Netflix
La insoportable vida del rico, un formato que engancha y frustra por partes iguales
España lleva años debatiendo sobre la meritocracia y el ascensor social, ahora con una polémica sobre las becas para quienes ganen hasta 100.000 euros y después de saber que la población que vive en la pobreza aumentó hasta el 21,7% con la pandemia. La desigualdad marca el día a día de millones de personas, lo que contrasta con la cantidad de formatos televisivos que insisten en subrayarla.
First Class es el último ejemplo servido por Netflix. Un reality show que muestra la lujosa vida de un grupo de ricos españoles y fue uno de los lanzamientos estrella de la plataforma. La razón es evidente: se suma a la vasta lista de programas que triunfaron ofreciendo lo mismo.
“Este tipo de espacios tienen un montaje muy llamativo y están hechos para cautivarte”, cuenta la periodista y analista de televisión Mariola Cubells. MTV fue la primera cadena que introdujo la mirada indiscreta del público en la vida de los más acaudalados. Comenzó en los años 90 con títulos como My Sweet Sixteen, sobre las disparatadas fiestas de 16 cumpleaños de los hijos de la clase alta, o MTV Cribs, que mostraba las mansiones de cantantes y actores de Hollywood desde dentro.
En apenas unos años, el fenómeno se multiplicó en contenido y forma. En España, aterrizó con Mujeres ricas, una copia de la norteamericana Real Housewives of Beverly Hills, y de forma velada con Quién vive ahí. “Las casas espectaculares de gente desconocida provocan dos cosas: aspiración y fascinación hacia el lujo, pero esta última a veces también se da hacia el lumpen”, explica Cubells. Los programas que relatan la riqueza han acaparado el espacio de Callejeros, que usaba la pobreza como un decorado de televisión. Y no solo lo hacen en formato reality, sino con ficciones como Succession o The White Lotus, películas como Old o personalities como Soy Georgina o el de Tamara Falcó.
“Nos fascina la curiosidad en general. Y mirar por un agujero una vida que no tenemos siempre es atractivo”, resume Jorge Dioni, profesor y periodista experto en las aspiraciones de la clase media. “El primer reportaje de la revista Hola es siempre de la casa de alguien, que es una cosa estremecedora, llena de mármol y oro. Es un despliegue fascinante de estancias donde la familia posa con diferentes vestuarios. Y hay que pensar que el Hola lleva décadas funcionando”, asegura el escritor.
Una de las primeras cosas que le enseñaron a Francesc Núñez, sociólogo y director del Máster de Humanidades de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), fue que hay que crear escenarios basados en el lujo y el hedonismo para captar la atención de la audiencia. “Las personas piensan constantemente en la capacidad de mejorar su vida y su bienestar y en la adquisición inmediata de placer a través del consumismo compulsivo. La muestra del lujo consiste en hacernos creer que tenemos derecho a él sin sacrificar nada”, explica el profesor. “El cerebro se pone en modo a gustito cuando vemos estos programas”, dice.
En su opinión, este boom de realities atiende a las mismas razones que la publicidad: “Es a lo que hay que aspirar”. Marta Torné, directora y productora de First Class, los define como “un grupo de amigos que disfrutan de la vida sin miedos y con un punto de hedonismo y de locura que los hacen únicos”. Pero lo que realmente se encuentra el espectador de First Class es a una decena de caracteres inaguantables con los que resulta muy difícil empatizar. ¿Se puede querer aspirar a aquello que aborrecemos?
Mirar por un agujero una vida que no tenemos siempre es atractivo
Un puntito de ridiculización
Como apunta Mariola Cubells, el montaje es clave en este tipo de producciones. Los publireportajes hechos a medida por el protagonista ya no interesan si no se combinan con la exposición de sus penurias y vergüenzas. En ocasiones, hasta con cierta retranca. “Son como las chirigotas o las coplillas. ¿De quién nos vamos a reír? Pues del que más tiene. Tienen un poco de Comedia del arte, donde los criados ponen en ridículo a los señoritos”, compara Jorge Dioni. Además, defiende que “nos gusta que los que están por encima sean un poco tontos porque nos sentimos más listos”.
Para no pecar de injusto, Dioni admite que “todos mirados de cerca somos ridículos”. Por otro lado, disfrutar con el mal ajeno tiene “algo religioso”, en opinión del escritor. “Tienen mucho dinero, pero mira qué desgraciados que son. Pensar que Dios les ha castigado con una enfermedad, un problema familiar o con falta de amor, porque es la pena divina para la gente que sobresale, es algo muy católico”, critica.
El mantra de “los ricos también lloran” tendría su parte positiva si con él se dejase de vender el lujo como la aspiración última. Pero solo la ficción ha triunfado en esto. En cambio, programas como Selling Sunset –sobre el mercado inmobiliario de Beverly Hills–, Georgina o First Class solo muestran abundancia y diversión.
Por eso un recurso muy utilizado, en lugar del drama, que también genera cierta empatía, es la sátira. Y First Class sería su quintaesencia. “Si te fijas, todos están actuando y tienen claro cuál es el modelo de comportamiento para que la tele les quiera, les siga o les odie”, cree Cubells. “Hace años que se malbarató todo lo que tiene que ver con la crónica rosa y se dinamitó la amabilidad hacia la clase alta”. Añade que los que se prestan a este tipo de realities son “pijos de segunda”. “La verdadera clase alta jamás saldría en la televisión porque están atrincherados en su masía”, cree la experta.
La verdadera clase alta jamás saldría en la televisión porque están atrincherados en su masía
Pero, ya sean de first o de second class, “sabemos que nunca los podremos alcanzar”, explica Francesc Núñez, de la UOC. “Se da una reacción ambivalente: nos reímos porque es natural ridiculizar al poderoso, pero a la vez si tuviéramos la oportunidad de subirnos al carro, lo haríamos. Somos capaces de ver lo ridículo que es y aún así lo deseamos”, comprende el sociólogo. También cree que estos espacios “generan malestar, rabia y frustración” debido a que incluyen “mucha fantasmagoría y soberbia”.
Alimentando la frustración
“Cuanto mayor es tu aspiración, más grande es tu frustración”, advierte Núñez. “Venimos de una crisis y nos estamos metiendo en otra mayor. Las consecuencias son impredecibles, pero las va a haber y muy grandes”, dice. Para él, este tipo de programas son “el último intento de reencantar a la audiencia y de mostrar el poderío que tenemos, aunque en el fondo se esté desmoronando”. Resulta una contradicción para el sociólogo que se ofrezca más aquello a lo que cada vez podemos aspirar menos.
De hecho, una similitud entre los programas que presumen de riqueza es que no se explica cómo han accedido a ella. “No se pone contexto ni se dice quiénes son sus padres o sus abuelos, ni de dónde han sacado la pasta”, puntualiza Jorge Dioni. Es el caso contrario al de concursos o competiciones, donde se genera otra falacia distinta entorno al esfuerzo y a la zanahoria. En la parafernalia del lujo, la zanahoria viene dada.
Mariola Cubells percibe que estos últimos “van paralelos a las crisis” porque la gente que está en la miseria “no quiere ver más miseria”. Sin embargo, precisa que es un efecto sociopolítico accidental. “Pensar que el audiovisual vincula de una manera tan concreta el contexto con su estrategia sería darle a los ejecutivos televisivos una capacidad neuronal que no siempre tienen. A nivel espectador funciona, pero las cosas en la tele son mucho más simples, mucho más sencillas y también mucho más tristes”, afirma.
Cuanto mayor es tu aspiración, más grande es tu frustración
“Supongo que hay mucha inconsciencia por parte de los que están creando esto”, comparte Fernando Núñez. En este caso, alerta sobre el reverso invisible de los datos de audiencia y el éxito de estos programas. “Fomentar este espejismo es peligroso porque la frustración y la rabia van a ser enormes y llevarán a una mayor radicalización hacia la derecha”, advierte el profesor de la UOC. Ante la evidencia de la desigualdad, la gente busca culpables y, según el sociólogo, los encuentran en aquellos que minan supuestamente su camino hacia el bienestar (entendido como consumo y placer inmediato) y la riqueza.
“Hay que ser muy crítico y la mayoría no lo es. Puedes indignarte, pero el mito en el que vivimos instalados es que si tú quieres y te esfuerzas, lo consigues. No se ve cuánta sumisión y esfuerzo de otros es necesario para que los protagonistas de estos programas hayan llegado allí”, concluye Núñez.
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