Truman Capote se había propuesto ser un grabador viviente: no tomaba notas ni usaba grabador para “no despertar desconfianza en sus interlocutores”. El periodista confiaba plenamente en su memoria auditiva y visual, y se entregaba a la conversación. Liliane Kerjan, doctora en Letras, escribió una biografía del periodista que se titula, claro, Truman Capote. En un tramo cuenta que el periodista pedía a sus amigos que le leyeran un texto y luego intentaba reproducirlo “de memoria”. El margen de error entre lo que le habían leído y lo que él repetía era de tan sólo un 5%. Capote, al parecer, tenía el don del recuerdo fiel.
Mi memoria es frágil; yo no confío en mi memoria. Porque durante el acto de la entrevista la palabra no es la única información. Porque el discurso del otro está “filtrado”: filtrado por lo imprevisible, por las emociones del día o de la noche, filtrado por la escucha subjetiva, por alguna risa o por posiciones defensivas. Así que a la entrevista voy con una lista de temas y preguntas que me interesan, un anotador y birome, el grabador y pilas nuevas (siempre, cada vez). Al llegar, hago mi único y pequeño despliegue, que consiste en sacar de mi bolso una a una mis herramientas de trabajo. Quizás para Capote esto sea la exhibición de los elementos de tortura. Digo que mi memoria es vulnerable, pero admito que también grabo las entrevistas porque ante una posible desmentida tengo pruebas. Y, creanmé, conservar el audio de la nota me ha puesto a salvo de un par de vivos.
La cuestión es que después de todo eso hay que desgrabar, es decir, transcribir la entrevista. Ese crudo es la materia prima con la que montaré el texto. Este es un paso que Capote se salteaba porque tenía el don de la buena memoria. Pero de este lado estamos nosotros y nosotras, los que tenemos que calcular ese tiempo entre que la nota se hace y la nota se escribe. Nosotros, los que bajamos audios. Nosotros, los que desgrabamos.
Con Diego Geddes compartimos algunos días de batalla, mil días de tedio y un millón de mates en la redacción de Clarín. Ahora él es editor en A24 y autor de un newsletter hermoso, El Diario de la Procrastinación. Le pregunto cómo se lleva con la tarea de desgrabar. Responde que cuando se trata de entrevistas largas desgraba a velocidad 0.8, es decir, más lento, así puede tipear de corrido, y que suele hacerlo en bloques de quince minutos porque sino se cansa. Y dice, también, esto: “Cuando me escucho se vuelven muy evidentes los errores que cometí al preguntar, cuando interrumpí al entrevistado que quizás estaba por decir algo o cuando sugiero opciones a una respuesta. Me digo: ‘Callate idiota, dejá hablar’”.
Truman Capote falleció en 1984.
Hace poco vi pasar en Twitter un video tomado en la redacción de Clarín en el que aparece Nahuel Gallotta, periodista. Nahuel hace Policiales, pero de una manera particular, distinta. Escribe desde el territorio, a partir de la voz y la experiencia del o la delincuente. Una forma a contramano del abordaje tradicional en el que se imponen las fuentes institucionales. Nahuel desgraba a mano… ¡A mano! “En el cuaderno que uso para transcribir los audios hago anotaciones o ”dibujos“ o líneas del tiempo que no podría hacer en un word. Desgrabo y voy trabajando el texto. Empiezo a pensarlo: cuál es el comienzo, cuál es el párrafo de info dura, qué escenas voy a elegir. Y me gusta tener las hojas a mano, entre el teclado y la pantalla. Siento que a las hojas ”impresas“, o laburadas con word, les falta algo de alma”, me cuenta.
“Alma” es lo que seguro no tienen los programas de desgrabación automáticos, sobre los que tengo reparos. Es cierto (muy cierto) que te sacan de un apuro, pero cada vez que los usé tuve que comparar el audio original con el texto producido por el robot. La transcripción puede alterar el sentido de frases y eso puede derivar en un problema una vez publicado el texto. El programa no viene con neologismos ni percibe modos de hablar. No se da cuenta, tampoco, de la densidad de algunos silencios: silencios que son datos. Su estructura es rígida y eso lo hace, a mi entender, poco confiable.
¿Yo? Yo desgrabo. Con el tiempo diseñé un idioma propio entre el audio y el .doc. Esto “>”, por ejemplo, indica un silencio. Esto “>>>” me avisa que allí hubo un momento de duda, un momento de duda prolongado. Esto “(...)” es que lo que se dijo no viene a cuenta del foco del reportaje. Risa: “!”; carcajada: “!!!”. Lo dicho en off no lo desgrabo. Odio desgrabar, pero con el tiempo y la práctica, también, entendí que desgrabar es un acto de meditación, como que alguien te hable al oído mientras intentás dormirte. Y si medito, “me-edito”: la voz del otro conforma un paisaje, el clima de un texto, su ritmo, cierta adherencia musical. Parte de mi tarea es trasladar todo eso que me indica la voz. Soy, cuando desgrabo, una médium.
VDM
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