Milei espera que Trump facilite fondos del FMI, que se resiste a un dólar barato
La búlgara Kristalina Georgieva sabe bien quién manda en el Fondo Monetario Internacional (FMI), que ella dirige. Apenas Donald Trump ganó las elecciones presidenciales de Estados Unidos en noviembre pasado, la titular del organismo comenzó a deshacerse en elogios por el plan económico de Javier Milei.
Desde que empezó el gobierno libertario en diciembre de 2023, el FMI siempre celebró un ajuste fiscal mayor al pedido, pero también advertió sobre el impacto social y criticó la política de tasas de interés y el tipo de cambio. Pues ahora, en público, Georgieva cataloga a la receta argentina de “uno de los casos más impresionantes de la historia reciente” y ya no suelta reproches a viva voz. Es economista, pero también política y sabe acomodarse a los tiempos que corren. No se va a inmolar por cuestiones del estatuto técnico del Fondo y seguirá lo que Trump diga. Sin embargo, en el directorio del FMI, EE.UU. pesa más que nadie, pero también los países europeos tienen voz y votos, y coinciden muchas veces con la opinión de un staff que es renuente a prestar para sostener un tipo de cambio casi fijo y apreciado en exceso.
Milei viaja a Washington para la asunción presidencial de Trump el lunes, pero este domingo se verá con Georgieva. Están avanzadas las negociaciones por un nuevo préstamo de hasta US$15.000 millones entre el equipo del ministro de Economía, Luis Caputo, y el staff del FMI. Sin embargo, faltan definiciones clave. Caputo quiere el dinero para ir liberando de forma gradual el cepo cambiario, pero de ninguna manera quiere asumir riesgos hasta las elecciones legislativas de octubre. Pretende llegar a las urnas con el dólar y la inflación controlados. Aunque él y Milei prometen alguna vez liberar el mercado cambiario, por ahora hacen lo contrario y rebajaron esta semana del 2% al 1% el ritmo de suba mensual del moneda norteamericana en la plaza oficial.
Después de las malas experiencias de los tipos de cambio fijos en los años 90, como en el caso argentino, el FMI ya no apoya ese tipos de esquemas que algún día puede soltar por los aires. Menos lo respaldaría en un mundo actual de tipos de cambio flexibles y con el pronóstico de un fortalecimiento del dólar y depreciación de mercados emergentes en la era Trump. Por eso, su staff no está dispuesto a prestar alegremente más fondos al país que de por sí ya le debe casi la mitad de la deuda que financió en el mundo. En principio no quiere que se usen para mantener un dólar casi fijo y barato, como el que está ejecutando el plan de Milei y Caputo. Pretende que se libere el cepo y el mercado cambiarios y que se fijen metas de acumulación de reservas del Banco Central, que no se rifen para defender un valor determinado del peso.
Por el contrario, al ministro no le molesta que el tipo de cambio baje y sostiene que, en lugar de controlar la cantidad de reservas, se comprometerá a dejar de emitir pesos y así acotar su masa circulante. Confía en que continúe lo que ha sucedido hasta ahora: que abandonar la maquinita de imprimir billetes ha llevado a que empresas e individuos deban quemar sus dólares para sobrevivir. El staff del organismo no quiere que el presidente y el ministro de Economía de la Argentina usen un nuevo crédito para sostener de manera artificial un peso fuerte.
En el Gobierno le responden que no se trata de un artificio, sino de la reacción natural de la población de sacar su dólares del colchón ante la emisión cero de moneda nacional. En el Fondo entienden que en la Argentina siempre ha habido divisas guardadas de más, pero temen que un día por factores internos o contagios externos se pierda la confianza de momento ciega del mercado en el plan libertario y se desate una corrida cambiaria. No sería la primera vez en este país ni en otros. Y a los países desarrollados no les sienta bien que el dinero de sus contribuyentes se malgaste.
Ya lo intentó hacer Caputo en 2018, cuando era presidente del Banco Central y quiso usar el dinero del FMI para contener el dólar. A los pocos días el Fondo pidió su cabeza. Lo recuerda bien Mauricio Claver-Carone, que en aquel año era director del Fondo por EE.UU. y que ahora será el encargado de la política norteamericana de Trump. Claver-Carone tampoco guarda buena imagen del jefe de Gabinete, Guillermo Francos, que actuó en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para desplazarlo de la presidencia en 2022. No obstante, una orden de Trump en favor de Milei puede llevar a que el abogado cubano-estadounidense olvide los rencores con Caputo y Francos.
Más allá de los reparos del staff, Trump puede ordenar que se alineen todos, técnicos y directores de otros países, para apoyar a una Argentina a la que se la ve necesaria para la provisión de energía y alimentos al mundo. El nuevo jefe norteamericano puede hacer valer su peso político y saltarse cuestiones técnicas como lo hizo en 2018 para respaldar con el megapréstamo de US$44.000 millones al gobierno de Mauricio Macri.
Quizás su ayuda no llegue de inmediato porque el presidente de la superpotencia enfrenta muchas otras prioridades al iniciar su segundo mandato, pero se descuenta con que llegará. Puede que la ayuda se concrete en unos meses, con el compromiso de una liberación gradual del cepo, aunque por ahora el staff se ha venido manifestando en contra de este pedido del Gobierno. Por eso tampoco se descarta que el acuerdo se demore hasta después de las elecciones, cuando Milei y Caputo ya puedan soltar el tipo de cambio sin temor a que impacte en la inflación y en el electorado. En el directorio del FMI hay países europeos recelosos de Trump, que amenaza con invadirle Groenlandia a Dinamarca, y que recuerdan que ellos impusieron en su continente fuertes ajustes que recién ahora la Argentina está ejecutando, después de recibir el mayor crédito de la historia hace siete años y de incumplir los acuerdos en los primeros seis hasta que llegó la novedad ultraderechista en 2024.
En el staff del FMI lo dicen con claridad en privado: no están de acuerdo con un tipo de cambio fijo. Y en el Gobierno también lo manifiestan con la misma convicción a puertas cerrada: si el Fondo no les dan lo que quieren, seguirán con su plan y retrasarán el pedido de plata. Total, el próximo vencimiento de la actual deuda con el Fondo recién vence en septiembre de 2026.
El TLC y Musk
Pero la relación económica entre Trump y Milei no se circunscribe sólo al futuro préstamo del FMI. Hay otros dos asuntos clave: el sueño del presidente argentino de firmar un tratado de libre comercio (TLC) con EE.UU. y las inversiones norteamericanas que puedan llegar de la mano de la adoración que predica Elon Musk, mayor millonario del mundo y futuro secretario de Eficiencia Gubernamental de Trump, por el líder ultra de la Argentina.
Hay dudas por el TLC. Por un lado, hay quienes sostienen que es imposible por el proteccionismo del nuevo presidente de EE.UU., además de que implicaría romper el Mercosur. Para evitar esa ruptura, habría que sellar un pacto entre Washington y el bloque sudamericano, pero difícilmente Trump esté dispuesto a abrir su mercado a una potencia agrícola como la que integran en conjunto la Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay. En cambio, estaría más proclive a convenios sector por sector. El libre comercio pasó de moda en el mundo, sostienen algunos analistas. Pero otros recuerdan que la UE aceleró en 2024 el TLC con el Mercosur. China también lo pretende y por eso mismo quizás Trump reaccione firmando con la unión aduanera sudamericana, sobre todo ante la necesidad de aprovisionarse de comida y energía en un mundo donde escasean por las guerras.
En cuanto a las inversiones, Musk ha llamado a hacerlo en la Argentina, pero de momento no lo ha hecho él. Quizás pesó más su obsesión por la productividad que la simpatía que le despierta el influencer mundial de los libertarios nacido en Buenos Aires. En el mundo de de los negocios bilaterales no ven que el magnate de origen sudafricano vaya a poner su fortuna por estas pampas.
Por ahora sólo comenzó a ofrecer su servicio de Internet satelital Starlink. No se dijo nada concreto sobre experimentos de inteligencia artificial ni radicación de sus equipos para abastecerlos con gas o energía nuclear, como sueña el asesor presidencial Demian Reidel.
En junio pasado, Reidel prometió una supuesta inversión inminente por US$1.000 millones, pero todavía no se materializó. Hasta ahora lo que se ve son empresas norteamericanas interesadas por el petróleo, el gas y la minería. Ya lo estaban antes de este gobierno, pero las ventajas extraordinarias que otorgó el Régimen de Incentivo de Grandes Inversiones (RIGI) por dos años aceleró los proyectos. Algunas iniciativas aguardarán hasta las elecciones de octubre. En ese camino, en el mercado se preguntan si Milei necesitará el fogonazo de dólares del FMI o podrá pilotearla solo para seguir bajando la inflación y consolidar su radical giro político en el país.
AR/MC
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