Pulpa es un suplemento de ficción semanal editado por El Cuaderno Azul que publica textos breves y potentes, directo de nuevas voces para lectores hambrientos. Recibimos textos de manera abierta, a través de este link.
Nunca me enojé tanto en la vida. No me enojo en general, me asusta decir o hacer cosas de las que pueda arrepentirme. Me asusta un poco saber que puedo lastimar a alguien. Me despiertan los gritos, mi gato esta acostado el lado mío.
Barabara Bustos
0
A la noche, en el balcón, tengo conversaciones imaginarias. Le digo a las personas las cosas que no me animo a decirles de día, en la cara. Monólogos profundos, intensos que ese otro escucha sin poder creer la cantidad de verdad que le estoy mostrando. Queda impactado, con los ojos llenos de lágrimas, pensando todo lo que yo pienso, sintiendo exactamente lo que le estoy sintiendo o sentí. Cuando esa conversación llega al final ya estoy lista para irme a dormir. Ya estoy agotada.
Siempre dormí lindo. Calmada y sin moverme ni un poco. Soy una asmática que no ronca y recuerdo mis sueños con un nivel de detalle absurdo pero mi cuerpo no lo traduce en descanso. Me despierto más cansada. Muchas veces con dolor de cabeza, los ojos pesados. Necesito por lo menos cuarenta minutos más de cama para poder empezar a hacer algo. Una cama que me absorbe, que me traga por completo y cuando me escupe soy solo un resto. Me llevó un año aprender a dormir en el medio de esa cama, cuando me quedé sola. Esa cama que me traga, gigante. Dos metros por dos metros para un cuerpo de un minúsculo de unos pobres cuarenta y dos kilos. Pero no podía evitar seguir conservando “mi lado” y cada vez que giraba sentía el espacio de no tener nada que agarrar.
Siempre recordé mis sueños, desde muy chica, pero mientras estaba ocupada en acostumbrarme a dormir en medio de la cama me olvidé de soñar.Me di cuenta que había perdido mi conexión con ese otro lado de mi cabeza. Levanté un muro entre mi consciente y mi inconsciente y no estoy dejando pasar nada por miedo a que pase todo junto de una sola vez y termine de romper lo poco que queda de mi. Hasta que llegó el clonazepam. Empecé a recuperar mis sueños de a poco. Al principio caras, espacios, palabras sueltas, colores mezclados. Después volvieron las historias más posibles de contar. Cuando me agregaron el Escitalopram pasé de historias narrables a películas completas. Películas recurrentes. Siempre me acuerdo un poco lo mismo y no se si es que lo sueño cada noche o es lo invento cada mañana.
Estoy en Mar del Plata. Siento que es Mar del Plata, pero no hay lobo marino, ni Manolo, ni puerto. No hay referencias pero yo sé que estoy en Mar del Plata. Me estoy yendo y no hago tiempo a armar un bolso. Me sobra espacio y pienso que me olvidé cosas o me falta espacio y necesito buscar otro bolso. No voy a llegar a tomarme el micro que tengo que usar para volver. Aparece mi mamá, otras veces mi papá o quizas alguna de mis hermanas y empezamos discutir. levanto el tono cada vez más. Nunca me enojé tanto en la vida. No me enojo en general, me asusta decir o hacer cosas de las que pueda arrepentirme. Me asusta un poco saber que puedo lastimar a alguien. Me despiertan los gritos que sueño. Mi gato esta acostado el lado mío. Ahora sé que es un sueño. Lo toco, es suave y es real y yo no le estoy gritando a nadie.
Creo que estoy hablando. Siento mi cuerpo haciendo el esfuerzo de decir palabras, intentando despertarse para poder pronunciar exactamente lo que tenía que decirle a ese alguien durante esa discusión. Estoy harta de las discusiones imaginadas o soñadas. Quisiera no tener miedo de enojarme para poder soñar otras cosas. Me despierto con la voz cansada. No es parte de mi belleza durmiente estar en esta situación.
Me bajé una aplicación para grabar el sonido de mi habitación mientras duermo. Escuché una grabación de ocho horas completas para saber si de verdad hablo o si es parte de los sueños. No hubo un solo sonido. Giré dos veces en la cama esa noche y nada más. Es todo sueño.
Ahora estoy en el edificio, un ascensor que no funciona. Tiene un cartel que dice “fuera de servicio”. Después estoy en mí casa. Mi abuela me está ayudando a ordenar. En la puerta hay dos pares de zapatos. Me dice que el otro par es de mi otra abuela. Las dos levantan ropa del piso, pasan gamuzas, acomodan mis libros, barren los pelos del gato que forman madejas imposibles de ignorar por toda la casa. Yo quiero ayudar pero siento que no puedo. Cuando las busco para que me den una tarea desaparecen. Desaparecen de mi, yo se que siguen ahí porque las escucho, hablan entre ellas. Se dicen cosas como “ya nos queda poco para terminar” o quizás algún “esta chica tiene todo hecho un desastre, es culpa de la madre que no le puso límites”. Me despierto de nuevo. Una de mis abuelas está muerta, entonces sé que es sueño. De nuevo. Me gusta cuando los muertos me hablan en sueños. A mi mamá y a mi abuela les da una sensación entre miedo y fascinación. A veces escucho con claridad lo que dicen y otras veces solamente mueven la boca y yo adivino lo que me estan diciendo. Me mandan saludos a los vivos, me dan consejos, opinan sobre cosas que no pedí sobre todo. No soportan mirar todo desde afuera.
Aparece un hombre sentado en un sillón envuelto en una chalina negra con manchas rojas. Como de tul o algo asi que deja traslucir su cuerpo desnudo. Es como una mamá travesti que nos llama a todas las que estamos cerca del sillón y nos hace recostar la cabeza sobre sus piernas para acariciarnos el pelo y calmar cualquier angustia. Cuando termina de peinarme, otro hombre me agarra de la mano y me lleva hasta un baño. Me empieza a sacar la ropa mientras me agarra el pelo con mucha dulzura para no despeinarme. Me besa. Me toca. Las otras mujeres de la casa miran desde afuera lo que él hace conmigo y lo celebran. Aplauden cuando me empieza a chupar las tetas. Gritan cuando finalmente me termina de sacar la bombacha pero en el momento justo en el que se que va a empezar a masturbarme, cuando siento su mano subiendo por mi entrepierna, justo cuando me empieza a subir el calor, el gato saltando encima mío. Todo sueño.
Esos sueños son los únicos que se interrumpen. Como si no pudiera seguir, aunque quiera. Sería más fácil descibirlo si yo fuera como antes, como desde el primer momento en que descubrí que tenía el don de la sexualidad. La medicación cambia esas cosas. pero mi psicóloga dice que tampoco es todo culpa de la medicación. Según ella me fui a vivir a mi cabeza. Dice que pasé demasiados años viviendo en mi cuerpo y poniéndolo al frente de todo. Mi cuerpo analizado por mil médicos, expuesto a mil estudios y nunca enfermo de nada puntual, nunca saludable del todo. Mi cuerpo imposible de ser quebrado o agotado. Tiene los niveles de tolerancia más altos que pude conseguirle. Le enseñe a obedecer todo lo que se cruzara por mi cabeza Lo exploté de todas las maneras posibles, pero ahora me mudé a mi cabeza. La tuve resguardada, alejada de todo, en reposo. Como esperando que mi cuerpo se diera por vencido y algo le dijera “dale, te toca”. Lo que hay ahí es demasiado mío, demasiado frágil, demasiado susceptible de ser destrozado con un gesto. Mi cuerpo no. Le saqué su grasa, su carne, su forma, su pelo, su color, lo llené de ropa de invierno, lo cubrí hasta no dejar piel a la vista, le saqué el deseo, le saqué el hambre. Lo deje solo, soñando, en el medio de mi cama. No bailo, no cojo, apenas me mantengo en pie. Mi vida es en la cama, tapada por sábanas aunque haga calor. Tengo un espejo gigante en el que no me miro porque no se qué es lo que estoy viendo. No sé si soy yo o algo que quedó de lo que era. Hace unos días salí de la ducha y me di cuenta que todavía tengo tatuajes. Tengo miedo de no ser más que mis tetas, mi cintura y mi concha, así que me convertí en mis ojos cada vez más grandes en mi cara cada vez más chica. Cada vez más imprecisa.
Sobre este blog
Pulpa es un suplemento de ficción semanal editado por El Cuaderno Azul que publica textos breves y potentes, directo de nuevas voces para lectores hambrientos. Recibimos textos de manera abierta, a través de este link.
0