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EL CUMPLEAÑOS DEL 10

Te recuerdo bailando: los pasos de Diego Armando Maradona

Diego con la bailarina italiana Angela Panico para el programa Bailando con las estrellas, en octubre de 2005.

Maia Debowicz

30 de octubre de 2024 09:58 h

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Todas las personas están vivas cuando bailan, aún cuando estén muertas. 

La acción congelada en una fotografía describe el pasado quieto: la orientación de la mirada del retratado o el rictus de una sonrisa no permiten otra mueca. El baile es un gesto mutante de larga duración; una forma singular de caminar que no busca llegar a ningún lugar porque la quietud es pecado; una carcajada que replica el ritmo de la música. Un bailarín siempre danza ahora, en el momento en que contemplamos sus pasos, no importa cuándo haya bailado en el calendario. El primer registro que hay de Diego Armando Maradona bailando es de 1981. Tenía apenas 20 años, todavía no había jugado ningún mundial ni era héroe para el pueblo de Nápoles, pero su nombre comenzaba a tener relieve tras ser campeón del mundial juvenil en 1979 y hacer 116 goles con la casaca de Argentinos Juniors.

En 1981 una estrella internacional de la música visitó Buenos Aires: Eddy Grant dio un recital en el Luna Park, el mismo año que tocó Queen en Vélez. Maradona asistió a ambos acontecimientos; en uno se sacó una foto que años después se convertiría en una postal icónica, en el otro mostraría su swing con algo de timidez. Un mes y medio antes, en Mar del Plata, ocurrió el llamado “pase del siglo”, la lucha de Boca Juniors por comprar a Maradona. Tras muchas idas y vueltas, firmó un contrato para jugar un año con la azul y oro. No es un dato menor: Diego intentaba mantener un perfil bajo en esos meses porque era el nuevo jugador de Boca. De incógnito fue con su representante Jorge Cyterszpiler al recital de Eddy Grant. Se escondió entre la multitud, pero el cantante de reggae lo descubrió. ¿Quién no podría reconocer los rulos de Maradona? El músico nacido en Plaisance, Guyana, estaba cantando Do you feel my love y modifica la letra de la canción tras no conseguir que Diego suba al escenario. “Put the Lights on Maradona/Put the lights on Maradona”, canta Eddy y su coro femenino replica el pedido sincronizando los cuerpos. Diego no quiere subir, esa noche desea ser invisible. Masca chicle con la boca abierta porque no puede dejar de sonreír, y declina el ofrecimiento con candorosa reticencia. Eddy sigue tarareando su nombre. “Dí-e-go/Dí-e-go/Dí-e-go”. Diego se da por vencido y sube al escenario con los primeros botones de la camisa sin prender. El músico y el jugador se funden en un abrazo y Eddy se propone transmitirle su ritmo de cuerpo a cuerpo como si fuera una descarga eléctrica. Lo logra. Diego quiebra la cadera con un movimiento chiquito, casi imperceptible, y acompaña el paso haciendo palmas. El Diego bailarín apenas asoma.

 

Diego funda un nuevo estilo de baile el 19 de abril de 1989. En la entrada en calor más famosa de la historia del fútbol. Se estaba por jugar la semifinal de la Copa Uefa en el estadio Olímpico de Múnich, el Napoli de Maradona contra el Bayern Munich. En los minutos previos al partido sonó una canción: Live is life, el hit del grupo austríaco Opus. A fines de los 80 todavía lo pasaban antes del comienzo del partido o en el entretiempo. Ewald Pfleger compuso la canción cinco años antes en una plaza en Ibiza con el objetivo de que el público la cante con ellos en cada recital. La banda gritaba “¡Live!” y la audiencia respondía “Na-na-na-na-na”; cantaban “¡Live is life!”, y de nuevo ellos hacían su parte: “Na-na-na-na-na”. Opus tituló la canción “Live is life” porque la letra y música reflejan esa sensación de estar en vivo. Diego no responde la canción con la voz sino con las piernas. Pero primero hace palmas de vista al público, como si fuera el cantante de Opus tocando arriba del escenario y los quisiera despertar. Nadie puede resistirse a los tambores de Live if life, y Maradona menos. No tarda en detectar que el público lo observa porque se ve en las pantallas del estadio. Y siendo consciente de que los ojos estaban puestos en él decide brindarles un show que no podrán olvidar. En la tribuna hay un periodista holandés llamado Frank Raes que se encarga de filmar el espectáculo. 

El baile más popular de Diego comienza con un reconocimiento del terreno, de su pista de baile. Un sutil movimiento de hombros enciende a su pequeño cuerpo, cubierto por una campera celeste y azul que combina con las medias. La intro de la canción hipnotiza a Diego, entra en trance: su pelvis vibra y como un escalofrío la vibración viaja hasta las extremidades. Las manos, los pies, las orejas y el pelo. Cada músculo vibra provocando la ilusión de que emiten el sonido de un diapasón. Hay sonidos que se perciben aún en silencio. Tras convertir a su cadera en el adrenalínico juego del barco pirata que se balancea de un lado a otro, Diego despega los pies del césped. Salta y rebota en el lugar alternando la pierna izquierda con la derecha. En pleno movimiento, recuerda algo y se le escapa una sonrisa pícara. Por fin se anima, saca a bailar a su compañera de baile. O tal vez es al revés: la pelota lo invita a él. Diego tiene los cordones de sus botines Puma desatados, no le importa. Nada puede interrumpir el baile, ni siquiera una amenaza de tropiezo. La pelota puede alejarse a kilómetros del cuerpo de Diego, incluso deshacer una nube, pero siempre regresa a sus pies. Y de los pies brinca a los hombros, y de los hombros a los muslos. La coreografía se repite y cada tanto Diego acuna la pelota sobre su cabeza, la abriga con el calor de sus rulos. La canción lanzada en 1984 seguía vigente en los boliches y paradores de la playa. Diego le quitó la fecha de vencimiento. Su baile transformó a un tema de moda en un remedio accesible para ahuyentar la inmovilidad producida por la tristeza.

Buenos Aires. 1991.

Diego no discrimina ningún ritmo: bailó disco con Rafaella Carra, rock con Georgina Barbarrosa y tango con Cecilia Bolocco. Sin embargo, su verdadero romance es con la cumbia. El futbolista fue incontadas veces invitado al programa Ritmo de la noche entre 1991 y 1994. Pero hay una participación que opaca a las demás: el domingo que Diego Armando Maradona hizo una dupla de baile con Ricky Maravilla. El himno de la década del 90, Qué tendrá el petiso, arrastra a Diego al centro del escenario. No saca a bailar a ninguna de las Tinellis, va directo a Ricky Maravilla. El 10, con su metro y 65 centímetros, se acerca al cantante y como un espejo reproduce sus pasos característicos, pero le agrega una carga sexual. Sacude la pelvis, casi en cuclillas, rompiendo la distancia entre el cuerpo de Ricky y él. Ricky se da vuelta y responde a su baile mirándolo a los ojos, arrimando su boca a centímetros del pecho de Diego. Sintiéndose agasajado, le da un beso de despedida y agradecimiento al cantante, pero Ricky lejos de dejarlo ir lo saca a bailar como si estuviera en la bailanta. Es una danza homoerótica emitida en un canal de aire con más de 40 puntos de rating. 

Toda clase de bandas y músicos solistas escribieron canciones sobre Maradona: desde Mano Negra hasta Andrés Calamaro, pasando por Los Piojos, Joaquín Sabina, Los Cafres y el Potro Rodrigo. Pero el mayor homenaje es tener su propia cumbia. Y no solo una, sino dos. Ricky Maravilla creó El baile de Maradona, una cumbia que su estribillo dice: “Tócame la pelota/tócame la pelota/esto no es una broma/este es el baile de Maradona”. El otro cantante que le compuso una cumbia es Pocho, la Pantera. El tema se llama Maradona no perdona y una de sus estrofas recita: “Los gallegos se perdieron una estrella/en el Nápoli lloraban de emoción/y ahora estás en la Argentina/serás para nosotros el mejor”. 

Buenos Aires. 1997

Si hay un templo de la movida tropical ese es “Pasión”. El programa de canal América de los años 90 donde compartían estudio los grupos de cumbia con larga trayectoria y aquellos que daban sus primeros pasos. 

Uno de esos sábados donde el bailongo no se toma respiro cayó Maradona con su familia: Claudia y las nenas. 1997 es un año muy particular para Diego, y para todos los xeneizes. Un ciclo de alegría y desolación por partes iguales. Después de 11 meses sin jugar al fútbol, Diego regresó a su club amado, Boca. Pero un 29 de octubre, el futbolista anunció que su carrera como jugador había llegado a su fin tras 704 partidos, 360 goles y 11 títulos.

En una de las tantas entrevistas de 1997 Diego dijo que no sabía cómo vivir sin el fútbol. Lo que nunca dejó de hacer Diego es bailar. Cuando uno baila los fantasmas no pueden tocarte, la cumbia los ahuyenta. El día que Maradona se hizo presente en Pasión tocaba Sebastián. Pero antes de su show el conductor le pide a Diego que baile Esa malvada, el hit de Volcán que no faltaba en ningún casamiento, bat-mitzvah o fiesta de 15. Diego saca a bailar a su hija Gianina, pero ante el rotundo rechazo busca a Claudia. Diego baila despacio para que Claudia pueda imitar sus pasos, un pie para atrás y después el otro. Minutos después, tras hacer jueguitos con una pelotita de golf, ocurre el momento tan esperado: aparece Sebastián con su melena protuberante y una campera con incrustaciones doradas. Diego intenta de nuevo sacar a bailar a Gianina. Como ella no quiere se queda a su lado. Diego está sentado en una silla con ruedas y apenas escucha los primeros acordes su cuerpo se mueve solo, la cadera y después la pelvis. Diego escucha cumbia y su cuerpo reacciona como la latita de Coca-Cola que baila cuando alguien aplaude. No importa si está parado o sentado, si está solo o acompañado, si está contento o atravesando el peor momento de su vida. Diego Maradona siempre está bailando. Una bailarina del programa levanta a Diego de la silla y lo obliga a bailar de pie. Él acepta. En el cierre del programa Diego finalmente se sale con la suya: Gianina se une al baile haciendo una danza familiar en ronda, todos agarrados de la mano. Movidito, movidito. 

Italia. 2005

El 2005 es el año de renacimiento de Diego Maradona. Cambia de cuerpo. De pesar 120 kilos pasa a tener 74 tras realizarse un bypass gástrico en Cartagena de Indias, Colombia. Firma dos contratos importantes: uno para hacer su propio programa de televisión llamado La noche del 10, y otro con la RAI. Pero hay un motivo primordial que hizo especial al 2005: fue el año que Maradona más tiempo le dedicó al baile. Es posible que esa sea la razón de su renacimiento. Diego aceptó ser uno de los participantes del segundo certámen de Ballando con le stelle, la versión italiana de Dancing with the Stars. Su rutina consistía en hacer su programa de televisión los lunes en Canal 13, cada miércoles viajaba a Italia para ensayar jueves y viernes. El sábado demostraba lo aprendido frente al jurado. El domingo se subía a un avión para regresar a Argentina. “Bailar es como marcar un gol”, aseguró Diego en un programa de Ballando con le stelle. 

Su primera aparición fue el 17 de septiembre de 2005: un animador lo presenta como “El pibe de oro” y Diego irrumpe en el estudio vestido de negro. De negro, pero lejos de ser sobrio, la tela es de razo y el cuello de la camisa está invadido de diamantes plateados que brillan con el movimiento. Su bailarina es la napolitana Ángela Panico. Ella baja por una escalera, Diego por otra, para encontrarse en el centro de la pista. El ritmo es un cha cha cha, ese estilo de baile popular que nace en los años 50 a partir del danzón-mambo. La pareja recorre el espacio por separado marcando el tempo de la canción Isn't She Lovely (tocada por Paolo Belli Big Band) con los pies. Cuando bailan juntos, Diego la levanta en el aire y nos hace creer que su compañera pesa menos que una pluma. Si bien Maradona no es un bailarín profesional logra sincronizar sus movimientos con los de Ángela, no tanto para lucirse él sino para que ella se destaque en lo suyo. 

Diego se muerde los labios mientras trata de no apurar el paso. No es de ansiedad o nervios, el gesto explicita el placer que siente el ex futbolista cuando baila. Hay una razón que explica por qué Diego baila tan bien e hipnotiza al público como si jugara al fútbol en la final de un mundial. Es porque no tiene vergüenza ni le importa lo que piensen los demás de él. Escucha la música y responde meneando la pelvis como si no existiera otra posibilidad. En Ballando con le stelle Diego no baila como siempre: por una vez obedece las reglas y sigue al pie de la letra las indicaciones de su bailarina y profesora de danza. Observa y practica cada paso que Ángela le enseña con el esfuerzo necesario para no desilusionarla. En retribución Diego le enseña lo que él sabe: controlar la pelota hasta volverla parte del propio cuerpo. El mayor tesoro no está en el baile en vivo del programa sino en la posibilidad de espiar los ensayos: Maradona inicia a Ángela en el arte de los jueguitos. Diego la reta cuando la bailarina recurre a las manos. “Pero si vos hiciste un gol con la mano”, se cubre Ángela y los dos ríen en un momento de complicidad. 

Marruecos. 2015

Diego no bailó siempre de la misma manera. Sus pasos cambiaron con el paso del tiempo. Ganar años no le hizo detener el cuerpo sino todo lo contrario: exigirlo más. En noviembre de 2015 Diego viajó a Marruecos para exhibir sus dos grandes talentos: bailar y meter goles. La cita era un partido amistoso entre ex astros provenientes de Europa, América Latina y África. Antes de entrar a la cancha, Diego bailó una danza autóctona que recorrió el mundo: la Marcha Verde. En recuerdo a los soldados locales que viajaron en 1965 al desierto a recuperar terreno en manos españolas. Suenan los tambores, un grupo de marroquíes canta, y Diego mueve los brazos mientras se agacha para bailar casi al ras del piso. No importa cuál sea la música: Maradona baila cualquier ritmo como si fuera una cumbia. Es a partir del año 2015 donde Diego desafía su fragilidad en los huesos y baila flexionando las rodillas, justo en la época que comienza a sufrir artrosis en esa zona. Siempre hizo lo que quiso, pero sobre todo lo que no debía. Diego traspasa los límites incluso en el baile. 

En el mismo mes que encandiló a la población del país africano protagonizó un escándalo en Venezuela. ¿El motivo? Bailar una cumbia. Después de someterse a un nuevo bypass gástrico, Diego descansó unos días en un hotel de Maracaibo. La recuperación más veloz no consiste en hacer reposo sino en bailar. En bailar cumbia. En la pileta del hotel cinco estrellas Diego no sintió pudor y puso una canción a todo volúmen para bailar junto a su pareja de ese entonces, Rocío Oliva. Meneó hasta abajo hasta que el gerente del hotel lo echó del establecimiento. Un mes después regresó a la Argentina para festejar Navidad. No contrató a un hombre para que se disfrace de Papá Noel ni a un coro que cante villancicos. El show de la Nochebuena fue un concierto de Los del Fuego. Alrededor de la pileta y golpeando unas tumbadoras el grupo canta Déjame entrar. Diego se acerca a bailar con un habano entre los dedos, sacude los brazos al compás de las cañitas voladoras que anuncian que Jesús ha nacido. 

Dubai. 2016 

“El nuevo pequeño rascacielos de Dubai”. Así definió la prensa local de Dubai al arribo de Maradona a Emiratos Árabes Unidos. En 2011, un año después de ser el director técnico de la Selección Argentina en el Mundial de Sudáfrica, Diego hizo las valijas y se mudó a 13.638 km de Buenos Aires. Entre la ropa, el termo y el mate guardó una enorme foto de él muy jovencito y de traje festejando Navidad con Don Diego y Doña Tota, posando al lado de un árbol que los rebasa en altura. “Fijate esa foto, loco. Qué valor tiene”, dice frente a una cámara de televisión mientras realiza un tour por su nuevo hogar. En la misma pared colgó una imagen de su encuentro con Fidel Castro y Hugo Chávez. Diego dejó su tierra por un contrato laboral: ser el entrenador del equipo árabe Al Wasl. 

Durante los seis años que Maradona vivió en Dubai el baile fue su forma de avisarnos que estaba bien y que seguía siendo el mismo. Videos que filmaba su entorno y que al verlos nos hacía extrañarlo un poco menos, como un miembro de la familia que te envía una postal por correo con una imagen característica del destino turístico visitado. El registro más famoso de la era maradoniana en el país petrolero es la danza en la cinta de correr. Fue a mediados de diciembre de 2016: Diego corre a toda velocidad jugando una carrera contra la cinta caminadora. O, tal vez, contra él mismo. El peso de sus pasos contra la máquina funcionan como base rítmica, anticipando los primeros acordes del acordeón. “Nuevamente, con todos ustedes…Los Palmeraaasss”. Diego proyecta un grito de entusiasmo y desacelera la velocidad de la cinta, mira a cámara y nos hace el gesto de okey levantando el dedo pulgar. “Tú y yo/Tanto amor sincero, amor eterno/Pero, duró/Lo que dura el hielo en el desierto”. Suelta las manos, mueve una pierna y después otra como si tuviera patines con ruedas en los pies. La voz de Cacho dirige su cuerpo. Diego dobla las rodillas, se hace chiquito para bailar a centímetros de la cinta. Es una marioneta guiada por la música. Así como Maradona hace jueguitos con lo que ve alrededor, una pelota de golf o un bollo de papel, también baila con quien tiene enfrente. Sea una persona o un objeto. Diego convierte a la cinta de correr en su partener: se sujeta al armazón de la máquina y balancea el cuerpo de un lateral al otro. Si leer es una forma de escribir, verlo a Diego bailar cumbia es una forma de bailarla. 

Cada vez que me subo a una cinta de correr pienso en esa titánica escena. Maradona creó pasos de baile sobre la máquina como si fuera un astronauta que logra hacer una danza en el interior de su nave espacial. El video de Perra se volvió icónico como la secuencia de Live is life. No solo porque Diego una vez más no puede separar al entrenamiento del baile sino porque ambos registros funcionan como recordatorio de salud: ¿cuándo fue la última vez que bailamos? A la mitad de la canción, entre paso y paso, Diego mira para arriba y le agradece a su mamá, a su papá y a Fidel Castro. Cuánto más lejos esté Maradona de su casa en Buenos Aires, más baila cumbia. La cumbia es la fórmula para no sentirse forastero y sobrellevar el exilio. La patria de Diego es el baile. 

Rusia. 2018

El 26 de junio de 2018 se enfrentaron Argentina y Nigeria en el Mundial de Rusia. Un partido clave para pasar a octavos de final. El plantel tenía la posibilidad de elegir una canción para la entrada en calor. No fue Live is life, fue una cumbia. A 13.824 kilómetros de Argentina, en San Petersburgo, el Estadio Krestovski vibra al compás de No te creas tan importante. En los primeros partidos de la selección dirigida por Sampaoli sonaba por los parlantes del estadio Enamorado de ti, de La Nueva Luna. Pero el encuentro entre Argentina y Nigeria no era un partido sino un duelo. Un equipo se volvería a casa, así que los jugadores debían optar por un tema que penetre no solo los músculos, también los huesos. La capacidad del estadio es de 68.000 personas. Nadie baila, salvo un hombre en la tribuna. Es Diego Armando Maradona. En un palco, el ex campeón del mundo con la Selección Argentina en México '86 y subcampeón en Italia '90 escucha el sonido del teclado keytar de Pablo Lescano y saca a bailar a una mujer nigeriana. A las 14.33 horas de Argentina, en la otra punta del mundo, Diego le enseña pasos de cumbia villera a una persona que no necesita saber hablar español para seguir sus movimientos. Bailan agarrados de las manos, palma con palma. Diego curva su brazo invitando a su compañera a dar un giro para terminar unidos y abrazados moviendo las caderas como si compartieran el mismo cuerpo. A principios de los 80, un periodista le preguntó a Diego dónde aprendió a jugar así al fútbol: “A mí no me enseñaron demasiado cosas, pero mayormente aprendí mirando”, respondió. La misma técnica puede aplicarse a cómo aprendió a bailar, por eso Maradona enseña lo que sabe con el hacer, no con el decir. El relator de T y C Sports aparta los ojos de la cancha porque cuando Maradona baila todo lo demás se pone fuera de foco. “Qué viva el baile, maestro. Usted es el más grande”, dice con voz de enamorado. La gente se amontona para registrar el espectáculo que al día siguiente será tapa de los diarios. Para bien y para mal, Diego es impredecible. Dos meses antes Maradona estaba en Italia, siendo jurado de un certamen de baile llamado Amici. No era la primera vez que evaluaba una danza en una competencia: en 2006, en Argentina, fue jurado por un rato en Bailando por un sueño. Diego tiene autoridad para el fútbol y también tiene autoridad para el baile. Pero ante todo Maradona tiene alma de estrella. En abril de 2018 abandonó su rol de jurado en el programa Amici y se dirigió al centro de la pista cuando escuchó la voz de Facundo Toro. La cumbia que lo instó a cambiar de piel era Qué pasa entre los dos. Frente a todos los televidentes y el público presente sacó a bailar a la modelo y presentadora argentina Belén Rodriguez. 

A los 14 minutos del comienzo del partido Argentina-Nigeria Lionel Messi metió un gol. Pero la ilusión duró lo que una tormenta de verano. A los 51 minutos el jugador de Nigeria Victor Moses logró un empate. Los minutos corrían, Argentina necesitaba un milagro. Diego festeja, ruge, putea, sufre. Flamea una bandera que tiene su cara, se trepa al vidrio del palco y un par de guardaespaldas deben sujetarle las piernas para evitar que caiga de semejante altura. Cuando Diego tenía 20 años le preguntaron a Menotti cuáles eran los defectos de Maradona. “Yo creo que no tiene ningún defecto como para enunciar. Es joven, eso sí, tiene que regularizar un poco sus energías”. Pasaron 38 años y Diego sigue siendo ese veinteañero que no conoce la tranquilidad, salvo cuando mira El Chavo del 8. Su defecto es su mejor virtud. No quedarse quieto. Explotar una y otra vez como un motor sin silenciador. Es tanto el desgaste que en un momento el ex futbolista se queda dormido. Despierta justo para el milagro: el segundo gol de Argentina que le asegura su clasificación. 2 a 1, el mismo resultado del partido Argentina-Nigeria en el Mundial USA 1994, donde Diego le aclaró a los periodistas cuando lo buscaron a la salida que el triunfo no era suyo sino de su amigo Claudio Paul Caniggia

Aquel 26 de junio de 2018 Diego era un espectador más, pero hasta el sol dirige sus rayos del sol para iluminarlo. Cuando Marcos Rojo, al borde de la desesperación, a los 86 minutos metió el segundo gol las cámaras apuntaron a Maradona, al igual que el sol que se paró arriba de su cabeza. Una imagen divina. Diego le grita al cielo, es un aullido de alivio. Argentina gana el partido, Maradona hace doble fuck you y le baja la presión. 

Un mes después del partido Argentina-Nigeria, el 28 de julio, Diego volvió a bailar la misma canción que sonó en el Estadio Krestovski pero en San Miguel, Provincia de Buenos Aires. No te creas tan importante. Diego baila junto a su novia Rocío Oliva desde un palco, baila al igual que toda la gente que colma el boliche Club Zone. Pablo Lezcano dialoga con su público fiel hasta que gira la cabeza y descubre a Diego cantando su canción de memoria hasta la última estrofa. El líder de Damas Gratis hace un segundo de silencio con su famoso keystar colgando del hombro. “¿Te gusta este tema, Diego?”, dice al micrófono. Diego asiente con la cabeza. Él también es su público fiel. “Lo tocamos de vuelta, para vos”, le anuncia emocionado Pablito Lezcano desde el escenario. La gente empieza a corear “Olé olé olé olé Diego, Diego”, y Pablo Lezcano es parte de la masa festejante. Maradona. “El pueblo te quiere”, le grita el cantante de cumbia villera. La canción vuelve a empezar. El recital está por terminar y Pablo Lezcano pregunta si alguien quiere su remera de Damas Gratis, todos la reclaman. No hay nadie en el boliche que no quiera atraparla en el aire como una chica soltera cuando la novia está por lanzar el ramo. “¿Se la damo´ al Diego, no?”, acuerda el cantante con su público. Lezcano se saca la remera, la enrolla, le hace un nudo hasta darle una forma redonda y la tira como si fuera una pelota de fútbol hacia las manos de Diego. Por supuesto la ataja. La noche podría terminar con esa escena, pero Maradona siempre tiene la última palabra. El ex futbolista se saca su remera para regalársela a Pablito Lezcano, quien se acerca a recibirla. Para Diego una cancha es una pista de baile, y una pista de baile es una cancha. 

Diego bailó cumbia hasta los últimos meses de vida. Baila con cada uno de sus cuerpos: gordo, flaco, en su mejor estado o con las rodillas rotas. Sobrio o pasado de copas. Rebosando de alegría o devastado. En Villa Devoto o en la habitación más cara de un hotel de Dubai. Cuando Diego Armando Maradona falleció a sus 60 años el 25 de noviembre de 2020 muchos fanáticos corrieron a YouTube en busca de un video en particular: el de la cinta de correr. Los comentarios en esos días son miles y expresan el mismo deseo: “Cómo me gustaría ver a Maradona bailar una vez más”. 

En una entrevista de 1981 un joven Maradona de 20 años le contó sobre su infancia a un periodista italiano “Nosotros sabíamos que no podíamos tener la felicidad completa. Porque nosotros hubiésemos querido tener un auto a control remoto, o tal vez una pelota de cuero. Pero teníamos que ser felices con lo que teníamos. Y lo éramos”. Diego baila porque cada uno de esos movimientos es una máquina del tiempo que lo lleva a Villa Fiorito. A los brazos de Doña Tota. Su mamá. Bailar nos conecta con una sensación primaria, el primer boliche es la casa donde fuimos niños. La cabeza puede olvidar detalles, pero el cuerpo recuerda. 

MD/MG

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