No hay campaña electoral sin movimiento cambiario
El tiempo suele cambiar los formatos del humor; los temas, en cambio, no se renuevan con la misma velocidad. Al menos en Argentina. Basta una medida de la Comisión Nacional de Valores para que los memes vuelvan a teñirse de verde, como en aquel de Los 11 verdes que circuló en las redes sociales hace algunos días: un equipo completo de dólares distintos formado en la cancha cual jugadores de futbol, el dólar solidario al arco y el MEP entre los punteros.
Las restricciones para el acceso al dólar contado con liquidación anunciadas hace dos semanas volvieron a poner sobre la mesa la multiplicación actual de cotizaciones, al tiempo que impulsaron una nueva alza del dólar blue que llegó a su valor más alto desde octubre pasado.
Distintos especialistas consultados por la prensa atribuyeron además cierto carácter “estacional” al aumento de la demanda de dólares que, con las restricciones vigentes, no puede canalizarse en el mercado oficial. Por un lado, el cobro de aguinaldos por parte de los sectores con capacidad de ahorro también desemboca en el embudo del blue. Por otro, aunque la campaña de cara a las PASO comienza oficialmente este fin de semana, el cierre de las alianzas partidarias ya puso a la opinión pública en modo preelectoral. Y, como se viene verificando desde 1983, en la Argentina no hay campaña electoral sin movimientos cambiarios.
Desde la City, se repite con la fuerza del dogma: el escenario electoral genera ruido en la economía. Sin embargo, no por habitual esa relación se convierte en necesaria. La democracia conquistada en 1983 se acerca a los 40 años de vida. Atravesó indemne -aunque no exenta de turbulencias- las mayores crisis económicas de la historia nacional (en 1989 y 2001), neutralizó la amenaza militar que durante décadas la había tenido en vilo y alojó tanto el esquema bipartidista que la caracterizó en el siglo XX como el desarrollo de nuevas fuerzas políticas que marcan el XXI. Desde hace un cuarto de siglo el esquema se repite puntual: cada dos años hay elecciones; cada cuatro son presidenciales. Nada parece más alejado a una fuente de incertidumbre que este escenario, por demás previsible.
Y, sin embargo, se mueve. ¿Son efectivamente las elecciones las que prenden las alarmas de las mesas de cambio? ¿Puede la renovación de una porción de las cámaras de diputados y senadores ser portadora, en sí misma, de inestabilidad económica?
La pregunta no es ingenua. Desde luego, las elecciones de medio término constituyen pruebas claves para los gobiernos y son, en muchas oportunidades, ocasión de reacomodamientos en las alianzas y los elencos ministeriales, que a su vez pueden redundar en cambios en las políticas implementadas. Así y todo, el carácter del vínculo entre elecciones e incertidumbre no es automático ni forzoso.
La historia de los saltos del dólar y de por qué nos importan a los argentinos tiene al menos 60 años. Como mostramos en El Dólar, historia de una moneda argentina, no fue el producto de un acontecimiento singular, ni se trató de un proceso lineal. La popularización local de la moneda norteamericana, su progresiva instalación como tema de discusión pública y su incorporación en los repertorios financieros de agentes económicos de distinta talla, fue el resultado de un proceso de lenta maduración que comenzó a mostrar signos claros a finales de la década de 1950 para profundizarse de ahí en adelante. Ese camino, sin embargo, no fue de simple acumulación; también registró inflexiones importantes. La asociación entre tensiones electorales y movimientos cambiarios, que nunca podría haber tenido lugar en un contexto de inestabilidad política como el que dominó de los años 50 a los 70, fue una de ellas.
Desde 1983, y con mayor fuerza en los años posteriores, el mercado cambiario y la política electoral se constituyeron como arenas espejadas. En la cercanía de las elecciones, las decisiones y las apuestas de los actores políticos aparecen mediadas por la cotización del dólar, mientras que las apuestas de los agentes económicos están atravesadas por las expectativas respecto de los resultados electorales.
Detrás de esa dinámica se encuentra un proceso que abraza a la economía y a la política y las desborda por igual. En el dólar, los argentinos encontramos un poderoso dispositivo de interpretación de la realidad. Esa cotización que nos genera sobresaltos no solo sirve para tomar decisiones económicas: nos permite evaluar el presente y nos brinda claves sobre el futuro. Pero la moneda norteamericana también es una herramienta, una suerte de ticket dorado que amplía los márgenes de maniobra. Como gustan de decir los operadores financieros: “da cobertura”.
El problema es que la respuesta efectiva en el plano individual, no lo es, en este caso, en el colectivo. Y las elecciones son la arena donde se dirime precisamente eso: la suerte de todos. No son entonces un arcano poderoso capaz de, por su sola aproximación, hacer saltar la banca. Son el escenario donde vicios privados y virtudes públicas se retan a duelo. Un duelo que, en la Argentina, tiene en el dólar a su mejor padrino.
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