Rafael Nadal: ética tras la épica
A las 12:05 de la mañana del pasado domingo, un sistema de inteligencia artificial usado por una de las cadenas que retransmitía el partido, daba a Daniil Medvedev (número 2 del circuito mundial de tenis masculino) un 96% de probabilidades de ganar frente a un exiguo 4% que se le otorgaba a Rafael Nadal. Justo en ese instante, el marcador se encontraba 2 sets a 0 para el ruso y 1 juego a 0 en el tercer set. Minutos después, Medvedev disponía de tres bolas de break para ponerse con 4 a 2 en el que sería el set definitivo del partido si lo ganaba.
Tres horas y diez minutos después de ese momento y tras un total de 5 horas y media de batalla tenística, Rafael Nadal lograba darle la vuelta al partido en una de las remontadas más épicas que se recuerdan en una final de Grand Slam, venciendo a un jugador 10 años más joven que él, contra todo pronóstico y emocionando a millones de aficionados del deporte, incluso a los más experimentados comentaristas.
Su victoria en el Open de Australia, además de borrar el rastro de toda la polémica relacionada con la ausencia de Djokovic, desempata la situación entre los jugadores que componen el denominado Big 3 en categoría masculina, situando al español con 21 Grand Slams, por delante de los 20 de Roger Federer y Novak Djokovic. Desde el periodismo deportivo suele decirse al respecto de Rafael Nadal que se agotan las palabras para describir lo que ha conseguido. Pero ayer las portadas de numerosos medios nacionales e internacionales trataban de hacer justicia a lo conseguido por el deportista español.
“El más grande”, “Cuando te digan que algo es imposible, piensa en Rafa”, “El mejor de la historia” rezaban las portadas españolas. “El marciano”, titulaba L'Equipe, “Nadal hace historia con una remontada para la eternidad”, titulaba The Times en portada. “Nadal es inmortal”, titulaba La Gazzetta dello Sport. La imagen de Nadal celebrando la victoria también fue portada en el Wall Street Journal o The Guardian. Compañeros de profesión como el propio Roger Federer, figuras del deporte, de la política o del mundo de la cultura han ensalzado su victoria y lo que significa.
Nadal declaró durante el torneo que una lesión que lo ha tenido apartado de los terrenos de juego durante 7 meses es incurable. Tiene el escafoides del pie izquierdo roto, provocado por el estrés mecánico al que es sometido el hueso que permite que nos desplacemos en carrera. Además y como fue sabido, en Diciembre el balear pasó el COVID “con unos síntomas muy duros”, lo que dificultó aún más su preparación para este torneo. De parecer estar descartado para la alta competición a convertirse en el tenista con más títulos de Grand Slam de la historia.
Sin dejar de emocionarse por un momento y durante la rueda de prensa posterior al partido, Nadal respondía a la pregunta, ¿Es usted el mejor de la historia? “Sé lo que significa lograr 21 Slams. Hoy ha sido un día increíble. Pero no puedo olvidar todo lo que he luchado en los últimos seis meses para volver. Ha sido muy duro. He tenido conversaciones con mi equipo donde les decía que no sabía si iba a poder jugar de nuevo. Para mí, me siento afortunado de poder estar aquí ahora”. No es la primera vez que da la sensación de que Nadal ha llegado a su límite.
Hace ahora más de 13 años y después de haber perdido por primera vez en sus participaciones en Roland Garros, Nadal tenía serios problemas con una tendinitis en una de sus rodillas. Tras haberse perdido la Copa de Maestros a finales de 2008 y de jugar más de 100 partidos en ese año, Nadal se bajaba de Wimbledon y anunciaba su lesión. Aunque volvería a competir ese año, no volvió a ganar ningún título individual.
En ese momento y no sin razón, muchos de los análisis compartían un mismo mantra: la carrera de Nadal no iba a ser longeva. Su forma de jugar tratando de llegar a bolas en posiciones forzadas parecía condenar a sus articulaciones a un envejecimiento acelerado. Un entrenador de la Premier League llegó a decir “Nadal tiene 23 años, pero sus rodillas son las de un hombre de 33 años”. Hoy celebra su 21 Grand Slam, habiendo silenciado las voces de incontables expertos que anunciaban su retirada o simplemente la lenta desaparición de sus gestas deportivas.
La última ocasión en la que Medvedev y Nadal se enfrentaron en un Grand Slam fue durante la final del US Open de 2019. Aquel partido, también largo y disputado, terminó con una victoria agónica del manacorí. Nada más terminar un encuentro, Nadal confesaba: “En el quinto y con 5–2, además de muerto, estaba muy nervioso”. Efectivamente, con todos sus fans sufriendo y en un partido que parecía volver a ponerse de cara, él reconocía que estaba al límite.
Y en la rueda de prensa fue más allá. Reconoció que tenía miedo: “Por supuesto que tenía miedo. Cuando tienes un punto de break al comienzo del quinto set y vienes de perder los dos últimos, significa que estás en problemas. Realmente, traté de evitar ese pensamiento, siempre confío en que seguiré teniendo oportunidades, esa es la forma en la que afronto esos momentos”. El propio Toni Nadal, su tío y entrenador durante años, definió en una ocasión la filosofía de su sobrino: “Rafael es una persona que se da muchas oportunidades a sí mismo”.
En tenis la fe no es una estampita que colocas en un altar y sobre la que te pones a rezar. La fe de creer que puedes ganar un punto, un juego, un set y en última instancia, un partido, se forja en cada golpe. La confianza en uno mismo durante un partido es algo que puede quebrarse en cualquier momento. Nadal, que con los años ha ido siendo cada vez más consciente de sus virtudes y defectos, siempre ha dicho que una de las claves como jugador en su caso es que ni se alegra demasiado cuando las cosas van bien ni se viene abajo de golpe cuando las cosas van mal. “Hay que aceptar con la misma tranquilidad los momentos buenos y malos”.
Nadal ha llegado a declarar que no hace entrenamiento mental: “Trato de enfocarme en el esfuerzo diario. Forzándome a mí mismo a hacer las cosas bien, especialmente los días en los que no me sale. Siempre lo he hecho así, desde que era pequeño. Esa auto-obligación de intentar ser mejor”. A pesar de que Internet está plagado de referencias de dudoso origen científico usando sus palabras o sus gestas deportivas para vender una forma de hacer negocios, su forma de encarar ciertas situaciones sí tiene una explicación psicológica.
Jose María Buceta, psicólogo deportivo, declaraba hace unos años sobre el manacorí: “Lo que mejor caracteriza a Nadal es el concepto de dureza mental desarrollado en los años setenta y posteriores por los investigadores Kobasa, Maddi y su equipo en la Universidad de Chicago. Es un patrón de personalidad que caracteriza a muchas personas que rinden a alto nivel en situaciones de estrés. Tiene tres componentes: compromiso (el que la persona asume para involucrarse al máximo en lo que tiene que hacer, sin evitarlo o limitarse simplemente a cumplir), reto (asume la situación estresante como un reto que le proporciona oportunidades, en lugar de una amenaza) y control (percibe que controla la situación al centrarse en lo que depende de ella, en las fortalezas que tiene para rendir, en sus experiencias pasadas de éxito)”. Detrás de la épica, hay una ética de trabajo.
El tenista mallorquín declaró en una ocasión algo que sorprendería a muchos con respecto a la imagen que proyecta: “No soy una persona segura de sí misma en ninguna cosa de la vida. No soy una persona decidida en casi nada. Nunca he presumido de eso. Me cuesta mucho tomar decisiones…”. Sin embargo, dentro de la pista transforma esa personalidad para tomar decisiones cuando corresponde dentro de la pista: “...pero cuando juego, en los momentos importantes, tengo la determinación de hacer algo”. Y ese algo puede ser erróneo. O insuficiente. En la final del domingo, se da la paradoja de que Medvedev hizo más puntos que su rival y aún así perdió.
Desde que comenzó su carrera pudo contar con recursos a su disposición de los que muchos otros deportistas emergentes no han podido tener. Sin embargo, hay un último elemento que explica parte del éxito de Nadal y que se relaciona con su forma de encarar mentalmente la vida de la alta competición. Un elemento que ni siquiera formar parte de una clase privilegiada lo garantiza. Es lo que el doctor Eduardo Anitua (que ha tratado al tenista en varias ocasiones) define como “su resguardo emocional y afectivo”. Su entorno. Su familia y amigos. En un contexto en el que muchos habrían zozobrado de éxito, Rafael Nadal sigue siendo hijo, sobrino y amigo de muchas de las personas que lo acompañan y que ejercerán su labor con la misma tenacidad que él. “Es un entorno familiar muy, muy sólido, en el que Rafa se siente protegido y apoyado tanto en los buenos como en los malos momentos”, precisaba Anitua. Convirtiendo lo que todos conocemos como un deporte individual, en un trabajo de equipo.
Rafael Nadal pasará a la historia como uno de los mejores tenistas de todos los tiempos. Un deportista extraordinario con una carrera repleta de éxitos en situaciones inverosímiles y memorables. Y sobre todo, un espejo en el que millones de personas se miran para encarar su día a día, tratando de imitar algunos de los valores que representa y que se alejan de la simple épica: compromiso, autocontrol, determinación. Y también de lo que a priori parece más complicado y que sin embargo no lo es: seguir concediéndose oportunidades, incluso cuando todo parece indicar lo contrario.
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