Intentará ser un correo al que los suscriptores le den Play. Una vez cada dos semanas llegará a la bandeja de entrada algo que a Julieta Roffo, su autora, le entró por un oído y, en vez de salirle por el otro, le salió por un texto. Habrá música pero también habrá ruidos, canciones y sonidos de los que sabemos todos y, ojalá, de los que sorprendan a los lectores. A lo mejor resulta bien.
¡Hola! Lo que sigue es el sexto episodio del Cuchá Cuchá, y no pude evitar pensar que este newsletter ya lleva la misma cantidad de emisiones que Star Wars antes de que empezaran a abrirle sucursales por todos lados. Como siempre, te doy las gracias por el tiempo que estás a punto de dedicarle. Vamos a lo nuestro.
0
Leer este texto lleva lo mismo que escuchar Eso que llevas ahíen la versión de “No sé si es Baires o Madrid”. Para la próxima saco a Fito de acá: promesa.
Puse balizas y frené en doble fila. Era una avenida y era el carril de la izquierda: sonaron tres bocinas y una puteada. Pero yo necesitaba tiempo. En condiciones normales no me habría importado que pasara lo que pasa tantas veces: algo del puente mágico que el Bluetooth tiende entre el auto y el teléfono falla, y hay que hacer lo que la radio diga. Aspen -Cuchá Cuchá ya le rindió pleitesía a Aspen acá y volvería a hacerlo- pasaba Don’t look back in anger y, siguiera como siguiera esa lista de reproducción, iba a ser efectiva. Como si una hora de clásicos fuera una serie de penales que se patean todos fuerte al medio*.
* Una teoría incomprobable: si leés este newsletter algunas horas después de gritar las tres atajadas del Dibu Martínez cualquier referencia a penales te hace feliz de nuevo. Promoción válida hasta que este país te haga sentir muy intensamente alguna otra cosa.
Frené porque había decidido que era una de esas ocasiones en las que mejor premeditar la música. Mejor desactivar y volver a activar el Bluetooth hasta que el auto hiciera ese ruidito de “ahora sí” y me dejara mandar desde el teléfono el disco que había elegido, No sé si es Baires o Madrid, de Fito Páez. Sin motivo evidente pero sin ninguna duda, con ese tipo de convicción veloz pero sobre todo firme con la que se decide qué doce facturas combinar en una bandeja. Tenía que manejar 11 kilómetros, me había puesto mi remera roja de la suerte y el único perfume caro que hay en mi casa. Iba, por fin, camino a la vacuna y me pareció que era una de esas escenas que no admitían tercerizar la musicalización.
Todavía no sé bien por qué me importó tanto decidirle la música a ese rato pero desde el sábado hasta ahora le doy vueltas a esa pregunta. Se me hace parecido a cuando elegía el color del papel araña para que mi mamá forrara los cuadernos de la primaria: esa decisión los hacía más lindos y más míos que cuando la tapa estaba desnuda. También pensé que a veces elegirles banda sonora a algunos momentos es un poco como pasarles resaltador, algo que signifique “che disfrutalo porque mirá que esto que estás viviendo te importa”.
Otra cosa que pensé es que la canción te sirve de miguita de pan que dejás tirada ahí, como una marca en el camino. Oliver Sacks, el neurólogo y escritor estadounidense al que se le ocurrió algo hermoso como que un libro podía llamarse El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, explicó que la música activa más regiones cerebrales que el lenguaje y que, por las zonas del cerebro que activa, tiene, junto con los olores, una gran capacidad para hacernos recordar. Incluso es un vehículo para que personas con Alzheimer, que tienen la memoria especialmente afectada, puedan evocar algunos momentos a través de recuerdos sonoros.
Para picotear: una conferencia de Sacks en Columbia. Sobre música, claro.
De repente mirás dónde quedaron algunas de las miguitas y se arma el mapa: “Este estribillo sobre hacer pipí, de cuando miraba Flavia Palmiero; esta frase incomprensible sobre las bicis y los barcos, un recordatorio sobre nuestro paso generacional por Costa Esperanza; el hit que Aerosmith le compuso a una película sobre la aventura espacial, una marca indeleble de todas las fiestas de 15 modelo 2000 / 2001; la guitarra de Angus Young apenas empieza Shoot to thrill, la sensación de que es martes a la noche; los primeros tres golpes de batería de Live is life de Opus, las más lindas piernas que vimos; la palabra ‘caballa’, jamás anotada en la lista del supermercado de nadie pero metida en un jingle publicitario que se cantó a capella en el Luna Park, un recordatorio de que este puede ser un país muy hermoso”. Canciones como pistas, pero no “pistas” como andan diciendo los DJs y los softwares: huellas de quién sos y cómo llegaste hasta acá envasadas en paquetitos de tres, cuatro minutos. Recuerdos que vas a tararear.
Sobre este blog
Intentará ser un correo al que los suscriptores le den Play. Una vez cada dos semanas llegará a la bandeja de entrada algo que a Julieta Roffo, su autora, le entró por un oído y, en vez de salirle por el otro, le salió por un texto. Habrá música pero también habrá ruidos, canciones y sonidos de los que sabemos todos y, ojalá, de los que sorprendan a los lectores. A lo mejor resulta bien.
0