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Sobre este blog

Pulpa es un suplemento de ficción semanal editado por El Cuaderno Azul que publica textos breves y potentes, directo de nuevas voces para lectores hambrientos. Recibimos textos de manera abierta, a través de este link. 

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Tatami

Dos chicas peleando

Mariángeles Merlini

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Tuve paciencia, mucha. Cuando los pibes del gimnasio me contaron que me tildaba de puta tira goma no le dí importancia. Gina se cree la única colorada que escucha Metallica y lee a Nietzsche del planeta y todas las demás somos unas posers de mierda que quieren aferrarse a la pija de su novio como un clavel del aire.

No es mi culpa que justo Juan sea su novio y también mi profesor; tampoco es mi culpa que sea mejor que ella porque hago artes marciales desde que tengo memoria. No soporta ver como mis piernas se abren en un Split perfecto de ciento ochenta grados mientras practicamos juntas. No le interesa si tengo pareja o no, o que ya hace más tres años tengamos que vernos las caras todos lunes, miércoles y viernes, para ella siempre voy a ser competencia. Igual no soy la única; Martina la novia de uno de los chicos vino a probar un par de clases y se fue con una fisura en la costilla. No volvió más.

Mas tiempo pasa, peor le caigo. Al principio Intenté transmitirle seguridad, le hablaba en las duchas de banditas punk que nos gustan a las dos o le pedía recomendaciones de libros, aunque tiene el gusto literario de un viejo yankee de Texas que votó a Trump. Todos mis intentos por acercarme fallaron, más insistía y más se alejaba hasta que empezó a ignorarme por completo y dejó de saludar. 

En algún punto el rechazo empezó a convertirse en bronca, de no dirigirme la palabra pasó a empujarme con el hombro si estábamos solas, fingía que no existía en el cuarto o si nos cruzábamos de noche en algún cumpleaños se ponía borracha y se le calentaba el hocico conmigo. 

El problema de verdad arrancó cuando empezó a zarparse en los entrenamientos. La primera hora de práctica repasamos técnicas y la segunda es de lucha. Como gracias a ella somos las únicas dos mujeres del grupo nos ponen juntas bastante seguido. Decidí tomar como parte del entrenamiento las provocaciones, los golpes abajo del cinto y los ataques completamente innecesarios en ejercicios de repaso que buscan lesionar de verdad. Hace rato me di cuenta que la piba no solo quiere lastimarme, intenta que abandone, me daba mucha pena que pasando tanto tiempo juntas no podamos ser amigas.

 Más de una vez se tuvo que meter Juan para calmarla o sacarla de la práctica. A pesar de eso nunca me quejé, sabía que cualquier cosa que diga solo iba a alimentar su odio.  

Una noche estaba particularmente loquita, se notaba que habían peleado con el novio y se descargó conmigo. Ni siquiera estábamos haciendo lucha, por eso me agarró completamente desprevenida cuando de la nada me embocó una trompada limpia que resonó en todo el espacio y me dejó mirando al piso. 

Todo pasó muy rápido, la piña fue tan dura que me reseteó el cerebro, el parásito gestándose dentro mío explotó cuando sentí el gusto a hierro en la boca. Me desconfiguró, un calor de desierto tomó mi cuerpo, la sangre me quemaba la piel por dentro, todo el cansancio del día desapareció en un segundo, las manos se tensaron como garras, el abdomen se contrajo como una piedra, apreté tan duro los dientes que mi mandíbula se fusionó en un único bloque óseo.

En el recinto se hizo un silencio pesado, nadie se animó a emitir sonido. Lo único que pude escuchar fue una risa desencajada que resultó ser mía cuando levante la cabeza y le clave los ojos como un alfiler detrás de los suyos. Antes de que el miedo le permita echarse para atrás me tiré encima y le incrusté la rodilla en la boca del estómago, todo su cuerpo se contorsionó como una cobra hacia delante, sin bajar la pierna le hundí la planta del pie en el pecho, sentí como el metatarso se hundía entre sus inmensas tetas tibias y voló para atrás. Gancho derecho a la mandíbula, con el mismo movimiento un revés en el parietal que le reventó la sien y cayó al piso.

No podía parar, no quería parar. Si vas a jugar tenes que estar dispuesta a sufrir y ella no había sufrido lo suficiente. Me abalancé encima inmovilizándola en el piso con las piernas, podía sentir su cuerpo caliente debajo del mío, haciendo fuerza con los aductores contenía su cintura diminuta, ella pataleaba y se contraía espástica bajo mi propio peso. Quería aplastarla, hundirla, comprimir sus huesos de la cadera con mi culo hasta el polvo. Habia algo en su respiración entrecortada que me daba una inmensa sensación de placer. Nunca dejé de mirarla, ni por un segundo quería perderme sus ojitos brillosos a punto de llorar. Quería que entienda la diferencia abismal de fuerza entre nosotras y que si nunca le había tocado un pelo no era por miedo, era porque no valía la pena. No era suficiente con golpearla, necesitaba humillarla hasta que nunca más pueda levantar la cabeza en mi presencia. Solo veía rojo, ella se cubría como podía mientras mis codos autómatas buscaban enterrarse en su cara. Quería agarrarla de los pelos y arrastrarla por el piso del tatami, obligarla a limpiar las colchonetas llenas de sudor con la lengua para que aprenda que el fuego es peligroso y que para provocar un incendio hay que estar dispuesto a quemarse.

No recuerdo mucho más, unos brazos me tomaron del cuello y varias manos trataron de desenredarme de sus piernas que ya no se movían. Me hablaban pero no entendía ni una sola palabra, solo podía seguir con la mirada como la llevaban al vestuario y los lamparones de sangre en su uniforme teñido de un negro más intenso.

Nadie dijo nada. Mientras pasaba el trapo con olor a lavanda por el piso chocolateado al final de la clase pensé en lo inútil que es negar la propia naturaleza y en que probablemente ya no íbamos a poder ser amigas. A la semana siguiente, Juan el profesor que seguía siendo su novio,  me avisó que iba a representar a la escuela en la categoría de peso pluma del torneo anual. Ahora si iba a tener que entrenar en serio.

 

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