Valdano, Bilardo y la hepatitis en la previa a Italia ‘90
Buenos Aires, enero de 1990. En su desesperación por conservar el campeonato Mundial obtenido cuatro años antes, Carlos Bilardo apela a todo, incluso lo imposible, como pedirle a un jugador que lleva tres años retirado, Jorge Valdano, que vuelva a jugar, que se ponga en forma, que lo quiere llevar al Mundial. Valdano, que arrastra una hepatitis, vence sus dudas y resistencias y acepta el reto. Inesperadamente, cuando ya están en Italia, a punto de comenzar, Bilardo le informa al delantero que no lo ve, que cree que no está preparado para la alta competencia. Cuando se lo comunica, no le da más explicaciones que esa.
–Además de doloroso fue raro, ¿no?
–Tengo sospechas, pero las sospechas no se hacen públicas. Hubo una decisión difícil de entender, si atiendo al contexto de dónde venimos, de lo que había conversado con él en los últimos días, de lo que había ocurrido en el último entrenamiento. Yo soy muy malo para la incertidumbre y muy bueno para el hecho consumado. Una vez consumado el hecho, me lo plantee de la manera más sana. Dije: “desafié los límites y me ganaron los límites”. Lo que para un futbolista, que nos creemos inmortales en algún tramo de nuestra carrera porque estamos viviendo sin los pies en el suelo, me pareció sano. Debo decir que en esos seis meses había sufrido mucho físicamente. Yo durante tres años no es que no haya hecho vida de profesional, sino que había sido un paciente. Yo tenía una hepatitis crónica, que por cierto, hice todo eso sin tenerla curada. La hepatitis me la curé 15 años después. El esfuerzo fue terrible. Me dolía todo.
–La hepatitis, ¿qué te hacía?, ¿exacerbaba los dolores, te hacía sentir más lento?
–Sí, te sentís mucho más cansado. El músculo tampoco tiene las reacciones que tenía que tener. Todas las derivas de un paciente. No lo viví como algo triste, porque tampoco la convivencia era la del ‘86. Diego era otro.
–Diego ya era Dios.
–Inmanejable. Él hacía su vida al margen totalmente del grupo. Me da la sensación de que hubiéramos terminado mal posiblemente. No lo sé. Luego las circunstancias lo llevaron hasta la final, pero en un camino totalmente distinto al nuestro. Nosotros en el ‘86 no es que no jugamos una prórroga, es que no tiramos un penal. Fue un paseo. A partir de Uruguay fue un paseo de verdad, fuimos muy superiores a todos en la cancha. Pero esto eran penales, penales, penales. La convivencia debe ser un polvorín.
–¿Es verdad que, cuando Bilardo te desafecta, Ruggeri te dijo cómo no reaccionaste o algo así?
–“¿No le pegaste?”, me dice. Y eso que lo adora a Bilardo.
–Hay un recuerdo final, que Giusti te pide hacer una foto, cuando estás dejando la concentración.
–Tiene que ver con la sabiduría del campesino. Si tengo que elegir un jugador después de Maradona, elijo a gringo Giusti.
–¿Por qué? ¿Por eso?
–Por la influencia tan sana que tenía. Ocurrían cosas que parecían extraordinarias y él necesitaba diez palabras para normalizarlas.
–Una capacidad de condensación.
–Un tipo que es capaz, en el conflicto en el que vivíamos, de ponerle hielo a todos los problemas, es un auténtico crack. Yo me iba con mi agenda y mi maleta, él se iba a entrenar porque Bilardo le había dicho: “nos vamos a Israel, volvemos y te hago una prueba, si saltás los alambrados, te quedás, si no saltás los alambrados...”. Luego entendí que eso era un verso para hacer más creíble lo mío, que no se salvaba nadie, ni siquiera Giusti, que era su hijo. Yo estaba ahí, los dos parados sin saber muy bien qué decir y Pachamé que se había quedado para entrenar al gringo. Me dice el gringo: “qué momento más triste, Pacha, andá a buscar una máquina de fotos”. La foto es malísima. Viene Pachamé y dice: “sacanos una foto”. Estamos los dos abrazados, yo en traje y él de futbolista. Me dice: “dentro de algunos años la vamos a mirar y nos vamos a reír”. Un día estaba en el hotel Hilton, habían pasado cuatro o cinco años, me dan un paquete y era la foto en un marco. Es la única foto de fútbol que tengo ahí. Tengo una del momento en que tomo conciencia que va a ser gol contra Schumacher, la pelota está pasando al lado del pie, hay un solo tipo en la tribuna que levanta el brazo como diciendo: “esto es gol”. Me la regaló un periodista que estaba haciendo reportajes a todos los jugadores que habían metido un gol en una final. La tengo ahí porque es un antes y un después. En cambio lo del Gringo es una enseñanza de vida. Es el “todo pasa” de Grondona, civilizado, hecho foto.
–Sí, en un hecho específico.
–Un filósofo el Gringo.
PP/MG
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