Bajo una lluvia de espuma y entonando el Himno, los argentinos salieron a las calles en el festejo por el Mundial
¿Cómo se arma un microestadio? Un microestadio se arma así: la persiana de un taller mecánico levantada, la tabla para cortar la carne arriba del capó de un auto en reparación, los diez amigos repartidos entre la vereda, la calle, sentados sobre cubiertas apiladas. El televisor es lo único que devuelve colores desde el fondo del taller, una garganta negra. Es el primer tiempo y Argentina todavía le gana a Francia por dos goles.
¿Cómo se arma un microestadio? Una familia sentada a la mesa, frente al televisor. Los varones en cueros, ellas con sus shores bien cavados; la señora de la casa que trae el vino, el señor de la casa que ya ha visto a la Selección consagrarse dos veces. Los veo por la ventana porque la ventana está abierta como una casa de verano, con las costumbres exhibidas, el mantel de hule. Enzo, Messi, Angelito: nombres relatados que llegan hasta la vereda y que son más que nombres porque son deseos. Penal para Francia. Gol de Mbappé.
Late esta pequeña porción de Buenos Aires, ciudad capital de la Argentina, mientras se juega el último partido en Qatar. Entre Paternal y Villa Crespo el silencio se escribe fácil. Las luces del patrullero que merodea. Las banderas que cuelgan de los balcones. Un colectivo vacío. Hoy el cielo es tan celeste. Tan celeste. Apareció Mbappé e igualó los tantos: vamos dos a dos. Dentro de la heladería, el chico del delivery, un cliente y el heladero se agarran la cabeza. El fútbol iguala. Sufrir iguala. Bajo este cielo celeste todos somos un poco más iguales.
Hay una tregua en este empate, una comunión en el alargue. Partimos el pan, santificamos la fiesta. No vamos a matar; apenas, quizás, sarpar un celular. Le pedimos a Dios y a D10S. A la mamá que ya no está. Les pedimos a todos nuestros muertos. Hacemos promesas absurdas mientras fumamos el pucho con las manos temblorosas. En esta parrilla, el cliente, el lavacopas y el mozo hacen su misa de rezos frente al mismo televisor. La comida se enfrió, la comida nunca llegó. Esperamos una pelota que rompa el arco de los franceses. Pero no y esto se define con penales.
Un microestadio se arma así: en la vereda de una cervecería en Corrientes y Scalabrini Ortiz, conectaron una compu a un plasma 24 pulgadas y a un parlante. Lo que vemos, lo vemos gracias al wifi y a la transmisión de la Televisión Pública. Gol de ellos, vamos tres a dos. Birra en lata, latas abolladas, todos haciendo su ritual. Las brujitas de veinte años sacuden las manos, como espantando a los demonios. Gol nuestro, vamos arriba. Los pibes se miran a los ojos: ellos saben que esto que está pasando será inolvidable. Ataja el Dibu una pelota que define casi todo. Montiel cerró el partido. Argentina Campeón 2022.
Mi papá, que se infartó en mayo, manda un wasap al grupo familiar: “Voy a cambiarme el stent y vuelvo”. Y yo me río porque estamos vivos. Igual que en esta vereda, el microestadio que es mi última parada, con el fisura que se abraza a su amigo fisura que a su vez abraza a la señora que salió con la perra porque este bar se volvió una cábala. Se abrazan las chicas, las brujitas lloran. Y de los edificios bajan las personas, las mascotas, los bebés en cochecitos, un varón fibroso con una réplica de la Copa del Mundo. Si el sufrimiento nos iguala, la alegría también. Acá estamos, bajo la orquesta de cemento de Pugliese, todas y todos desaforados.
¿Cómo se arma un microestadio? Un microestadio es un taller mecánico, una heladería, el comedor de una casa, esta cervecería de Villa Crespo, mi grupo de wasap familiar. Mi papá nos comparte dos fotos. En una está mi hermana, con dos años, bien abrigada. En la otra está él, paleando la nieve que se había acumulado en la vereda. Era 1986 en Río Grande, Tierra del Fuego, donde vivíamos entonces, y Argentina salía campeón. Acá, en el monumento a Pugliese, ya somos un montón y se canta el Himno Nacional. Amplío la foto que mandó mi viejo y recuerdo la caravana de ese día, que se hacía en auto por el frío. Los recuerdos son borrosos, pero mi papá tocaba bocina. Recuerdo la escarcha, la helada que te partía la cara. Mi microestadio es mi corazón.
Nosotros, los que nacimos con la guerra de Malvinas, los que no somos HIJOS ni fuimos floggers, podemos contar que estuvimos ahí cuando a Lionel por fin le tocó. Mi generación ya tiene dos leyendas, Maradona y Messi, que son símbolo y estandarte. Podemos contar la anécdota y contar la Historia. Acá en Corrientes y Scalabrini juramos morir con gloria. Y juramos convencidos, porque así vivimos. Esta es la argentinidad al palo, La Mosca y Muchaaaaachos, la Scaloneta, I fuck you twice y andápayabobo. La vuvuzela no venció y además, incorporamos un elemento: la espuma de carnaval. Así que agitamos los brazos y nos entregamos al baño de espuma disparada por desconocidos. La recibimos obedientes, como agua de maná. La espuma es la puntilla de este cielo de hoy, tan celeste, que nos hermana.
VDM
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