El socialismo y los platos voladores
El cantito presuponía, en los setenta, la sarcástica superioridad de los hombres de acción, capturados por el imperativo de transformar el orden terrestre, cueste lo que cueste. “No son marcianos ni luces de colores: son posadistas en platos voladores”. Desde entonces, el Partido Obrero Revolucionario (POR) que lideró Homero Cristalli, más conocido como J.Posadas, cargó el estigma de ser una variante sci-fi del trotskismo. Su principal dirigente había expresado la certeza de que, si había una civilización superior, no podía sino ser socialista. La militancia dura se desternilló frente a las profecías del ex obrero del calzado que, a fines de los cincuenta, se había atrevido a partir en dos a la IV Internacional y dejar su huella y sus héroes tanto en la Sierra Maestra, la guerrilla guatemalteca y el movimiento campesino brasileño, hasta, con el paso del tiempo y la insensatez, convertirse en una suerte de cofradía freak.
Posadas murió en el exilio italiano hace 40 años. Con el cambio de siglo su nombre fue más allá del chascarrillo. En 2012, el inglés Jake Arnott publicó la elogiada novela The House of Rumour. Su personaje principal, Larry Zagorski, es un escritor de ficción pulp y aviador estadounidense que busca una salida a su gnosticismo y comienza a conectar mundos, líneas temporales y personajes dispares, de Ian Fleming al ocultista Aleister Crowley, pasando por Philip K. Dick, el nazi Rudolf Hess, las películas de serie B y los avistamientos de ovnis. En medio de saltos cuánticos y futuros alternativos, aparece Nemo Carvajal, un ex integrante del POR que “seguía las enseñanzas del carismático argentino Juan Posadas”. Su doctrina, explica el narrador, “se centraba en la necesidad de establecer contacto” con los ovnis. “Estos seres deberían ser llamados a intervenir y ayudar a construir una revolución mundial”.
Quizá ese fue el acicate delirante que tuvo A. M. Gittlitz para escribir I Want to Believe. Posadism, UFOS, and Apocalypse Communism, una investigación histórica publicada el año pasado en Estados Unidos. Puede leerse como un ensayo sobre los saberes y prácticas de una época, pero, también, si uno baja la guardia, como una ficción que apasiona desde la primera página. Gittlitz, quien suele escribir para The New York Times y The Nation, reconstruyó en Buenos Aires e Italia la vida de J.Posadas y los dirigentes que confiaban en el contacto cósmico y su potencial revolucionario.
Lo primero que hace el autor es insertar al personaje y su séquito de creyentes en la alteridad espacial en una tradición que viene de los Urales: el entusiasmo cosmista de la Rusia del siglo XIX, la inmediata ciencia ficción que avizora sorprendentes realidades y, más tarde, el desarrollo de la industria espacial soviética que, en sus comienzos, se apoya en las lecturas de Julio Verne. Una de esas novelas claves es Red Star. Su autor, Alexander Bogdanov, fue uno de los protagonistas del gran levantamiento contra el zar en 1905. Un histórico antagonista de Lenin, economista, diseñador de la primera política cultura de los bolcheviques, la Proletkult, y, también, defensor de la teoría del rejuvenecimiento a través de la transfusión de sangre (al punto de ofrendar su cuerpo en un experimento que le costó la vida). El protagonista de Red Star llega a un planeta utópico a bordo de un bote espacial. La novela de Bogdanov fue parte de una imaginería de amplio impacto durante los primeros años de la Revolución de Octubre. El cosmista y pionero de la ciencia de los cohetes, Konstantin Tsiolkovsky, prometía entonces viajes espaciales en cuestión de años. Las revistas de divulgación científica, las novelas y las películas, entre ellas Aelita, sobre un Marte comunista, capturaban las ilusiones de lo que, en un momento, llegó a ser una “histeria espacial”. Asif A. Siddiqi cuenta en The Red Rockets' Glare. Spaceflight and the soviet imagination, 1857-1957, como una vez la policía de Moscú reprimió una reunión de trabajadores que creían que era inminente un viaje tripulado a la Luna. El posadismo no fue otra cosa que el eco tardío de esa fascinación.
Futbolista de la primera división, murguero y cantante vocacional, incorregible charlatán y autodidacta –podía hablar de Beethoven, la Alhambra, Rubens o Miguel Ángel-, el desvarío de J. Posadas comenzó con los sesenta y su apuesta a la guerra nuclear como atajo inexorable al comunismo. Su ufología fue breve y, en rigor, tomada de uno de sus dirigentes más próximos. El obrero pampeano Dante Minazzoli, lector voraz de las historias de viajes interplanetarios (en una de esas también de El Eternauta), seguidor puntilloso de la carrera espacial entre la URSS y Estados Unidos, fue el primero en el POR en exponer durante un congreso partidario la hipótesis sobre la vida extraterrestre. La IV Internacional posadista debía tomarse en serio el tema porque, estimó, podía llegar de otra manera al corazón de las masas. Posadas creyó entonces que debía teorizar al respecto. “La vida puede existir en otros planetas, en otros sistemas solares, en otras galaxias y universos”. Los extraterrestres, improvisó, podían estar en camino de explotar toda la energía existente en la materia y transformarla en luz, viajando en cuestión de segundos de una galaxia a otra. La verdadera amenaza que suponían los ovnis era revelar que el sistema capitalista estaba atrasado en comparación con la armonía social y tecnológica de los extraterrestres. “La existencia de platillos volantes y de seres vivos en otros mundos es un fenómeno que la concepción dialéctica de la historia puede admitir. Si estos seres existen, deben poseer una organización social superior a la nuestra. Sus apariciones no son el resultado de sentimientos belicosos y agresivos. Esto significa que no necesitan la guerra, que no vienen a la tierra con el propósito de conquistar”.
Aunque J. Posadas creía que debían “apelar a los seres de otros planetas para que, cuando vengan aquí, intervengan y colaboren con los habitantes de la Tierra en la supresión de la pobreza”, recomendaba no perder mucho tiempo en esas especulaciones. Primero había que hacer la revolución. El discurso tomó estado de folleto –con algo de folletín, por lo que vendría después- y fue repartido por primera vez en París, el 26 de junio de 1968. Les soucoupes volantes, le processus de la matiere et de l´energie, la science et le socialisme, funcionó, en sí mismo, como un ovni en esa ciudad todavía insurrecta.
Más allá de las risas que despertó en la nueva y vieja izquierdas, -y el temor del general Perón de que desbarate la Argentina, como hizo saber en 1974- la retórica de Posadas-Minazzoli no se despegaba de ciertos sentidos comunes. Dos años antes, Carl Sagan había publicado Intelligent Life in the Universe y afirmaba que había entre 50.000 y 1 millón de civilizaciones avanzadas en la galaxia con las que los humanos deberían contactarse. Activista antibélico y ecologista, Sagan y su esposa, Ann Druyan, una izquierdista liberal, cargaron en la nave espacial Voyager discos de vinilo dorados con mensajes utópicos en 54 idiomas, canciones y una hoja de ruta para encontrarnos. La edición rusa del libro se cerraba con un breve ensayo del físico Iosiv Shklovsky, según el cual sería necesaria la erradicación del capitalismo y la construcción del comunismo para hacer sostenible la civilización humana. A lo largo de varios capítulos de la serie Star Trek de esos años surgían preocupaciones no muy distantes sobre la naturaleza de las civilizaciones, la necesidad de la coexistencia pacífica y la crítica a la guerra.
Cristalli quedó cristalizado como una suerte de versión grotesca de los discursos que en otros ámbitos podían revestir de seriedad. Sus divagaciones predictivas acompañaron la implosión acelerada del posadismo. El ex sindicalista llegó a augurar en 1976, nada menos, la “desaparición” del chiste a partir de que quedaran abolidas las relaciones de propiedad. “En el socialismo no habrá necesidad de humor”. Llegado a ese estadio superior, “los animales salvajes dejarán de ser salvajes” y “surgirán nuevas especies”. Se apasionó también con las capacidades telepáticas de los delfines y con Los Beatles.
Minazzoli había abandonado el POR a mediados de los setenta. En rigor, lo expulsó el líder cuando, después de predicar el ascetismo y la rígida moralidad, sintió que el fuego interior le quemaba en el cuerpo y sedujo a una militante. La situación fue escandalosa y necesitó de un chivo expiatorio. Más de uno, entre ellos, el primer ufólogo del posadismo, quien en Italia se consagró al tema y escribió Por qué los extraterrestres no toman contacto públicamente. Cómo ve un marxista el fenómeno ovni. Y ahí postuló que civilizaciones superiores consideran a los humanos un peligro en potencia. La Tierra se encontraba en cuarentena. El hombre no podrá abandonar el sistema solar hasta que no madure social y espiritualmente.
Gittlitz advierte que Minazzoli no fue la única excepción interestelar de esa rama del trotskismo y recupera la historia Paul Schultz, un inmigrante alemán que llegó de niño a la Argentina en los años treinta y encontró cobijo entre los posadistas. Llegó a cumplir arriesgadas misiones internacionales, como proveer de armas al FLN argelino. Luego fue enviado a Frankfurt para establecer la sección germana del POR. Un día, Shultz (¡cómo no pensar en Schultze, el astrólogo de Adán Buenosayres!) dejó de recibir órdenes de Posadas y, cuenta Gittlitz, su vida se desmoronó. Pudo no obstante reconstruirse a partir de El contacto oficial de una civilización extraterrestre con los terrícolas es inminente. En su libro de 2001, se presentó como intermediario del anhelado encuentro cercano de tercer tipo.
Los posadistas intergalácticos fueron además reivindicados por remanencias del movimiento autonomista italiano. Una de sus derivaciones es el colectivo de escritores Wu Ming, que hace dos años publicó Proletkult, una novela que parece un secreto homenaje a Minazzoli. El personaje de la historia es el citado Bogdanov. Todo comienza en 1907 en Tiflis, Georgia, cuando un revolucionario asalta un carruaje postal protegido por cosacos y huye en un tren con la ayuda de un camarada georgiano. Saltan del tren en marcha y se introducen en un bosque, donde los espera una esfera trasparente. El georgiano se quita la máscara que hacía la función de cara, incluidos el pelo oscuro y el bigote y deja entrever facciones humanoides.
Al calor de ese mismo impulso se formaron también en Italia los Men in Red (MIR), portavoces de una ufología radical a la cual perteneció la Asociación de Astronautas Autónomos (AAA). Ese grupo afirmaba haber conseguido logros como “raves en el espacio” y “sexo en gravedad cero”. Señala Gittlitz que otro escritor británico, Aaron Bastani, reavivó en Europa el interés socialista por el futurismo y el espacio con su idea de un Comunismo de Lujo Totalmente Automatizado (FALC). A las penurias del socialismo real le opuso en 2014 un horizonte de opulencia. “El comunismo es lujoso o no es comunismo”, dijo, en una respuesta a las utopías espaciales de Elon Musk. Detrás de todas estas gestualidades está J.Posadas, devenido meme y bandera en la que se cruza la denuncia con la carcajada. Ningún grupo hizo más por revivir su nombre la Liga Intergaláctica Intergaláctica de los Trabajadores (IWL-P). En lugar de periódicos, el administrador de la página de Facebook del IWL-P, el Camarada Comunicador, interviene en la esfera virtual (https://www.facebook.com/IntergalacticWorkers/).
La cultura argentina no podía quedar al margen. El periodista Alejandro Agostinelli ha contribuido a divulgar las peripecias del tándem Cristalli-Minazzoli. Pablo Klappenbach realizó a su vez el entrañable cortometraje J.Posadas. Un fantasma recorre el cosmos (https://youtu.be/n3BIktpAjbs) El ensayo de Gittlitz los incluye como parte esos ademanes globales. Él escribió su libro “sobre temas que muchos consideran marginales, sectarios, raros y tontos” con la convicción “de que hay algo valioso en estos confusos deseos insurgentes”. Representan “un destello de esperanza en medio de la crisis climática, el desplazamiento masivo de refugiados, el retorno de los mitos etno-nacionales, los hombres fuertes fascistas y la proliferación nuclear sin sentido”.
AG
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