Cuando pase el temblor: estrategias de supervivencia cultural en tiempos de ajuste
Algunos terremotos comienzan así, sin estridencias. Pequeños temblores que van in crescendo hasta que, ahora sí, las casas y las cosas comienzan a venirse abajo. Con la cultura suele suceder algo parecido, sólo que ese tufillo a demolición en el aire a veces genera el impulso contrario: las ganas de reunirse y conversar, de mantener los cimientos. ¿Cómo vive la gente de la cultura, por ejemplo, la súbita desaparición del ministerio y su reconversión exprés en secretaría, las derivas de la Biblioteca Nacional y la gran pregunta sobre los medios públicos?
Cabe recordar que en un video pre balotaje el actual presidente tachaba los nombres de los diferentes ministerios y el de Cultura no fue la excepción. No es casual: hace ya décadas que –en su tipología de políticas culturales en América Latina- Néstor García Canclini hablaba de la “privatización neoconservadora” como la entrada de las empresas al espacio cultural, siguiendo una mirada economicista según la cual el acceso a los bienes culturales deja de ser un derecho para convertirse en un privilegio.
En el caso de la administración libertaria, las señales comenzaron a llegar en forma de trascendidos, comunicados, resoluciones y hasta tweets. Así fue como se supo que el productor teatral Leonardo Cifelli sería el nuevo secretario de Cultura, que el presupuesto de la cartera se recortaría en un tercio y que el programa Cultura argentina al mundo, dependiente de la Cancillería, entraba en stand by. Este programa facilitaba los pasajes a las y los artistas y escritores invitados a participar en ferias y congresos internacionales pero el 14 de diciembre se anunció la suspensión de la segunda convocatoria. Para la escritora Gabriela Cabezón Cámara, autora de La Virgen cabeza y Las niñas del naranjel, entre otros, ése es todo un dato. “Tampoco es que antes había grandes financiamientos, pero ahora ya sé que Cancillería no va a pagar pasajes para la gente que sea invitada. Espero que siga el Programa Sur de traducciones, que ha sido una política de estado que se ha sostenido a lo largo de varios gobiernos y funciona muy bien. Por lo demás, la idea es juntarse, leer, leernos y ver qué se nos va ocurriendo porque esto para mí es un golpe muy fuerte. Esta monstruosa transferencia de riqueza de las clases populares al poder más concentrado del país y que esto tenga consenso popular es como una locura. Es un golpe”, admite.
Frente a esto, la escritora y editora Ana Wajszczuk –autora de Chicos de Varsovia y Fantasticland- defiende el valor de la cultura comunitaria y hasta ensaya opciones para acceder a textos sin tener que comprarlos. Enumera: “Préstamos, bibliotecas, grupos de lectura, hoy los libros se ponen en circulación de muchas maneras. Quizá sea fingir demencia pero prefiero sostener la esperanza de que los libros van a ser un lugar de resistencia, como lo han sido siempre a lo largo de la historia, en todas las épocas y lugares. Una forma de resistencia y de consuelo, de imaginar y de habitar otros mundos. En lo personal, hacer comunidad es la que va. Yo confío en esta efervescencia que tenemos los argentinos en eso de hacer cosas con dos mangos, atando con alambre, prestando o haciendo circular. Esa es una manera de resistir y de habitar este momento que nos toca”, se ilusiona.
Desde otras prácticas pero en la misma línea habla la cocinera y activista ambiental Perla Herro, de Slowfood Argentina, quien plantea una idea idéntica de trama solidaria y reconoce que la pregunta acerca de cómo seguir ya se ha instalado. “Este ha sido un tema recurrente entres mis amigas más cercanas, sobre todo las que tienen una economía distinta porque son artistas, productoras, artesanas. Sin dudas habrá que ponerle a todo más creatividad y estrategia. Será una frase hecha pero es real: ”No salimos de esto solos“. Se necesitan redes de todo: de ambientalistas, de artistas, de pintores. Esa es la gente con la que siempre nos ayudamos y las que siempre van a estar. En ese sentido, todo esto me trae recuerdo de la pandemia, que también fue un tiempo en el que recordamos cuáles eran las cosas realmente importantes de la vida. Para pensar esto me resulta muy revolucionario lo que dice el biólogo italiano Estéfano Mancuso al hablar del mundo vegetal, de sus lazos y de su enraizamiento. Dice: ”Una arquitectura modular, cooperativa, distribuída, sin centros de mando. Capaz de resistir, perfectamente, depredaciones catastróficas y continuas sin merma de funcionalidad“.
Enlazarse y resistir
La escritora Selva Almada, además de autora de libros memorables como Ladrilleros o No es un río, se lanzó en 2020 a promover a escritoras y escritores de las provincias, a difundir escrituras diversas en un proyecto llamado Salvaje federal. Y desde ahí cuenta su plan de supervivencia para los tiempos que se avecinan y que ya la sorprendieron cuando se descubrió siguiendo en las redes sociales a un ministerio cuya existencia desconocía. “No recuerdo haber escuchado nada vinculado a la cultura en la campaña de Milei pero ahora que es presidente el Ministerio de Cultura ya no existe. Fue absorbido por otro llamado ‘de Capital Humano’ que en IG se apropió de todos los seguidores que el desaparecido ministerio tenía en esa red social. Yo, entre miles”, comenta. “Frente a esto, proyectos culturales en los que estuve involucrada siempre han sido lugares de resistencia, en todas las épocas y en todos los gobiernos. Por supuesto que esto no será diferente ahora o, mejor dicho, lo será más que nunca. Hay que seguir generando lazos porque la única salida del desasosiego son la imaginación y el trabajo colectivo”, asegura.
En la misma línea, el sociólogo y escritor Pablo Alabarces, investigador del CONICET y autor de Crónicas del aguante e Hinchadas, entre otros, remarca algo central: la condición marginal de la cultura como su histórica garantía de sobrevida. A veces no estar en el centro es una verdadera ventaja. “¿Cómo lo vamos a pasar? En ese sentido soy poco pesimista porque- salvo que haya un giro profundamente represivo de la mano del villarruelismo- no creo que esta gente avance en operaciones censoras”, asegura. “Los que transitamos por espacios institucionales como la universidad o el CONICET seguiremos transitando por allí sólo que con menos financiamiento, con salarios devaluados, etc. Pero como nuestro espacio de debate es otro, seguiremos haciendo conversaciones, entrevistas y encontrándonos en paneles y conversatorios. Ese tipo de cosas seguro van a seguir existiendo. Será que nuestra voz no genera ningún tipo de efecto político. Y el triunfo de Milei, en ese sentido, es un ejemplo clarísimo”.
Habrá, dicen otros, que recuperar la memoria en el más amplio de los sentidos. No sólo recordando que ya estuvimos alguna vez ahí (los libros enterrados y hasta prendidos fuego no nos dejan mentir) sino también cómo fue que sobrevivimos y mantuvimos vivo el arte de conversar en tiempos de pensamiento monolítico.
“Tengo encima el training de la dictadura, menemismo, macrismo y pandemia”, dice a modo de resumen y con cierto orgullo el escritor Guillermo Martínez, que hoy se divide entre escritura y activismo cultural. “Ahora mismo estoy escribiendo una nueva novela y acompaño además todo lo que surge de la Unión de Escritores y otros colectivos de artistas o científicos. Recién tuve una discusión muy acalorada con un amigo que vive en USA, que me decía que muchos de sus amigos –científicos muy buenos- habían votado a Milei. Tienen lo que llamo un ”antiperonismo esencial“: creen que sin peronismo la Argentina sería un país ”próspero“ y normal. Siempre ronda la idea de la purificación final”, dice, inquieto. Sabe que el temblor ya está aquí. Sabe, también, que se lo enfrenta en bandada.
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