de Diputados como un lobo suelto. 

A los ruidos de la unidad política que se evidenciaron como nunca tras las PASO se suma el debate sobre el rumbo económico, que Guzmán volvió a blanquear la semana pasada en diálogo con Víctor Hugo Morales. Su frase más resonante -“Yo soy uno de los que le dice a Cristina que no hay ajuste”- penetró enseguida en el entorno de la vicepresidenta. Dicen que CFK se fastidió, una vez más, con el ministro pero después se tranquilizó cuando escuchó la entrevista completa y los elogios que le dedicó Guzmán. 

La discusión por la reducción del déficit fiscal que el ministro ejecutó en los primeros 7 meses del año electoral expresa la encrucijada del peronismo para cumplir con lo que Lula promete en campaña en un país que tiene la inflación en el 50% interanual y la brecha cambiaria en niveles preocupantes. Cerca de Guzmán, difundieron en los últimos días los números de Ledesma para sostener que no hay ajuste. Según el gráfico que publicó el director de la consultora, Gabriel Caamaño, el gasto primario ya está creciendo al 65% comparado con agosto de 2020, un mes en que el gobierno todavía mantenía una partida importante para el Gasto Covid. El estudio muestra que los subsidios económicos representan el 1,8% del PIB y pueden cerrar el año en torno al 3%. En línea con lo que plantea Guzmán en el gobierno, Caamaño dice que el atraso de tarifas resultó extremadamente costoso. Pero también muestra la contracara, el ajuste de las jubilaciones y pensiones contributivas como resultado de la nueva fórmula y la aceleración de la inflación. “Lejos el peor año vs PIB desde 2016”, dice. Como parte de la tensión interna, el gobierno privilegia a las empresas del sector energético y recorta en el sector previsional. 

La inyección de plata en los bolsillos que el gobierno destinará a revertir la derrota, lo mismo que hizo Mauricio Macri en 2019, tiene fecha de vencimiento y abrirá paso a la incertidumbre después de las generales. Guzmán es el interlocutor privilegiado del Fondo que acaba de cobrar con puntualidad 1900 millones de dólares de manos del peronismo, pero el acuerdo con Kristalina Georgieva todavía está verde y esconde una segunda dosis de sacrificios. Si puertas adentro del FDT los detractores del ministro aseguran que lo sostiene la economista búlgara que reemplazó a Christine Lagarde, hoy el ministro ve con preocupación el frente de tormenta que amenaza a la propia Georgieva en Washington. 

Si quisiera encontrar coincidencias en el marco de un lenguaje común, Guzmán podría explicarle a CFK que la compañera Kristalina está siendo, en este mismo momento, víctima del lawfare. Así lo sienten los pocos aliados que cuenta la búlgara para resistir la ofensiva múltiple que la tiene como blanco en una batalla del más alto nivel, donde el establishment financiero discute su orientación global. La directora del FMI enfrenta la denuncia motorizada por el nuevo presidente del Banco Mundial, David Malpass, por supuestas irregularidades para beneficiar a China durante su gestión en el organismo, en el año 2018 y bajo el programa Doing Business.

Economista jefe del banco Bear Stearns durante 15 años, Malpass trabajó para las administraciones de Ronald Reagan y George W. Bush pero se consagró en la militancia en favor del fallido gobierno de Donald Trump. Propuesto por el ex presidente norteamericano para su cargo actual, Malpass contrató al estudio de abogados Wilmer Hale para darle sustento a su ofensiva pero además activó a actores de muchísimo peso que recelan del protagonismo de Georgieva. En una muestra de que la puja está en su fase de mayor intensidad, el influyente The Economist acaba de exigir su renuncia en un editorial. 

Así como el Fondo se lavó la cara en Argentina en tiempo récord después de haber otorgado un préstamo descomunal a Macri y ahora viene en busca de sus propios intereses, Georgieva quedó enfrentada a Wall Street por haber actuado un rol de árbitro que fijaba incluso el punto hasta el que el gobierno de los Fernández podía ceder en la quita a los fondos de inversión. A Malpass, a The Economist y los bancos de inversión estadounidenses, se le suma un actor que tampoco simpatiza con la búlgara: David Lipton, el ex número dos de Lagarde que fue decisivo para que el Fondo violara su propio estatuto con el préstamo a Macri y ahora pesa en el Tesoro de Janet Yellen. Lipton sintoniza en forma permanente con el establishment norteamericano y no se deja dominar por coyunturas como las que pretende moldear Joe Biden. 

En la última reunión del G20, Georgieva logró el apoyo para que el Fondo asuma atribuciones propias del Banco Mundial y avanzó en su intento de conformar un fondo “Resiliencia y Sostenibilidad” para financiar a los países vulnerables, otra ventanilla que, según creen Guzmán y Sergio Chodos, podría beneficiar a la Argentina. Corren horas decisivas para la jefa del Fondo, alguien que -según dicen- tardó en entender que su cabeza estaba en juego. Será difícil que Cristina o Alberto salgan en defensa de la titular de un organismo que oficia como acreedor privilegiado y puede condicionar el futuro del peronismo en el gobierno. Pero es probable que lo haga otro argentino, de mayor peso internacional. El próximo 8 de octubre el Papa Francisco será anfitrión de nuevas jornadas en las que desde el Vaticano se discutirán los axiomas del capitalismo global y el aumento de la desigualdad que potenció la pandemia. Georgieva espera llegar con vida a esa instancia para una foto de redención. 

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