La travesía del daguerrotipo: de París al Río de la Plata a bordo del Oriental-Hydrographe
Los primeros relatos sobre la fotografía en el siglo XIX navegan entre la ciencia, el arte y el misterio. Desde comienzos de 1839, antes de que fuera presentada, las noticias sobre “un proceso con el que, sin ninguna noción de dibujo, sin ningún conocimiento de física o química, podremos en pocos minutos obtener vistas detalladas de los sitios más pintorescos” proliferaban en la prensa francesa. El invento de Louis-Jacques-Mandé Daguerre y Joseph Nicéphore Niépce para “fijar las vistas de la naturaleza sin la necesidad de un dibujante” era tan novedoso que para explicarlo se hacía necesario mencionar aquello que venía a reemplazar.
El 19 de agosto de 1839, cuando el astrónomo, físico y diputado liberal François Aragó divulgó el método en la Academia de Ciencias de Francia, la expectativa se transformó en asombro. Una placa de cobre enchapada en plata, pulida a espejo y sensibilizada con vapor de yodo debía colocarse en la cámara obscura donde se la exponía a través de la lente durante 8 a 10 minutos. Al retirarla, ni siquiera el ojo más entrenado podía aún distinguir las huellas. Recién al exponerla al vapor de mercurio, la placa revelaba los “dibujos” como por arte de magia.
Una de las grandes innovaciones del siglo XIX, el daguerrotipo, se anunció como un regalo de Francia al mundo. La liberación de la patente a cambio de pensiones vitalicias del gobierno francés para sus descubridores promovió una verdadera daguerromanía. De hecho, la cámara arribó al Río de la Plata 180 días después de haber sido presentada en París. Sin embargo, el bloqueo naval de Francia sobre los puertos de la Confederación que buscaba deponer a Juan Manuel de Rosas impidió que arribara a Buenos Aires. El 19 de febrero de 1840 desembarcó en Montevideo y las primeras impresiones sobre su funcionamiento llegaron desde la vecina orilla, a través de cartas y artículos escritos por los exiliados del rosismo.
“El invento de Daguerre” llegó a bordo del Oriental-Hydrographe, un navío de tres mástiles, 34 metros de largo y 9 de ancho, cuya historia recién empezó a conocerse en detalle durante las últimas décadas del siglo XX. Prototipo de “universidad flotante”, que pretendía circunnavegar el globo en un viaje de descubrimiento para jóvenes de “las mejores familias” francesas y belgas, fue un emprendimiento privado que contó con patrocinio oficial. Era el sueño de un joven capitán, Augustin Lucas, de 35 años, que había navegado los mares del sur y buscaba fomentar el desarrollo de la flota comercial francesa. “Debemos convencernos de que la Marina Inglesa y el comercio marítimo de Inglaterra están en auge”, escribía. “Así, observamos cómo todos los pueblos de América del Sur se abastecen casi exclusivamente de artículos ingleses que se fabrican a menor precio y con mayor calidad que en Francia”. Un libro de la investigadora brasileña María Inez Turazzi, El Oriental-Hydrographe y la fotografía, editado por el Centro de Fotografía de Montevideo, profundiza en las alternativas de esa aventura, a la vez cautivante y trágica.
El retraso de la expedición programada originalmente para marzo de 1839, un afortunado traspié, permitió que Lucas se reuniera con Daguerre y le solicitara su invento para la expedición. Jean-Baptiste Jobard, editor del Courrier Belge, presente en ese encuentro, escribió: “Ahora que el capitán Lucas incorporó un daguerrotipo a su viaje de circunnavegación, se puede decir que serán los primeros viajeros en relatar visiones incontestables y no romantizadas de los monumentos de India y del país de las mil y una noches”.
El buque pasaría por Lisboa, Tenerife, se detendría en Senegal y cruzaría el Atlántico, tocando varios puntos de la costa del Brasil. Inicialmente Buenos Aires se mencionaba en el itinerario, pero más tarde la escala fue sustituida por Montevideo. Desde allí, partirían al Cabo de Hornos y subirían después por el Pacífico, se detendrían en Chile y seguirían hacia el norte por la costa oeste de Sur y Norteamérica. Finalmente, pondrían rumbo a Australia, haciendo escalas en China, India y el Golfo Pérsico.
La circunnavegación se financiaría con la inscripción de alumnos, novicios voluntarios, que pudieran pagar los 2.500 francos anuales que costaba la matrícula. Aprenderían todo lo que se enseña “en nuestras mejores instituciones universitarias”: marina teórica y práctica, matemáticas, geografía, astronomía, estadística, construcción naval, historia, lenguas y literatura. Realizarían mediciones hidrográficas, astronómicas y meteorológicas que enviarían a las principales sociedades geográficas.
Al plantel docente, que contaba con algunas figuras de renombre, se sumaba un religioso, el padre Louis Comte, capellán de la expedición, pionero entusiasta de la fotografía, a quien se describe en los registros de la embarcación como un hombre de 39 años, un metro setenta de altura, cabellos y ojos oscuros, nacido en Nantes y residente en pueblo de Grand Verrière, región de Borgoña.
Se presume que tanto Comte como Lucas aprendieron los rudimentos del arte fotográfico en algunas de las primeras demostraciones que Daguerre llevó a cabo para explicar el funcionamiento de su procedimiento. Después, debieron partir hacia el puerto de Paimboeuf, en la Bretaña francesa, desde donde zarparon el 25 de septiembre.
Durante las primeras semanas de la travesía, el mal clima puso a prueba a los novicios y se manifestaron las primeras tensiones. De los 86 pasajeros registrados, 50 eran alumnos. Entre ellos, algunos jóvenes barones y marqueses que se negaron a realizar las tareas reservadas a marineros y grumetes, provocando la reacción de los oficiales entrenados en la férrea disciplina marítima.
Para colmo, al llegar a Lisboa la demostración del daguerrotipo en el Palácio das Necessidades fracasó. “Sus majestades siguieron las operaciones del señor Comte con gran paciencia e interés; desafortunadamente la prueba no tuvo éxito”, sentenció el embajador francés en Portugal. Obtener una imagen tomaba al menos una hora y se necesitaba una pericia considerable que sólo se lograba con la experiencia.
“Desde nuestro malogrado intento con el daguerrotipo en Lisboa, hemos completado nuestra formación. Hoy en día tenemos un éxito admirable y, por lo tanto, no pasamos ni un día sin daguerrotipear”, relataba en su crónica desde Senegal un alumno anónimo. “Cuando regresemos a Francia, quedarán encantados con las maravillosas placas que mostraremos y que pondrán ante sus ojos las verdaderas vistas y no las falsificadas o adornadas con un lápiz mentiroso”.
Tras cruzar el Atlántico, los rumores sobre la indisciplina a bordo comenzaron a circular en tierra firme. En Brasil, el cónsul en Pernambuco escribió a Francia sobre la “absoluta anarquía” que reinaba en el Oriental Hydrographe. Las quejas empezaban a complicar la reputación de la expedición. Frente a las costas de Salvador de Bahía un alumno falleció por enfermedad. Antes de dejar Río de Janeiro, cinco estudiantes desertaron del navío.
Sin embargo, la primera presentación del daguerrotipo en la capital brasileña, el 17 de enero de 1840, fue un éxito rotundo. El Journal de Commercio exaltaba la demostración: “Es preciso haberlo visto con los propios ojos para tener una idea de la rapidez y el resultado de la operación”. Lucas y Comte lograron entusiasmar al futuro emperador Pedro II, de 14 años, que poco después se convertiría en uno de los primeros daguerrotipistas nativos de la región.
El Oriental-Hydrographe dejó Brasil en la última semana de enero. El bloqueo de la ribera argentina había comenzado en marzo de 1838 y se extendió hasta octubre de 1840. En total, fueron dos años y medio. Al llegar a Montevideo, el capitán Lucas informaba a Francia: “Rosas aumenta su ejército diariamente y la esperanza de derrocarlo sigue siendo tan frágil como hace seis meses”. El barón de Terloo, pasajero y cronista para el Courrier Belge, se refería al “loco sanguinario que gobierna esa república” y a Buenos Aires como “esa ciudad esclava gobernada despóticamente por el dictador Rosas, una especie intermedia entre el tigre y el chacal”.
El 26 de febrero de 1840, la daguerrotipia se presentó en la casa del cónsul francés en Montevideo. Exiliada en la capital uruguaya, Mariquita Sanchez de Mendeville, viuda de Thompson, fue la primera persona en enviar sus apreciaciones a la Argentina. “Ayer hemos visto una maravilla, la ejecución del Daguerrotipo es una cosa admirable, ves la plancha como si la hubieras dibujado con un lápiz negro, la vista que has tomado con tal perfección y exactitud que sería imposible obtener de otros modos”. A su hijo Juan Thompson, residente en la provincia rebelde de Corrientes, le contaba: “Los más pequeños objetos los ves con una prolijidad tal que la juntura de los ladrillos y los descascarados del revoque los ves con un vidrio de aumento”.
Perspicaz, Mariquita resaltaba una de las características salientes de ese primer proceso fotográfico: la increíble definición que aún hoy se percibe en placas con más de un siglo y medio de existencia. En su misiva también se refería al Oriental Hydrographe: “Esta máquina la ha traído un buque en el que viajan muchos jóvenes que dan la vuelta al mundo. Es una expedición romántica de muchachos atronados”, escribía. “A bordo han tenido mil peleas ya y se van quedando algunos de resultas por los países que van pasando”.
Otros exiliados, como Florencio Varela y Tomás de Iriarte, también asistieron a las demostraciones y escribieron sus impresiones en detalle. El daguerrotipo no podía utilizarse aún para hacer retratos por “la dificultad casi insuperable de la completa inmovilidad del rostro” durante los 10 minutos de exposición. Aunque conocían “por informes” de las mejoras considerables que el proceso había logrado en los últimos cinco meses, desde la salida del barco.
Quizás tentado por las posibilidades de negocios en Montevideo, donde un cuarto de los habitantes eran franceses, el padre Luis Comte decidió abandonar la expedición y establecerse. Se presentaba como Abate -aunque no era Abad- y como discípulo de Daguerre. Profesor de dibujo e idiomas, entrepreneur, en un aviso del 21 de octubre de 1840 ofrecía equipos fotográficos a la venta, asegurando el éxito del procedimiento y brindando “garantías personales” a “las personas que me favorezcan con su confianza”.
Aunque las primeras galerías daguerrianas de Buenos Aires recién aparecerían mencionadas en la prensa hacia mediados de 1843, se sabe que hubo intentos anteriores de traer la fotografía a la Argentina. Pedro De Angelis, gran figura intelectual del rosismo, le compró a Comte el equipamiento pero no logró hacerlo funcionar. En una carta del 23 de abril de 1842, citada en El retrato imposible, la iconografía de Rosas del investigador Carlos Vertanessian, revela su frustración: “Si hubiera sabido que existían tantas (instrucciones) para manejar el daguerrotipo, habría renunciado. Estos diablazos franceses son charlatanes sin igual en el mundo entero”.
Comte vivió en Montevideo hasta 1848. Antes de partir, publicó en el diario la venta de sus pertenencias entre las que se contaban “un laboratorio de caoba” y “un daguerrotipo en buen estado”. En su testamento -murió en 1868-, entre otros bienes, se menciona el giro de 128.000 francos desde la República Oriental, una fortuna considerable.
En cuanto al Oriental Hydrographe, al dejar el Río de la Plata enfiló hacia el Pacífico. Después de presentar el daguerrotipo en Valparaíso, cuando el 23 de junio de 1840 la embarcación dejaba el puerto, golpeó contra unas rocas y naufragó. No debieron lamentarse muertos, pero la reputación del capitán quedó manchada para siempre. Se salvaron una parte de los bienes. Entre ellos, una cámara y un laboratorio que Lucas llevaría a Australia para inaugurar en esas tierras la historia de la fotografía.
Ninguna de las placas daguerreanas tomadas durante la expedición, fehacientemente identificada, subsiste. Solo quedan imágenes atribuidas y litografías hechas a partir de los registros fotomecánicos originales. Tampoco se sabe si el daguerroitipo registró los momentos posteriores al desastre. Sin embargo, en la Biblioteca Nacional de Chile se conserva un boceto fechado el día posterior al accidente. Su autor, testigo presencial de la escena del naufragio, fue nada menos que el alemán Juan Mauricio Rugendas, artista viajero que residía entonces en Valparaíso. Ironías de la historia, fue su “lápiz mentiroso” el que inmortalizó los trabajos de rescate en el Oriental-Hydrographe.
DS/CB
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