Día Internacional contra el Dengue: la mejor prevención es generar ambientes más sanos
Cuando la pandemia llegó a la Argentina, en marzo de 2020, el país estaba atravesando también la epidemia de dengue más importante de su historia. Según el Boletín Epidemiológico, en la temporada 2019-2020 hubo 56.293 casos autóctonos de dengue. Este año, la incidencia fue menor, en parte debido al cierre de fronteras, ya que el dengue no es una enfermedad endémica y la transmisión del virus depende de la llegada de personas infectadas previamente en otros países. De todos modos, se registraron 3.880 casos a lo largo de 15 provincias.
Aunque hoy haya otro virus que se lleva casi todo el protagonismo, el dengue sigue siendo un problema de salud pública relevante en el país. Su vector principal es el mosquito Aedes aegypti, que también transmite los virus del Zika y chikungunya. En la década de 1960, se había logrado erradicar al mosquito pero en 1997 volvió para quedarse. Desde entonces, hubo tres brotes epidémicos: en 2009, 2016 y 2020. Si bien la cantidad de casos de dengue varía año a año, las y los investigadores que trabajan en el tema vienen observando una mayor propagación del mosquito hacia zonas a las que antes no llegaba.
Por eso, el 26 de agosto, Día Internacional contra el Dengue, es una buena fecha para concientizar sobre la enfermedad y sobre la importancia de implementar estrategias de prevención durante todo el año.
“Más que hablar de la lucha contra el dengue, sería mejor hablar de la importancia de generar ambientes más saludables, libres de criaderos del mosquito”, dice a elDiarioAR el doctor en Ciencias Biológicas Nicolás Schweigmann, director del Grupo de Estudios de Mosquitos (GEM) del Instituto de Ecología, Genética y Evolución de Buenos Aires (CONICET-UBA). “Si hablamos de un ambiente saludable, no solamente estamos haciendo prevención del dengue sino también de otras problemáticas de salud. Lo mismo pasa cuando recomiendan lavarse las manos y usar tapabocas: sirve para prevenir el COVID pero también para otras enfermedades, como la gripe”, remarca.
Prevenir más que curar
Nicolás Schweigmann es experto en mosquitos pero empezó su carrera en el monte santiagueño investigando al Trypanosoma cruzi, el parásito de la enfermedad de Chagas. “Hasta que apareció un ministro de Economía que nos mandó a lavar los platos y nos quedamos sin plata para viajar”, cuenta el investigador, en referencia a la conocida frase de Domingo Cavallo en 1994. Ahí empezó a mirar con mayor interés a los mosquitos. “Un día, vino una alumna con un palo de agua y, cuando lo sacamos del frasco, vimos que había larvas del Aedes. Hablamos con el Ministerio de Salud, empezamos a monitorear varios lugares y comprobamos que había Aedes hasta para hacer dulce”, recuerda.
Desde entonces, el grupo monitorea la presencia del mosquito de forma permanente. “Lo que vemos es que el mosquito viene aumentando su distribución en la región. Este año, hubo mosquitos pero no epidemia porque eso depende de que el virus llegue a través de las personas que viajan. Como había menos circulación, los brotes de Paraguay o de Bolivia no afectaron a la Argentina”, indica el biólogo.
Un proyecto que lleva a cabo el grupo de Schweigmann es el de “Manzanas saludables”, donde utilizan sensores de actividad de ovipostura para buscar y eliminar criaderos de mosquitos. La idea de trabajar por manzana tiene que ver con que es un mosquito de hábito doméstico que suele moverse en un radio de 50 metros, en busca de recipientes con agua estancada para poner sus huevos. Por eso, el trabajo de monitoreo debe complementarse con estrategias de “descacharramiento” para evitar la proliferación del mosquito.
La doctora en Ciencias Biológicas Raquel Gleiser, investigadora del CONICET en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), explica que además de la circulación de personas entre países, otra causa de la mayor proliferación del mosquito tiene que ver con el crecimiento de las urbanizaciones, que genera más condiciones para que el mosquito se reproduzca. Gleiser trabaja en mosquitos desde hace más de 25 años y, al igual que Schweigmann, forma parte del Grupo de Investigación sobre Mosquitos en Argentina (GIMA), que reúne a especialistas de diversos institutos y universidades del país.
Entre otras cosas, la investigadora se dedica a observar y analizar en qué tipo de ambientes se desarrolla el Aedes. “En Salta, encontramos que utilizan como criadero a los huecos de árboles donde se acumula agua. También evaluamos estrategias alternativas de control y articulamos con municipios de Córdoba para organizar una red de monitoreo del mosquito que sirve para ver en qué zonas aparece más y tomar acciones más focalizadas”, cuenta.
Si bien es difícil predecir qué tan grande será un brote de dengue en cada temporada, una forma de estar alerta es ver qué sucede en otros países de la región. El brote histórico del 2020 en Argentina también alcanzó cifras récord en varios países latinoamericanos. Otra cosa que se vio es que los tres brotes más importantes se dieron con una diferencia de unos 5-7 años entre sí. “Esto tiene que ver en parte con que, cuando hay un brote, hay mayor exposición al virus y se genera una cierta inmunidad. Luego de varios años, con la movilización de las poblaciones, esa inmunidad va bajando. De todos modos, más allá de la cantidad de casos, hay que trabajar en la prevención siempre”, afirma.
A la conquista de nuevos territorios
El primer brote epidémico de dengue en Argentina, en 2009, llamó la atención no solo por el aumento de casos sino también por el mayor desplazamiento del Aedes aegypti, que llegó hasta provincias de clima templado como Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. Para conocer mejor este fenómeno, un equipo liderado por las doctoras María Soledad López, del Centro de Estudios de Variabilidad y Cambio Climático de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), y Elizabet Estallo, del Instituto de Investigaciones Biológicas y Tecnológicas (CONICET-UNC), analizó las principales rutas de introducción del dengue en la provincia de Santa Fe.
“A nivel mundial, se viene viendo que, si bien el dengue es propio de países tropicales, desde 1998 se empezó a expandir a zonas subtropicales y, en los últimos años, está llegando a regiones templadas como la nuestra. Con el estudio, observamos que los brotes en la provincia fueron teniendo cada vez mayor incidencia y que parecieran ser cada vez más frecuentes, por eso es importante atender la problemática”, remarca López.
La investigadora coincidió en señalar como principales motivos la movilidad de personas y el crecimiento desorganizado de las ciudades, y agregó: “también el aumento de la temperatura del planeta hizo que la distribución del Aedes aegipty se amplíe a regiones templadas”. A partir de los datos obtenidos, las científicas hicieron un convenio con el municipio de Reconquista para monitorear la puesta de huevos del Aedes y elaborar estrategias de prevención. “De a poco, se van sumando otros municipios”, dice.
Desde Tandil, el doctor en Ciencias Biológicas Darío Vezzani, que estudia al Aedes aegypti desde hace más de dos décadas, también sigue de cerca el avance del mosquito. “Al principio, el dengue se veía como un problema de las provincias del norte. A medida que fueron pasando los años, se empezó a ver una expansión hacia el sur y hacia el oeste del país. La línea de casos autóctonos se fue corriendo y en la última epidemia llegó al municipio bonaerense de Saladillo”, indica el investigador del Instituto Multidisciplinario sobre Ecosistemas y Desarrollo Sustentable, que pertenece a la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN) y la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires (CIC).
En Tandil todavía no hubo casos autóctonos pero hace dos años, a partir de la foto de un vecino, detectaron la presencia del mosquito. Por otro lado, en 2020, hubo casos autóctonos por primera vez en provincias como Mendoza, San Juan y San Luis.
Vezzani llama la atención sobre otra arista del problema: también se observó una mayor circulación de serotipos (variaciones) del dengue. Esto constituye un factor de preocupación, ya que si una persona se infecta con dos serotipos distintos (son cuatro), aumenta el riesgo de padecer formas graves de la enfermedad. “En el primer brote, tuvimos serotipo 1; en 2016, hubo un poco del 4 y el año pasado ya tuvimos un cuarto del 4 y un poquito del 2. Así que tenemos mayor cantidad de casos, mayor distribución geográfica y mayor co-circulación de serotipos que agravan el cuadro”, remarca.
Observadores ambientales
Las y los investigadores consultados coinciden en que la mejor manera de atender esta problemática sanitaria y socioambiental es trabajar en la prevención. Si bien es importante hacerlo todo el año, el mejor momento es el invierno porque si se eliminan los huevos, no hay hembras adultas que vuelvan a ponerlos. “Lo primero a lo que hay que apuntar es a un saneamiento ambiental. Revisar a conciencia los lugares que pueden estar acumulando agua. Por otro lado, el uso de productos químicos como los insecticidas son poco eficaces y tienen un impacto negativo en el ambiente”, indica Gleiser.
Por eso, el invierno es el momento del año donde los municipios deberían enfatizar en las campañas de descacharramiento, que consisten básicamente en eliminar o poner boca abajo los recipientes que juntan agua; cepillar y echar agua hirviendo en rejillas, canaletas y bebederos de mascotas; evitar tener plantas que crecen en el agua; etc. “Es muy importante que las instituciones académicas trabajen en coordinación con los ámbitos gubernamentales para llevar adelante este tipo de acciones”, apunta López.
Por su parte, Vezzani señala que a veces es difícil traducir las investigaciones en políticas públicas. “Hay municipios que escuchan, otros que no y otros que te escuchan pero que terminan destinando el presupuesto a apagar incendios más urgentes, como sucede con el COVID, lo cual también es entendible”, dice. Además, cuenta que a veces utilizan como estrategia la fumigación, cosa que los especialistas no recomiendan.
“Hay un consenso entre los que trabajamos en esto en que la fumigación es una herramienta que hay que usar solo en última instancia, para controlar un brote epidémico. Pero no debe usarse para bajar la abundancia de mosquitos porque es ineficiente, genera resistencia, es costoso y es malo porque se matan cosas que no hay que matar. Para colmo, a veces se ven camioncitos que salen a fumigar por los parques, cuando el mosquito suele estar en los domicilios”, indica el investigador.
Por último, Schweigmann remarca que la mejor solución es construir un ambiente más sano y que, para esto, es fundamental la educación ambiental. “Tenemos que aprender a ser observadores ambientales en el lugar donde vivimos. Yo creo que hoy hay más conciencia que hace veinte años pero falta hacer un clic a nivel sociedad. Ese clic se genera recién cuando hay epidemias y ahí una parte de la población toma mayor conciencia. Pero hay que insistir en la educación. En la medida en que haya más gente que sepa por dónde ir, creo que lo vamos a lograr”, finaliza.
NL
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